Europa empieza a darse cuenta de que tiene que ser garante de su propia seguridad continental, 16 años muy tarde.
Panorama general. La victoria de Donald Trump y su promesa de poner fin a la guerra entre Rusia y Ucrania pone a Europa en jaque. Tras casi dos años de conflicto, donde Europa permitió que EE. UU. se convirtiera en el principal defensor económico de la frontera con Rusia, ahora se ven ante la posibilidad de que Trump le ponga un fin que no les complace. El presidente electo ha afirmado que terminará la guerra entre 24 y 48 horas después de tomar posesión; algo poco probable, pero que marca el inicio del fin.
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Lo que inició como un Blitzkrieg ruso se convirtió en una guerra de desgaste, estancada desde hace tiempo, similar a lo que sucedió durante la Primera Guerra Mundial.
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Los europeos le cedieron el mango de la sartén a EE. UU. y, ahora, están aterrados por no tener capacidad para encaminar la resolución a su gusto.
Entre líneas. A pesar de que la consigna de “apoyaremos a Ucrania tanto tiempo como sea necesario” siga vigente y proyectada en los pasillos de Bruselas, dicho apoyo no se traduce en ningún hecho concreto. El respaldo a Ucrania se ha diluido entre otros conflictos en el mundo, como el de Israel y Hamás en el Medio Oriente y el reavivamiento del Indo-Pacífico por la crisis en Corea del Sur. A la Unión Europea (UE) le pasó lo peor: tumultos en dos zonas geopolíticamente más importantes que Europa.
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La toma de posesión de Trump probablemente impondrá un cese al fuego que dé inicio a las negociaciones.
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Se sabe poco del plan de paz de Trump, pero el nombramiento del general Joseph Keith Kellogg Jr. como enviado especial para el conflicto entre Rusia y Ucrania da luces de por dónde irá.
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La ruta se trazó en abril, desde el America First Institute, y probablemente buscará una solución complaciente para Putin, para evitar repetir la agresividad rusa que consideran como el casus belli.
Sí, pero. La solución sigue sin ser clara, ya que ni Rusia ni Ucrania estarán dispuestas a ceder lo que consideran su territorio soberano. Entre las posibles salidas se considera una división de una Ucrania occidental y una Ucrania rusa, partida hasta el último punto de avance al momento de las negociaciones. Otra posible vía sería un armisticio y el establecimiento de una zona desmilitarizada, supervisada por países terceros.
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No es certero, sin embargo, que Europa esté dispuesta a poner las tropas necesarias para asegurar la paz en la frontera que se establezca entre Rusia y Ucrania.
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Europa enfrenta un futuro incierto, donde Rusia, a pesar de ser el agresor y no haber sido capaz de imponerse militarmente, posiblemente sea percibido como el mayor beneficiado.
En el radar. El panorama obliga a Europa a cambiar su política de seguridad continental. Los países miembros de la OTAN en Europa tienen que empezar a cumplir con su compromiso de gasto militar mínimo del 2 % del PIB para asegurar la defensa de su territorio. Mientras que, algunos países como Polonia y Estonia superan la meta, los más grandes tienen un déficit con la organización. Con los retos que supone el nuevo panorama, la UE no puede seguir siendo beneficiaria de los platos rotos que paga EE. UU. y esperar ser protagonistas en la toma de decisiones geopolíticas.
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De acuerdo con Nicolás Pascual de la Parte, embajador de España en el Parlamento Europeo, la UE tiene que regresar a una política de contención similar a la que derivó del Telegrama de Truman.
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Putin dio señales desde 2008 de sus intenciones de reclamar el papel de Rusia tras la posguerra fría y su sueño imperialista con la invasión en Georgia, luego en 2014 con Crimea, hasta que se materializó en 2022. La UE nunca reaccionó.
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La invasión no se hubiera dado si Europa hubiese sido un actor disuasor con capacidad y credibilidad. Aunque la capacidad es dudosa, lo más claro es que, a lo largo de este siglo, su credibilidad es la mayor debilidad.
En conclusión. De la Parte afirma que no sabe si “la UE llegará a tiempo para crear esa disuasión creíble, necesaria para evitar ulteriores aventurerismos políticos y militares de Putin”. Para ello, se necesita un compromiso que llevará años de discusión, pero con el impasse de las elecciones en Alemania y la moción de censura en Francia, la política en Bruselas se ha ralentizado. Con la llegada de Trump, la UE sabe que se ha terminado su cheque en blanco; Europa no podrá seguir siendo el gorrón de la OTAN.
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La UE debe establecer su polo defensivo en Europa y no en EE. UU., además de desarrollar una base de desarrollo tecnológico, militar e industrial. El 2 % de gasto militar ya no es un techo, sino el suelo de lo que la UE debe invertir en defensa.
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La UE debe empezar a preocuparse en innovar y dejar de regular, ya que la guerra en Ucrania ha puesto en duda, incluso, el propio artículo cinco del tratado de la OTAN.
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Si Europa teme una futura expansión rusa, deberá infundir un miedo creíble en Putin a las represalias; algo que, hoy en día, no existe.
Europa empieza a darse cuenta de que tiene que ser garante de su propia seguridad continental, 16 años muy tarde.
Panorama general. La victoria de Donald Trump y su promesa de poner fin a la guerra entre Rusia y Ucrania pone a Europa en jaque. Tras casi dos años de conflicto, donde Europa permitió que EE. UU. se convirtiera en el principal defensor económico de la frontera con Rusia, ahora se ven ante la posibilidad de que Trump le ponga un fin que no les complace. El presidente electo ha afirmado que terminará la guerra entre 24 y 48 horas después de tomar posesión; algo poco probable, pero que marca el inicio del fin.
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Lo que inició como un Blitzkrieg ruso se convirtió en una guerra de desgaste, estancada desde hace tiempo, similar a lo que sucedió durante la Primera Guerra Mundial.
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Los europeos le cedieron el mango de la sartén a EE. UU. y, ahora, están aterrados por no tener capacidad para encaminar la resolución a su gusto.
Entre líneas. A pesar de que la consigna de “apoyaremos a Ucrania tanto tiempo como sea necesario” siga vigente y proyectada en los pasillos de Bruselas, dicho apoyo no se traduce en ningún hecho concreto. El respaldo a Ucrania se ha diluido entre otros conflictos en el mundo, como el de Israel y Hamás en el Medio Oriente y el reavivamiento del Indo-Pacífico por la crisis en Corea del Sur. A la Unión Europea (UE) le pasó lo peor: tumultos en dos zonas geopolíticamente más importantes que Europa.
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La toma de posesión de Trump probablemente impondrá un cese al fuego que dé inicio a las negociaciones.
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Se sabe poco del plan de paz de Trump, pero el nombramiento del general Joseph Keith Kellogg Jr. como enviado especial para el conflicto entre Rusia y Ucrania da luces de por dónde irá.
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La ruta se trazó en abril, desde el America First Institute, y probablemente buscará una solución complaciente para Putin, para evitar repetir la agresividad rusa que consideran como el casus belli.
Sí, pero. La solución sigue sin ser clara, ya que ni Rusia ni Ucrania estarán dispuestas a ceder lo que consideran su territorio soberano. Entre las posibles salidas se considera una división de una Ucrania occidental y una Ucrania rusa, partida hasta el último punto de avance al momento de las negociaciones. Otra posible vía sería un armisticio y el establecimiento de una zona desmilitarizada, supervisada por países terceros.
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No es certero, sin embargo, que Europa esté dispuesta a poner las tropas necesarias para asegurar la paz en la frontera que se establezca entre Rusia y Ucrania.
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Europa enfrenta un futuro incierto, donde Rusia, a pesar de ser el agresor y no haber sido capaz de imponerse militarmente, posiblemente sea percibido como el mayor beneficiado.
En el radar. El panorama obliga a Europa a cambiar su política de seguridad continental. Los países miembros de la OTAN en Europa tienen que empezar a cumplir con su compromiso de gasto militar mínimo del 2 % del PIB para asegurar la defensa de su territorio. Mientras que, algunos países como Polonia y Estonia superan la meta, los más grandes tienen un déficit con la organización. Con los retos que supone el nuevo panorama, la UE no puede seguir siendo beneficiaria de los platos rotos que paga EE. UU. y esperar ser protagonistas en la toma de decisiones geopolíticas.
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De acuerdo con Nicolás Pascual de la Parte, embajador de España en el Parlamento Europeo, la UE tiene que regresar a una política de contención similar a la que derivó del Telegrama de Truman.
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Putin dio señales desde 2008 de sus intenciones de reclamar el papel de Rusia tras la posguerra fría y su sueño imperialista con la invasión en Georgia, luego en 2014 con Crimea, hasta que se materializó en 2022. La UE nunca reaccionó.
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La invasión no se hubiera dado si Europa hubiese sido un actor disuasor con capacidad y credibilidad. Aunque la capacidad es dudosa, lo más claro es que, a lo largo de este siglo, su credibilidad es la mayor debilidad.
En conclusión. De la Parte afirma que no sabe si “la UE llegará a tiempo para crear esa disuasión creíble, necesaria para evitar ulteriores aventurerismos políticos y militares de Putin”. Para ello, se necesita un compromiso que llevará años de discusión, pero con el impasse de las elecciones en Alemania y la moción de censura en Francia, la política en Bruselas se ha ralentizado. Con la llegada de Trump, la UE sabe que se ha terminado su cheque en blanco; Europa no podrá seguir siendo el gorrón de la OTAN.
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La UE debe establecer su polo defensivo en Europa y no en EE. UU., además de desarrollar una base de desarrollo tecnológico, militar e industrial. El 2 % de gasto militar ya no es un techo, sino el suelo de lo que la UE debe invertir en defensa.
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La UE debe empezar a preocuparse en innovar y dejar de regular, ya que la guerra en Ucrania ha puesto en duda, incluso, el propio artículo cinco del tratado de la OTAN.
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Si Europa teme una futura expansión rusa, deberá infundir un miedo creíble en Putin a las represalias; algo que, hoy en día, no existe.