Fiel a su estilo, el primer día del regreso de Donald Trump a la Casa Blanca no estuvo exento de acciones dramáticas y contundentes.
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El presidente autorizó —por lo menos—46 órdenes ejecutivas (EO por sus siglas en inglés) tan solo momentos después de tu toma de posesión, una cifra histórica.
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Entre ellas, varias de ellas, alineadas con su agenda America First, que abordan temas como la seguridad fronteriza, la energía y su anunciada reforma a la administración pública estadounidense.
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Para los aliados de Washington en el extranjero —especialmente en Latinoamérica—, la EO 14160 reviste particular importancia, pues marca el inicio del anticipado cambio de dirección en el financiamiento de la ayuda exterior de EE. UU.
Panorama. Trump ordenó una pausa de 90 días en toda asignación y desembolso de la ayuda exterior de EE. UU., con el objetivo de que su equipo lleve a cabo una revisión exhaustiva de todos los programas de asistencia existentes.
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En su redacción, la EO establece que no se le deberá dar seguimiento a ninguna asistencia que no esté completamente alineada con la política exterior del presidente de los EE. UU.
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Esto, por sí solo, es una muestra del fuerte cambio que se dará en los programas de ayuda exterior bajo el mandato de Trump, cuya visión sobre el rol de Washington en el tablero geopolítico y sus convicciones ideológicas contrastan significativamente con las de su antecesor, Joe Biden.
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Para el círculo cercano de Trump y su base de votantes más fiel, la ayuda exterior de EE. UU. —en los últimos años—, no ha estado alineada con sus intereses. Un ejemplo de ello es la crítica constante hacia el apoyo de Biden a Ucrania, que asignó aproximadamente USD 175 000 M desde 2022 hasta el final de su gobierno.
Entre líneas. La decisión de continuar desembolsando recursos o financiar nuevos proyectos recaerá en última instancia en el departamento de Estado, ahora liderado por Marco Rubio y un número importante de funcionarios de ascendencia latina con amplia experiencia en asuntos latinoamericanos. Esto, de forma implícita, ha revelado la importancia de la región para el segundo periodo de Trump, principalmente ante el implacable avance de la influencia de China en casi todos los países la región.
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En el año fiscal 2024, Latinoamérica y el Caribe fue la cuarta región con mayor financiamiento recibido a través de USAID, alcanzando los USD 2 200 M. Entre los principales beneficiarios, figuran Haití, Colombia, Venezuela y Guatemala, que en conjunto recibieron más del 50 % de los fondos totales asignados a la región.
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Con Trump en la presidencia, es previsible que el monto de asistencia se reducirá. Sin embargo, aún más significativo será la desaparición de cientos de programas con alta carga ideológica que se ejecutaron durante el gobierno del Partido Demócrata.
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Por ejemplo, en Guatemala, la administración de Biden invirtió más de USD 770 M durante su mandato, monto que incluyó el financiamiento para programas que promueven las cirugías de cambio de sexo, educación enfocada en identidad de género y la teoría crítica de la raza.
Por qué importa. Algunas cosas, como la aplastante victoria de los republicanos y su agenda America First en las elecciones de EE. UU. reflejan el descontento de los estadounidenses hacia sus funcionaros por destinar miles de millones de dólares al extranjero, fondos que podrían invertirse en superar los retos domésticos que enfrenta el país.
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Más allá de ello, la manera en que Washington ha manejado la ayuda exterior en Latinoamérica durante las últimas décadas, a menudo parece contradecir sus propios intereses, particularmente en temas como la migración y su competencia con China.
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Por ejemplo, en 2024, República reportó que la administración de Biden estaba financiado programas que promovían el sindicalismo en los sectores textil y agroindustrial de los países del Triángulo Norte de Centroamérica, región donde se originó aproximadamente un tercio de los encuentros fronterizos entre migrantes y las fuerzas de seguridad estadounidenses desde 2021.
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Las exportaciones textiles y agroindustriales representan una porción significativa del PIB de los países del Triángulo Norte. Al implementar programas de este tipo, Washington reduce la competitividad de los pocos sectores en estas economías con potencial de crecimiento, que además generan empleo para miles de personas. Esto no solo afecta el crecimiento económico potencial, sino que también exacerba el fenómeno migratorio al limitar las oportunidades laborales en la región.
El balance. El “cierre del chorro” de noventa días anunciado por Trump revelará mucho sobre la dirección y las prioridades que tomará la política exterior de EE. UU. en los próximo cuatro años.
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Washington enfrenta el enorme desafío de redirigir sus esfuerzos de política exterior en una región que se muestra cada vez más alineada con Pekín. Esto no debería resultar sorprendente. Mientras que EE. UU. ha destinado recursos a proyectos que no contribuyen al desarrollo y promueven ideas que poco favorecen los intereses de la región, China ha enfocado sus esfuerzos en iniciativas estratégicas como el recién inaugurado megapuerto de Chancay en Perú.
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Durante la campaña presidencial, el actual vicepresidente de EE. UU., J.D. Vance, se pronunció sobre esta situación, dejando claro que el enfoque de Washington necesitaba un cambio. Al respecto, señaló: “Hemos construido una política exterior basada en regañar, moralizar y dar lecciones a países que no quieren nada que ver con ello, mientras China tiene una política exterior de construir carreteras y puentes”.
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Promover el verdadero desarrollo en Latinoamérica se alinea con los intereses de Trump, en el asunto migratorio, y en frenar la influencia de China. Los primeros pasos están tomados, faltan muchos más.
Fiel a su estilo, el primer día del regreso de Donald Trump a la Casa Blanca no estuvo exento de acciones dramáticas y contundentes.
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El presidente autorizó —por lo menos—46 órdenes ejecutivas (EO por sus siglas en inglés) tan solo momentos después de tu toma de posesión, una cifra histórica.
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Entre ellas, varias de ellas, alineadas con su agenda America First, que abordan temas como la seguridad fronteriza, la energía y su anunciada reforma a la administración pública estadounidense.
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Para los aliados de Washington en el extranjero —especialmente en Latinoamérica—, la EO 14160 reviste particular importancia, pues marca el inicio del anticipado cambio de dirección en el financiamiento de la ayuda exterior de EE. UU.
Panorama. Trump ordenó una pausa de 90 días en toda asignación y desembolso de la ayuda exterior de EE. UU., con el objetivo de que su equipo lleve a cabo una revisión exhaustiva de todos los programas de asistencia existentes.
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En su redacción, la EO establece que no se le deberá dar seguimiento a ninguna asistencia que no esté completamente alineada con la política exterior del presidente de los EE. UU.
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Esto, por sí solo, es una muestra del fuerte cambio que se dará en los programas de ayuda exterior bajo el mandato de Trump, cuya visión sobre el rol de Washington en el tablero geopolítico y sus convicciones ideológicas contrastan significativamente con las de su antecesor, Joe Biden.
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Para el círculo cercano de Trump y su base de votantes más fiel, la ayuda exterior de EE. UU. —en los últimos años—, no ha estado alineada con sus intereses. Un ejemplo de ello es la crítica constante hacia el apoyo de Biden a Ucrania, que asignó aproximadamente USD 175 000 M desde 2022 hasta el final de su gobierno.
Entre líneas. La decisión de continuar desembolsando recursos o financiar nuevos proyectos recaerá en última instancia en el departamento de Estado, ahora liderado por Marco Rubio y un número importante de funcionarios de ascendencia latina con amplia experiencia en asuntos latinoamericanos. Esto, de forma implícita, ha revelado la importancia de la región para el segundo periodo de Trump, principalmente ante el implacable avance de la influencia de China en casi todos los países la región.
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En el año fiscal 2024, Latinoamérica y el Caribe fue la cuarta región con mayor financiamiento recibido a través de USAID, alcanzando los USD 2 200 M. Entre los principales beneficiarios, figuran Haití, Colombia, Venezuela y Guatemala, que en conjunto recibieron más del 50 % de los fondos totales asignados a la región.
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Con Trump en la presidencia, es previsible que el monto de asistencia se reducirá. Sin embargo, aún más significativo será la desaparición de cientos de programas con alta carga ideológica que se ejecutaron durante el gobierno del Partido Demócrata.
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Por ejemplo, en Guatemala, la administración de Biden invirtió más de USD 770 M durante su mandato, monto que incluyó el financiamiento para programas que promueven las cirugías de cambio de sexo, educación enfocada en identidad de género y la teoría crítica de la raza.
Por qué importa. Algunas cosas, como la aplastante victoria de los republicanos y su agenda America First en las elecciones de EE. UU. reflejan el descontento de los estadounidenses hacia sus funcionaros por destinar miles de millones de dólares al extranjero, fondos que podrían invertirse en superar los retos domésticos que enfrenta el país.
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Más allá de ello, la manera en que Washington ha manejado la ayuda exterior en Latinoamérica durante las últimas décadas, a menudo parece contradecir sus propios intereses, particularmente en temas como la migración y su competencia con China.
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Por ejemplo, en 2024, República reportó que la administración de Biden estaba financiado programas que promovían el sindicalismo en los sectores textil y agroindustrial de los países del Triángulo Norte de Centroamérica, región donde se originó aproximadamente un tercio de los encuentros fronterizos entre migrantes y las fuerzas de seguridad estadounidenses desde 2021.
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Las exportaciones textiles y agroindustriales representan una porción significativa del PIB de los países del Triángulo Norte. Al implementar programas de este tipo, Washington reduce la competitividad de los pocos sectores en estas economías con potencial de crecimiento, que además generan empleo para miles de personas. Esto no solo afecta el crecimiento económico potencial, sino que también exacerba el fenómeno migratorio al limitar las oportunidades laborales en la región.
El balance. El “cierre del chorro” de noventa días anunciado por Trump revelará mucho sobre la dirección y las prioridades que tomará la política exterior de EE. UU. en los próximo cuatro años.
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Washington enfrenta el enorme desafío de redirigir sus esfuerzos de política exterior en una región que se muestra cada vez más alineada con Pekín. Esto no debería resultar sorprendente. Mientras que EE. UU. ha destinado recursos a proyectos que no contribuyen al desarrollo y promueven ideas que poco favorecen los intereses de la región, China ha enfocado sus esfuerzos en iniciativas estratégicas como el recién inaugurado megapuerto de Chancay en Perú.
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Durante la campaña presidencial, el actual vicepresidente de EE. UU., J.D. Vance, se pronunció sobre esta situación, dejando claro que el enfoque de Washington necesitaba un cambio. Al respecto, señaló: “Hemos construido una política exterior basada en regañar, moralizar y dar lecciones a países que no quieren nada que ver con ello, mientras China tiene una política exterior de construir carreteras y puentes”.
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Promover el verdadero desarrollo en Latinoamérica se alinea con los intereses de Trump, en el asunto migratorio, y en frenar la influencia de China. Los primeros pasos están tomados, faltan muchos más.