“Gobiernos del mundo industrial, cansados gigantes de carne y acero, vengo desde el ciberespacio, el nuevo hogar de la mente. En nombre del futuro, les pido a ustedes, representantes del pasado, que nos dejen en paz. No son bienvenidos entre nosotros. No tienen soberanía en el lugar donde nos reunimos”. Con esas palabras abría John Perry Barlow su Declaración de Independencia del Ciberespacio desde Davos, Suiza, en 1996.
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El ensayo fue una respuesta a la Ley de Telecomunicaciones de 1996 (EE. UU.), considerada uno de los primeros intentos por regular el contenido difundido en internet.
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Desde sus inicios, el internet ha sido considerado como un espacio inmaterial y soberano, moderado por la Regla de Oro, más no por ninguna entidad gubernamental. A pesar del optimismo de Perry Barlow, casi 30 años después, la realidad es muy distinta.
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Panorama general. El 6 de enero de 2021, Mark Zuckerberg (CEO del entonces, todavía, Facebook) anunció que suspendería las cuentas de Donald Trump en sus plataformas —entre ellas, Facebook, Instagram, WhatsApp y Messenger— por considerarlo instigador de la invasión del Capitolio. Cuatro años más tarde, anunció que Meta tendría un cambio radical de políticas, dejando de lado la censura y los intentos de amordazamiento del contenido, promovido en gran medida por los famosos “verificadores” (fact-checkers).
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Las plataformas de Meta pasarán a tener un modelo de moderación similar al de X, donde son los propios miembros de la comunidad los encargados de señalar posibles noticias falsas o engañosas.
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Facebook y las otras redes sociales de la familia de Meta “volverán a sus raíces” para “restaurar la libertad de expresión”, afirmó.
Visto y no visto. Zuckerberg declaró en 2024 que la Casa Blanca le dio directrices a los empleados de Meta para censurar contenido que pusiera en duda la legitimidad de las vacunas y otros contenidos relacionados con la covid-19. En una entrevista con Joe Rogan, explicó que le pareció sensato tomar una postura moderadora al inicio de la pandemia, con el fin de evitar el caos en una emergencia.
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Ceder al Estado —o, a un gobierno en específico— ese espacio para censurar y dirigir la narrativa en redes sociales llevó a lo inevitable: la extralimitación del poder político en contra de la libertad de expresión.
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Afirmó [Zuckerberg] que hostigaron al personal de la compañía para censurar, incluso, contenido satírico y humorístico.
Por qué importa. En 2020, Twitter bloqueó la posibilidad de compartir el enlace de una nota del New York Post con evidencia de un posible caso de corrupción del entonces candidato, Joe Biden. Facebook, por su parte, deliberadamente limitó el alcance de la noticia para reducir su difusión. Ambas plataformas censuraron la historia debido a acusaciones de 51 oficiales de inteligencia que la tildaron de “desinformación rusa”. La noticia, posteriormente, se probó como real.
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Un 17 % de los votantes de Biden en siete estados bisagra afirmaron que no hubieran votado por él de haber leído dicha información; un 79 % de estadounidenses consideran que los resultados de la elección fueron determinados por esta censura.
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Bajo la bandera de prevenir la desinformación y el supuesto discurso de odio, gobiernos como el estadounidense, el brasileño, y de algunos miembros de la Unión Europea han sido capaces de distorsionar la narrativa en redes sociales con fines políticos.
Sí, pero. Zuckerberg no es ningún pionero de la libertad de expresión. La tendencia inició en 2022, cuando Elon Musk compró Twitter —ahora X—, de acuerdo con él, para proteger la libertad de expresión, combatir la censura y promover la transparencia en internet. La liberación del contenido en X es considerada uno de los factores claves para la victoria de Donald Trump en 2024.
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En 2024, Jeff Bezos decidió que el Washington Post —del cual es dueño— no apoyaría a ningún candidato presidencial, rompiendo una tradición de 36 años de dar su apoyo exclusivamente a candidatos demócratas.
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Bezos se ha enfocado en alejar al medio de la injerencia demócrata que ha tenido por años, incorporando a más voces conservadoras para balancear la narrativa y renunciando a las políticas corporativas DEI (diversidad, equidad e inclusión).
En conclusión. Mark Zuckerberg se ha sumado a una lista de gurús de Silicon Valley que han reconocido los efectos nocivos de la injerencia política en el ciberespacio. Aunque, para fines prácticos, el internet esté regresando paulatinamente al sueño de John Perry Barlow, cabe la posibilidad de que los dueños de las plataformas solo estén acomodándose a las políticas del presidente Trump y su visión pro-libertad de expresión.
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Aunque parezca una mera sumisión hacia Trump —al igual que lo hicieron con la administración Biden—, no tomaron esta misma postura cuando Trump asumió la presidencia en 2017.
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Al contrario, en lugar de besar el anillo, la élite de Silicon Valley y los medios tradicionales tuvieron una postura antagónica durante su primera presidencia. El paradigma parece haber cambiado.
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Con retos importantes en el resto del mundo occidental —especialmente en Europa y Brasil—, la narrativa políticamente impuesta —y, sobre todo, la censura— en internet parecen estar llegando a su fin.
“Gobiernos del mundo industrial, cansados gigantes de carne y acero, vengo desde el ciberespacio, el nuevo hogar de la mente. En nombre del futuro, les pido a ustedes, representantes del pasado, que nos dejen en paz. No son bienvenidos entre nosotros. No tienen soberanía en el lugar donde nos reunimos”. Con esas palabras abría John Perry Barlow su Declaración de Independencia del Ciberespacio desde Davos, Suiza, en 1996.
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El ensayo fue una respuesta a la Ley de Telecomunicaciones de 1996 (EE. UU.), considerada uno de los primeros intentos por regular el contenido difundido en internet.
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Desde sus inicios, el internet ha sido considerado como un espacio inmaterial y soberano, moderado por la Regla de Oro, más no por ninguna entidad gubernamental. A pesar del optimismo de Perry Barlow, casi 30 años después, la realidad es muy distinta.
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Panorama general. El 6 de enero de 2021, Mark Zuckerberg (CEO del entonces, todavía, Facebook) anunció que suspendería las cuentas de Donald Trump en sus plataformas —entre ellas, Facebook, Instagram, WhatsApp y Messenger— por considerarlo instigador de la invasión del Capitolio. Cuatro años más tarde, anunció que Meta tendría un cambio radical de políticas, dejando de lado la censura y los intentos de amordazamiento del contenido, promovido en gran medida por los famosos “verificadores” (fact-checkers).
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Las plataformas de Meta pasarán a tener un modelo de moderación similar al de X, donde son los propios miembros de la comunidad los encargados de señalar posibles noticias falsas o engañosas.
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Facebook y las otras redes sociales de la familia de Meta “volverán a sus raíces” para “restaurar la libertad de expresión”, afirmó.
Visto y no visto. Zuckerberg declaró en 2024 que la Casa Blanca le dio directrices a los empleados de Meta para censurar contenido que pusiera en duda la legitimidad de las vacunas y otros contenidos relacionados con la covid-19. En una entrevista con Joe Rogan, explicó que le pareció sensato tomar una postura moderadora al inicio de la pandemia, con el fin de evitar el caos en una emergencia.
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Ceder al Estado —o, a un gobierno en específico— ese espacio para censurar y dirigir la narrativa en redes sociales llevó a lo inevitable: la extralimitación del poder político en contra de la libertad de expresión.
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Afirmó [Zuckerberg] que hostigaron al personal de la compañía para censurar, incluso, contenido satírico y humorístico.
Por qué importa. En 2020, Twitter bloqueó la posibilidad de compartir el enlace de una nota del New York Post con evidencia de un posible caso de corrupción del entonces candidato, Joe Biden. Facebook, por su parte, deliberadamente limitó el alcance de la noticia para reducir su difusión. Ambas plataformas censuraron la historia debido a acusaciones de 51 oficiales de inteligencia que la tildaron de “desinformación rusa”. La noticia, posteriormente, se probó como real.
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Un 17 % de los votantes de Biden en siete estados bisagra afirmaron que no hubieran votado por él de haber leído dicha información; un 79 % de estadounidenses consideran que los resultados de la elección fueron determinados por esta censura.
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Bajo la bandera de prevenir la desinformación y el supuesto discurso de odio, gobiernos como el estadounidense, el brasileño, y de algunos miembros de la Unión Europea han sido capaces de distorsionar la narrativa en redes sociales con fines políticos.
Sí, pero. Zuckerberg no es ningún pionero de la libertad de expresión. La tendencia inició en 2022, cuando Elon Musk compró Twitter —ahora X—, de acuerdo con él, para proteger la libertad de expresión, combatir la censura y promover la transparencia en internet. La liberación del contenido en X es considerada uno de los factores claves para la victoria de Donald Trump en 2024.
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En 2024, Jeff Bezos decidió que el Washington Post —del cual es dueño— no apoyaría a ningún candidato presidencial, rompiendo una tradición de 36 años de dar su apoyo exclusivamente a candidatos demócratas.
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Bezos se ha enfocado en alejar al medio de la injerencia demócrata que ha tenido por años, incorporando a más voces conservadoras para balancear la narrativa y renunciando a las políticas corporativas DEI (diversidad, equidad e inclusión).
En conclusión. Mark Zuckerberg se ha sumado a una lista de gurús de Silicon Valley que han reconocido los efectos nocivos de la injerencia política en el ciberespacio. Aunque, para fines prácticos, el internet esté regresando paulatinamente al sueño de John Perry Barlow, cabe la posibilidad de que los dueños de las plataformas solo estén acomodándose a las políticas del presidente Trump y su visión pro-libertad de expresión.
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Aunque parezca una mera sumisión hacia Trump —al igual que lo hicieron con la administración Biden—, no tomaron esta misma postura cuando Trump asumió la presidencia en 2017.
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Al contrario, en lugar de besar el anillo, la élite de Silicon Valley y los medios tradicionales tuvieron una postura antagónica durante su primera presidencia. El paradigma parece haber cambiado.
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Con retos importantes en el resto del mundo occidental —especialmente en Europa y Brasil—, la narrativa políticamente impuesta —y, sobre todo, la censura— en internet parecen estar llegando a su fin.