America First no es solo un eslogan, sino un plan país para Trump. Su presidencia hace tambalear al sistema internacional construido por EE. UU.
En perspectiva. Recién asumido el mando, Trump abandonó el Acuerdo de París. Aunque esperado, también sorprendió al mundo retirando a EE. UU. de la Organización Mundial de la Salud (OMS) y varias otras medidas contra el sistema mundial.
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De igual manera, volvió a imponer sanciones a la Corte Internacional de Justicia (ICJ, por sus siglas en inglés), con la bancada republicana impulsando legislar alrededor del tema.
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Sus tarifas recíprocas, adicionalmente, van en contra de las directrices de la Organización Mundial del Comercio (OMC) y el principio de Nación Más Favorecida.
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El mensaje es claro: para Trump, los problemas se resuelven de manera unilateral o bilateral. El multilateralismo es, para él, un estorbo.
Fisgón histórico. El sistema internacional se compone del conjunto de organizaciones creadas tras la Segunda Guerra Mundial, con el fin de mantener mecanismos permanentes de cooperación y resolución de conflictos. El actual sistema es hijo de la consolidación del mundo unipolar, con EE. UU. a la cabeza.
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Este sistema y la hegemonía de EE. UU. han sido responsables del mayor periodo de paz en la historia de la humanidad.
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El equilibrio de poder, los frenos y contrapesos, así como el sistema de alianzas consolidadas, permitió la desescalada de conflictos durante uno de los periodos geopolíticamente más tensos de la historia.
Entre líneas. La rigidez de los mecanismos para prevenir conflictos, como el poder de veto, ha devenido en cierta inefectividad de parte del principal organismo del sistema: la ONU. Crisis como la covid-19, por su parte, acrecentaron dichos cuestionamientos, debido a la lenta e ineficiente respuesta desde organismos como la OMS.
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La UE y la ONU —y sus organismos derivados— han priorizado metas como la emergencia climática y los derechos LGBT en países en vías de desarrollo, poniendo en segundo plano procesos clave para salir de la pobreza, como la industrialización.
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El fracaso de la ONU para prevenir conflictos como los de Rusia y Ucrania; el de la Franja de Gaza; Armenia y Azerbaiyán, entre otros, han lastimado la idea de la Pax Americana.
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Esto ha dado paso a movimientos nacionalistas, que valoran la soberanía por encima del multilateralismo y que achacan —en ocasiones, acertadamente— los problemas de sus países al globalismo.
Por qué importa. Aunque EE. UU. no esté abandonando el sistema, que su creador opte por el unilateralismo y bilateralismo, debilita su legitimidad ante el mundo. Mientras que las alianzas de occidente se debilitan, potencias como China fortalecen las suyas. Proyectos como la iniciativa de la de la Franja y la Ruta han mermado la influencia de organismos como el FMI en África, Asia y Latinoamérica.
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Países otrora aliados de occidente se acercan a China, mientras que —cada vez más— líderes occidentales dinamitan sus propios bloques.
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La ONU ha sido fundamental para la no-proliferación nuclear; principio clave para asegurar la paz mundial a través de una disuasión controlada.
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El colapso de la estructura internacional representaría el triunfo del nacionalismo como paradigma geopolítico; paradigma que, históricamente, ha sido un propulsor del expansionismo y la violencia.
En el radar. Aunque Trump no considere destruir el sistema, la salida de organizaciones clave y la amenaza de abandonar la OTAN, agregado al retiro de tropas en Afganistán en 2021, han debilitado la imagen de EE. UU. como el policía del mundo.
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A pesar de que Trump busque imponer respeto para su país con medidas drásticas, estas podrían perderle el respeto de sus aliados y fomentar la irreverencia de sus enemigos.
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Donald Trump añora los años de un orden mundial unipolar; sin embargo, el actual escenario global se ha acostumbrado a su naturaleza anárquica y a la multipolaridad.
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Los próximos cuatro años estarán marcados por una constante tensión entre un sistema de equilibrio de poder y la superpotencia que lo creó, pero que cree cada vez menos en su visión original.
America First no es solo un eslogan, sino un plan país para Trump. Su presidencia hace tambalear al sistema internacional construido por EE. UU.
En perspectiva. Recién asumido el mando, Trump abandonó el Acuerdo de París. Aunque esperado, también sorprendió al mundo retirando a EE. UU. de la Organización Mundial de la Salud (OMS) y varias otras medidas contra el sistema mundial.
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De igual manera, volvió a imponer sanciones a la Corte Internacional de Justicia (ICJ, por sus siglas en inglés), con la bancada republicana impulsando legislar alrededor del tema.
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El mensaje es claro: para Trump, los problemas se resuelven de manera unilateral o bilateral. El multilateralismo es, para él, un estorbo.
Fisgón histórico. El sistema internacional se compone del conjunto de organizaciones creadas tras la Segunda Guerra Mundial, con el fin de mantener mecanismos permanentes de cooperación y resolución de conflictos. El actual sistema es hijo de la consolidación del mundo unipolar, con EE. UU. a la cabeza.
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Este sistema y la hegemonía de EE. UU. han sido responsables del mayor periodo de paz en la historia de la humanidad.
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El equilibrio de poder, los frenos y contrapesos, así como el sistema de alianzas consolidadas, permitió la desescalada de conflictos durante uno de los periodos geopolíticamente más tensos de la historia.
Entre líneas. La rigidez de los mecanismos para prevenir conflictos, como el poder de veto, ha devenido en cierta inefectividad de parte del principal organismo del sistema: la ONU. Crisis como la covid-19, por su parte, acrecentaron dichos cuestionamientos, debido a la lenta e ineficiente respuesta desde organismos como la OMS.
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La UE y la ONU —y sus organismos derivados— han priorizado metas como la emergencia climática y los derechos LGBT en países en vías de desarrollo, poniendo en segundo plano procesos clave para salir de la pobreza, como la industrialización.
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El fracaso de la ONU para prevenir conflictos como los de Rusia y Ucrania; el de la Franja de Gaza; Armenia y Azerbaiyán, entre otros, han lastimado la idea de la Pax Americana.
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Esto ha dado paso a movimientos nacionalistas, que valoran la soberanía por encima del multilateralismo y que achacan —en ocasiones, acertadamente— los problemas de sus países al globalismo.
Por qué importa. Aunque EE. UU. no esté abandonando el sistema, que su creador opte por el unilateralismo y bilateralismo, debilita su legitimidad ante el mundo. Mientras que las alianzas de occidente se debilitan, potencias como China fortalecen las suyas. Proyectos como la iniciativa de la de la Franja y la Ruta han mermado la influencia de organismos como el FMI en África, Asia y Latinoamérica.
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Países otrora aliados de occidente se acercan a China, mientras que —cada vez más— líderes occidentales dinamitan sus propios bloques.
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La ONU ha sido fundamental para la no-proliferación nuclear; principio clave para asegurar la paz mundial a través de una disuasión controlada.
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El colapso de la estructura internacional representaría el triunfo del nacionalismo como paradigma geopolítico; paradigma que, históricamente, ha sido un propulsor del expansionismo y la violencia.
En el radar. Aunque Trump no considere destruir el sistema, la salida de organizaciones clave y la amenaza de abandonar la OTAN, agregado al retiro de tropas en Afganistán en 2021, han debilitado la imagen de EE. UU. como el policía del mundo.
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A pesar de que Trump busque imponer respeto para su país con medidas drásticas, estas podrían perderle el respeto de sus aliados y fomentar la irreverencia de sus enemigos.
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Donald Trump añora los años de un orden mundial unipolar; sin embargo, el actual escenario global se ha acostumbrado a su naturaleza anárquica y a la multipolaridad.
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Los próximos cuatro años estarán marcados por una constante tensión entre un sistema de equilibrio de poder y la superpotencia que lo creó, pero que cree cada vez menos en su visión original.