EE. UU. parece abdicar de su compromiso como policía del mundo, pero sin ceder su autoridad.
En perspectiva. Donald Trump sabe que los retos internos de EE. UU. exceden a sus responsabilidades internacionales. La postura del nuevo presidente se basa en ordenar su casa, antes de ponerle atención a los árboles de los jardines vecinos.
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Aunque lógico, EE. UU. es uno de los pocos países que no pueden descuidar sus relaciones con el resto del mundo.
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En ello existe el riesgo de perder la autoridad que, desde 1945, ha tenido sobre todo el hemisferio occidental.
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El aislacionismo fue un privilegio que se pudieron dar los presidentes de finales del siglo XIX y principios del XX; hoy, si Trump quiere reafirmar la hegemonía americana, no puede desatender a sus aliados.
Qué destacar. Europa siempre ha mirado con recelo la autoridad de EE. UU., pero ha sido un costo que han aceptado por el beneficio de tercerizar sus servicios de defensa. Esa relación simbiótica está implosionando con la postura de Trump sobre la guerra en Ucrania. Tras aislar a Volodímir Zelenski de las negociaciones de paz con Putin, Trump ha reiterado que el ucraniano ya no es un aliado.
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Dado que ha sido EE. UU. quien ha financiado mayoritariamente los esfuerzos bélicos, ha asumido el derecho de decidir las condiciones para el fin del conflicto, marginando a Europa del proceso.
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Trump quiere terminar la guerra en los primeros 100 días de su gobierno. Impondrá, probablemente, una solución apresurada que implique una victoria rusa, ganando territorio ucraniano en una guerra que Putin no pudo ganar militarmente.
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Además de acusarle de chantajear a EE. UU. para gastar cientos de miles de millones de dólares en una guerra que “no puede ser ganada”, Trump llamó dictador a Zelenski y le advirtió que, o se mueve rápido o “no le va a quedar país”.
Entre líneas. A Europa se le impondrá una resolución que vulnera su seguridad continental. Aunque su capacidad sea cuestionable, las aspiraciones expansionistas de Putin no lo son. Ceder poder a un enemigo —de momento— débil es una política de apaciguamiento que se ha demostrado fracasada en el pasado; Europa lo sabe, pues sufrió en carne propia la ingenuidad de Chamberlain.
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Para Trump, esto es un problema exclusivamente de Europa. La UE ha tardado mucho en desarrollar una política de defensa independiente y pagará caro el precio de una alianza que se ha deteriorado.
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La fractura entre EE. UU. y Europa es uno de los reveses más fuertes dentro de la mayor alianza militar de la historia, nacida con el Tratado del Atlántico Norte.
Sí, pero. Sus recientes negociaciones con Maduro presagian un futuro similar al de Ucrania para la oposición venezolana. México y Canadá, por otro lado, pasaron de ser los dos mayores socios comerciales de EE. UU. a estar al borde de una guerra comercial, por asuntos fronterizos.
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La segunda presidencia del republicano busca reafirmar la hegemonía de su país ante el mundo, exigiendo relaciones más simétricas. Sus pares deben colaborar más con EE. UU. o atenerse a las consecuencias.
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El estadounidense está en su derecho de exigir más lealtad, pero tendrá que asumir el costo.
En el radar. Los esfuerzos de Trump están enfocados en sanear su economía nacional, resolver su crisis fronteriza y debilitar el creciente poder de China. De momento, el presidente ha dejado claro que EE. UU. debe ser más respetado por sus propios aliados, ya que no teme a saltarse las negociaciones de bloque para enfrentarse directamente con sus enemigos.
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Aunque siga siendo el país más poderoso del mundo, su hegemonía no es lo suficientemente dominante como para enfrentarse a todos sus enemigos solo.
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Eventualmente, necesitará de esas alianzas que ha debilitado en el camino; aliados a los que China buscará acercarse.
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Para seguir dictando las normas del mundo y exigiendo su cumplimiento, Trump no puede avocarse al aislacionismo y la unilateralidad.
EE. UU. parece abdicar de su compromiso como policía del mundo, pero sin ceder su autoridad.
En perspectiva. Donald Trump sabe que los retos internos de EE. UU. exceden a sus responsabilidades internacionales. La postura del nuevo presidente se basa en ordenar su casa, antes de ponerle atención a los árboles de los jardines vecinos.
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Aunque lógico, EE. UU. es uno de los pocos países que no pueden descuidar sus relaciones con el resto del mundo.
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En ello existe el riesgo de perder la autoridad que, desde 1945, ha tenido sobre todo el hemisferio occidental.
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El aislacionismo fue un privilegio que se pudieron dar los presidentes de finales del siglo XIX y principios del XX; hoy, si Trump quiere reafirmar la hegemonía americana, no puede desatender a sus aliados.
Qué destacar. Europa siempre ha mirado con recelo la autoridad de EE. UU., pero ha sido un costo que han aceptado por el beneficio de tercerizar sus servicios de defensa. Esa relación simbiótica está implosionando con la postura de Trump sobre la guerra en Ucrania. Tras aislar a Volodímir Zelenski de las negociaciones de paz con Putin, Trump ha reiterado que el ucraniano ya no es un aliado.
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Dado que ha sido EE. UU. quien ha financiado mayoritariamente los esfuerzos bélicos, ha asumido el derecho de decidir las condiciones para el fin del conflicto, marginando a Europa del proceso.
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Trump quiere terminar la guerra en los primeros 100 días de su gobierno. Impondrá, probablemente, una solución apresurada que implique una victoria rusa, ganando territorio ucraniano en una guerra que Putin no pudo ganar militarmente.
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Además de acusarle de chantajear a EE. UU. para gastar cientos de miles de millones de dólares en una guerra que “no puede ser ganada”, Trump llamó dictador a Zelenski y le advirtió que, o se mueve rápido o “no le va a quedar país”.
Entre líneas. A Europa se le impondrá una resolución que vulnera su seguridad continental. Aunque su capacidad sea cuestionable, las aspiraciones expansionistas de Putin no lo son. Ceder poder a un enemigo —de momento— débil es una política de apaciguamiento que se ha demostrado fracasada en el pasado; Europa lo sabe, pues sufrió en carne propia la ingenuidad de Chamberlain.
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Para Trump, esto es un problema exclusivamente de Europa. La UE ha tardado mucho en desarrollar una política de defensa independiente y pagará caro el precio de una alianza que se ha deteriorado.
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La fractura entre EE. UU. y Europa es uno de los reveses más fuertes dentro de la mayor alianza militar de la historia, nacida con el Tratado del Atlántico Norte.
Sí, pero. Sus recientes negociaciones con Maduro presagian un futuro similar al de Ucrania para la oposición venezolana. México y Canadá, por otro lado, pasaron de ser los dos mayores socios comerciales de EE. UU. a estar al borde de una guerra comercial, por asuntos fronterizos.
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La segunda presidencia del republicano busca reafirmar la hegemonía de su país ante el mundo, exigiendo relaciones más simétricas. Sus pares deben colaborar más con EE. UU. o atenerse a las consecuencias.
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El estadounidense está en su derecho de exigir más lealtad, pero tendrá que asumir el costo.
En el radar. Los esfuerzos de Trump están enfocados en sanear su economía nacional, resolver su crisis fronteriza y debilitar el creciente poder de China. De momento, el presidente ha dejado claro que EE. UU. debe ser más respetado por sus propios aliados, ya que no teme a saltarse las negociaciones de bloque para enfrentarse directamente con sus enemigos.
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Aunque siga siendo el país más poderoso del mundo, su hegemonía no es lo suficientemente dominante como para enfrentarse a todos sus enemigos solo.
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Eventualmente, necesitará de esas alianzas que ha debilitado en el camino; aliados a los que China buscará acercarse.
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Para seguir dictando las normas del mundo y exigiendo su cumplimiento, Trump no puede avocarse al aislacionismo y la unilateralidad.