Dentro del gobierno de Trump conviven dos agendas parcialmente alineadas, pero con orígenes, prioridades y lógicas estratégicas distintas, con respecto a Venezuela.
En perspectiva. Por una parte, existe la postura de una guerra hemisférica contra los cárteles, eje central de la Estrategia de Seguridad Nacional 2025, y, por otro, la agenda de cambio de régimen, impulsada desde ciertos sectores del gabinete, particularmente el secretario de Estado Marco Rubio.
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La tensión entre ambas líneas se ha vuelto visible por la forma en que Washington vincula a Venezuela con el narcotráfico, la manera en que describe al régimen de Maduro y la posibilidad de emplear la fuerza letal contra objetivos del narco en tierra.
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El debate no es si Venezuela es relevante para la política exterior estadounidense, sino para qué lo es.
Por qué importa. Lo que EE. UU. decida priorizar condicionará la naturaleza de cualquier acción militar, determinará el tipo de alianzas que Washington buscará en la región y, sobre todo, definirá la estabilidad del Caribe ante la posibilidad de una intervención directa.
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Ya sea Trump, con su visión transaccional y enfocada en amenazas directas, o figuras como Rubio y Hegseth, que buscan ampliar los objetivos estratégicos más allá de lo expresamente señalado en la Estrategia de Seguridad Nacional.
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El conflicto con Venezuela expresa dos visiones dicotómicas de la política exterior. La popularmente llamada Doctrina Donroe, que concibe la hegemonía desde un aislamiento estratégico y una política más expansionista y similar a la de la Guerra Fría.
Cómo funciona. El manifiesto de Estrategia de Seguridad Nacional de la Administración Trump deja poco margen de duda. La amenaza primordial en el hemisferio son los cárteles y el flujo de drogas hacia EE. UU. La región, en consecuencia, importa en la medida en que afecta la seguridad interna. El “Trump Corollary” a la Doctrina Monroe —lo que llamamos Doctrina Donroe— prioriza exactamente esto:
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El control migratorio, la destrucción de redes criminales, la negación de presencia extranjera adversaria en su territorio y la protección de rutas marítimas.
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La referencia explícita a emplear fuerza letal contra cárteles y a reorientar la presencia militar hacia el Caribe muestra que el foco no es la democratización de Venezuela, sino la neutralización de amenazas que impactan directamente a EE. UU.
Sí, pero. Rubio, por su parte, ha sostenido durante más de una década que Venezuela debe transitar hacia un gobierno democrático y abandonar el autoritarismo chavista. Su prioridad es la caída de Maduro, no solo por razones geopolíticas, sino morales e ideológicas. Rubio ve la lucha antinarcóticos como una herramienta útil para justificar acciones más contundentes contra el régimen; su agenda de cambio de régimen puede montarse sobre la prioridad antidrogas de Trump.
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Para Rubio, la relación Venezuela-narcotráfico es estructural y solo desaparecerá con un cambio político profundo.
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Para Trump, esa relación es instrumental. Si un actor en Venezuela deja de ser una amenaza directa, su interés se reduce.
Punto de fricción. Trump no delega totalmente, pero sí permite que figuras cercanas impulsen agendas propias siempre que no contradigan su marco general. Esto deja espacio a Rubio para moldear la política, pero solo dentro del perímetro impuesto por Trump, o por lo menos dentro de lo que él percibe como su perímetro.
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La reciente desescalada sugiere que el presidente es capaz de frenar cuando los costos políticos superan el beneficio directo para EE. UU.
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Rubio, en cambio, ve una ventana estratégica que se estrecha. En la medida en que las tensiones se enfrían, las probabilidades de que el régimen de Maduro caiga también lo hacen.
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Por ello, el Secretario de Estado tiene un incentivo a mantener la presión, algo que para Trump puede no convenir tanto dentro de una estrategia más prolongada para la lucha antinarcóticos.
En conclusión. En esta pugna, Trump marca la prioridad: la guerra contra los cárteles.
- Rubio, desde su bando, intenta insertar el cambio de régimen dentro de esa narrativa, pero su agenda solo avanzará si puede demostrarle al presidente que derrocar a Maduro es instrumental para la seguridad interna estadounidense.
Dentro del gobierno de Trump conviven dos agendas parcialmente alineadas, pero con orígenes, prioridades y lógicas estratégicas distintas, con respecto a Venezuela.
En perspectiva. Por una parte, existe la postura de una guerra hemisférica contra los cárteles, eje central de la Estrategia de Seguridad Nacional 2025, y, por otro, la agenda de cambio de régimen, impulsada desde ciertos sectores del gabinete, particularmente el secretario de Estado Marco Rubio.
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La tensión entre ambas líneas se ha vuelto visible por la forma en que Washington vincula a Venezuela con el narcotráfico, la manera en que describe al régimen de Maduro y la posibilidad de emplear la fuerza letal contra objetivos del narco en tierra.
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El debate no es si Venezuela es relevante para la política exterior estadounidense, sino para qué lo es.
Por qué importa. Lo que EE. UU. decida priorizar condicionará la naturaleza de cualquier acción militar, determinará el tipo de alianzas que Washington buscará en la región y, sobre todo, definirá la estabilidad del Caribe ante la posibilidad de una intervención directa.
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Ya sea Trump, con su visión transaccional y enfocada en amenazas directas, o figuras como Rubio y Hegseth, que buscan ampliar los objetivos estratégicos más allá de lo expresamente señalado en la Estrategia de Seguridad Nacional.
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El conflicto con Venezuela expresa dos visiones dicotómicas de la política exterior. La popularmente llamada Doctrina Donroe, que concibe la hegemonía desde un aislamiento estratégico y una política más expansionista y similar a la de la Guerra Fría.
Cómo funciona. El manifiesto de Estrategia de Seguridad Nacional de la Administración Trump deja poco margen de duda. La amenaza primordial en el hemisferio son los cárteles y el flujo de drogas hacia EE. UU. La región, en consecuencia, importa en la medida en que afecta la seguridad interna. El “Trump Corollary” a la Doctrina Monroe —lo que llamamos Doctrina Donroe— prioriza exactamente esto:
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El control migratorio, la destrucción de redes criminales, la negación de presencia extranjera adversaria en su territorio y la protección de rutas marítimas.
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La referencia explícita a emplear fuerza letal contra cárteles y a reorientar la presencia militar hacia el Caribe muestra que el foco no es la democratización de Venezuela, sino la neutralización de amenazas que impactan directamente a EE. UU.
Sí, pero. Rubio, por su parte, ha sostenido durante más de una década que Venezuela debe transitar hacia un gobierno democrático y abandonar el autoritarismo chavista. Su prioridad es la caída de Maduro, no solo por razones geopolíticas, sino morales e ideológicas. Rubio ve la lucha antinarcóticos como una herramienta útil para justificar acciones más contundentes contra el régimen; su agenda de cambio de régimen puede montarse sobre la prioridad antidrogas de Trump.
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Para Rubio, la relación Venezuela-narcotráfico es estructural y solo desaparecerá con un cambio político profundo.
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Para Trump, esa relación es instrumental. Si un actor en Venezuela deja de ser una amenaza directa, su interés se reduce.
Punto de fricción. Trump no delega totalmente, pero sí permite que figuras cercanas impulsen agendas propias siempre que no contradigan su marco general. Esto deja espacio a Rubio para moldear la política, pero solo dentro del perímetro impuesto por Trump, o por lo menos dentro de lo que él percibe como su perímetro.
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La reciente desescalada sugiere que el presidente es capaz de frenar cuando los costos políticos superan el beneficio directo para EE. UU.
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Rubio, en cambio, ve una ventana estratégica que se estrecha. En la medida en que las tensiones se enfrían, las probabilidades de que el régimen de Maduro caiga también lo hacen.
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Por ello, el Secretario de Estado tiene un incentivo a mantener la presión, algo que para Trump puede no convenir tanto dentro de una estrategia más prolongada para la lucha antinarcóticos.
En conclusión. En esta pugna, Trump marca la prioridad: la guerra contra los cárteles.
- Rubio, desde su bando, intenta insertar el cambio de régimen dentro de esa narrativa, pero su agenda solo avanzará si puede demostrarle al presidente que derrocar a Maduro es instrumental para la seguridad interna estadounidense.
EL TIPO DE CAMBIO DE HOY ES DE: