Nicolás Maduro tomó posesión en una ceremonia destacada por su poca legitimidad, mientras la oposición se repliega y planea tomar el poder.
Panorama general. El pasado viernes, Nicolás Maduro asumió —ilegalmente— un tercer periodo presidencial. Con nulo reconocimiento internacional de parte de gobiernos democráticos, Maduro se perpetuará en el poder seis años más. A la ceremonia asistieron solamente tres jefes presidentes: Daniel Ortega, Miguel Díaz-Canel y Denis Sassou-N'Guesso.
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El mundo democrático le dio la espalda al dictador, quien, tras perder las elecciones, consumó el golpe de Estado y se proclamó vencedor sin haber presentado evidencia que respaldara su supuesta victoria.
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Sí, pero. Edmundo González había anunciado su regreso a Venezuela; el presidente electo prometió llegar al país —a pesar de la orden de aprehensión en su contra— para llevar a cabo una toma de posesión paralela a la de Maduro. No obstante, tras la captura de María Corina Machado en una manifestación en Caracas, se tomó la decisión de posponer el regreso triunfal de González. “Edmundo vendrá a juramentarse como presidente constitucional de Venezuela en el momento correcto, cuando las condiciones sean las adecuadas”, declaró Machado.
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Para evitar el ingreso del presidente electo, Maduro ordenó cerrar las fronteras terrestres y el espacio aéreo de Venezuela.
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La oposición decidió replegarse y proteger la integridad física de González, para intentar defender los resultados de las elecciones en un futuro cercano.
En el radar. Aunque la oposición promete que Edmundo será juramentado y ejercerá como presidente de Venezuela, la ruta no está clara. La vía democrática fue agotada el pasado 28 de julio. Ni siquiera con una abrumadora victoria del 67 % de los votos se pudo derrocar a Maduro. La idea, propuesta por la administración Biden, de convencer a un tirano de respetar una transición de poder democrática fracasó rotundamente.
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La realidad es que, a pesar del apoyo ciudadano hacia la oposición, las condenas de democracias occidentales y el reconocimiento a Edmundo González, Maduro sigue en el poder.
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Su mandato no se sostiene con el apoyo popular, sino por la lealtad de los altos mandos del ejército.
Entre líneas. A pesar de que González ordenara “al alto mando militar desconocer órdenes ilegales”, el escenario es poco probable. La élite castrense venezolana le es leal a Maduro, ya que vive de los réditos de su dictadura. Tanto a través de negocios como el narcotráfico, como sobresueldos y privilegios —como el control de empresas públicas—, los altos mandos son tan responsables de la miseria de Venezuela como el propio Maduro.
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Conseguir el apoyo de la jefatura requeriría renunciar a ciertos ideales de un Estado de derecho y ofrecer garantías e indultos a aquellos que se rebelen contra Maduro.
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La oposición debe identificar una élite de oficiales de rangos medios que estén dispuestos a movilizar a sus subalternos y desobedecer las órdenes directas del legítimo presidente electo.
En conclusión. La ruta de la oposición requiere de vastos recursos económicos y logísticos. La diplomacia y el apoyo de potencias como EE. UU. y la Unión Europea son una parte fundamental para derrocar a Maduro, más no suficiente. Edmundo González no podrá siquiera ingresar a Venezuela sin el apoyo de algún segmento de los cuerpos de seguridad del Estado que se lo permitan. Las soluciones, a estas alturas, superan los límites de la institucionalidad.
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El hartazgo ciudadano con el régimen hace de este el momento idóneo. Tras tantos años de una oposición fragmentada, los venezolanos tienen todo de cara desde el bando ciudadano.
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El liderazgo de María Corina Machado y Edmundo González deberá trascender a una fase más activa, donde las movilizaciones ciudadanas generen una respuesta del régimen que indigne a esos mandos intermedios.
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A un régimen tiránico, auspiciado por enemigos de EE. UU. como Rusia e Irán y con recursos ilimitados por el petróleo y la droga, será difícil de derrocarle solamente con discursos inspiradores y diplomacia.
Nicolás Maduro tomó posesión en una ceremonia destacada por su poca legitimidad, mientras la oposición se repliega y planea tomar el poder.
Panorama general. El pasado viernes, Nicolás Maduro asumió —ilegalmente— un tercer periodo presidencial. Con nulo reconocimiento internacional de parte de gobiernos democráticos, Maduro se perpetuará en el poder seis años más. A la ceremonia asistieron solamente tres jefes presidentes: Daniel Ortega, Miguel Díaz-Canel y Denis Sassou-N'Guesso.
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El mundo democrático le dio la espalda al dictador, quien, tras perder las elecciones, consumó el golpe de Estado y se proclamó vencedor sin haber presentado evidencia que respaldara su supuesta victoria.
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Sí, pero. Edmundo González había anunciado su regreso a Venezuela; el presidente electo prometió llegar al país —a pesar de la orden de aprehensión en su contra— para llevar a cabo una toma de posesión paralela a la de Maduro. No obstante, tras la captura de María Corina Machado en una manifestación en Caracas, se tomó la decisión de posponer el regreso triunfal de González. “Edmundo vendrá a juramentarse como presidente constitucional de Venezuela en el momento correcto, cuando las condiciones sean las adecuadas”, declaró Machado.
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Para evitar el ingreso del presidente electo, Maduro ordenó cerrar las fronteras terrestres y el espacio aéreo de Venezuela.
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La oposición decidió replegarse y proteger la integridad física de González, para intentar defender los resultados de las elecciones en un futuro cercano.
En el radar. Aunque la oposición promete que Edmundo será juramentado y ejercerá como presidente de Venezuela, la ruta no está clara. La vía democrática fue agotada el pasado 28 de julio. Ni siquiera con una abrumadora victoria del 67 % de los votos se pudo derrocar a Maduro. La idea, propuesta por la administración Biden, de convencer a un tirano de respetar una transición de poder democrática fracasó rotundamente.
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La realidad es que, a pesar del apoyo ciudadano hacia la oposición, las condenas de democracias occidentales y el reconocimiento a Edmundo González, Maduro sigue en el poder.
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Su mandato no se sostiene con el apoyo popular, sino por la lealtad de los altos mandos del ejército.
Entre líneas. A pesar de que González ordenara “al alto mando militar desconocer órdenes ilegales”, el escenario es poco probable. La élite castrense venezolana le es leal a Maduro, ya que vive de los réditos de su dictadura. Tanto a través de negocios como el narcotráfico, como sobresueldos y privilegios —como el control de empresas públicas—, los altos mandos son tan responsables de la miseria de Venezuela como el propio Maduro.
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Conseguir el apoyo de la jefatura requeriría renunciar a ciertos ideales de un Estado de derecho y ofrecer garantías e indultos a aquellos que se rebelen contra Maduro.
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La oposición debe identificar una élite de oficiales de rangos medios que estén dispuestos a movilizar a sus subalternos y desobedecer las órdenes directas del legítimo presidente electo.
En conclusión. La ruta de la oposición requiere de vastos recursos económicos y logísticos. La diplomacia y el apoyo de potencias como EE. UU. y la Unión Europea son una parte fundamental para derrocar a Maduro, más no suficiente. Edmundo González no podrá siquiera ingresar a Venezuela sin el apoyo de algún segmento de los cuerpos de seguridad del Estado que se lo permitan. Las soluciones, a estas alturas, superan los límites de la institucionalidad.
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El hartazgo ciudadano con el régimen hace de este el momento idóneo. Tras tantos años de una oposición fragmentada, los venezolanos tienen todo de cara desde el bando ciudadano.
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El liderazgo de María Corina Machado y Edmundo González deberá trascender a una fase más activa, donde las movilizaciones ciudadanas generen una respuesta del régimen que indigne a esos mandos intermedios.
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A un régimen tiránico, auspiciado por enemigos de EE. UU. como Rusia e Irán y con recursos ilimitados por el petróleo y la droga, será difícil de derrocarle solamente con discursos inspiradores y diplomacia.