En Latinoamérica, la autoconstrucción se ha vuelto la vía más común para que millones de familias logren una vivienda y Guatemala no es la excepción. Sin embargo, el proceso suele ser lento, costoso y emocionalmente agotador. De ahí surge la pregunta central: ¿cómo lograrlo de manera más rápida, digna y competitiva?
Por qué importa. La autoconstrucción suele ser la salida para familias de bajos ingresos, pero también se convierte en un camino lleno de cargas emocionales y económicas. El déficit habitacional latinoamericano, con 23 millones de viviendas faltantes y 54 millones con carencias cualitativas, revela una crisis estructural que requiere soluciones innovadoras.
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Jackeline Turcios, general athlete de InnovArise by Grupo AG, abordó el tema durante el “Building Latam Fest Guatemala 2025”. “La carga emocional de construir progresivamente es enorme, sobre todo cuando las familias avanzan sin apoyo técnico ni recursos claros”.
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Los problemas más frecuentes son techos que no protegen, pisos de tierra y cocinas que afectan la salud, evidenciando que no basta con tener “una vivienda”, sino una vivienda digna.
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En este sentido, la planificación previa no es un lujo: es la herramienta que permite acortar tiempos, reducir desperdicio y dar seguridad a quienes emprenden este esfuerzo.
Lo indispensable. La autoconstrucción no desaparecerá, pero sí puede transformarse. El reto es pasar de la improvisación al acompañamiento técnico y financiero que convierta cada esfuerzo familiar en un proyecto más rápido, seguro y con menos pérdidas.
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Turcios enfatizó que muchas familias no son conscientes de los retos hasta que ya están “dentro del proceso”, lo que multiplica errores y sobrecostos hasta en 2.5 veces.
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Los microcréditos y fondos específicos pueden acelerar procesos y dar liquidez y así evitar que las obras se estanquen por años. La clave es crear instrumentos adaptados a la realidad local.
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Asimismo, incorporar técnicas modulares y materiales más eficientes permitiría reducir hasta un tercio del tiempo de construcción, generando menos estrés y mayor certidumbre.
Punto de fricción. El acceso desigual a financiamiento y conocimiento técnico mantiene atrapadas a millones de familias en un ciclo de precariedad. La vivienda se construye, pero sin planificación se acumulan errores costosos y estructuras vulnerables que no elevan la competitividad de comunidades enteras.
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En áreas rurales y periurbanas, quienes inician sin asesoría suelen enfrentar endeudamiento y riesgo de colapso en la obra, lo que termina por perpetuar la pobreza.
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Turcios señaló que el verdadero desafío es “volver visible lo invisible”. Es decir, evidenciar que la planeación es un paso fundamental.
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Sin coordinación público-privada, la inversión se diluye en soluciones parciales. Por ello, falta alinear incentivos para que la vivienda accesible se entienda como base de productividad nacional.
Lo que sigue. La vivienda accesible no debe verse solo como un techo, sino como un factor de competitividad. Agilizar la autoconstrucción con financiamiento flexible, asesoría técnica y planificación puede reducir costos, aumentar dignidad y generar comunidades más productivas y seguras.
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Democratizar la planeación es el siguiente paso: mostrar que cada etapa debe estar prevista para evitar sobrecostos y frustraciones, elevando la confianza de las familias.
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Proyectos piloto de autoconstrucción asistida demuestran que reducir tiempos y desperdicio no solo mejora calidad de vida. Genera, a su vez, empleo y dinamiza economías locales.
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En palabras de Turcios, el objetivo es “hacer el proceso más fluido y alcanzable”. Se trata de crear un entorno donde construir una casa deje de ser un desgaste y se convierta en una oportunidad de progreso.
En Latinoamérica, la autoconstrucción se ha vuelto la vía más común para que millones de familias logren una vivienda y Guatemala no es la excepción. Sin embargo, el proceso suele ser lento, costoso y emocionalmente agotador. De ahí surge la pregunta central: ¿cómo lograrlo de manera más rápida, digna y competitiva?
Por qué importa. La autoconstrucción suele ser la salida para familias de bajos ingresos, pero también se convierte en un camino lleno de cargas emocionales y económicas. El déficit habitacional latinoamericano, con 23 millones de viviendas faltantes y 54 millones con carencias cualitativas, revela una crisis estructural que requiere soluciones innovadoras.
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Jackeline Turcios, general athlete de InnovArise by Grupo AG, abordó el tema durante el “Building Latam Fest Guatemala 2025”. “La carga emocional de construir progresivamente es enorme, sobre todo cuando las familias avanzan sin apoyo técnico ni recursos claros”.
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Los problemas más frecuentes son techos que no protegen, pisos de tierra y cocinas que afectan la salud, evidenciando que no basta con tener “una vivienda”, sino una vivienda digna.
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En este sentido, la planificación previa no es un lujo: es la herramienta que permite acortar tiempos, reducir desperdicio y dar seguridad a quienes emprenden este esfuerzo.
Lo indispensable. La autoconstrucción no desaparecerá, pero sí puede transformarse. El reto es pasar de la improvisación al acompañamiento técnico y financiero que convierta cada esfuerzo familiar en un proyecto más rápido, seguro y con menos pérdidas.
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Turcios enfatizó que muchas familias no son conscientes de los retos hasta que ya están “dentro del proceso”, lo que multiplica errores y sobrecostos hasta en 2.5 veces.
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Los microcréditos y fondos específicos pueden acelerar procesos y dar liquidez y así evitar que las obras se estanquen por años. La clave es crear instrumentos adaptados a la realidad local.
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Asimismo, incorporar técnicas modulares y materiales más eficientes permitiría reducir hasta un tercio del tiempo de construcción, generando menos estrés y mayor certidumbre.
Punto de fricción. El acceso desigual a financiamiento y conocimiento técnico mantiene atrapadas a millones de familias en un ciclo de precariedad. La vivienda se construye, pero sin planificación se acumulan errores costosos y estructuras vulnerables que no elevan la competitividad de comunidades enteras.
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En áreas rurales y periurbanas, quienes inician sin asesoría suelen enfrentar endeudamiento y riesgo de colapso en la obra, lo que termina por perpetuar la pobreza.
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Turcios señaló que el verdadero desafío es “volver visible lo invisible”. Es decir, evidenciar que la planeación es un paso fundamental.
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Sin coordinación público-privada, la inversión se diluye en soluciones parciales. Por ello, falta alinear incentivos para que la vivienda accesible se entienda como base de productividad nacional.
Lo que sigue. La vivienda accesible no debe verse solo como un techo, sino como un factor de competitividad. Agilizar la autoconstrucción con financiamiento flexible, asesoría técnica y planificación puede reducir costos, aumentar dignidad y generar comunidades más productivas y seguras.
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Democratizar la planeación es el siguiente paso: mostrar que cada etapa debe estar prevista para evitar sobrecostos y frustraciones, elevando la confianza de las familias.
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Proyectos piloto de autoconstrucción asistida demuestran que reducir tiempos y desperdicio no solo mejora calidad de vida. Genera, a su vez, empleo y dinamiza economías locales.
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En palabras de Turcios, el objetivo es “hacer el proceso más fluido y alcanzable”. Se trata de crear un entorno donde construir una casa deje de ser un desgaste y se convierta en una oportunidad de progreso.