La manera en la que cruzas los brazos o los dedos de las manos y tu capacidad para doblar la lengua supuestamente está escrita en tus genes.
A continuación hemos recopilado 3 mitos sobre genética que se resisten a morir.
Nos encanta atribuir determinados rasgos a nuestros padres o abuelos. En genética, se conoce como rasgo mendeliano aquel que depende de dos alelos de un único gen.
Si el hijo recibe el alelo dominante de alguno de sus padres, tendrá ese rasgo. Si recibe el alelo recesivo de ambos, no lo tendrá.
Es una especie de moneda al aire que afecta a un puñado de rasgos, pero a menudo usamos esa dicotomía para explicar rasgos que en realidad no dependen para nada de un único gen.
Todos los mitos expuestos aquí han sido recopilados a partir de diferentes estudios sobre genética gracias al trabajo del profesor John H. McDonald, de la Universidad de Delaware.
1. Entrecruzar los brazos
La mayor parte de personas nos cruzamos de brazos poniendo siempre el mismo brazo por encima del otro.
Es algo tan intuitivo que aunque podemos hacerlo al revés necesitamos concentrarnos y la postura resultante nos parece antinatural.
Existe la creencia de que la manera en la que cruzas los brazos está determinada genéticamente por un gen con dos alelos en el que el dominante es el que se pone por encima del brazo derecho.
En 1938 y 1998 se realizaron varios estudios para demostrar este punto tanto con familias como con hermanos gemelos que comparten el mismo ADN.
El resultado fue completamente negativo. Sea lo que sea que nos hace cruzar los brazos de una manera u otra, desde luego no está en un solo gen.
2. Entrecruzar los dedos
Si hay un mito en torno a cómo cruzamos los brazos era obvio que iba a aparecer otro sobre cómo entrecruzamos los dedos de ambas manos.
La mayor parte de las personas lo hacemos con la mano derecha como dominante (el dedo que queda más arriba si ponemos las manos horizontales siempre es de la mano derecha).
De nuevo, existe el mito de que esto es un rasgo genético heredado.
El primer estudio al respecto se remonta a 1908, pero ha habido otros en 1932, 1965, 1998 y 1999.
La conclusión de todos ellos es la misma. No se trata de un rasgo genético mendeliano.
3. El color de ojos
Durante mucho tiempo se pensó que el color de ojos era un rasgo mendeliano, pero la realidad sobre el color de ojos es infinitamente más complicada.
Las diferentes tonalidades se deben a la cantidad y proporción de dos tipos de melanina (un pigmento natural producido por unas células llamadas melanocitos): la eumelanina, que es de tonalidad marrón oscuro, y la feomelanina, que es rojiza.
No existe ningún pigmento azul ni verde, ni gris en los ojos. Los iris de esos colores se deben a que tienen tan poco pigmento que las fibras de colágeno son visibles en su tono blanquecino natural.
La proporción de la poca eumelanina y feomelanina que haya, combinada con la topografía del iris y cómo refracta la luz sobre su superficie son las que determinan el color final, y este puede ir cambiando a lo largo de la vida de una persona.
En términos genéticos, ¿de qué depende que tengamos más o menos melanina en los ojos? La respuesta está en los genes HERC2 y OCA2 del cromosoma 15, pero no actúan por sí solos.
Se calcula que hay al menos otros 10 genes cuya interacción modifica el color de ojos y sí. Dos padres con los ojos azules pueden tener un hijo con los ojos marrones.
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La mayor parte de personas nos cruzamos de brazos poniendo siempre el mismo brazo por encima del otro.
Es algo tan intuitivo que aunque podemos hacerlo al revés necesitamos concentrarnos y la postura resultante nos parece antinatural.
Existe la creencia de que la manera en la que cruzas los brazos está determinada genéticamente por un gen con dos alelos en el que el dominante es el que se pone por encima del brazo derecho.
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2. Entrecruzar los dedos
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La mayor parte de las personas lo hacemos con la mano derecha como dominante (el dedo que queda más arriba si ponemos las manos horizontales siempre es de la mano derecha).
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3. El color de ojos
Durante mucho tiempo se pensó que el color de ojos era un rasgo mendeliano, pero la realidad sobre el color de ojos es infinitamente más complicada.
Las diferentes tonalidades se deben a la cantidad y proporción de dos tipos de melanina (un pigmento natural producido por unas células llamadas melanocitos): la eumelanina, que es de tonalidad marrón oscuro, y la feomelanina, que es rojiza.
No existe ningún pigmento azul ni verde, ni gris en los ojos. Los iris de esos colores se deben a que tienen tan poco pigmento que las fibras de colágeno son visibles en su tono blanquecino natural.
La proporción de la poca eumelanina y feomelanina que haya, combinada con la topografía del iris y cómo refracta la luz sobre su superficie son las que determinan el color final, y este puede ir cambiando a lo largo de la vida de una persona.
En términos genéticos, ¿de qué depende que tengamos más o menos melanina en los ojos? La respuesta está en los genes HERC2 y OCA2 del cromosoma 15, pero no actúan por sí solos.
Se calcula que hay al menos otros 10 genes cuya interacción modifica el color de ojos y sí. Dos padres con los ojos azules pueden tener un hijo con los ojos marrones.
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