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La soberanía energética de México, entre la hipocresía y el radicalismo ideológico

.
Rafael P. Palomo
22 de septiembre, 2025

Claudia Sheinbaum tiene en sus manos la posibilidad de solucionar la crisis de Pemex, pero tendría que dejar de lado la intransigencia ambientalista para lograrlo.

En perspectiva. En las tierras bajas del Golfo de México, Pemex está bombeando agua, arena y químicos a alta presión en el subsuelo para fracturar rocas duras —tanto que no ceden a la perforación tradicional— impregnadas de gas natural. La técnica no es nueva y, en casi todo el mundo, se le conoce como fracking. En México, sin embargo, el término se evita. En su lugar, Petróleos Mexicanos lo denomina “estimulación de yacimientos geológicos complejos”. 

  • Pese a la etiqueta, la petrolera lleva más de una década haciéndolo en Veracruz y Nuevo León. Ahora, Pemex evalúa expandirla a vastos campos de shale —gas de lutita o gas de esquisto— aun sin explotar.

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  • El objetivo es revivir la producción, salvar a la petrolera y reducir la dependencia del gas estadounidense.

  • El temor a la crítica ha hecho que las operaciones del fracking mexicano se manejen en sigilo, pero la urgencia de la situación de Pemex obligará al gobierno a expandir las operaciones, dificultando el secretismo.

Por qué importa. La situación de Pemex es crítica. Su deuda supera los USD 100 000M, la producción de crudo y gas está en mínimos de 15 años, y sus refinerías pierden dinero crónicamente. Actualmente, la compañía depende de financiamiento externo para pagar sus deudas a proveedores, además de sufrir cada vez más explosiones, derrames e incendios que erosionan su credibilidad frente a los inversionistas. 

  • En este contexto, el fracking representa una tabla de salvación. México posee 545B de pies cúbicos de gas shale técnicamente recuperable, la sexta mayor reserva del mundo.

  • Aprovechar ese potencial podría aumentar la producción en un tercio hacia 2030.

  • Sin embargo, el tabú de la izquierda alrededor del fracking amenaza con condenar al país a seguir atado a importaciones.

Entre líneas. El problema tiene nombre propio: Morena. Durante el sexenio de AMLO, se intentó prohibir constitucionalmente el fracking, cerrando la puerta a las inversiones privadas derivadas de la reforma energética de Peña Nieto en 2013. Lo que prometía ser una modernización del sector se estancó en medio de discursos ambientalistas y una desconfianza estructural hacia el capital extranjero. 

  • Claudia Sheinbaum heredó esa narrativa. Como ingeniera ambiental, rechazó el fracking durante su campaña, expresando un profundo repudio hacia la técnica.

  • Hoy, sin embargo, su gobierno lo practica de facto bajo otro nombre. Sheinbaum puede mantener la coherencia ideológica con el legado de AMLO o aceptar que Pemex necesita del gas de esquisto para sobrevivir.

Visto y no visto. La soberanía energética de México está en vilo. Mientras el “morenismo” supera la dicotomía entre el radicalismo ideológico y el desarrollo, México depende cada vez más del gas estadounidense. En mayo de 2025 importó un récord de 7300M de pies cúbicos diarios desde Texas, más de la mitad de su consumo nacional. El director de Pemex lo explicó sencillamente: “Si EE. UU. cierra la llave, México se apaga”. 

  • La vulnerabilidad es doble. Primero, fenómenos climáticos como la tormenta invernal de Texas en 2021 ya han demostrado que los flujos pueden interrumpirse y generar crisis en México.

  • Segundo, el contexto geopolítico actual es incierto. La Administración Trump ha mostrado su disposición a usar el comercio como instrumento de presión a Latinoamérica

  • La alta dependencia de energéticos le suma a Trump un arma más a su arsenal diplomático. Una eventual crisis bilateral podría dejar a México, literalmente, en la oscuridad.

Lo que sigue. Sheinbaum enfrenta tres posibles escenarios: mantener la ambigüedad y seguir recurriendo al fracking encubierto mientras se posterga una solución política clara; apostar por asociaciones con empresas extranjeras bajo condiciones poco atractivas —lo que limitaría la inversión y tecnología—, y el tercero y más realista, asumir abiertamente la práctica, diseñar un marco regulatorio transparente y aprovechar el shale como palanca de seguridad energética y estabilidad económica. 

  • Continuar con la hipocresía ambientalista de rechazar el fracking, pero aprovecharlo con otro nombre, solo posterga un debate ineludible.

  • México necesita diversificar su matriz energética, reducir la dependencia de Texas y reactivar a Pemex. La decisión no es ideológica; es de supervivencia nacional. 

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La soberanía energética de México, entre la hipocresía y el radicalismo ideológico

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Rafael P. Palomo
22 de septiembre, 2025

Claudia Sheinbaum tiene en sus manos la posibilidad de solucionar la crisis de Pemex, pero tendría que dejar de lado la intransigencia ambientalista para lograrlo.

En perspectiva. En las tierras bajas del Golfo de México, Pemex está bombeando agua, arena y químicos a alta presión en el subsuelo para fracturar rocas duras —tanto que no ceden a la perforación tradicional— impregnadas de gas natural. La técnica no es nueva y, en casi todo el mundo, se le conoce como fracking. En México, sin embargo, el término se evita. En su lugar, Petróleos Mexicanos lo denomina “estimulación de yacimientos geológicos complejos”. 

  • Pese a la etiqueta, la petrolera lleva más de una década haciéndolo en Veracruz y Nuevo León. Ahora, Pemex evalúa expandirla a vastos campos de shale —gas de lutita o gas de esquisto— aun sin explotar.

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  • El objetivo es revivir la producción, salvar a la petrolera y reducir la dependencia del gas estadounidense.

  • El temor a la crítica ha hecho que las operaciones del fracking mexicano se manejen en sigilo, pero la urgencia de la situación de Pemex obligará al gobierno a expandir las operaciones, dificultando el secretismo.

Por qué importa. La situación de Pemex es crítica. Su deuda supera los USD 100 000M, la producción de crudo y gas está en mínimos de 15 años, y sus refinerías pierden dinero crónicamente. Actualmente, la compañía depende de financiamiento externo para pagar sus deudas a proveedores, además de sufrir cada vez más explosiones, derrames e incendios que erosionan su credibilidad frente a los inversionistas. 

  • En este contexto, el fracking representa una tabla de salvación. México posee 545B de pies cúbicos de gas shale técnicamente recuperable, la sexta mayor reserva del mundo.

  • Aprovechar ese potencial podría aumentar la producción en un tercio hacia 2030.

  • Sin embargo, el tabú de la izquierda alrededor del fracking amenaza con condenar al país a seguir atado a importaciones.

Entre líneas. El problema tiene nombre propio: Morena. Durante el sexenio de AMLO, se intentó prohibir constitucionalmente el fracking, cerrando la puerta a las inversiones privadas derivadas de la reforma energética de Peña Nieto en 2013. Lo que prometía ser una modernización del sector se estancó en medio de discursos ambientalistas y una desconfianza estructural hacia el capital extranjero. 

  • Claudia Sheinbaum heredó esa narrativa. Como ingeniera ambiental, rechazó el fracking durante su campaña, expresando un profundo repudio hacia la técnica.

  • Hoy, sin embargo, su gobierno lo practica de facto bajo otro nombre. Sheinbaum puede mantener la coherencia ideológica con el legado de AMLO o aceptar que Pemex necesita del gas de esquisto para sobrevivir.

Visto y no visto. La soberanía energética de México está en vilo. Mientras el “morenismo” supera la dicotomía entre el radicalismo ideológico y el desarrollo, México depende cada vez más del gas estadounidense. En mayo de 2025 importó un récord de 7300M de pies cúbicos diarios desde Texas, más de la mitad de su consumo nacional. El director de Pemex lo explicó sencillamente: “Si EE. UU. cierra la llave, México se apaga”. 

  • La vulnerabilidad es doble. Primero, fenómenos climáticos como la tormenta invernal de Texas en 2021 ya han demostrado que los flujos pueden interrumpirse y generar crisis en México.

  • Segundo, el contexto geopolítico actual es incierto. La Administración Trump ha mostrado su disposición a usar el comercio como instrumento de presión a Latinoamérica

  • La alta dependencia de energéticos le suma a Trump un arma más a su arsenal diplomático. Una eventual crisis bilateral podría dejar a México, literalmente, en la oscuridad.

Lo que sigue. Sheinbaum enfrenta tres posibles escenarios: mantener la ambigüedad y seguir recurriendo al fracking encubierto mientras se posterga una solución política clara; apostar por asociaciones con empresas extranjeras bajo condiciones poco atractivas —lo que limitaría la inversión y tecnología—, y el tercero y más realista, asumir abiertamente la práctica, diseñar un marco regulatorio transparente y aprovechar el shale como palanca de seguridad energética y estabilidad económica. 

  • Continuar con la hipocresía ambientalista de rechazar el fracking, pero aprovecharlo con otro nombre, solo posterga un debate ineludible.

  • México necesita diversificar su matriz energética, reducir la dependencia de Texas y reactivar a Pemex. La decisión no es ideológica; es de supervivencia nacional. 

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