Lo que aparentaba ser una política internacional caótica, se está consolidando como una especie de Doctrina Monroe en el siglo XXI.
En perspectiva. Los recientes movimientos navales de EE. UU. en el sur del Caribe han puesto en vilo la política aislacionista de la que presumió el presidente Trump, tanto en campaña como al principio de su segundo mandato. Aunque la probabilidad de una invasión a gran escala de Venezuela permanece como una opción altamente improbable, una mayor intervención en los asuntos del continente es ya una realidad.
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La selección de Marco Rubio como secretario de Estado fue una declaración de intenciones clara de ponerle más atención al continente americano.
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Si bien los intereses estratégicos de EE. UU. nunca se alejarán de Medio Oriente, Trump ha puesto toda la carne en el asador en su propia esfera de influencia.
Cómo funciona. La estrategia de Trump se asimila a una especie de Doctrina Monroe. Al igual que lo hizo el presidente James Monroe en el siglo XIX, la experiencia con Ucrania parece haberle indicado a Trump la necesidad de no intervenir más en Europa. Así nació la política de separación de esferas, donde EE. UU. se enfoca en su continente y deja Europa a los europeos.
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En esta nueva visión, Trump parece interesado en no desgastar los recursos de EE. UU. en regiones que, geopolíticamente, son lejanas y costosas.
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De manera que, el tablero que antes EE. UU. pretendía dominar en su totalidad, posiblemente se verá geográficamente dividido entre EE. UU., China y Rusia o la Unión Europea.
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La notable excepción, empero, permanecerá en el Medio Oriente, donde la alianza incondicional con Israel y el acceso al mercado del petróleo son vitales, como para abandonar.
Entre líneas. Las implicaciones son varias y especialmente preocupantes para personajes como Nicolás Maduro. Bajo esta nueva Doctrina Monroe, se podrá esperar una postura más agresiva de EE. UU. con sus rivales en la región. El ataque presumido por el gobierno estadounidense a una narcolancha venezolana, el despliegue de tropas, submarinos, buques y tropas para rodear a Venezuela no es el presagio de una invasión, pero tampoco es marcarse un farol.
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Un mayor involucramiento en la región implica, a su vez, una mayor implicación con defender —e incluso imponer— sus intereses.
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Los ataques puntuales y dirigidos, en este nuevo escenario, no se podrían descartar. En el caso de Venezuela, concretamente, las probabilidades son considerables, con el objetivo de debilitar al régimen para facilitar un colapso interno.
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Adicionalmente, Washington contaría con el apoyo de varios países aliados en la región que, otrora, hubieran complicado diplomáticamente cualquier ataque, como Argentina y Ecuador; este último, incluso ha aupado a Trump declarando al Tren de Aragua como una organización terrorista.
Sí, pero. Aunque el riesgo de ataques es cada vez superior, EE. UU. no podría permitirse una invasión prolongada que, al estancarse, cueste al Estado miles de millones de dólares y la vida de soldados estadounidenses. La intención de imponer su hegemonía bajo su esfera de influencia es cada vez más evidente; sin embargo, la Administración Trump ha tomado medidas que debilitan la capacidad de EE. UU. de ejercer su influencia más efectivamente.
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La diplomacia de Trump se limita, actualmente, a la persuasión mediante la fuerza y los aranceles; una medida efectiva a largo plazo, pero difícilmente sostenible.
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La nueva Doctrina Monroe podrá asegurarle a Trump el dominio sobre su traspatio, consolidando su hegemonía en la región, pero facilitando, a su vez, una transición definitiva a un orden mundial multipolar.
Lo que aparentaba ser una política internacional caótica, se está consolidando como una especie de Doctrina Monroe en el siglo XXI.
En perspectiva. Los recientes movimientos navales de EE. UU. en el sur del Caribe han puesto en vilo la política aislacionista de la que presumió el presidente Trump, tanto en campaña como al principio de su segundo mandato. Aunque la probabilidad de una invasión a gran escala de Venezuela permanece como una opción altamente improbable, una mayor intervención en los asuntos del continente es ya una realidad.
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La selección de Marco Rubio como secretario de Estado fue una declaración de intenciones clara de ponerle más atención al continente americano.
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Cómo funciona. La estrategia de Trump se asimila a una especie de Doctrina Monroe. Al igual que lo hizo el presidente James Monroe en el siglo XIX, la experiencia con Ucrania parece haberle indicado a Trump la necesidad de no intervenir más en Europa. Así nació la política de separación de esferas, donde EE. UU. se enfoca en su continente y deja Europa a los europeos.
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En esta nueva visión, Trump parece interesado en no desgastar los recursos de EE. UU. en regiones que, geopolíticamente, son lejanas y costosas.
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De manera que, el tablero que antes EE. UU. pretendía dominar en su totalidad, posiblemente se verá geográficamente dividido entre EE. UU., China y Rusia o la Unión Europea.
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La notable excepción, empero, permanecerá en el Medio Oriente, donde la alianza incondicional con Israel y el acceso al mercado del petróleo son vitales, como para abandonar.
Entre líneas. Las implicaciones son varias y especialmente preocupantes para personajes como Nicolás Maduro. Bajo esta nueva Doctrina Monroe, se podrá esperar una postura más agresiva de EE. UU. con sus rivales en la región. El ataque presumido por el gobierno estadounidense a una narcolancha venezolana, el despliegue de tropas, submarinos, buques y tropas para rodear a Venezuela no es el presagio de una invasión, pero tampoco es marcarse un farol.
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Un mayor involucramiento en la región implica, a su vez, una mayor implicación con defender —e incluso imponer— sus intereses.
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Los ataques puntuales y dirigidos, en este nuevo escenario, no se podrían descartar. En el caso de Venezuela, concretamente, las probabilidades son considerables, con el objetivo de debilitar al régimen para facilitar un colapso interno.
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Adicionalmente, Washington contaría con el apoyo de varios países aliados en la región que, otrora, hubieran complicado diplomáticamente cualquier ataque, como Argentina y Ecuador; este último, incluso ha aupado a Trump declarando al Tren de Aragua como una organización terrorista.
Sí, pero. Aunque el riesgo de ataques es cada vez superior, EE. UU. no podría permitirse una invasión prolongada que, al estancarse, cueste al Estado miles de millones de dólares y la vida de soldados estadounidenses. La intención de imponer su hegemonía bajo su esfera de influencia es cada vez más evidente; sin embargo, la Administración Trump ha tomado medidas que debilitan la capacidad de EE. UU. de ejercer su influencia más efectivamente.
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La diplomacia de Trump se limita, actualmente, a la persuasión mediante la fuerza y los aranceles; una medida efectiva a largo plazo, pero difícilmente sostenible.
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La nueva Doctrina Monroe podrá asegurarle a Trump el dominio sobre su traspatio, consolidando su hegemonía en la región, pero facilitando, a su vez, una transición definitiva a un orden mundial multipolar.