La izquierda regresa al gobierno de Uruguay, un disparate, tomando en cuenta la aprobación ciudadana del actual gobierno.
Es noticia. Tras ganar el balotaje el pasado 24 de noviembre, Yamandú Orsi se convirtió en el nuevo presidente electo de la República Oriental del Uruguay. Con alrededor de un 49 % (contra un 45 % de Delgado) y aproximadamente solo 90 000 votos de diferencia, el Frente Amplio regresará al control del país, tras una interrupción de un término presidencial.
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Orsi, de 57 años, es el heredero elegido por el expresidente José “Pepe” Mujica, que todavía goza de gran aceptación en el país.
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Uruguay se suma a la lista de países que sufrieron el “efecto COVID”, ya que todos los presidentes —y sus partidos— democráticos en Iberoamérica que gobernaron durante la pandemia perdieron en la siguiente elección, a excepción de México y República Dominicana.
Sí, pero. Aunque la tendencia indicaba que el gobierno no repetiría, Uruguay es un caso peculiar, ya que el actual presidente, Luis Lacalle Pou, cuenta con más de un 50 % de aprobación y hasta un 19 % de opiniones divididas. Solamente un 31 % de la población desaprueba su gestión. Las cifras de Lacalle Pou no se han replicado en ningún otro presidente democrático que haya gobernado durante la pandemia.
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Es por ello por lo que sorprende la derrota de Álvaro Delgado, candidato del oficialismo, considerando que el presidente hizo una gran campaña de apoyo a nivel nacional para su delfín.
Entre líneas. Uno de los motivos que explica la sorpresa es la fortaleza institucional del Frente Amplio, el partido mejor organizado del país. Los 15 años de gobiernos consecutivos antes de Lacalle Pou le dan al partido una capacidad de organización con la que no cuenta el aún oficialismo. Por otra parte, el apoyo del presidente fue contraproducente. En un intento por trasladar su popularidad a Delgado, opacó su figura. La campaña fortaleció la imagen del presidente, más no la de su elegido.
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A pesar de su característica moderación, Uruguay es un país predominantemente de izquierda. El Frente Amplio cuenta con un voto duro de alrededor de un 40 %, mientras que la derecha necesita de coaliciones amplias para superar esos márgenes.
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La izquierda, por su parte, no necesita demasiado para ganar. Incluso, en las elecciones que ganó Lacalle Pou en 2019, la derecha necesitó de una coalición de cinco partidos para vencer al Frente Amplio por solo un 1.58 %.
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Uruguay es un país donde la organización partidaria pesa mucho más que el personalismo. El Frente Amplio tiene una ventaja considerable ante cualquier otro partido uruguayo.
Visto y no visto. El gobierno de Orsi genera bastante incertidumbre, debido a las propias contradicciones de las promesas de campaña del izquierdista. Por una parte, pretende atraer inversión extranjera al país; por otro lado, promete ampliar el gasto público para invertir en más programas sociales. Si bien Orsi mencionó en campaña que no incrementará los impuestos, su potencial ministro de economía, Gabriel Oddone, ha indicado que no es prudente prometer que no se subirán impuestos y que cualquier decisión fiscal dependerá del contexto económico.
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Orsi pretende resolver el “déficit de programas sociales” que el expresidente Mujica denuncia dentro del gobierno de Lacalle Pou y ampliar subsidios.
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Sus promesas implican, necesariamente, aumentar el gasto público. Si ejecuta sus promesas —sin incrementar la recaudación—, pondría al gobierno en riesgo de un déficit fiscal que desestabilizaría la macroeconomía uruguaya.
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Orsi quiere continuar la atracción de inversión extranjera de Lacalle Pou; sin embargo, su política social implicaría déficit o subir impuestos, lo que generaría incertidumbre o disminuir los incentivos para potenciales inversores.
En conclusión. A pesar de que Lacalle Pou asumió el gobierno en plena crisis sanitaria, su gestión se ha destacado por un sostenido crecimiento del PIB y una alta aprobación ciudadana. El regreso del Frente Amplio significa el retorno a las políticas sociales clientelares del gobierno de Mujica. Orsi es consciente de que la política económica de Lacalle Pou ha funcionado y es ampliamente popular, pero su compromiso con el populismo social es un freno inevitable a su visión económica.
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El nuevo presidente tendrá el reto de tomar la batuta como heredero de Mujica, mientras que la población espera que el buen ambiente económico del gobierno de Lacalle Pou continúe.
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A pesar de la fuerza del Frente Amplio, el presidente electo no puede asegurar la permanencia del partido en el poder sin mantener el crecimiento económico del gobierno saliente.
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Orsi tendrá el reto de haber ganado como el opositor de un gobierno considerablemente popular, sin sacrificar sus promesas sociales ni la continuación del crecimiento económico.
La izquierda regresa al gobierno de Uruguay, un disparate, tomando en cuenta la aprobación ciudadana del actual gobierno.
Es noticia. Tras ganar el balotaje el pasado 24 de noviembre, Yamandú Orsi se convirtió en el nuevo presidente electo de la República Oriental del Uruguay. Con alrededor de un 49 % (contra un 45 % de Delgado) y aproximadamente solo 90 000 votos de diferencia, el Frente Amplio regresará al control del país, tras una interrupción de un término presidencial.
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Orsi, de 57 años, es el heredero elegido por el expresidente José “Pepe” Mujica, que todavía goza de gran aceptación en el país.
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Uruguay se suma a la lista de países que sufrieron el “efecto COVID”, ya que todos los presidentes —y sus partidos— democráticos en Iberoamérica que gobernaron durante la pandemia perdieron en la siguiente elección, a excepción de México y República Dominicana.
Sí, pero. Aunque la tendencia indicaba que el gobierno no repetiría, Uruguay es un caso peculiar, ya que el actual presidente, Luis Lacalle Pou, cuenta con más de un 50 % de aprobación y hasta un 19 % de opiniones divididas. Solamente un 31 % de la población desaprueba su gestión. Las cifras de Lacalle Pou no se han replicado en ningún otro presidente democrático que haya gobernado durante la pandemia.
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Es por ello por lo que sorprende la derrota de Álvaro Delgado, candidato del oficialismo, considerando que el presidente hizo una gran campaña de apoyo a nivel nacional para su delfín.
Entre líneas. Uno de los motivos que explica la sorpresa es la fortaleza institucional del Frente Amplio, el partido mejor organizado del país. Los 15 años de gobiernos consecutivos antes de Lacalle Pou le dan al partido una capacidad de organización con la que no cuenta el aún oficialismo. Por otra parte, el apoyo del presidente fue contraproducente. En un intento por trasladar su popularidad a Delgado, opacó su figura. La campaña fortaleció la imagen del presidente, más no la de su elegido.
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A pesar de su característica moderación, Uruguay es un país predominantemente de izquierda. El Frente Amplio cuenta con un voto duro de alrededor de un 40 %, mientras que la derecha necesita de coaliciones amplias para superar esos márgenes.
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La izquierda, por su parte, no necesita demasiado para ganar. Incluso, en las elecciones que ganó Lacalle Pou en 2019, la derecha necesitó de una coalición de cinco partidos para vencer al Frente Amplio por solo un 1.58 %.
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Uruguay es un país donde la organización partidaria pesa mucho más que el personalismo. El Frente Amplio tiene una ventaja considerable ante cualquier otro partido uruguayo.
Visto y no visto. El gobierno de Orsi genera bastante incertidumbre, debido a las propias contradicciones de las promesas de campaña del izquierdista. Por una parte, pretende atraer inversión extranjera al país; por otro lado, promete ampliar el gasto público para invertir en más programas sociales. Si bien Orsi mencionó en campaña que no incrementará los impuestos, su potencial ministro de economía, Gabriel Oddone, ha indicado que no es prudente prometer que no se subirán impuestos y que cualquier decisión fiscal dependerá del contexto económico.
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Orsi pretende resolver el “déficit de programas sociales” que el expresidente Mujica denuncia dentro del gobierno de Lacalle Pou y ampliar subsidios.
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Sus promesas implican, necesariamente, aumentar el gasto público. Si ejecuta sus promesas —sin incrementar la recaudación—, pondría al gobierno en riesgo de un déficit fiscal que desestabilizaría la macroeconomía uruguaya.
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Orsi quiere continuar la atracción de inversión extranjera de Lacalle Pou; sin embargo, su política social implicaría déficit o subir impuestos, lo que generaría incertidumbre o disminuir los incentivos para potenciales inversores.
En conclusión. A pesar de que Lacalle Pou asumió el gobierno en plena crisis sanitaria, su gestión se ha destacado por un sostenido crecimiento del PIB y una alta aprobación ciudadana. El regreso del Frente Amplio significa el retorno a las políticas sociales clientelares del gobierno de Mujica. Orsi es consciente de que la política económica de Lacalle Pou ha funcionado y es ampliamente popular, pero su compromiso con el populismo social es un freno inevitable a su visión económica.
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El nuevo presidente tendrá el reto de tomar la batuta como heredero de Mujica, mientras que la población espera que el buen ambiente económico del gobierno de Lacalle Pou continúe.
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A pesar de la fuerza del Frente Amplio, el presidente electo no puede asegurar la permanencia del partido en el poder sin mantener el crecimiento económico del gobierno saliente.
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Orsi tendrá el reto de haber ganado como el opositor de un gobierno considerablemente popular, sin sacrificar sus promesas sociales ni la continuación del crecimiento económico.