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La hipocresía de la progresía

.
Redacción República
23 de enero, 2025

A solo días de la asunción de Donald Trump a la presidencia —y con mucho trecho por recorrer—, es oportuno pasar revista a los cuatro años de administración Demócrata, con Joe Biden y Kamala Harris al frente mas no necesariamente dirigiendo. Mucho se ha hablado de la disminución de capacidades del expresidente Biden y de la falta de acción de la exvicepresidenta Harris —notablemente en su incapacidad de encargarse de la crisis en la frontera sur— lo apuntaría a que, más bien, el gobierno obedecía al estamento Demócrata que incluía a los expresidentes Obama y Clinton, así como a otras figuras como Nancy Pelosi. Como sea, los cuatro años que acaban de terminar dejaron una larga lista de efectos negativos para el interés de los estadounidenses, pero nefastos para otros países y regiones, la centroamericana a la cabeza.

Sin contar hechos como el desastroso abandono de Afganistán, o la iliberal política de vacunación obligatoria —so pena de ignominiosos despidos—, la administración Biden tuvo efectos perniciosos para los países que supuestamente pretendían ayudar como Guatemala, Honduras y El Salvador; el mal llamado “triángulo norte”.

La política de sanciones a distintos actores políticos nunca tuvo el resultado esperado; más bien, atrincheró a algunos y, de paso, profundizó la polarización. Los actores corruptos de estos países continuaron el latrocinio y el abuso, causando más daño. Vale decir que esas medidas, unilaterales extraterritoriales, son señaladas de violar derechos fundamentales.

Nunca más evidente la hipocresía Demócrata, que su política con la dictadura en Venezuela. Fue dirigida por el caído en desgracia exdirector de Seguridad Nacional para el hemisferio Occidental, Juan González; mientras del diente al labio criticaban la dictadura, seguían comprándole petróleo y retirando sanciones a funcionarios.

El financiamiento a oenegés tampoco atacó las “causas raíz de la migración”; los números de encuentros y detenciones en la frontera dan cuenta de ello. La explicación es obvia: siempre se trató de imponer la agenda progresista o woke —ajena a la composición social y cultural centroamericana— que, dicho sea de paso, fue la causa por la cual los Demócratas perdieron tan estrepitosamente las elecciones en EE. UU.

Inevitablemente, esa actitud de policía del mundo —y, más que eso, árbitro de la democracia en el globo— causó molestia más allá de posiciones extremas de nacionalismo y no intervencionismo extranjeros. Mientras todo eso sucedía, China fue ganando terreno en el continente y, hoy en día, es el principal socio comercial de gran parte de Suramérica; en el istmo, aún sigue siendo EE. UU., pero la influencia del gigante asiático es cada vez más patente.

El continente americano —y más allá— tiene una larga y triste lista de hechos históricos que dan cuenta del intervencionismo estadounidense y sus nefastas consecuencias.

Pero el ejemplo más grande de la hipocresía del progresismo de la administración Biden se dio justamente al final de su período; utilizó la herramienta del perdón presidencial para otorgar impunidad a su familia cercana —hijo y hermano, entre otros— al mismo tiempo que presionaba a los aparatos de justicia centroamericanos para que persiguieran a los enemigos ideológicos del régimen, amén de algunos que genuinamente merecen ser procesados.

Reparar el daño causado por la manipulación Demócrata no será cosa sencilla; cuando menos, las oenegés que operaban en el país ya no contarán con fondos casi ilimitados para avanzar la agenda ideológica que pretendieron imponer.

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La hipocresía de la progresía

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Redacción República
23 de enero, 2025

A solo días de la asunción de Donald Trump a la presidencia —y con mucho trecho por recorrer—, es oportuno pasar revista a los cuatro años de administración Demócrata, con Joe Biden y Kamala Harris al frente mas no necesariamente dirigiendo. Mucho se ha hablado de la disminución de capacidades del expresidente Biden y de la falta de acción de la exvicepresidenta Harris —notablemente en su incapacidad de encargarse de la crisis en la frontera sur— lo apuntaría a que, más bien, el gobierno obedecía al estamento Demócrata que incluía a los expresidentes Obama y Clinton, así como a otras figuras como Nancy Pelosi. Como sea, los cuatro años que acaban de terminar dejaron una larga lista de efectos negativos para el interés de los estadounidenses, pero nefastos para otros países y regiones, la centroamericana a la cabeza.

Sin contar hechos como el desastroso abandono de Afganistán, o la iliberal política de vacunación obligatoria —so pena de ignominiosos despidos—, la administración Biden tuvo efectos perniciosos para los países que supuestamente pretendían ayudar como Guatemala, Honduras y El Salvador; el mal llamado “triángulo norte”.

La política de sanciones a distintos actores políticos nunca tuvo el resultado esperado; más bien, atrincheró a algunos y, de paso, profundizó la polarización. Los actores corruptos de estos países continuaron el latrocinio y el abuso, causando más daño. Vale decir que esas medidas, unilaterales extraterritoriales, son señaladas de violar derechos fundamentales.

Nunca más evidente la hipocresía Demócrata, que su política con la dictadura en Venezuela. Fue dirigida por el caído en desgracia exdirector de Seguridad Nacional para el hemisferio Occidental, Juan González; mientras del diente al labio criticaban la dictadura, seguían comprándole petróleo y retirando sanciones a funcionarios.

El financiamiento a oenegés tampoco atacó las “causas raíz de la migración”; los números de encuentros y detenciones en la frontera dan cuenta de ello. La explicación es obvia: siempre se trató de imponer la agenda progresista o woke —ajena a la composición social y cultural centroamericana— que, dicho sea de paso, fue la causa por la cual los Demócratas perdieron tan estrepitosamente las elecciones en EE. UU.

Inevitablemente, esa actitud de policía del mundo —y, más que eso, árbitro de la democracia en el globo— causó molestia más allá de posiciones extremas de nacionalismo y no intervencionismo extranjeros. Mientras todo eso sucedía, China fue ganando terreno en el continente y, hoy en día, es el principal socio comercial de gran parte de Suramérica; en el istmo, aún sigue siendo EE. UU., pero la influencia del gigante asiático es cada vez más patente.

El continente americano —y más allá— tiene una larga y triste lista de hechos históricos que dan cuenta del intervencionismo estadounidense y sus nefastas consecuencias.

Pero el ejemplo más grande de la hipocresía del progresismo de la administración Biden se dio justamente al final de su período; utilizó la herramienta del perdón presidencial para otorgar impunidad a su familia cercana —hijo y hermano, entre otros— al mismo tiempo que presionaba a los aparatos de justicia centroamericanos para que persiguieran a los enemigos ideológicos del régimen, amén de algunos que genuinamente merecen ser procesados.

Reparar el daño causado por la manipulación Demócrata no será cosa sencilla; cuando menos, las oenegés que operaban en el país ya no contarán con fondos casi ilimitados para avanzar la agenda ideológica que pretendieron imponer.

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