Se ha cumplido un año del gobierno de Bernardo Arévalo en el que, según sus palabras: “aprendió mucho”. Lo que le faltó decir es que hizo poco. Se comió un año de su mandato en aprender.
En este 2025, se encuentra ante una serie de desafíos significativos —los mismos del año pasado— que definirán su capacidad para dirigir el país. Desde antes de su toma de posesión, Arévalo prometió combatir la corrupción, cuando lo que le toca al Ejecutivo es evitarla; combatirla —perseguirla, pues— es tarea del Ministerio Público. Cierto es que es una tarea que esa institución tiene muy pendiente.
De cara al futuro, uno de los mayores retos es la gobernabilidad. Con una bancada —grupo de diputados electos por Movimiento Semilla— en el Congreso que basó todos sus éxitos en el 2024 en negociar privilegios —régimen especial para actividad agropecuaria, por ejemplo— y repartir miles de millones del presupuesto, cada iniciativa de ley o reforma requiere de una negociación. Ya han advertido varias bancadas que “lo pasado, pasado”, dando a entender que este año hay borrón y cuenta nueva; lo que el oficialismo quiera, tendrá que ir a negociarlo con ellos. No hay que olvidar que, en 1993, dinámicas similares llevaron al expresidente Serrano a dar un autogolpe.
En el ámbito económico y social, el Gobierno debe abordar la pobreza que afecta a gran parte de la población. Esto implica mejorar la infraestructura —algo que abandonó en el 2024—, la educación y la salud, áreas en las que se esperaría un incremento en la inversión pública. Lamentablemente, en lo que a infraestructura se refiere, más que incremento, hubo una reducción de GTQ 2000M al presupuesto del CIV, por lo que, de entrada, empieza mal.
En el contexto internacional, con la presidencia de Donald Trump en Estados Unidos, se podría complicar la dinámica comercial y migratoria, afectando negativamente la economía guatemalteca. Ello sin tomar en cuenta la marcada diferencia ideológica entre el Gobierno guatemalteco y el de EE. UU. a partir del próximo lunes.
Las perspectivas para 2025 son complicadas. Por un lado, el desgaste político —sobre todo, por la estéril pugna que ha mantenido con la Fiscal General— ha hecho que incluso dentro del universo de sus votantes ya haya decepción debido a lo que consideran como debilidad al no prestarse [Arévalo] a acciones al margen de la ley. Paradójicamente, esa es una de sus fortalezas: la certeza de que el Presidente no cometerá desmanes autoritarios como su antecesor.
En la medida que el ala más radical del oficialismo abandone sus posiciones ideológicas y acepte que para gobernar requiere del concurso —y muchas veces ayuda— de distintos sectores, incluido el privado, logrará avanzar en una agenda de país que atraiga inversión, fomente el crecimiento económico y brinde beneficios a la mayoría de los guatemaltecos. Será trabajo del Presidente ejercer el mando para conseguirlo.
Se ha cumplido un año del gobierno de Bernardo Arévalo en el que, según sus palabras: “aprendió mucho”. Lo que le faltó decir es que hizo poco. Se comió un año de su mandato en aprender.
En este 2025, se encuentra ante una serie de desafíos significativos —los mismos del año pasado— que definirán su capacidad para dirigir el país. Desde antes de su toma de posesión, Arévalo prometió combatir la corrupción, cuando lo que le toca al Ejecutivo es evitarla; combatirla —perseguirla, pues— es tarea del Ministerio Público. Cierto es que es una tarea que esa institución tiene muy pendiente.
De cara al futuro, uno de los mayores retos es la gobernabilidad. Con una bancada —grupo de diputados electos por Movimiento Semilla— en el Congreso que basó todos sus éxitos en el 2024 en negociar privilegios —régimen especial para actividad agropecuaria, por ejemplo— y repartir miles de millones del presupuesto, cada iniciativa de ley o reforma requiere de una negociación. Ya han advertido varias bancadas que “lo pasado, pasado”, dando a entender que este año hay borrón y cuenta nueva; lo que el oficialismo quiera, tendrá que ir a negociarlo con ellos. No hay que olvidar que, en 1993, dinámicas similares llevaron al expresidente Serrano a dar un autogolpe.
En el ámbito económico y social, el Gobierno debe abordar la pobreza que afecta a gran parte de la población. Esto implica mejorar la infraestructura —algo que abandonó en el 2024—, la educación y la salud, áreas en las que se esperaría un incremento en la inversión pública. Lamentablemente, en lo que a infraestructura se refiere, más que incremento, hubo una reducción de GTQ 2000M al presupuesto del CIV, por lo que, de entrada, empieza mal.
En el contexto internacional, con la presidencia de Donald Trump en Estados Unidos, se podría complicar la dinámica comercial y migratoria, afectando negativamente la economía guatemalteca. Ello sin tomar en cuenta la marcada diferencia ideológica entre el Gobierno guatemalteco y el de EE. UU. a partir del próximo lunes.
Las perspectivas para 2025 son complicadas. Por un lado, el desgaste político —sobre todo, por la estéril pugna que ha mantenido con la Fiscal General— ha hecho que incluso dentro del universo de sus votantes ya haya decepción debido a lo que consideran como debilidad al no prestarse [Arévalo] a acciones al margen de la ley. Paradójicamente, esa es una de sus fortalezas: la certeza de que el Presidente no cometerá desmanes autoritarios como su antecesor.
En la medida que el ala más radical del oficialismo abandone sus posiciones ideológicas y acepte que para gobernar requiere del concurso —y muchas veces ayuda— de distintos sectores, incluido el privado, logrará avanzar en una agenda de país que atraiga inversión, fomente el crecimiento económico y brinde beneficios a la mayoría de los guatemaltecos. Será trabajo del Presidente ejercer el mando para conseguirlo.