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Honduras gira a la derecha

.
Reynaldo Rodríguez
02 de diciembre, 2025

Honduras se encamina a un cierre electoral de foto finish al estilo NASCAR. Con poco más de la mitad de las actas transmitidas por el TREP, Nasry Asfura del Partido Nacional (PNH) y Salvador Nasralla del Partido Liberal (PLH) se disputan el primer lugar con menos de medio punto porcentual de diferencia, alrededor del 40 % de los votos cada uno.

  • La candidata oficialista, Rixi Moncada, queda relegada a un tercer lugar cercano al 19 %, marcando una ruptura clara con el ciclo del gobierno socialista de Libre.

En perspectiva. El ascenso de Libre en 2021 fue menos una adhesión entusiasta a su proyecto ideológico que un voto de castigo acumulado contra el sistema heredado.

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  • Los escándalos de corrupción —desde el pillaje del Instituto Hondureño de Seguridad Social, hasta la compra opaca y sobrevaluada de hospitales móviles en pandemia— consolidaron la percepción de que el aparato estatal se había convertido en una maquinaria de expolio antes que de provisión de bienes públicos.

  • El creciente vínculo entre las más altas esferas del poder y el narcotráfico, exacerbado por los procesos judiciales contra figuras clave del Partido Nacional, erosionó cualquier legitimidad moral del gobierno y colocó a Honduras en el imaginario narrativo de un “narcoestado”.

  • El debilitamiento institucional, simbolizado por la reelección habilitada vía fallo de la Corte Suprema de Justicia —forzosamente renovada—, fue percibido como una ruptura de las reglas del juego. Libre capitalizó ese malestar con la promesa de refundación y ruptura con el viejo régimen.

Lo indispensable. El derrumbe del oficialismo es, en buena medida, consecuencia de haber calcado los vicios del régimen que prometía superar.

  • La promesa de refundación quedó deslegitimada por la repetición de patrones: señalamientos de vínculos con el narcotráfico, uso patrimonialista del Estado para fines partidarios y una junta directiva del Congreso percibida como ilegítima terminaron homologando a Libre con el viejo establishment al que decía combatir.

  • En ese contexto, los partidos tradicionales encontraron condiciones ideales para reposicionarse: enfriamiento económico, clima de incertidumbre para la inversión y un aumento marcado del costo de vida que el gobierno solo logró amortiguar parcialmente con subsidios, sin alterar la sensación de deterioro cotidiano.

  • La batalla por el control de las reglas del juego electoral —desde el CNE hasta la narrativa sobre la integridad del proceso— enfrentó a Libre con una oposición feroz; ese choque terminó de asociar al oficialismo con un proyecto que, además de ineficaz, lucía dispuesto a manipular el terreno electoral a su favor.

Entre líneas. El trasfondo político de esta elección revela actores que se movilizaron tácticamente a través de los 4 años del régimen castrista.

  • El Partido Nacional logró reposicionarse en silencio: evitó confrontaciones frontales sobre su pasado ligado al narcotráfico y se concentró en recomponer confianza interna, apoyándose en figuras como Cossette López —consejera del árbitro electoral cuya labor técnica reforzó la percepción de institucionalidad— para proyectar una imagen de orden y transparencia.

  • Salvador Nasralla capturó a un segmento clave: votantes del Partido Nacional con un impulso anticorrupción suficientemente fuerte como para romper disciplina partidaria, más una movilización urbana contundente en el departamento de Cortés, donde el voto industrial y metropolitano suele premiar alternativas que prometen eficiencia y transparencia.

  • La activación disciplinada de las bases partidarias en las Juntas Receptoras de Votos —garantizando presencia, vigilancia y contrapesos— y un consenso tácito entre Nacional y Liberal sobre reglas mínimas de integridad electoral crearon un ecosistema de competencia sin mayores incidentes; esto contrastó directamente con años anteriores y es un factor crucial para la credibilidad del resultado.

En conclusión. Honduras entra ahora en la fase más delicada del proceso: la aceptación o disputa del resultado.

  • Con márgenes tan pequeños entre Asfura y Nasralla, la estabilidad poselectoral no está garantizada. Al mismo tiempo, el viraje electoral coloca a Honduras dentro de la ola conservadora que recorre la región, en un marco geopolítico donde las alineaciones tradicionales con Washington se están consolidando tras el desgaste de las izquierdas de gobierno.
  • La verdadera batalla comenzará con la impugnación de actas: allí se pondrá a prueba si la institucionalidad hondureña resiste la presión combinada de dos gigantes partidarios que se disputan el país voto por voto.

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02 de diciembre, 2025

Honduras se encamina a un cierre electoral de foto finish al estilo NASCAR. Con poco más de la mitad de las actas transmitidas por el TREP, Nasry Asfura del Partido Nacional (PNH) y Salvador Nasralla del Partido Liberal (PLH) se disputan el primer lugar con menos de medio punto porcentual de diferencia, alrededor del 40 % de los votos cada uno.

  • La candidata oficialista, Rixi Moncada, queda relegada a un tercer lugar cercano al 19 %, marcando una ruptura clara con el ciclo del gobierno socialista de Libre.

En perspectiva. El ascenso de Libre en 2021 fue menos una adhesión entusiasta a su proyecto ideológico que un voto de castigo acumulado contra el sistema heredado.

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  • Los escándalos de corrupción —desde el pillaje del Instituto Hondureño de Seguridad Social, hasta la compra opaca y sobrevaluada de hospitales móviles en pandemia— consolidaron la percepción de que el aparato estatal se había convertido en una maquinaria de expolio antes que de provisión de bienes públicos.

  • El creciente vínculo entre las más altas esferas del poder y el narcotráfico, exacerbado por los procesos judiciales contra figuras clave del Partido Nacional, erosionó cualquier legitimidad moral del gobierno y colocó a Honduras en el imaginario narrativo de un “narcoestado”.

  • El debilitamiento institucional, simbolizado por la reelección habilitada vía fallo de la Corte Suprema de Justicia —forzosamente renovada—, fue percibido como una ruptura de las reglas del juego. Libre capitalizó ese malestar con la promesa de refundación y ruptura con el viejo régimen.

Lo indispensable. El derrumbe del oficialismo es, en buena medida, consecuencia de haber calcado los vicios del régimen que prometía superar.

  • La promesa de refundación quedó deslegitimada por la repetición de patrones: señalamientos de vínculos con el narcotráfico, uso patrimonialista del Estado para fines partidarios y una junta directiva del Congreso percibida como ilegítima terminaron homologando a Libre con el viejo establishment al que decía combatir.

  • En ese contexto, los partidos tradicionales encontraron condiciones ideales para reposicionarse: enfriamiento económico, clima de incertidumbre para la inversión y un aumento marcado del costo de vida que el gobierno solo logró amortiguar parcialmente con subsidios, sin alterar la sensación de deterioro cotidiano.

  • La batalla por el control de las reglas del juego electoral —desde el CNE hasta la narrativa sobre la integridad del proceso— enfrentó a Libre con una oposición feroz; ese choque terminó de asociar al oficialismo con un proyecto que, además de ineficaz, lucía dispuesto a manipular el terreno electoral a su favor.

Entre líneas. El trasfondo político de esta elección revela actores que se movilizaron tácticamente a través de los 4 años del régimen castrista.

  • El Partido Nacional logró reposicionarse en silencio: evitó confrontaciones frontales sobre su pasado ligado al narcotráfico y se concentró en recomponer confianza interna, apoyándose en figuras como Cossette López —consejera del árbitro electoral cuya labor técnica reforzó la percepción de institucionalidad— para proyectar una imagen de orden y transparencia.

  • Salvador Nasralla capturó a un segmento clave: votantes del Partido Nacional con un impulso anticorrupción suficientemente fuerte como para romper disciplina partidaria, más una movilización urbana contundente en el departamento de Cortés, donde el voto industrial y metropolitano suele premiar alternativas que prometen eficiencia y transparencia.

  • La activación disciplinada de las bases partidarias en las Juntas Receptoras de Votos —garantizando presencia, vigilancia y contrapesos— y un consenso tácito entre Nacional y Liberal sobre reglas mínimas de integridad electoral crearon un ecosistema de competencia sin mayores incidentes; esto contrastó directamente con años anteriores y es un factor crucial para la credibilidad del resultado.

En conclusión. Honduras entra ahora en la fase más delicada del proceso: la aceptación o disputa del resultado.

  • Con márgenes tan pequeños entre Asfura y Nasralla, la estabilidad poselectoral no está garantizada. Al mismo tiempo, el viraje electoral coloca a Honduras dentro de la ola conservadora que recorre la región, en un marco geopolítico donde las alineaciones tradicionales con Washington se están consolidando tras el desgaste de las izquierdas de gobierno.
  • La verdadera batalla comenzará con la impugnación de actas: allí se pondrá a prueba si la institucionalidad hondureña resiste la presión combinada de dos gigantes partidarios que se disputan el país voto por voto.

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