Noboa ha consolidado su posición como el líder de un país asediado por la violencia y la inestabilidad.
En perspectiva. El pasado 13 de abril, el presidente ecuatoriano, Daniel Noboa, resultó victorioso con un aplastante 55.6 %, frente al 44.4 % de su rival, la izquierdista Luisa González, candidata del correísmo.
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La diferencia, superior a un 1M de votos, marcó una tendencia “irreversible”, según la presidenta del Consejo Nacional Electoral, Diana Atamaint.
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Los comicios transcurrieron en un ambiente tenso, con 45 000 soldados desplegados para garantizar la seguridad en un país donde el narcotráfico y las pandillas han disparado los índices de violencia.
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Noboa, quien asumió la presidencia en 2023 tras una elección anticipada, ahora enfrentará un mandato completo de cuatro años, un desafío monumental en un país que clama por estabilidad.
Por qué importa. La victoria consolida un dique contra el correísmo, el movimiento que dominó Ecuador entre 2007 y 2017 y que le sumió en un régimen autocrático, corrupto y clientelar. González prometía un retorno a las políticas de transferencias condicionadas con gasto social masivo.
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La candidata también evocaba los fantasmas de un pasado marcado por la persecución a opositores y una justicia subordinada al poder político.
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La herencia de Rafael Correa fue una economía dependiente del petróleo, instituciones débiles y un sistema judicial comprometido. Además, supuso el fortalecimiento desde el gobierno del crimen organizado, un problema que hoy sitúa al Ecuador como el país más violento de Latinoamérica.
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La derrota de González significa la preservación de un rumbo hacia la modernización y la apertura económica que Noboa, con su discurso de “Nuevo Ecuador”, ha intentado encarnar.
Sí, pero. Fiel a la retórica correísta, González denunció un “fraude grotesco” y exigió un recuento de votos, argumentando que las encuestas mostraban un empate técnico y que el margen de victoria era inverosímil. Sus acusaciones carecen de sustento. Tanto la OEA como la Unión Europea han respaldado la transparencia de los comicios, destacando la consistencia entre las actas y los resultados oficiales.
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Incluso, dentro del movimiento de González, figuras prominentes como el alcalde de Guayaquil, Aquiles Álvarez, reconocieron la victoria de Noboa e instaron a respetar los resultados.
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La idea de un fraude masivo en Ecuador —especialmente con un margen de más de 11 puntos— es prácticamente inviable. Las acusaciones parecen más un intento de mantener viva la narrativa victimista del correísmo.
Lo que sigue. Noboa enfrenta el desafío de pacificar Ecuador, reducir la violencia del narcotráfico y resolver su crisis energética. Su reelección fortalece un creciente bloque de centroderecha en Sudamérica, mientras que su cercanía con EE. UU. promete cooperación militar bilateral contra el crimen organizado.
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A pesar de la contundente victoria, las tendencias autoritarias de Noboa generan recelo entre la derecha ecuatoriana.
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Sin mayoría legislativa, deberá negociar con la oposición, incluido el correísmo, para avanzar.
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El presidente debe equilibrar la firmeza y la prudencia para evitar sumir al Ecuador en una nueva deriva autocrática.
Noboa ha consolidado su posición como el líder de un país asediado por la violencia y la inestabilidad.
En perspectiva. El pasado 13 de abril, el presidente ecuatoriano, Daniel Noboa, resultó victorioso con un aplastante 55.6 %, frente al 44.4 % de su rival, la izquierdista Luisa González, candidata del correísmo.
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La diferencia, superior a un 1M de votos, marcó una tendencia “irreversible”, según la presidenta del Consejo Nacional Electoral, Diana Atamaint.
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Los comicios transcurrieron en un ambiente tenso, con 45 000 soldados desplegados para garantizar la seguridad en un país donde el narcotráfico y las pandillas han disparado los índices de violencia.
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Noboa, quien asumió la presidencia en 2023 tras una elección anticipada, ahora enfrentará un mandato completo de cuatro años, un desafío monumental en un país que clama por estabilidad.
Por qué importa. La victoria consolida un dique contra el correísmo, el movimiento que dominó Ecuador entre 2007 y 2017 y que le sumió en un régimen autocrático, corrupto y clientelar. González prometía un retorno a las políticas de transferencias condicionadas con gasto social masivo.
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La candidata también evocaba los fantasmas de un pasado marcado por la persecución a opositores y una justicia subordinada al poder político.
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La herencia de Rafael Correa fue una economía dependiente del petróleo, instituciones débiles y un sistema judicial comprometido. Además, supuso el fortalecimiento desde el gobierno del crimen organizado, un problema que hoy sitúa al Ecuador como el país más violento de Latinoamérica.
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La derrota de González significa la preservación de un rumbo hacia la modernización y la apertura económica que Noboa, con su discurso de “Nuevo Ecuador”, ha intentado encarnar.
Sí, pero. Fiel a la retórica correísta, González denunció un “fraude grotesco” y exigió un recuento de votos, argumentando que las encuestas mostraban un empate técnico y que el margen de victoria era inverosímil. Sus acusaciones carecen de sustento. Tanto la OEA como la Unión Europea han respaldado la transparencia de los comicios, destacando la consistencia entre las actas y los resultados oficiales.
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Incluso, dentro del movimiento de González, figuras prominentes como el alcalde de Guayaquil, Aquiles Álvarez, reconocieron la victoria de Noboa e instaron a respetar los resultados.
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La idea de un fraude masivo en Ecuador —especialmente con un margen de más de 11 puntos— es prácticamente inviable. Las acusaciones parecen más un intento de mantener viva la narrativa victimista del correísmo.
Lo que sigue. Noboa enfrenta el desafío de pacificar Ecuador, reducir la violencia del narcotráfico y resolver su crisis energética. Su reelección fortalece un creciente bloque de centroderecha en Sudamérica, mientras que su cercanía con EE. UU. promete cooperación militar bilateral contra el crimen organizado.
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A pesar de la contundente victoria, las tendencias autoritarias de Noboa generan recelo entre la derecha ecuatoriana.
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Sin mayoría legislativa, deberá negociar con la oposición, incluido el correísmo, para avanzar.
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El presidente debe equilibrar la firmeza y la prudencia para evitar sumir al Ecuador en una nueva deriva autocrática.