La expansión global de la flota pesquera china es una herramienta geoeconómica que erosiona soberanías, depreda recursos y reconfigura silenciosamente el equilibrio de poder marítimo, especialmente en Sudamérica.
En perspectiva. La presencia masiva de pesqueros chinos frente a las costas sudamericanas ya no puede entenderse como una anomalía ni como un fenómeno estrictamente comercial. Se trata de una estrategia sostenida, coordinada y respaldada por el Estado chino, que combina subsidios, opacidad regulatoria y una concepción expansiva del interés nacional.
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En el Atlántico Sur y el Pacífico sudamericano, flotas de cientos de embarcaciones operan al límite de las zonas económicas exclusivas, explotando vacíos legales y la debilidad institucional de los Estados ribereños.
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El resultado es una presión constante sobre los ecosistemas marinos y una señal clara de cómo China proyecta poder más allá de sus fronteras sin recurrir a instrumentos militares tradicionales.
Por qué importa. La pesca es solo la capa visible de un fenómeno más profundo. Para países como Argentina, Perú, Ecuador o Chile, la depredación de recursos como el calamar, la merluza o especies altamente migratorias afecta directamente la seguridad alimentaria, el empleo y la estabilidad de economías costeras ya frágiles. Pero el impacto va más allá de lo económico.
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La incapacidad de controlar lo que ocurre en las fronteras marítimas debilita la noción misma de soberanía y expone la asimetría entre Estados con capacidades limitadas y una potencia dispuesta a operar en el filo de la legalidad internacional.
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En ese contexto, la flota pesquera china funciona como una cuña permanente que pone a prueba la gobernanza regional y obliga a los gobiernos a escoger entre confrontar a Pekín o tolerar una erosión progresiva de sus recursos.
Ecos regionales. China replica el mismo patrón en África Occidental, en el Sudeste Asiático y, cada vez más, en zonas de interés emergente como el Ártico. Aunque allí existe una moratoria internacional para evitar la pesca no regulada en aguas centrales, el interés chino es evidente: posicionarse temprano, mapear recursos y normalizar su presencia en espacios que podrían volverse estratégicos a medida que el deshielo avance.
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En todos estos escenarios se repite la constante de flotas de larga distancia que permanecen meses o años fuera de puerto, transbordos en alta mar que dificultan la trazabilidad, denuncias de trabajo forzado y apagado deliberado de sistemas de rastreo.
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Aunque Guatemala no enfrenta hoy una presión directa de flotas pesqueras chinas en sus aguas, el precedente es relevante.
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La normalización de operaciones chinas en “zonas grises” sienta un patrón que afecta especialmente a Estados con capacidades navales limitadas en Centroamérica, donde la soberanía marítima depende más de la voluntad política que de la capacidad efectiva de control.
Visto y no visto. Esa dimensión estratégica es clave para entender las implicaciones geopolíticas. La llamada “milicia marítima” china —una red informal de embarcaciones civiles alineadas con los intereses del Partido Comunista Chino— ha sido documentada en el Mar del Sur de China y empieza a replicar lógicas similares en otros océanos.
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En Sudamérica, esta presencia constante crea hechos consumados y complica cualquier respuesta coordinada. Al mismo tiempo, tensiona la relación de la región con EE. UU.
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Washington observa con creciente preocupación cómo China gana influencia en espacios marítimos críticos sin disparar un solo tiro.
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Para EE. UU., la pesca ilegal y predatoria se convierte en un frente más de la competencia estratégica, ligado a seguridad, cadenas de suministro y control de rutas oceánicas.
En conclusión. La expansión pesquera china anticipa un escenario más conflictivo en los mares del mundo. Si la región no fortalece su cooperación, su capacidad de vigilancia y su alineamiento estratégico, corre el riesgo de quedar atrapada entre la pasividad y la dependencia. A futuro, es probable que EE. UU. busque profundizar acuerdos de seguridad marítima y control de pesca con países sudamericanos, no solo por razones ambientales, sino como parte de una contención más amplia de la influencia china.
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Para Latinoamérica, el desafío incluye proteger sus recursos sin caer en una confrontación abierta y redefinir sus alianzas en un mundo donde incluso los barcos pesqueros se han convertido en instrumentos de poder.
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Con respecto a EE. UU., la Administración Trump puede instrumentalizar esta especie de piratería pesquera para advertir los riesgos del acercamiento con China.
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Mientras que la región está ocupada lidiando con la guerra comercial con EE. UU, China ha aprovechado para adueñarse del suministro pesquero de la mayor parte del mundo, amenazando la soberanía nacional del sur global y predando ecosistemas enteros de manera impune.
La expansión global de la flota pesquera china es una herramienta geoeconómica que erosiona soberanías, depreda recursos y reconfigura silenciosamente el equilibrio de poder marítimo, especialmente en Sudamérica.
En perspectiva. La presencia masiva de pesqueros chinos frente a las costas sudamericanas ya no puede entenderse como una anomalía ni como un fenómeno estrictamente comercial. Se trata de una estrategia sostenida, coordinada y respaldada por el Estado chino, que combina subsidios, opacidad regulatoria y una concepción expansiva del interés nacional.
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En el Atlántico Sur y el Pacífico sudamericano, flotas de cientos de embarcaciones operan al límite de las zonas económicas exclusivas, explotando vacíos legales y la debilidad institucional de los Estados ribereños.
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Por qué importa. La pesca es solo la capa visible de un fenómeno más profundo. Para países como Argentina, Perú, Ecuador o Chile, la depredación de recursos como el calamar, la merluza o especies altamente migratorias afecta directamente la seguridad alimentaria, el empleo y la estabilidad de economías costeras ya frágiles. Pero el impacto va más allá de lo económico.
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La incapacidad de controlar lo que ocurre en las fronteras marítimas debilita la noción misma de soberanía y expone la asimetría entre Estados con capacidades limitadas y una potencia dispuesta a operar en el filo de la legalidad internacional.
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En ese contexto, la flota pesquera china funciona como una cuña permanente que pone a prueba la gobernanza regional y obliga a los gobiernos a escoger entre confrontar a Pekín o tolerar una erosión progresiva de sus recursos.
Ecos regionales. China replica el mismo patrón en África Occidental, en el Sudeste Asiático y, cada vez más, en zonas de interés emergente como el Ártico. Aunque allí existe una moratoria internacional para evitar la pesca no regulada en aguas centrales, el interés chino es evidente: posicionarse temprano, mapear recursos y normalizar su presencia en espacios que podrían volverse estratégicos a medida que el deshielo avance.
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En todos estos escenarios se repite la constante de flotas de larga distancia que permanecen meses o años fuera de puerto, transbordos en alta mar que dificultan la trazabilidad, denuncias de trabajo forzado y apagado deliberado de sistemas de rastreo.
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Aunque Guatemala no enfrenta hoy una presión directa de flotas pesqueras chinas en sus aguas, el precedente es relevante.
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La normalización de operaciones chinas en “zonas grises” sienta un patrón que afecta especialmente a Estados con capacidades navales limitadas en Centroamérica, donde la soberanía marítima depende más de la voluntad política que de la capacidad efectiva de control.
Visto y no visto. Esa dimensión estratégica es clave para entender las implicaciones geopolíticas. La llamada “milicia marítima” china —una red informal de embarcaciones civiles alineadas con los intereses del Partido Comunista Chino— ha sido documentada en el Mar del Sur de China y empieza a replicar lógicas similares en otros océanos.
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En Sudamérica, esta presencia constante crea hechos consumados y complica cualquier respuesta coordinada. Al mismo tiempo, tensiona la relación de la región con EE. UU.
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Washington observa con creciente preocupación cómo China gana influencia en espacios marítimos críticos sin disparar un solo tiro.
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Para EE. UU., la pesca ilegal y predatoria se convierte en un frente más de la competencia estratégica, ligado a seguridad, cadenas de suministro y control de rutas oceánicas.
En conclusión. La expansión pesquera china anticipa un escenario más conflictivo en los mares del mundo. Si la región no fortalece su cooperación, su capacidad de vigilancia y su alineamiento estratégico, corre el riesgo de quedar atrapada entre la pasividad y la dependencia. A futuro, es probable que EE. UU. busque profundizar acuerdos de seguridad marítima y control de pesca con países sudamericanos, no solo por razones ambientales, sino como parte de una contención más amplia de la influencia china.
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Para Latinoamérica, el desafío incluye proteger sus recursos sin caer en una confrontación abierta y redefinir sus alianzas en un mundo donde incluso los barcos pesqueros se han convertido en instrumentos de poder.
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Con respecto a EE. UU., la Administración Trump puede instrumentalizar esta especie de piratería pesquera para advertir los riesgos del acercamiento con China.
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Mientras que la región está ocupada lidiando con la guerra comercial con EE. UU, China ha aprovechado para adueñarse del suministro pesquero de la mayor parte del mundo, amenazando la soberanía nacional del sur global y predando ecosistemas enteros de manera impune.
EL TIPO DE CAMBIO DE HOY ES DE: