Mientras la izquierda intenta retener el Palacio de La Moneda, la derecha se presenta partida en tres, compitiendo entre sí más que contra el gobierno. José Antonio Kast y Johannes Kaiser libran una batalla por el liderazgo del voto duro, empujando el eje opositor crecientemente hacia la derecha.
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En medio de esa polarización, será la clase media —mayoritaria y frustrada— la que decida si el país opta por seguir el modelo de la izquierda o romperlo desde la derecha.
En perspectiva. Desde el primer gobierno de Bachelet, el problema de fondo giró alrededor de la incapacidad del sistema chileno para corregir sus propios defectos y procesar el malestar social.
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El ciclo 2006–2014 combinó estabilidad macroeconómica con alta desigualdad de rentas, pensiones insuficientes y servicios sociales estratificados. A pesar de que Chile siguió en crecimiento, una buena parte de la población sintió que el costo de la vida, el endeudamiento y la incertidumbre laboral avanzaban más rápido que sus ingresos.
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La protesta estudiantil, el movimiento No+AFP y el estallido de 2019 evidenciaron que el Congreso y los partidos dejaron de ser canales eficaces para procesar demandas. El resultado fue una crisis de representación: la política profesional apareció como una élite distante de problemas concretos como seguridad, salarios y costo de servicios básicos.
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La Constitución de 1980 quedó deslegitimada como marco de consenso, pero los dos intentos de reemplazarla fracasaron. Chile entró así en una zona gris: un orden jurídico percibido como obsoleto, sin alternativa clara y con un clima de polarización que alimentó la oferta de soluciones más duras desde la derecha.
Cómo funciona. La clase media chilena llega a estas elecciones como mayoría numérica, pero también como el grupo que siente que sostiene el país sin recibir a cambio un sistema que le responda.
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Muestra sobreendeudamiento, ingresos ajustados y alta exposición a shocks, lo que refuerza la sensación de que mantiene en pie al sistema fiscal y productivo sin ser la principal destinataria de sus beneficios.
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Los gobiernos de centro, sean de izquierda o de derecha, no pudieron cerrar la brecha entre servicios públicos y privados, contener el alza del precio de la vivienda en las grandes ciudades, gestionar la creciente migración ni frenar el avance del crimen organizado en barrios que antes eran tranquilos.
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Esta clase media llega a las urnas con un ánimo simultáneo de castigo y de reforma: busca sancionar a las élites que considera responsables del deterioro, pero también abrir la puerta a un cambio de sistema mediante un giro abrupto hacia las derechas de Kast o Kaiser.
Por qué importa. El fracaso del sistema para responder a la clase media no solo debilita al oficialismo y al centro: también empuja a una parte del electorado a buscar respuestas cada vez más duras en la derecha.
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Inseguridad, crimen organizado y presión migratoria reordenan la agenda: primero orden, después todo lo demás. Kast y Kaiser capitalizan esa demanda prometiendo usar sin complejos el poder del Estado para recuperar la seguridad.
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Tras años de alternancia y dos procesos constituyentes fallidos, el centro es visto como parte del problema, no de la solución. Las posturas moderadas pierden atractivo frente a discursos que ofrecen culpables claros y rupturas nítidas.
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Kast canaliza el voto de orden; Kaiser empuja el eje aún más a la derecha, imitando la forma antisistema de Milei. La competencia entre ambos no solo agranda a la derecha, sino que la desplaza hacia posiciones más radicales que, hace una década, habrían sido marginales.
En conclusión. Kaiser llega a los últimos días de campaña recortando distancia con Kast y poniendo en duda su pase seguro al balotaje, mientras el voto de derecha en su conjunto se ensancha frente a la izquierda.
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Aunque Jara aparece como claro líder en la primera vuelta, las encuestas coinciden en que hoy perdería la segunda frente a cualquiera de los principales candidatos opositores.
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Todo indica que Chile podría devolver el péndulo hacia la derecha y sumarse a la marea regional de giros conservadores.
Mientras la izquierda intenta retener el Palacio de La Moneda, la derecha se presenta partida en tres, compitiendo entre sí más que contra el gobierno. José Antonio Kast y Johannes Kaiser libran una batalla por el liderazgo del voto duro, empujando el eje opositor crecientemente hacia la derecha.
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En medio de esa polarización, será la clase media —mayoritaria y frustrada— la que decida si el país opta por seguir el modelo de la izquierda o romperlo desde la derecha.
En perspectiva. Desde el primer gobierno de Bachelet, el problema de fondo giró alrededor de la incapacidad del sistema chileno para corregir sus propios defectos y procesar el malestar social.
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El ciclo 2006–2014 combinó estabilidad macroeconómica con alta desigualdad de rentas, pensiones insuficientes y servicios sociales estratificados. A pesar de que Chile siguió en crecimiento, una buena parte de la población sintió que el costo de la vida, el endeudamiento y la incertidumbre laboral avanzaban más rápido que sus ingresos.
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La protesta estudiantil, el movimiento No+AFP y el estallido de 2019 evidenciaron que el Congreso y los partidos dejaron de ser canales eficaces para procesar demandas. El resultado fue una crisis de representación: la política profesional apareció como una élite distante de problemas concretos como seguridad, salarios y costo de servicios básicos.
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La Constitución de 1980 quedó deslegitimada como marco de consenso, pero los dos intentos de reemplazarla fracasaron. Chile entró así en una zona gris: un orden jurídico percibido como obsoleto, sin alternativa clara y con un clima de polarización que alimentó la oferta de soluciones más duras desde la derecha.
Cómo funciona. La clase media chilena llega a estas elecciones como mayoría numérica, pero también como el grupo que siente que sostiene el país sin recibir a cambio un sistema que le responda.
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Muestra sobreendeudamiento, ingresos ajustados y alta exposición a shocks, lo que refuerza la sensación de que mantiene en pie al sistema fiscal y productivo sin ser la principal destinataria de sus beneficios.
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Los gobiernos de centro, sean de izquierda o de derecha, no pudieron cerrar la brecha entre servicios públicos y privados, contener el alza del precio de la vivienda en las grandes ciudades, gestionar la creciente migración ni frenar el avance del crimen organizado en barrios que antes eran tranquilos.
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Esta clase media llega a las urnas con un ánimo simultáneo de castigo y de reforma: busca sancionar a las élites que considera responsables del deterioro, pero también abrir la puerta a un cambio de sistema mediante un giro abrupto hacia las derechas de Kast o Kaiser.
Por qué importa. El fracaso del sistema para responder a la clase media no solo debilita al oficialismo y al centro: también empuja a una parte del electorado a buscar respuestas cada vez más duras en la derecha.
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Inseguridad, crimen organizado y presión migratoria reordenan la agenda: primero orden, después todo lo demás. Kast y Kaiser capitalizan esa demanda prometiendo usar sin complejos el poder del Estado para recuperar la seguridad.
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Tras años de alternancia y dos procesos constituyentes fallidos, el centro es visto como parte del problema, no de la solución. Las posturas moderadas pierden atractivo frente a discursos que ofrecen culpables claros y rupturas nítidas.
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Kast canaliza el voto de orden; Kaiser empuja el eje aún más a la derecha, imitando la forma antisistema de Milei. La competencia entre ambos no solo agranda a la derecha, sino que la desplaza hacia posiciones más radicales que, hace una década, habrían sido marginales.
En conclusión. Kaiser llega a los últimos días de campaña recortando distancia con Kast y poniendo en duda su pase seguro al balotaje, mientras el voto de derecha en su conjunto se ensancha frente a la izquierda.
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Aunque Jara aparece como claro líder en la primera vuelta, las encuestas coinciden en que hoy perdería la segunda frente a cualquiera de los principales candidatos opositores.
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Todo indica que Chile podría devolver el péndulo hacia la derecha y sumarse a la marea regional de giros conservadores.
EL TIPO DE CAMBIO DE HOY ES DE: