Europa enfrenta una encrucijada. La nueva presidencia de Trump agitó el avispero y, ahora, tanto en términos de defensa como de comercio, los hechos dejan claro que EE. UU. ya no es ese socio fiable del pasado.
En paralelo, China va consolidando su influencia por el “tercer mundo” mediante préstamos “sin condiciones” e infraestructura, sin compartir los valores europeos ni respetar la soberanía democrática de nuestros países; valores que, para la Europa del siglo XXI, son fundacionales.
Con el PPE como principal fuerza política Parlamento Europeo, Bruselas tiene una oportunidad única: crear un nuevo eje geopolítico con América Latina. No como destinatario de donaciones, sino como socio con recursos naturales, talento humano y proyectos empresariales que compartan principios de libre mercado, democracia y seguridad jurídica.
Hay tres áreas en las que considero que Guatemala, y la región en general, podrían volverse un buen amigo para el viejo continente:
1. Minería y energía: Europa necesita minerales estratégicos para su transición energética, imperativa para reducir la dependencia del gas ruso —y su particularmente ridículo rechazo por la energía nuclear que impone Berlín—. Pero acercarse sin garantías institucionales es peligroso. Con acuerdos que impulsen la sostenibilidad real —no la simbólica— y protección a los inversores, podríamos elevar el valor agregado latinoamericano al mismo tiempo que consolidamos suministro para Europa.
2. Agroindustria compatible: La obsesión europea por emisiones cero implica normas que hoy dificultan el desarrollo de nuestros países. Si en vez de imponer dogmas ambientales rígidos, Europa trabaja con productores locales con certificaciones y mejores acuerdos comerciales, Europa podría ampliar su “matriz agrícola” y generar oportunidades de desarrollo real en América Latina.
3. Tecnología y formación: La creación de canales de cooperación formativa —desde infraestructura digital hasta intercambio universitario— puede crear la base para economías más competitivas y centros tecnológicos regionales. Aquí, Europa tiene una ventaja frente a China, porque nuestro modelo es de cooperación intelectual, no de imposición estatal.
Un eje, sí; pero con reglas
A diferencia de la naturaleza de nuestra relación con EE. UU., Europa debe recordar algunas líneas rojas. Si quieren un aliado confiable, deben vernos como tal y no con la condescendencia actual. Hay tres aspectos fundamentales a considerar:
Adiós a las oenegés conflictivas. Varios fondos europeos han llegado a organizaciones locales que promueven protestas encubiertas, bloqueos, invasiones de fincas y sabotaje de infraestructura estratégica bajo la falsa bandera de los Derechos Humanos. Esto ha frenado proyectos de inversión legítima, por lo que, Bruselas debe reforzar los criterios de financiamiento —y la supervisión— para evitar que repitan el error de cooptar elites o propiciar desorden.
Estado de Derecho, no paternalismo. La nueva relación debe exigir gobernabilidad, transparencia y racionalidad presupuestaria a cambio de apoyo. La idea no es financiar clientelismos, sino construir institucionalidad, siempre respetando el principio de soberanía.
Evitar imposiciones ideológicas. Europa debe dejar de exportar reglas diseñadas para contextos distintos y entender que los países en vías de desarrollo deben hacer lo que ellos hicieron para crecer, no lo que hacen ahora que ya son grandes. Entender el contexto de la región es fundamental.
Si esta estrategia se ejecuta con inteligencia, Europa y América Latina podrían construir una alianza democrática, pragmática y productiva. Una alianza sólida frente a las maniobras de Trump; una relación transparente distinta del romance autoritario del modelo chino, y un nuevo modelo internacional basado en valores compartidos, coincidencia de objetivos económicos y visión de largo plazo.
América Latina, con recursos naturales, una fuerza laboral joven y empresas innovadoras, tiene potencial para convertirse en un aliado estratégico de primer nivel. A cambio, Europa puede ofrecer capital, tecnología y respaldo institucional.
Con Europa no solo compartimos cultura, religión e historia, sino también la coyuntura de un aliado que parece vernos cada vez menos como un socio y más como un subordinado. Es momento de que América Latina, heterogénea y dividida, se aferre a la bandera común de la Hispanidad que nos une con España —o la “iberidad” (sic), si lo ampliamos a Portugal— para recordar que Europa y América son amigos naturales.
Pero, sobre todo, que somos más fuertes bajo una lógica de socios, no de colonias. Europa lo necesita y América Latina debe responder al llamado.
Europa enfrenta una encrucijada. La nueva presidencia de Trump agitó el avispero y, ahora, tanto en términos de defensa como de comercio, los hechos dejan claro que EE. UU. ya no es ese socio fiable del pasado.
En paralelo, China va consolidando su influencia por el “tercer mundo” mediante préstamos “sin condiciones” e infraestructura, sin compartir los valores europeos ni respetar la soberanía democrática de nuestros países; valores que, para la Europa del siglo XXI, son fundacionales.
Con el PPE como principal fuerza política Parlamento Europeo, Bruselas tiene una oportunidad única: crear un nuevo eje geopolítico con América Latina. No como destinatario de donaciones, sino como socio con recursos naturales, talento humano y proyectos empresariales que compartan principios de libre mercado, democracia y seguridad jurídica.
Hay tres áreas en las que considero que Guatemala, y la región en general, podrían volverse un buen amigo para el viejo continente:
1. Minería y energía: Europa necesita minerales estratégicos para su transición energética, imperativa para reducir la dependencia del gas ruso —y su particularmente ridículo rechazo por la energía nuclear que impone Berlín—. Pero acercarse sin garantías institucionales es peligroso. Con acuerdos que impulsen la sostenibilidad real —no la simbólica— y protección a los inversores, podríamos elevar el valor agregado latinoamericano al mismo tiempo que consolidamos suministro para Europa.
2. Agroindustria compatible: La obsesión europea por emisiones cero implica normas que hoy dificultan el desarrollo de nuestros países. Si en vez de imponer dogmas ambientales rígidos, Europa trabaja con productores locales con certificaciones y mejores acuerdos comerciales, Europa podría ampliar su “matriz agrícola” y generar oportunidades de desarrollo real en América Latina.
3. Tecnología y formación: La creación de canales de cooperación formativa —desde infraestructura digital hasta intercambio universitario— puede crear la base para economías más competitivas y centros tecnológicos regionales. Aquí, Europa tiene una ventaja frente a China, porque nuestro modelo es de cooperación intelectual, no de imposición estatal.
Un eje, sí; pero con reglas
A diferencia de la naturaleza de nuestra relación con EE. UU., Europa debe recordar algunas líneas rojas. Si quieren un aliado confiable, deben vernos como tal y no con la condescendencia actual. Hay tres aspectos fundamentales a considerar:
Adiós a las oenegés conflictivas. Varios fondos europeos han llegado a organizaciones locales que promueven protestas encubiertas, bloqueos, invasiones de fincas y sabotaje de infraestructura estratégica bajo la falsa bandera de los Derechos Humanos. Esto ha frenado proyectos de inversión legítima, por lo que, Bruselas debe reforzar los criterios de financiamiento —y la supervisión— para evitar que repitan el error de cooptar elites o propiciar desorden.
Estado de Derecho, no paternalismo. La nueva relación debe exigir gobernabilidad, transparencia y racionalidad presupuestaria a cambio de apoyo. La idea no es financiar clientelismos, sino construir institucionalidad, siempre respetando el principio de soberanía.
Evitar imposiciones ideológicas. Europa debe dejar de exportar reglas diseñadas para contextos distintos y entender que los países en vías de desarrollo deben hacer lo que ellos hicieron para crecer, no lo que hacen ahora que ya son grandes. Entender el contexto de la región es fundamental.
Si esta estrategia se ejecuta con inteligencia, Europa y América Latina podrían construir una alianza democrática, pragmática y productiva. Una alianza sólida frente a las maniobras de Trump; una relación transparente distinta del romance autoritario del modelo chino, y un nuevo modelo internacional basado en valores compartidos, coincidencia de objetivos económicos y visión de largo plazo.
América Latina, con recursos naturales, una fuerza laboral joven y empresas innovadoras, tiene potencial para convertirse en un aliado estratégico de primer nivel. A cambio, Europa puede ofrecer capital, tecnología y respaldo institucional.
Con Europa no solo compartimos cultura, religión e historia, sino también la coyuntura de un aliado que parece vernos cada vez menos como un socio y más como un subordinado. Es momento de que América Latina, heterogénea y dividida, se aferre a la bandera común de la Hispanidad que nos une con España —o la “iberidad” (sic), si lo ampliamos a Portugal— para recordar que Europa y América son amigos naturales.
Pero, sobre todo, que somos más fuertes bajo una lógica de socios, no de colonias. Europa lo necesita y América Latina debe responder al llamado.