La expansión de la Gran Área Metropolitana (GAM) supera el aumento poblacional, el consumo de suelo avanza sin control y la informalidad vuelve a crecer. Esta crisis podría describirse como una mezcla de extensión excesiva, infraestructura insuficiente y políticas desconectadas del territorio.
Por qué importa. El GAM es uno de los territorios más urbanizados de la región: concentra el 55 % de la población y un 82 % del PIB nacional. Sin embargo, su estructura urbana es ineficiente, asegura Marcela Román, especialista en políticas de suelo por el Instituto Lincoln de Políticas de Suelo.
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El área urbana es “muy extensa y no compacta”, lo que obliga a largos desplazamientos, mayor gasto público y una provisión más cara de infraestructura básica en comparación con ciudades más densas.
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Latinoamérica urbanizó en cuatro décadas lo que Europa tardó dos siglos, y Costa Rica “no tuvo tiempo de hacer las inversiones correctas para sostener ese ritmo”, detalla.
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La alta concentración del PIB en un territorio pequeño hace que cualquier falla urbana afecte competitividad, movilidad y productividad, especialmente en zonas saturadas del centro del país.
Entre líneas. Su expansión ha sido más rápida que su crecimiento demográfico. Román señala que “son suelo-intensivos”, es decir, consumen más superficie urbana de la necesaria. Esa dispersión impulsa costos más altos en movilidad, infraestructura y servicios, y fragmenta aún más la estructura de la ciudad.
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Costa Rica consume suelo a un ritmo mayor que el aumento poblacional, lo que genera urbanización extendida y baja eficiencia territorial.
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La expansión dispersa multiplica kilómetros de carreteras, tuberías y redes que luego el Estado no puede mantener, incrementando rezagos y deterioro.
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Este patrón crea dependencia del automóvil y obliga a que las viviendas nuevas se ubiquen cada vez más lejos, afectando tiempos de traslado y acceso a oportunidades.
Punto de fricción. Mientras la ciudad formal se expande en vertical y horizontal, la informalidad vuelve a crecer. Tras décadas de control, los asentamientos informales reaparecen dentro y fuera del GAM. Román lo atribuye a políticas de vivienda mal localizadas y al encarecimiento sostenido del suelo urbano.
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Los bonos de vivienda se colocaron en municipios alejados —como Pérez Zeledón, Guácimo y Upala—. Esto creo asentamientos formales lejos del empleo y los servicios metropolitanos.
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La falta de suelo accesible dentro del GAM empuja a los hogares de menores ingresos hacia la informalidad o a vivir a distancias cada vez mayores del centro económico.
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Según Román, esto produce ciudades “más extensas, más caras y más segregadas”. La vivienda asequible queda desconectada de transporte y oportunidades laborales.
Balance. La combinación de urbanización acelerada, consumo excesivo de suelo e informalidad creciente apunta a un mismo problema: la ciudad se encarece sin mejorar. Sin datos consistentes, gestión del territorio o infraestructura acorde al ritmo de expansión, el GAM acumula desequilibrios que comprometen su futuro urbano.
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La ausencia de estadísticas robustas sobre valor de suelo y vivienda limita la capacidad del Estado para planificar o regular de manera eficiente.
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Una expansión periférica genera una ciudad vulnerable: más expuesta a congestión, desastres naturales y costos de mantenimiento que superan la capacidad fiscal disponible.
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El desafío no es frenar el crecimiento, sino dirigirlo. Como resume Román, “necesitamos otra forma de financiar y planificar la ciudad” para que el territorio acompañe su dinamismo económico.
La expansión de la Gran Área Metropolitana (GAM) supera el aumento poblacional, el consumo de suelo avanza sin control y la informalidad vuelve a crecer. Esta crisis podría describirse como una mezcla de extensión excesiva, infraestructura insuficiente y políticas desconectadas del territorio.
Por qué importa. El GAM es uno de los territorios más urbanizados de la región: concentra el 55 % de la población y un 82 % del PIB nacional. Sin embargo, su estructura urbana es ineficiente, asegura Marcela Román, especialista en políticas de suelo por el Instituto Lincoln de Políticas de Suelo.
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El área urbana es “muy extensa y no compacta”, lo que obliga a largos desplazamientos, mayor gasto público y una provisión más cara de infraestructura básica en comparación con ciudades más densas.
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Latinoamérica urbanizó en cuatro décadas lo que Europa tardó dos siglos, y Costa Rica “no tuvo tiempo de hacer las inversiones correctas para sostener ese ritmo”, detalla.
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La alta concentración del PIB en un territorio pequeño hace que cualquier falla urbana afecte competitividad, movilidad y productividad, especialmente en zonas saturadas del centro del país.
Entre líneas. Su expansión ha sido más rápida que su crecimiento demográfico. Román señala que “son suelo-intensivos”, es decir, consumen más superficie urbana de la necesaria. Esa dispersión impulsa costos más altos en movilidad, infraestructura y servicios, y fragmenta aún más la estructura de la ciudad.
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Costa Rica consume suelo a un ritmo mayor que el aumento poblacional, lo que genera urbanización extendida y baja eficiencia territorial.
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La expansión dispersa multiplica kilómetros de carreteras, tuberías y redes que luego el Estado no puede mantener, incrementando rezagos y deterioro.
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Este patrón crea dependencia del automóvil y obliga a que las viviendas nuevas se ubiquen cada vez más lejos, afectando tiempos de traslado y acceso a oportunidades.
Punto de fricción. Mientras la ciudad formal se expande en vertical y horizontal, la informalidad vuelve a crecer. Tras décadas de control, los asentamientos informales reaparecen dentro y fuera del GAM. Román lo atribuye a políticas de vivienda mal localizadas y al encarecimiento sostenido del suelo urbano.
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Los bonos de vivienda se colocaron en municipios alejados —como Pérez Zeledón, Guácimo y Upala—. Esto creo asentamientos formales lejos del empleo y los servicios metropolitanos.
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La falta de suelo accesible dentro del GAM empuja a los hogares de menores ingresos hacia la informalidad o a vivir a distancias cada vez mayores del centro económico.
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Según Román, esto produce ciudades “más extensas, más caras y más segregadas”. La vivienda asequible queda desconectada de transporte y oportunidades laborales.
Balance. La combinación de urbanización acelerada, consumo excesivo de suelo e informalidad creciente apunta a un mismo problema: la ciudad se encarece sin mejorar. Sin datos consistentes, gestión del territorio o infraestructura acorde al ritmo de expansión, el GAM acumula desequilibrios que comprometen su futuro urbano.
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La ausencia de estadísticas robustas sobre valor de suelo y vivienda limita la capacidad del Estado para planificar o regular de manera eficiente.
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Una expansión periférica genera una ciudad vulnerable: más expuesta a congestión, desastres naturales y costos de mantenimiento que superan la capacidad fiscal disponible.
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El desafío no es frenar el crecimiento, sino dirigirlo. Como resume Román, “necesitamos otra forma de financiar y planificar la ciudad” para que el territorio acompañe su dinamismo económico.
EL TIPO DE CAMBIO DE HOY ES DE: