El legado imaginario de Eddie Van Halen, ESTA ES LA HISTORIA URBANA DE JOSÉ VICENTE SOLÓRZANO AGUILAR.
1 Frente al espejo, a esta hora, más de alguien se pone a imitar los movimientos del guitarrista Eddie Van Halen.
Sus dedos se deslizan sobre la escoba, el trapeador, el paraguas o la regla T. También se enroscan en el aire como si pulsaran las cuerdas de la Frankenstrat o la Wolfgang Special, las guitarras que diseñó Van Halen cuando las marcas de siempre –Fender Stratocaster, Gibson– le resultaron insuficientes para reproducir los sonidos que deseaba obtener.
También lo hará apenas se acuerde de canciones como «Panama», «Hot For Teacher», «Running With The Devil», «Ain’t Talking ‘Bout Love», «Dreams» y «Me Wise Magic».
Y no sentirá rubor ni vergüenza si se le quedan viendo con cara de susto o extrañeza por tocar la guitarra invisible delante de la gente. Hasta deslizará los dedos sobre la mesa, el escritorio, cualquier superficie plana mientras se imagina los sintetizadores que acompañan a «Jump» y «Can’t This Be Love».
Resulta imposible resistirse a la tentación de imitar a Eddie Van Halen. De golpe, como sucedió con Jimi Hendrix, llevó el uso de la guitarra eléctrica al siguiente nivel de espectacularidad. No era un improvisado.
Tenía en su haber las lecciones de piano que recibió cuando niño –memorizó la ubicación de las notas sobre el teclado en vez de pasarse las horas tratando de descifrarlas en la partitura– y su intuición lo llevó a desarmar y ensamblar instrumentos hasta dar con las combinaciones que necesitaba para hacerse escuchar desde el escenario.
Frank Zappa, al definirse como guitarrista, aseguró que tallaba esculturas de luz con sus solos. Eddie Van Halen lanzaba enjambres de luciérnagas que chisporroteaban ante la vista y los oídos del espectador.
Volaban encima de la sección rítmica formada por su hermano Alex a la batería y el bajista Michael Anthony. Proveyeron respaldo a las estrofas entonadas por David Lee Roth, Sammy Hagar y Gary Cherone. Después solicitaba a la audiencia que le prestaran atención por un rato. Y ahí soltaba esos despliegues manuales que supieron marcar su territorio ante la competencia.
2 Los holandeses de antaño eran navegantes y mercaderes. Se mantenían en continua disputa con el mar del Norte para ganarle los terrenos que necesitaban para construir sus casas. Se lanzaron tarde a la búsqueda de colonias entre los dominios españoles, portugueses e ingleses, pero alcanzaron a dejar su huella en Nueva York, Pernambuco, Sudáfrica e Indonesia.
Ahí, en el archipiélago antaño conocido como las Indias Orientales Neerlandesas, brotó la raíz materna de los hermanos Van Halen: Eugenia van Beers. Nombres europeos, rasgos asiáticos.
Atrajo la atención de un músico de jazz llamado Jan van Halen, trabajador de la fuerza aérea holandesa. Se casaron en 1943 y se mudaron a Holanda seis años después. Alexander el hijo mayor nació en 1953 y Edward le siguió en 1955.
Sólo conocían las palabras en inglés para decir «sí», «no», «accidente» y «motocicleta» cuando la familia emigró a Estados Unidos en 1962 y eligió residencia en Pasadena, estado de California.
Nos podemos imaginar, sin tomarnos demasiadas licencias, la impresión que el paisaje californiano ejerció sobre los pequeños Van Halen. Dejaban atrás la tarjeta postal adornada con molinos de viento, tulipanes en flor y canales abriéndose paso entre las calles de Ámsterdam.
Se encontraron ante las amplias avenidas bordeadas por palmeras, el césped recién cortado por la máquina podadora y el auto descapotable parqueado en el garage. También se vieron expuestos a la luminosidad que el sol de la Costa Oeste derrama sobre edificios, personas y objetos.
Amanece más temprano y demora mucho en anochecer, la piel llega a broncearse y los lentes oscuros se incorporan al atuendo diario. Las muchachas no tardan en florecer y atraen las miradas camino a la escuela.
Al doblar la esquina se puede encontrarse con una estrella de cine retirada y cualquier joven procedente del Medio Oeste en busca de su oportunidad para brillar. Este clima, me atrevo a apuntarlo, influyó en su creación musical y su puesta en escena. De establecerse en Nueva York, los Van Halen habrían apelado al intelecto de sus oyentes. Nada de sonreír y ponerse a corretear sobre las tablas.
Pero antes, la adaptación. Eddie tenía siete años, Alex rondaba los nueve. Pasaron por el aprendizaje del inglés en la escuela y debieron tomarlos por chinitos: Alex heredó las facciones de su madre. Siempre habrá muchachos que se fijen en las orejas de satélite, las narices de chorro y los dientes de conejo para clavar apodos indelebles.
Tampoco faltan los que se apoderan de la refacción a la hora de recreo, se burlan del acento extranjero al hablar y cobran impuesto de guerra a los recién llegados. Los hermanos cerraron filas para cuidarse.
Y ahí estaba la música. Eddie quiso tocar la batería cuando escuchó a los Dave Clark Five. Se ilusionó con repetir la marcha de «Glad All Over». Compró unos tambores de segunda mano y consiguió trabajo como repartidor de periódicos: así juntaba los dólares destinados a pagarlos.
Mientras estaba fuera de casa, Alex se sentaba a aporrearlos. Estaba recibiendo clases de guitarra, pero demostró mayor inclinación a los parches. Al comprobarlo, Eddie le propuso que intercambiaran instrumentos. Nada de pleitos.
Les resultaban ajenos las peleas tras bastidores al estilo de Ray y Dave Davies, o los relajos de cantina armados entre Noel y Liam Gallagher. Compartieron banda durante 56 años, llamárase The Broken Combs, Genesis, Mammoth o Van Halen. El lazo de sangre se prolongó en Wolfgang, hijo de Eddie y sobrino de Alex.
3 Apenas circuló la noticia de la muerte de Eddie Van Halen, ocurrida el 6 de octubre de 2020 a causa del cáncer que primero le comió parte de la lengua y después se le prendió a la garganta, se difundieron los pésames enviados de una orilla a otra del océano Atlántico. Desde la muerte de Chuck Berry no se habían visto tantas muestras de pesar por un músico de rock.
Las condolencias fueron firmadas por Brian Wilson, la mente maestra de los Beach Boys, y Gary Holt, líder de la banda thrash metal Exodus. Yusuf Islam, el cantante otrora conocido como Cat Stevens, y Chris Jericho, el luchador metido a cantante de rock pesado, expresaron su pesar.
Tony Iommi, el fundador de Black Sabbath, y Bryan Adams compartieron las fotos que se tomaron al lado de Van Halen. Y no faltaron las reacciones de David Lee Roth, Sammy Hagar y Michael Anthony. Pudieron tener roces, pasar años sin comunicarse e imponer silencio si les preguntaban por su antiguo jefe, pero sus nombres siempre estarán ligados y crearon docenas de canciones juntos.
Canciones que seguirán siendo imitadas por todo aficionado a usar la escoba, el trapeador, el paraguas, la regla T o los dedos enroscados en el aire mientras se imagina que se lleva la Frankenstrat o la Wolfgang Special colgada al hombro.
El legado imaginario de Eddie Van Halen, ESTA ES LA HISTORIA URBANA DE JOSÉ VICENTE SOLÓRZANO AGUILAR.
1 Frente al espejo, a esta hora, más de alguien se pone a imitar los movimientos del guitarrista Eddie Van Halen.
Sus dedos se deslizan sobre la escoba, el trapeador, el paraguas o la regla T. También se enroscan en el aire como si pulsaran las cuerdas de la Frankenstrat o la Wolfgang Special, las guitarras que diseñó Van Halen cuando las marcas de siempre –Fender Stratocaster, Gibson– le resultaron insuficientes para reproducir los sonidos que deseaba obtener.
También lo hará apenas se acuerde de canciones como «Panama», «Hot For Teacher», «Running With The Devil», «Ain’t Talking ‘Bout Love», «Dreams» y «Me Wise Magic».
Y no sentirá rubor ni vergüenza si se le quedan viendo con cara de susto o extrañeza por tocar la guitarra invisible delante de la gente. Hasta deslizará los dedos sobre la mesa, el escritorio, cualquier superficie plana mientras se imagina los sintetizadores que acompañan a «Jump» y «Can’t This Be Love».
Resulta imposible resistirse a la tentación de imitar a Eddie Van Halen. De golpe, como sucedió con Jimi Hendrix, llevó el uso de la guitarra eléctrica al siguiente nivel de espectacularidad. No era un improvisado.
Tenía en su haber las lecciones de piano que recibió cuando niño –memorizó la ubicación de las notas sobre el teclado en vez de pasarse las horas tratando de descifrarlas en la partitura– y su intuición lo llevó a desarmar y ensamblar instrumentos hasta dar con las combinaciones que necesitaba para hacerse escuchar desde el escenario.
Frank Zappa, al definirse como guitarrista, aseguró que tallaba esculturas de luz con sus solos. Eddie Van Halen lanzaba enjambres de luciérnagas que chisporroteaban ante la vista y los oídos del espectador.
Volaban encima de la sección rítmica formada por su hermano Alex a la batería y el bajista Michael Anthony. Proveyeron respaldo a las estrofas entonadas por David Lee Roth, Sammy Hagar y Gary Cherone. Después solicitaba a la audiencia que le prestaran atención por un rato. Y ahí soltaba esos despliegues manuales que supieron marcar su territorio ante la competencia.
2 Los holandeses de antaño eran navegantes y mercaderes. Se mantenían en continua disputa con el mar del Norte para ganarle los terrenos que necesitaban para construir sus casas. Se lanzaron tarde a la búsqueda de colonias entre los dominios españoles, portugueses e ingleses, pero alcanzaron a dejar su huella en Nueva York, Pernambuco, Sudáfrica e Indonesia.
Ahí, en el archipiélago antaño conocido como las Indias Orientales Neerlandesas, brotó la raíz materna de los hermanos Van Halen: Eugenia van Beers. Nombres europeos, rasgos asiáticos.
Atrajo la atención de un músico de jazz llamado Jan van Halen, trabajador de la fuerza aérea holandesa. Se casaron en 1943 y se mudaron a Holanda seis años después. Alexander el hijo mayor nació en 1953 y Edward le siguió en 1955.
Sólo conocían las palabras en inglés para decir «sí», «no», «accidente» y «motocicleta» cuando la familia emigró a Estados Unidos en 1962 y eligió residencia en Pasadena, estado de California.
Nos podemos imaginar, sin tomarnos demasiadas licencias, la impresión que el paisaje californiano ejerció sobre los pequeños Van Halen. Dejaban atrás la tarjeta postal adornada con molinos de viento, tulipanes en flor y canales abriéndose paso entre las calles de Ámsterdam.
Se encontraron ante las amplias avenidas bordeadas por palmeras, el césped recién cortado por la máquina podadora y el auto descapotable parqueado en el garage. También se vieron expuestos a la luminosidad que el sol de la Costa Oeste derrama sobre edificios, personas y objetos.
Amanece más temprano y demora mucho en anochecer, la piel llega a broncearse y los lentes oscuros se incorporan al atuendo diario. Las muchachas no tardan en florecer y atraen las miradas camino a la escuela.
Al doblar la esquina se puede encontrarse con una estrella de cine retirada y cualquier joven procedente del Medio Oeste en busca de su oportunidad para brillar. Este clima, me atrevo a apuntarlo, influyó en su creación musical y su puesta en escena. De establecerse en Nueva York, los Van Halen habrían apelado al intelecto de sus oyentes. Nada de sonreír y ponerse a corretear sobre las tablas.
Pero antes, la adaptación. Eddie tenía siete años, Alex rondaba los nueve. Pasaron por el aprendizaje del inglés en la escuela y debieron tomarlos por chinitos: Alex heredó las facciones de su madre. Siempre habrá muchachos que se fijen en las orejas de satélite, las narices de chorro y los dientes de conejo para clavar apodos indelebles.
Tampoco faltan los que se apoderan de la refacción a la hora de recreo, se burlan del acento extranjero al hablar y cobran impuesto de guerra a los recién llegados. Los hermanos cerraron filas para cuidarse.
Y ahí estaba la música. Eddie quiso tocar la batería cuando escuchó a los Dave Clark Five. Se ilusionó con repetir la marcha de «Glad All Over». Compró unos tambores de segunda mano y consiguió trabajo como repartidor de periódicos: así juntaba los dólares destinados a pagarlos.
Mientras estaba fuera de casa, Alex se sentaba a aporrearlos. Estaba recibiendo clases de guitarra, pero demostró mayor inclinación a los parches. Al comprobarlo, Eddie le propuso que intercambiaran instrumentos. Nada de pleitos.
Les resultaban ajenos las peleas tras bastidores al estilo de Ray y Dave Davies, o los relajos de cantina armados entre Noel y Liam Gallagher. Compartieron banda durante 56 años, llamárase The Broken Combs, Genesis, Mammoth o Van Halen. El lazo de sangre se prolongó en Wolfgang, hijo de Eddie y sobrino de Alex.
3 Apenas circuló la noticia de la muerte de Eddie Van Halen, ocurrida el 6 de octubre de 2020 a causa del cáncer que primero le comió parte de la lengua y después se le prendió a la garganta, se difundieron los pésames enviados de una orilla a otra del océano Atlántico. Desde la muerte de Chuck Berry no se habían visto tantas muestras de pesar por un músico de rock.
Las condolencias fueron firmadas por Brian Wilson, la mente maestra de los Beach Boys, y Gary Holt, líder de la banda thrash metal Exodus. Yusuf Islam, el cantante otrora conocido como Cat Stevens, y Chris Jericho, el luchador metido a cantante de rock pesado, expresaron su pesar.
Tony Iommi, el fundador de Black Sabbath, y Bryan Adams compartieron las fotos que se tomaron al lado de Van Halen. Y no faltaron las reacciones de David Lee Roth, Sammy Hagar y Michael Anthony. Pudieron tener roces, pasar años sin comunicarse e imponer silencio si les preguntaban por su antiguo jefe, pero sus nombres siempre estarán ligados y crearon docenas de canciones juntos.
Canciones que seguirán siendo imitadas por todo aficionado a usar la escoba, el trapeador, el paraguas, la regla T o los dedos enroscados en el aire mientras se imagina que se lleva la Frankenstrat o la Wolfgang Special colgada al hombro.