El libro que reseñamos es Ningún comercio es gratis. Cambiar el rumbo, enfrentarse a China y ayudar a los trabajadores estadounidenses. Su autor, Robert Lighthizer, fue Representante de Comercio en la primera administración Trump (2017-2021). En estas memorias cuenta la historia de cómo se enfrentó a la ortodoxia del establishment comercial.
Ha luchado contra globalistas, importadores, grupos de presión, gobiernos extranjeros y grandes empresas cuyos intereses divergían de los de los trabajadores estadounidenses. Ha escrito y argumentado contra las “políticas fracasadas de libre comercio unilateral”. Estima que esa fue la opción preferida de las elites; millones de estadounidenses de a pie pagaron el precio. Expone que Washington se preocupó más por beneficios empresariales, importaciones baratas e intereses de gobiernos extranjeros.
El Tratado de Libre Comercio de América del Norte es un tema importante del libro. Tras ser representante comercial adjunto en la administración Reagan, Lighthizer fue tesorero de la campaña presidencial del republicano Bob Dole en 1996. Ambos habían respaldado el TLCAN, promulgado en 1994. De hecho, lo secundaron más republicanos que demócratas.
Durante años Trump amenazó con cancelarlo. Al final, se reformuló. Lighthizer negoció el ahora llamado Acuerdo Canadá-EE. UU.-México, alias USMCA. Considera esta nueva versión como ejemplo de trato que beneficia a todas las partes. Cierto: el comercio ha aumentado desde entonces. Pero eso fue, en parte, resultado de una economía en auge, no del nuevo acuerdo en sí. En 2016, la inflación era baja y recortes fiscales impulsaron crecimiento e inversión. Ahora, Trump hereda una economía mundial en desaceleración que todavía está lidiando con el impacto persistente de los altos precios. Esto puede amplificar el daño potencial causado por cualquier nuevo arancel.
La otra gran acción de Lighthizer fue negociar con China, verdadero objetivo del enfoque proteccionista de Trump. Critica que EE. UU. ha sido el primer país que financia el ascenso de sus rivales. Léase, China. Narra cómo, “por primera vez”, Washington se enfrentó a Pekín. Explica cómo funcionan las negociaciones comerciales y por qué la clave del éxito está en ejercer presión. Y es que, como reza el título: ningún comercio es gratis.
Lighthizer había desaprobado la adhesión de China a la OMC. Y en 2010 expuso ante el Congreso “lo desastrosa que había sido para EE. UU. —y en particular sus trabajadores— la decisión de 2000 de conceder a China el estatus de nación más favorecida”.
En 2018 impuso aranceles a China. Lighthizer transmite un mensaje que resuena en el corazón del país (es natural de Ohio). La decadencia del Rust Belt (“Cinturón del Óxido”) del Nordeste y Medio Oeste no solo se debe al “choque chino”. Sin embargo, Lighthizer, como muchos de sus compatriotas – republicanos y demócratas – tiende a culpar a China. Con todo, es difícil objetar su aseveración de que la entrada de Pekín en la OMC para nada cambió la economía política del gigante asiático. Puede estarse en desacuerdo con los aspectos económicos de sus opiniones sobre la necesidad de reequilibrar el déficit comercial con China. Sobre todo, considerados globalmente: el déficit de un país siempre es el superávit de otro. No obstante, sus argumentos sobre la necesidad de que una economía tan diversificada como la estadounidense produzca además de consumir para mantenerse fuerte resuenan con fuerza en un momento en el que fragilidad de las cadenas de suministro mundiales se ha hecho demasiado evidente.
Lighthizer olvida mencionar algunos puntos. La renta nacional per cápita de EE. UU. es más de cinco veces la de China. Su economía (un 10 % más pequeña que la de la UE en 2008), ahora es un 50 % mayor. La clase trabajadora estadounidense goza de un nivel de vida superior a cualquiera de las naciones o regiones con las que tiene déficits comerciales.
Para debilitar a China, defiende un “desacoplamiento estratégico”. Reconoce el trastorno que causaría si se impusiera repentinamente. El problema es que separarlas – con enormes aumentos de impuestos a los consumidores – causaría pérdidas masivas de puestos de trabajo, precios más altos y un descenso del nivel de vida de los estadounidenses, por muy gradual que fuera.
Pese a reconocer que el libre comercio permite una mayor eficiencia económica y menores costes para el consumidor, argumenta que esos beneficios se ven superados por los persistentes y abultados déficits comerciales y la dislocación de los trabajadores.
Lighthizer condena la política comercial anterior a Trump. “Los beneficios corporativos se dispararon para un grupo selecto de importadores y minoristas” mientras que “muchas empresas manufactureras fueron forzadas a la quiebra o a trasladar sus fábricas al extranjero”.
Scott Lincicome, vicepresidente del Cato Institute, rechaza el argumento de que el libre comercio ha perjudicado a la mayoría. Afirma que el problema es que los daños se han concentrado en lugares electoralmente importantes, swing statescomo Ohio, Pensilvania y Michigan.
El libro va dirigido al estadounidense común. Presenta argumentos contra las políticas que, en su opinión, han debilitado a EE. UU. dejando atrás a familias y comunidades. Aboga por una política comercial centrada en el empleo.
Lighthizer defiende las políticas comerciales America First de Trump a pesar de que no lograron su objetivo principal: reducir drásticamente los déficits comerciales. ¿Funcionarán las ideas del autor en esta segunda administración?
El tiempo lo dirá.
Más allá de esto, No Trade Is Free es una crónica accesible y amena de la historia y la política comercial de EE. UU. en el último medio siglo.
El libro que reseñamos es Ningún comercio es gratis. Cambiar el rumbo, enfrentarse a China y ayudar a los trabajadores estadounidenses. Su autor, Robert Lighthizer, fue Representante de Comercio en la primera administración Trump (2017-2021). En estas memorias cuenta la historia de cómo se enfrentó a la ortodoxia del establishment comercial.
Ha luchado contra globalistas, importadores, grupos de presión, gobiernos extranjeros y grandes empresas cuyos intereses divergían de los de los trabajadores estadounidenses. Ha escrito y argumentado contra las “políticas fracasadas de libre comercio unilateral”. Estima que esa fue la opción preferida de las elites; millones de estadounidenses de a pie pagaron el precio. Expone que Washington se preocupó más por beneficios empresariales, importaciones baratas e intereses de gobiernos extranjeros.
El Tratado de Libre Comercio de América del Norte es un tema importante del libro. Tras ser representante comercial adjunto en la administración Reagan, Lighthizer fue tesorero de la campaña presidencial del republicano Bob Dole en 1996. Ambos habían respaldado el TLCAN, promulgado en 1994. De hecho, lo secundaron más republicanos que demócratas.
Durante años Trump amenazó con cancelarlo. Al final, se reformuló. Lighthizer negoció el ahora llamado Acuerdo Canadá-EE. UU.-México, alias USMCA. Considera esta nueva versión como ejemplo de trato que beneficia a todas las partes. Cierto: el comercio ha aumentado desde entonces. Pero eso fue, en parte, resultado de una economía en auge, no del nuevo acuerdo en sí. En 2016, la inflación era baja y recortes fiscales impulsaron crecimiento e inversión. Ahora, Trump hereda una economía mundial en desaceleración que todavía está lidiando con el impacto persistente de los altos precios. Esto puede amplificar el daño potencial causado por cualquier nuevo arancel.
La otra gran acción de Lighthizer fue negociar con China, verdadero objetivo del enfoque proteccionista de Trump. Critica que EE. UU. ha sido el primer país que financia el ascenso de sus rivales. Léase, China. Narra cómo, “por primera vez”, Washington se enfrentó a Pekín. Explica cómo funcionan las negociaciones comerciales y por qué la clave del éxito está en ejercer presión. Y es que, como reza el título: ningún comercio es gratis.
Lighthizer había desaprobado la adhesión de China a la OMC. Y en 2010 expuso ante el Congreso “lo desastrosa que había sido para EE. UU. —y en particular sus trabajadores— la decisión de 2000 de conceder a China el estatus de nación más favorecida”.
En 2018 impuso aranceles a China. Lighthizer transmite un mensaje que resuena en el corazón del país (es natural de Ohio). La decadencia del Rust Belt (“Cinturón del Óxido”) del Nordeste y Medio Oeste no solo se debe al “choque chino”. Sin embargo, Lighthizer, como muchos de sus compatriotas – republicanos y demócratas – tiende a culpar a China. Con todo, es difícil objetar su aseveración de que la entrada de Pekín en la OMC para nada cambió la economía política del gigante asiático. Puede estarse en desacuerdo con los aspectos económicos de sus opiniones sobre la necesidad de reequilibrar el déficit comercial con China. Sobre todo, considerados globalmente: el déficit de un país siempre es el superávit de otro. No obstante, sus argumentos sobre la necesidad de que una economía tan diversificada como la estadounidense produzca además de consumir para mantenerse fuerte resuenan con fuerza en un momento en el que fragilidad de las cadenas de suministro mundiales se ha hecho demasiado evidente.
Lighthizer olvida mencionar algunos puntos. La renta nacional per cápita de EE. UU. es más de cinco veces la de China. Su economía (un 10 % más pequeña que la de la UE en 2008), ahora es un 50 % mayor. La clase trabajadora estadounidense goza de un nivel de vida superior a cualquiera de las naciones o regiones con las que tiene déficits comerciales.
Para debilitar a China, defiende un “desacoplamiento estratégico”. Reconoce el trastorno que causaría si se impusiera repentinamente. El problema es que separarlas – con enormes aumentos de impuestos a los consumidores – causaría pérdidas masivas de puestos de trabajo, precios más altos y un descenso del nivel de vida de los estadounidenses, por muy gradual que fuera.
Pese a reconocer que el libre comercio permite una mayor eficiencia económica y menores costes para el consumidor, argumenta que esos beneficios se ven superados por los persistentes y abultados déficits comerciales y la dislocación de los trabajadores.
Lighthizer condena la política comercial anterior a Trump. “Los beneficios corporativos se dispararon para un grupo selecto de importadores y minoristas” mientras que “muchas empresas manufactureras fueron forzadas a la quiebra o a trasladar sus fábricas al extranjero”.
Scott Lincicome, vicepresidente del Cato Institute, rechaza el argumento de que el libre comercio ha perjudicado a la mayoría. Afirma que el problema es que los daños se han concentrado en lugares electoralmente importantes, swing statescomo Ohio, Pensilvania y Michigan.
El libro va dirigido al estadounidense común. Presenta argumentos contra las políticas que, en su opinión, han debilitado a EE. UU. dejando atrás a familias y comunidades. Aboga por una política comercial centrada en el empleo.
Lighthizer defiende las políticas comerciales America First de Trump a pesar de que no lograron su objetivo principal: reducir drásticamente los déficits comerciales. ¿Funcionarán las ideas del autor en esta segunda administración?
El tiempo lo dirá.
Más allá de esto, No Trade Is Free es una crónica accesible y amena de la historia y la política comercial de EE. UU. en el último medio siglo.