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Cómo evitar errores pasados

.
Marcos Jacobo Suárez Sipmann
25 de octubre, 2024

La tesis central del libro La nueva Guerra Fría de Sir Robin Niblett, exdirector de Chatham House, es la rivalidad inevitable y acelerada entre Occidente y la alianza chino-rusa.  

Aunque Joe Biden se comprometió a no dejar que China superara a EE. UU como líder mundial, fue explícito en no buscar una Guerra Fría con Pekín. No obstante, Xi Jinping y Vladimir Putin, prometieron en mayo una “nueva era” de asociación tachando a Washington de hegemonía agresiva. 

Desde la invasión rusa de Ucrania se ha dejado atrás un orden basado en normas, presidido por el ideal de prosperidad global. Ha entrado una era de rivalidades, dominada por el imperativo de la seguridad nacional. 

Mientras China construye un nuevo eje de Estados autoritarios para maximizar su influencia y compensar su sensación de inseguridad regional, a EE. UU. ya no le resulta cómodo el papel de líder económico. 

El texto es un toque de atención a los europeos que tardan en cambiar su percepción de China. Muy poco a poco se van acercando a la visión de contención del gigante asiático, condición previa a la cooperación. Por ahora, EE. UU. y sus aliados van perdiendo. Con todo, la proyección global de China y Rusia, con menos reglas y más visión a largo plazo, no está exenta de problemas. Nada está decidido. 

EE. UU. y la URSS jamás llegaron a la interdependencia existente entre Washington y Pekín. La presión para evitar un conflicto abierto y llegar a compromisos es grande. Por otro lado, las interconexiones de las alianzas globales – tanto transatlántica como transpacífica – son una buena noticia para las democracias liberales. 

Niblett presenta diez particularidades de esta nueva Guerra Fría y ofrece cinco fórmulas para navegar su inicio. Entre estas recetas sobresalen dos. 

Una, reunir a las democracias liberales. El G7 (con la UE) es el foro más indicado. Aconseja – como ya se hace de manera informal – añadir a Corea del Sur y Australia. Esto señalizaría de forma clara una coordinación sistemática para mejorar la fortaleza tecnológica y seguridad económica colectiva. El G9 evitaría repetir el error de Europa de depender en exceso de Rusia para su seguridad energética en la era tardía del carbono, confiando en China para su energía renovable en la era verde temprana. 

La otra es asociarse con el Sur Global en materia de desarrollo sostenible y lucha contra el cambio climático. En el regreso al antagonismo entre bloques ya no hay una jerarquía entre Norte y Sur. La batalla por el control dependerá de la capacidad de apelar con éxito al Sur Global. Es aquí donde se decidirá la confrontación. 

Xi parece haber entendido esto antes que las democracias. Sin embargo, ampliar los BRICS ha sido una grave equivocación. La estructura de este grupo es defectuosa debido a su disparidad política, diferentes prioridades exteriores y falta de valores compartidos. Por el contrario, el G9 está unido alrededor de principios y compromisos explícitos de apoyo mutuo, sin perjuicio de que sus intereses a veces diverjan. 

La esclerosis de la vieja Guerra Fría ha dado paso a una intensa diplomacia de países como India, Turquía, Emiratos, Arabia Saudí, Suráfrica o Brasil para aprovechar las ventajas de apoyar caso por caso a uno u otro rival. Estos y otros países siguen la triangulación más beneficiosa para sus objetivos. 

Esta contienda es mucho menos binaria que la anterior. Pero esto no implica un orden internacional más estable y menos amenazador. El mensaje chino de que las democracias son cada vez más imperfectas cala entre lo que puede denominarse actores multi alineados. 

Trae a la memoria en estos momentos ecos de 1914, cuando unos enormes niveles de comercio mundial no lograron evitar que una Alemania imperial en ascenso y un Imperio Británico desbordado caminaran sonámbulos hacia un conflicto devastador. 

Y en cuanto a uno de los puntos de máxima tensión en el Pacífico actualmente – Taiwán – es imposible saber cómo terminará la disputa sobre su futuro. ¿Cómo la de los Balcanes en 1914, que acabó desencadenando la IGM? ¿O la de la Crisis de los Misiles de Cuba en 1962, que ayudó a EE. UU. y la URSS a encontrar una nueva forma de convivencia, si bien bajo la sombra de una destrucción mutua asegurada? 

Y hay una nube que oscurece el panorama. Es la incógnita sobre el rumbo de la política interior estadounidense. El socio principal de la coalición occidental podría dejar de actuar como fundamental proveedor de estabilidad. Existe esa posibilidad con una eventual presidencia de Donald Trump, poco amigo del multilateralismo. Su aislacionismo permitiría un ascenso global más rápido de una China cada vez más nacionalista y asertiva. También daría alas al matonismo ruso y al revanchismo de dictaduras como Irán y Corea del Norte.  

Mirando hacia atrás, pueden extraerse las lecciones necesarias para enfrentar los desafíos. Con sus muchos datos e ideas, este es un libro oportuno y necesario.

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Marcos Jacobo Suárez Sipmann
25 de octubre, 2024

La tesis central del libro La nueva Guerra Fría de Sir Robin Niblett, exdirector de Chatham House, es la rivalidad inevitable y acelerada entre Occidente y la alianza chino-rusa.  

Aunque Joe Biden se comprometió a no dejar que China superara a EE. UU como líder mundial, fue explícito en no buscar una Guerra Fría con Pekín. No obstante, Xi Jinping y Vladimir Putin, prometieron en mayo una “nueva era” de asociación tachando a Washington de hegemonía agresiva. 

Desde la invasión rusa de Ucrania se ha dejado atrás un orden basado en normas, presidido por el ideal de prosperidad global. Ha entrado una era de rivalidades, dominada por el imperativo de la seguridad nacional. 

Mientras China construye un nuevo eje de Estados autoritarios para maximizar su influencia y compensar su sensación de inseguridad regional, a EE. UU. ya no le resulta cómodo el papel de líder económico. 

El texto es un toque de atención a los europeos que tardan en cambiar su percepción de China. Muy poco a poco se van acercando a la visión de contención del gigante asiático, condición previa a la cooperación. Por ahora, EE. UU. y sus aliados van perdiendo. Con todo, la proyección global de China y Rusia, con menos reglas y más visión a largo plazo, no está exenta de problemas. Nada está decidido. 

EE. UU. y la URSS jamás llegaron a la interdependencia existente entre Washington y Pekín. La presión para evitar un conflicto abierto y llegar a compromisos es grande. Por otro lado, las interconexiones de las alianzas globales – tanto transatlántica como transpacífica – son una buena noticia para las democracias liberales. 

Niblett presenta diez particularidades de esta nueva Guerra Fría y ofrece cinco fórmulas para navegar su inicio. Entre estas recetas sobresalen dos. 

Una, reunir a las democracias liberales. El G7 (con la UE) es el foro más indicado. Aconseja – como ya se hace de manera informal – añadir a Corea del Sur y Australia. Esto señalizaría de forma clara una coordinación sistemática para mejorar la fortaleza tecnológica y seguridad económica colectiva. El G9 evitaría repetir el error de Europa de depender en exceso de Rusia para su seguridad energética en la era tardía del carbono, confiando en China para su energía renovable en la era verde temprana. 

La otra es asociarse con el Sur Global en materia de desarrollo sostenible y lucha contra el cambio climático. En el regreso al antagonismo entre bloques ya no hay una jerarquía entre Norte y Sur. La batalla por el control dependerá de la capacidad de apelar con éxito al Sur Global. Es aquí donde se decidirá la confrontación. 

Xi parece haber entendido esto antes que las democracias. Sin embargo, ampliar los BRICS ha sido una grave equivocación. La estructura de este grupo es defectuosa debido a su disparidad política, diferentes prioridades exteriores y falta de valores compartidos. Por el contrario, el G9 está unido alrededor de principios y compromisos explícitos de apoyo mutuo, sin perjuicio de que sus intereses a veces diverjan. 

La esclerosis de la vieja Guerra Fría ha dado paso a una intensa diplomacia de países como India, Turquía, Emiratos, Arabia Saudí, Suráfrica o Brasil para aprovechar las ventajas de apoyar caso por caso a uno u otro rival. Estos y otros países siguen la triangulación más beneficiosa para sus objetivos. 

Esta contienda es mucho menos binaria que la anterior. Pero esto no implica un orden internacional más estable y menos amenazador. El mensaje chino de que las democracias son cada vez más imperfectas cala entre lo que puede denominarse actores multi alineados. 

Trae a la memoria en estos momentos ecos de 1914, cuando unos enormes niveles de comercio mundial no lograron evitar que una Alemania imperial en ascenso y un Imperio Británico desbordado caminaran sonámbulos hacia un conflicto devastador. 

Y en cuanto a uno de los puntos de máxima tensión en el Pacífico actualmente – Taiwán – es imposible saber cómo terminará la disputa sobre su futuro. ¿Cómo la de los Balcanes en 1914, que acabó desencadenando la IGM? ¿O la de la Crisis de los Misiles de Cuba en 1962, que ayudó a EE. UU. y la URSS a encontrar una nueva forma de convivencia, si bien bajo la sombra de una destrucción mutua asegurada? 

Y hay una nube que oscurece el panorama. Es la incógnita sobre el rumbo de la política interior estadounidense. El socio principal de la coalición occidental podría dejar de actuar como fundamental proveedor de estabilidad. Existe esa posibilidad con una eventual presidencia de Donald Trump, poco amigo del multilateralismo. Su aislacionismo permitiría un ascenso global más rápido de una China cada vez más nacionalista y asertiva. También daría alas al matonismo ruso y al revanchismo de dictaduras como Irán y Corea del Norte.  

Mirando hacia atrás, pueden extraerse las lecciones necesarias para enfrentar los desafíos. Con sus muchos datos e ideas, este es un libro oportuno y necesario.

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