En este libro el profesor Yuval Noaḥ Harari (1976) teme que la Inteligencia Artificial (IA) devorará lo que hemos creado. “Puede que la consciencia no tenga conexiones esenciales con la bioquímica orgánica, en cuyo caso los ordenadores conscientes podrían hallarse a la vuelta de la esquina”. Es una de sus grandes preocupaciones. “¿Qué pasará cuando cultura, política, creencias, o el pensamiento en general sean moldeados por una inteligencia ajena que sepa explotar con eficacia sobrehumana debilidades, prejuicios y adicciones de nuestra mente?”.
En Nexus, el historiador israelí, además de reconocer la conflictividad global esboza el modo en que la tecnología puede convertirse en nuestro amo esclavizador.
Las computadoras ya analizan, manipulan y generan lenguaje: palabras, sonidos, imágenes o símbolos codificados. Toman decisiones y producen ideas. Y lo hacen como los humanos.
¿La historia de la humanidad está llegando a su fin según indicios obtenidos de la tecnología avanzada? No se refiere Harari al fin como tal, sino al de su parte dominada por los seres humanos. La historia consiste en la interacción entre biología y cultura. Entre nuestros deseos y necesidades biológicas y la cultura que hemos construido. Costumbres y leyes, creaciones literarias y artísticas, religiones, economía y política…
Robots y algoritmos serán los nuevos jefes. Su capacidad para procesar todo tipo de imágenes, audios y datos, sobrehumana. Un mundo nuevo y distinto. ¿Mejor o peor? ¿Quién lo habitaría? ¿Sobreviviríamos vigilados por entidades no humanas? ¿Habría algo así como una deontología para robots? A esta y muchas otras preguntas de momento nadie puede responder. Ni siquiera, la IA.
Algunos han tachado la obra como un “conjunto de banalidades”. Es cierto que la primera parte vuelve a contar la historia de la información. Pero es un ejercicio necesario; además, aderezado con elementos nuevos. Ejemplifica situaciones que tienden a explicar comportamientos genéricos. Entre otras, la historia de la paloma mensajera, cher ami, que salvó a un grupo de soldados aliados castigados por fuego amigo en la IGM. O la interpretación de El aprendiz de brujo, de Goethe.
Harari habla de información, relatos, documentos, redes y de IA. Su pensamiento ya se evidenciaba en libros anteriores como Sapiens, Homo Deus y 21 lecciones para el siglo XXI. Este historiador nunca pierde la perspectiva biológica y tecnológica. Distingue entre ficción y realidad, siempre con la duda entre realidad y verdad. Esa contradicción entre lo eterno y lo aparente que nos planteamos en cuanto máquinas cerebrales sometidas a impulsos neuronales. Sobre la mitología y burocracia se apoya toda sociedad. La primera inspira fascinación. La segunda, sospecha. Describe esta última como motor del orden y del mundo. También del error humano, siempre confiando en la posibilidad de rectificación.
Harari coloca en el mismo nivel de peligrosidad fascismo y estalinismo. En un contexto en que ninguna de estas ideas totalitarias ha desaparecido.
Su esfuerzo divulgativo rehúye manipulaciones. Es contrario a toda clase de predicaciones, doctrinas y consignas. Su estilo es directo, ágil y riguroso.
La mayor novedad reside en el final. Allí se narra la batalla entre robots y humanos. La IA puede usarse como forma de vigilancia ciudadana. Como recuerda Harari, las tecnologías previas no tenían poder de decisión. La bomba atómica no disponía dónde caer. La imprenta de Gutenberg no determinaba qué libros producir. Hoy, el panorama es diferente. El algoritmo toma decisiones por sí mismo. Un ejemplo: establece el contenido de nuestras redes sociales.
Por supuesto, la IA es muy beneficiosa en los campos más diversos: de la medicina a la arqueología. Sin embargo, economía y valor del dinero dependen de algoritmos inescrutables. En política asusta su capacidad de vigilancia, el gran ojo invisible. La “falta de solidaridad global y de liderazgo es un peligro inmenso para la humanidad”. La IA: instrumento perfecto de cualquier dictadura.
La sociedad vive saturada de información hasta el punto como sostiene Harari de que esto nos ha hecho más solitarios que antes. La conversación ha retrocedido ante la polarización de los grupos virtuales. Desaparece el diálogo. Se reduce el número de demócratas.
El planeta es cada vez más desigual. Según la ONG Oxfam en un reciente informe el “1 % posee más riqueza que el 95 % de la población mundial”. Es una de las causas de la migración masiva. A su vez, este fenómeno lleva a la proliferación de partidos ultras y populistas en los países de destino.
¿Soluciones? ¿Esperanza? Sí, más y mejor calidad de educación. Y mucha lectura. Sobre todo, libros como este.
En este libro el profesor Yuval Noaḥ Harari (1976) teme que la Inteligencia Artificial (IA) devorará lo que hemos creado. “Puede que la consciencia no tenga conexiones esenciales con la bioquímica orgánica, en cuyo caso los ordenadores conscientes podrían hallarse a la vuelta de la esquina”. Es una de sus grandes preocupaciones. “¿Qué pasará cuando cultura, política, creencias, o el pensamiento en general sean moldeados por una inteligencia ajena que sepa explotar con eficacia sobrehumana debilidades, prejuicios y adicciones de nuestra mente?”.
En Nexus, el historiador israelí, además de reconocer la conflictividad global esboza el modo en que la tecnología puede convertirse en nuestro amo esclavizador.
Las computadoras ya analizan, manipulan y generan lenguaje: palabras, sonidos, imágenes o símbolos codificados. Toman decisiones y producen ideas. Y lo hacen como los humanos.
¿La historia de la humanidad está llegando a su fin según indicios obtenidos de la tecnología avanzada? No se refiere Harari al fin como tal, sino al de su parte dominada por los seres humanos. La historia consiste en la interacción entre biología y cultura. Entre nuestros deseos y necesidades biológicas y la cultura que hemos construido. Costumbres y leyes, creaciones literarias y artísticas, religiones, economía y política…
Robots y algoritmos serán los nuevos jefes. Su capacidad para procesar todo tipo de imágenes, audios y datos, sobrehumana. Un mundo nuevo y distinto. ¿Mejor o peor? ¿Quién lo habitaría? ¿Sobreviviríamos vigilados por entidades no humanas? ¿Habría algo así como una deontología para robots? A esta y muchas otras preguntas de momento nadie puede responder. Ni siquiera, la IA.
Algunos han tachado la obra como un “conjunto de banalidades”. Es cierto que la primera parte vuelve a contar la historia de la información. Pero es un ejercicio necesario; además, aderezado con elementos nuevos. Ejemplifica situaciones que tienden a explicar comportamientos genéricos. Entre otras, la historia de la paloma mensajera, cher ami, que salvó a un grupo de soldados aliados castigados por fuego amigo en la IGM. O la interpretación de El aprendiz de brujo, de Goethe.
Harari habla de información, relatos, documentos, redes y de IA. Su pensamiento ya se evidenciaba en libros anteriores como Sapiens, Homo Deus y 21 lecciones para el siglo XXI. Este historiador nunca pierde la perspectiva biológica y tecnológica. Distingue entre ficción y realidad, siempre con la duda entre realidad y verdad. Esa contradicción entre lo eterno y lo aparente que nos planteamos en cuanto máquinas cerebrales sometidas a impulsos neuronales. Sobre la mitología y burocracia se apoya toda sociedad. La primera inspira fascinación. La segunda, sospecha. Describe esta última como motor del orden y del mundo. También del error humano, siempre confiando en la posibilidad de rectificación.
Harari coloca en el mismo nivel de peligrosidad fascismo y estalinismo. En un contexto en que ninguna de estas ideas totalitarias ha desaparecido.
Su esfuerzo divulgativo rehúye manipulaciones. Es contrario a toda clase de predicaciones, doctrinas y consignas. Su estilo es directo, ágil y riguroso.
La mayor novedad reside en el final. Allí se narra la batalla entre robots y humanos. La IA puede usarse como forma de vigilancia ciudadana. Como recuerda Harari, las tecnologías previas no tenían poder de decisión. La bomba atómica no disponía dónde caer. La imprenta de Gutenberg no determinaba qué libros producir. Hoy, el panorama es diferente. El algoritmo toma decisiones por sí mismo. Un ejemplo: establece el contenido de nuestras redes sociales.
Por supuesto, la IA es muy beneficiosa en los campos más diversos: de la medicina a la arqueología. Sin embargo, economía y valor del dinero dependen de algoritmos inescrutables. En política asusta su capacidad de vigilancia, el gran ojo invisible. La “falta de solidaridad global y de liderazgo es un peligro inmenso para la humanidad”. La IA: instrumento perfecto de cualquier dictadura.
La sociedad vive saturada de información hasta el punto como sostiene Harari de que esto nos ha hecho más solitarios que antes. La conversación ha retrocedido ante la polarización de los grupos virtuales. Desaparece el diálogo. Se reduce el número de demócratas.
El planeta es cada vez más desigual. Según la ONG Oxfam en un reciente informe el “1 % posee más riqueza que el 95 % de la población mundial”. Es una de las causas de la migración masiva. A su vez, este fenómeno lleva a la proliferación de partidos ultras y populistas en los países de destino.
¿Soluciones? ¿Esperanza? Sí, más y mejor calidad de educación. Y mucha lectura. Sobre todo, libros como este.