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Veinte años después de Tratado de Maastricht, Europa busca nuevo horizonte

Redacción República
29 de octubre, 2013

Veinte años después del Tratado de Maastricht, que forjó la integración política europea y sentó las bases para la creación de la moneda única, la Unión Europea (UE) busca un nuevo proyecto para relanzar la construcción europea, frenada por la crisis y el rechazo creciente de los ciudadanos.

En la larga historia de la construcción europea, este tratado que entró en vigor el 1 de noviembre de 1993 constituye un hito mayor, el de la creación de la moneda única, poderoso símbolo y salto cualitativo en la integración.

Este tratado es célebre por sus famosos criterios en materia de déficit público y deuda. Límites que los Estados miembros no respetaron, empezando por Francia y Alemania a mediados de los años 2000.

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Esta indisciplina ‘es la primera razón de las dificultades que atravesamos’, indica a la AFP Jean-Claude Trichet, uno de los redactores de este tratado y ex presidente del Banco Central Europeo (BCE), institución que nació con este texto.

Políticos y expertos concuerdan al reconocer que la unión monetaria fue mal concebida, ya que no estaba acompañada por ninguna unión fiscal, y menos aún económica.

‘No había ninguna voluntad’ de parte de los Estados, subraya Daniel Gros, director del Centro de Estudios Políticos Europeos.

Recordando la máxima según la cual los generales se preparan siempre para la guerra que ya pasó, Gros señala que los dirigentes de la época se habían focalizado en la lucha contra la inflación y los déficit, sin anticipar un problema con los bancos. El Tratado de Maastricht no preparó a Europa para los ‘grandes desafíos de la estabilidad del sistema financiero’.

Muchos expertos consideraban ya hace 20 años como una ‘locura’ hacer una unión monetaria sin unión bancaria, económica y política, recuerda Nicolas Véron, investigador del instituto Bruegel.

Las cosas funcionaron hasta el estallido de la crisis de la deuda y del euro, antes de repercutir en el resto de la economía.

Frente a esta crisis existencial, los europeos hallaron respuestas ‘en la precipitación’, constata Jean-Dominique Giuliani, presidente de la Fundación Schuman. Tras inyectar miles de millones de euros para colmatar las brechas y salvar el sistema, la UE lanzó varias reformas para intentar evitar una nueva crisis: el refuerzo de la disciplina fiscal y el lanzamiento de una unión bancaria.

Europa: sin objetivos en el horizonte

A pesar de sus defectos de concepción, Maastricht fue la ‘última vez en la que se fijó un gran objetivo’, estimó Giuliani. ‘Desde entonces no hay nada’, estima.

La Unión Europea siempre se construyó a golpes, pero dándose objetivos ambiciosos. Al salir de la Segunda Guerra Mundial, el objetivo era preservar la paz en un continente desgarrado por dos guerras mundiales. Luego fueron las fronteras para las mercaderías y los ciudadanos con el mercado único, y finalmente la moneda.

Siguiendo el sendero lógico de un espacio democrático y próspero, la UE también fue una fuerza de atracción que se tradujo en ampliaciones sucesivas a más países. En 2004 se incorporaron diez de golpe, ocho de ellos ex comunistas, a los que se sumarían Bulgaria y Rumanía en 2007 y Croacia este año, sumando 28 Estados miembros.

Pero con la crisis y el aumento del euroescepticismo, los dirigentes europeos son cada vez más prudentes, e incluso se repliegan en la prioridades nacionales.

El ex presidente francés Valéry Giscard d’Estaing, impulsor del euro y del Sistema Monetario Europeo, lamenta con amargura que Europa no tenga ‘más objetivos’ y propone uno: ‘construir en Europa una potencia económica comparable’ a Estados Unidos o China.

La construcción europea es una ‘ambición extraordinaria desde el punto de vista histórico’, indica Trichet estimando que los europeos ‘están en el medio del vado’ y que ‘no debe aceptarse ninguna complacencia’.

La UE debe darse los medios para ser ‘una de las tres grandes potencias mundiales’ para 2050, piensa Giuliani. Una ambición que debe tener una hoja de ruta y un calendario preciso, dice, planteando una armonización económica, entre otras cosas en materia fiscal, pero también social.

Defendiendo la coherencia de su acción al frente del Consejo Europeo, Herman Van Rompuy asegura que una Europa fuerte sólo puede existir sobre la base de una ‘economía fuerte’, con ‘más convergencia económica en la zona euro’.

Pero en la medida en que la integración toca al ‘corazón de la soberanía’, Véron insiste en el tema de la legitimidad democrática, cuyo ‘déficit’ contribuyó a socavar la confianza de los ciudadanos.

Como Jean-Claude Trichet, ex presidente del Banco Central Europeo (BCE), muchos están convencidos de que ello pasa como mínimo por el ‘refuerzo de los poderes del Parlamento Europeo’, que se elige por sufragio universal directo. Por lo tanto con un nuevo tratado.

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Veinte años después de Tratado de Maastricht, Europa busca nuevo horizonte

Redacción RepúblicaRedacción República
Redacción República
29 de octubre, 2013

Veinte años después del Tratado de Maastricht, que forjó la integración política europea y sentó las bases para la creación de la moneda única, la Unión Europea (UE) busca un nuevo proyecto para relanzar la construcción europea, frenada por la crisis y el rechazo creciente de los ciudadanos.

En la larga historia de la construcción europea, este tratado que entró en vigor el 1 de noviembre de 1993 constituye un hito mayor, el de la creación de la moneda única, poderoso símbolo y salto cualitativo en la integración.

Este tratado es célebre por sus famosos criterios en materia de déficit público y deuda. Límites que los Estados miembros no respetaron, empezando por Francia y Alemania a mediados de los años 2000.

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Esta indisciplina ‘es la primera razón de las dificultades que atravesamos’, indica a la AFP Jean-Claude Trichet, uno de los redactores de este tratado y ex presidente del Banco Central Europeo (BCE), institución que nació con este texto.

Políticos y expertos concuerdan al reconocer que la unión monetaria fue mal concebida, ya que no estaba acompañada por ninguna unión fiscal, y menos aún económica.

‘No había ninguna voluntad’ de parte de los Estados, subraya Daniel Gros, director del Centro de Estudios Políticos Europeos.

Recordando la máxima según la cual los generales se preparan siempre para la guerra que ya pasó, Gros señala que los dirigentes de la época se habían focalizado en la lucha contra la inflación y los déficit, sin anticipar un problema con los bancos. El Tratado de Maastricht no preparó a Europa para los ‘grandes desafíos de la estabilidad del sistema financiero’.

Muchos expertos consideraban ya hace 20 años como una ‘locura’ hacer una unión monetaria sin unión bancaria, económica y política, recuerda Nicolas Véron, investigador del instituto Bruegel.

Las cosas funcionaron hasta el estallido de la crisis de la deuda y del euro, antes de repercutir en el resto de la economía.

Frente a esta crisis existencial, los europeos hallaron respuestas ‘en la precipitación’, constata Jean-Dominique Giuliani, presidente de la Fundación Schuman. Tras inyectar miles de millones de euros para colmatar las brechas y salvar el sistema, la UE lanzó varias reformas para intentar evitar una nueva crisis: el refuerzo de la disciplina fiscal y el lanzamiento de una unión bancaria.

Europa: sin objetivos en el horizonte

A pesar de sus defectos de concepción, Maastricht fue la ‘última vez en la que se fijó un gran objetivo’, estimó Giuliani. ‘Desde entonces no hay nada’, estima.

La Unión Europea siempre se construyó a golpes, pero dándose objetivos ambiciosos. Al salir de la Segunda Guerra Mundial, el objetivo era preservar la paz en un continente desgarrado por dos guerras mundiales. Luego fueron las fronteras para las mercaderías y los ciudadanos con el mercado único, y finalmente la moneda.

Siguiendo el sendero lógico de un espacio democrático y próspero, la UE también fue una fuerza de atracción que se tradujo en ampliaciones sucesivas a más países. En 2004 se incorporaron diez de golpe, ocho de ellos ex comunistas, a los que se sumarían Bulgaria y Rumanía en 2007 y Croacia este año, sumando 28 Estados miembros.

Pero con la crisis y el aumento del euroescepticismo, los dirigentes europeos son cada vez más prudentes, e incluso se repliegan en la prioridades nacionales.

El ex presidente francés Valéry Giscard d’Estaing, impulsor del euro y del Sistema Monetario Europeo, lamenta con amargura que Europa no tenga ‘más objetivos’ y propone uno: ‘construir en Europa una potencia económica comparable’ a Estados Unidos o China.

La construcción europea es una ‘ambición extraordinaria desde el punto de vista histórico’, indica Trichet estimando que los europeos ‘están en el medio del vado’ y que ‘no debe aceptarse ninguna complacencia’.

La UE debe darse los medios para ser ‘una de las tres grandes potencias mundiales’ para 2050, piensa Giuliani. Una ambición que debe tener una hoja de ruta y un calendario preciso, dice, planteando una armonización económica, entre otras cosas en materia fiscal, pero también social.

Defendiendo la coherencia de su acción al frente del Consejo Europeo, Herman Van Rompuy asegura que una Europa fuerte sólo puede existir sobre la base de una ‘economía fuerte’, con ‘más convergencia económica en la zona euro’.

Pero en la medida en que la integración toca al ‘corazón de la soberanía’, Véron insiste en el tema de la legitimidad democrática, cuyo ‘déficit’ contribuyó a socavar la confianza de los ciudadanos.

Como Jean-Claude Trichet, ex presidente del Banco Central Europeo (BCE), muchos están convencidos de que ello pasa como mínimo por el ‘refuerzo de los poderes del Parlamento Europeo’, que se elige por sufragio universal directo. Por lo tanto con un nuevo tratado.

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