En el editorial de República, publicado el día de ayer, se hacía un muy atinado examen del fracaso de la licitación para la expansión del sistema de transporte de energía eléctrica PET-3, a la cual concurrió como único oferente el Instituto Nacional de Electrificación —INDE—. Señalaba el editorialista que realizar una licitación que solo logre sonar atractiva para un oferente es un obvio fracaso. El diseño de la PET-3 evidentemente no logró suscitar el entusiasmo de las empresas transportistas que actualmente trabajan en Guatemala, como tampoco logró atraer ojos y oídos extranjeros.
Ante esta situación, se pueden presentar dos reacciones de las autoridades involucradas: un encogerse de hombros y dejar que un raquítico INDE se quede con el abrumante peso de las obras para las cuales presentó oferta, poco ambiciosas, pero pesadas para la capacidad financiera del INDE o bien, de inmediato arremangarse las camisas y ponerse a trabajar en una nueva licitación, una PET-4 que sí logre ser ambiciosa en el diseño, atractiva para potenciales oferentes y sobre todo, efectivamente realizable.
Para este nuevo desafío, las instituciones del subsector eléctrico cuentan con equipos técnicos con mucha experiencia y conocimiento, que saben planificar y poner en blanco y negro los retos a superar a medida que las redes actuales se van saturando. De hecho, durante los dos gobiernos anteriores, estas oficinas técnicas especializadas dejaron para los despachos ministeriales y demás autoridades planes de expansión del sistema de transporte, además de planes indicativos para el desarrollo efectivo de redes para la electrificación rural, separando ambos temas por razones técnicas y económicas.
No dejemos que postulados ideológicos caducos falseen una realidad que demuestra que con la participación del sector privado, Guatemala logró alcanzar en poco menos de 30 años, lo que no pudo hacer el Estado en más de 100.
En este sentido, las obras de electrificación rural deben de pensarse desde nuevas perspectivas, con el objeto de cubrir el resto del territorio nacional al que aún no ha llegado la energía eléctrica (según datos oficiales un 9 % del territorio nacional); y otras obras de mucho mayor envergadura que aporten densidad a la red de transporte ya existente, que soporte el crecimiento de la demanda (doméstica, comercial e industrial) y de la oferta para atenderla en un horizonte razonable y puedan ir conectados a los nuevos proyectos de la expansión de la generación. Para tener tarifas bajas de energía y una oferta suficiente, el país debe mantener en constante evolución y crecimiento el parque de generación de energía, de preferencia, sumando un mix completo pero equilibrado de tecnologías.
Como sugería ayer el editorialista, es momento de abandonar la ideología y asumir una visión de país que tome en cuenta la realidad nacional e institucional (como el precario estado económico del INDE) e integrar a cuantos actores puedan hacer posible un país pujante y en constante desarrollo. Las condiciones actuales de la infraestructura vial y portuaria ya hacen difícil el camino hacia delante, no sumemos un factor más de atraso para un país que, desde 1996, encontró que sumando esfuerzos estatales y privados un 40 % de la población pudo recibir energía eléctrica en la comodidad de sus hogares.
La energía eléctrica no solo es comodidad, no solo es poder aprovechar las horas de oscuridad y hacerlas productivas. La energía eléctrica es, también, mejorar la calidad de vida de nuestros ciudadanos. No dejemos que postulados ideológicos caducos falseen una realidad que demuestra que con la participación del sector privado Guatemala logró alcanzar en poco menos de 30 años, lo que no pudo hacer el Estado en más de 100, a partir del momento en que se iluminó la primera bombilla eléctrica en 1863. Pensemos en un país diferente, lejos de divisiones y revanchismos, y, sobre todo, trabajemos por él.
Repensando al país: ¿cómo lo queremos mañana?
En el editorial de República, publicado el día de ayer, se hacía un muy atinado examen del fracaso de la licitación para la expansión del sistema de transporte de energía eléctrica PET-3, a la cual concurrió como único oferente el Instituto Nacional de Electrificación —INDE—. Señalaba el editorialista que realizar una licitación que solo logre sonar atractiva para un oferente es un obvio fracaso. El diseño de la PET-3 evidentemente no logró suscitar el entusiasmo de las empresas transportistas que actualmente trabajan en Guatemala, como tampoco logró atraer ojos y oídos extranjeros.
Ante esta situación, se pueden presentar dos reacciones de las autoridades involucradas: un encogerse de hombros y dejar que un raquítico INDE se quede con el abrumante peso de las obras para las cuales presentó oferta, poco ambiciosas, pero pesadas para la capacidad financiera del INDE o bien, de inmediato arremangarse las camisas y ponerse a trabajar en una nueva licitación, una PET-4 que sí logre ser ambiciosa en el diseño, atractiva para potenciales oferentes y sobre todo, efectivamente realizable.
Para este nuevo desafío, las instituciones del subsector eléctrico cuentan con equipos técnicos con mucha experiencia y conocimiento, que saben planificar y poner en blanco y negro los retos a superar a medida que las redes actuales se van saturando. De hecho, durante los dos gobiernos anteriores, estas oficinas técnicas especializadas dejaron para los despachos ministeriales y demás autoridades planes de expansión del sistema de transporte, además de planes indicativos para el desarrollo efectivo de redes para la electrificación rural, separando ambos temas por razones técnicas y económicas.
No dejemos que postulados ideológicos caducos falseen una realidad que demuestra que con la participación del sector privado, Guatemala logró alcanzar en poco menos de 30 años, lo que no pudo hacer el Estado en más de 100.
En este sentido, las obras de electrificación rural deben de pensarse desde nuevas perspectivas, con el objeto de cubrir el resto del territorio nacional al que aún no ha llegado la energía eléctrica (según datos oficiales un 9 % del territorio nacional); y otras obras de mucho mayor envergadura que aporten densidad a la red de transporte ya existente, que soporte el crecimiento de la demanda (doméstica, comercial e industrial) y de la oferta para atenderla en un horizonte razonable y puedan ir conectados a los nuevos proyectos de la expansión de la generación. Para tener tarifas bajas de energía y una oferta suficiente, el país debe mantener en constante evolución y crecimiento el parque de generación de energía, de preferencia, sumando un mix completo pero equilibrado de tecnologías.
Como sugería ayer el editorialista, es momento de abandonar la ideología y asumir una visión de país que tome en cuenta la realidad nacional e institucional (como el precario estado económico del INDE) e integrar a cuantos actores puedan hacer posible un país pujante y en constante desarrollo. Las condiciones actuales de la infraestructura vial y portuaria ya hacen difícil el camino hacia delante, no sumemos un factor más de atraso para un país que, desde 1996, encontró que sumando esfuerzos estatales y privados un 40 % de la población pudo recibir energía eléctrica en la comodidad de sus hogares.
La energía eléctrica no solo es comodidad, no solo es poder aprovechar las horas de oscuridad y hacerlas productivas. La energía eléctrica es, también, mejorar la calidad de vida de nuestros ciudadanos. No dejemos que postulados ideológicos caducos falseen una realidad que demuestra que con la participación del sector privado Guatemala logró alcanzar en poco menos de 30 años, lo que no pudo hacer el Estado en más de 100, a partir del momento en que se iluminó la primera bombilla eléctrica en 1863. Pensemos en un país diferente, lejos de divisiones y revanchismos, y, sobre todo, trabajemos por él.