La guerra arancelaria de Trump sigue siendo su arma preferida para mantener el orden global que quiere, pero parece funcionar cada vez menos.
En perspectiva. El presidente amenazó con imponer un arancel adicional del 10 % a cualquier país que “se alinee con las políticas antiestadounidenses del BRICS o su banco”, sin excepciones. La declaración surgió en el contexto de su defensa pública al expresidente Jair Bolsonaro —acusado de intentar un golpe de Estado en Brasil— y en medio de una escalada verbal contra el presidente Lula da Silva.
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Las tensiones han escalado al punto de amenazar con aranceles de hasta el 50 % para Brasil.
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El bloque BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), al que se han sumado Irán, Egipto, EAU, Indonesia y otros socios estratégicos, es visto por Trump como una amenaza directa al liderazgo estadounidense.
Por qué importa. Los BRICS son una especie de obsesión peligrosa para Trump. EE. UU. ve en el bloque un posible muro de contención contra las medidas de su presidente y la agresiva política internacional de Trump se ha vuelto como concreto para ese muro.
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Países latinoamericanos como Colombia —beneficiado recientemente por el BRICS Bank y un importante aliado ajeno a la OTAN— podrían entrar en zona de penalización, lo que obligará a muchos gobiernos a definir si buscan financiamiento fácil o relaciones duraderas con EE. UU.
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La línea es clara: EE. UU. ya no tolerará ambigüedades diplomáticas en la pugna contra China y castigará a quienes busquen una equidistancia geopolítica.
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Pero la indignación de mandatarios no alineados con Trump ha fortalecido alianzas como la de los BRICS, al punto de que, en noviembre del año pasado, se hizo pública la intención de crear una moneda de reserva propia, como alternativa al dólar.
Entre líneas. La medida llega en un contexto tenso: Trump ya ha recortado los fondos a la OTAN, ha exigido mayor gasto militar europeo, y ha sido tibio en el apoyo a Ucrania. Europa siente el vacío de liderazgo estadounidense y empieza a mirar con más atención a Latinoamérica.
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Por su parte, la cumbre anual de los BRICS dejó fuertes declaraciones condenando los ataques estadounidenses en Irán —uno de sus miembros—, evidenciando que, como bloque, estarán más lejos de EE. UU. que nunca.
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El riesgo es real: si países como Brasil consolidan su rol dentro del bloque, no solo perderán acceso a mercados estratégicos, sino que podrían verse atrapados en un conflicto sistémico entre potencias.
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En este nuevo orden multipolar, no hay espacio para el cálculo político blando. Los costos de alinearse mal serán económicos, reputacionales y diplomáticos.
Lo que sigue. Trump no está reconstruyendo el orden internacional: lo está dinamitando a su imagen y conveniencia. Cada amenaza unilateral —como los aranceles a países vinculados con BRICS— rompe con décadas de diplomacia multilateral que EE. UU. ayudó a forjar.
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El mensaje para Latinoamérica es claro: ya no existe un árbitro confiable del sistema internacional, solo actores con intereses. Y Trump juega con la lógica del castigo y la lealtad.
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Con los aranceles como la nueva disuasión nuclear, potenciales aliados de EE. UU. buscarán, cada vez más, ser más independientes y restarle legitimidad y fuerza a la hegemonía estadounidense.
La guerra arancelaria de Trump sigue siendo su arma preferida para mantener el orden global que quiere, pero parece funcionar cada vez menos.
En perspectiva. El presidente amenazó con imponer un arancel adicional del 10 % a cualquier país que “se alinee con las políticas antiestadounidenses del BRICS o su banco”, sin excepciones. La declaración surgió en el contexto de su defensa pública al expresidente Jair Bolsonaro —acusado de intentar un golpe de Estado en Brasil— y en medio de una escalada verbal contra el presidente Lula da Silva.
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Las tensiones han escalado al punto de amenazar con aranceles de hasta el 50 % para Brasil.
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El bloque BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), al que se han sumado Irán, Egipto, EAU, Indonesia y otros socios estratégicos, es visto por Trump como una amenaza directa al liderazgo estadounidense.
Por qué importa. Los BRICS son una especie de obsesión peligrosa para Trump. EE. UU. ve en el bloque un posible muro de contención contra las medidas de su presidente y la agresiva política internacional de Trump se ha vuelto como concreto para ese muro.
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Países latinoamericanos como Colombia —beneficiado recientemente por el BRICS Bank y un importante aliado ajeno a la OTAN— podrían entrar en zona de penalización, lo que obligará a muchos gobiernos a definir si buscan financiamiento fácil o relaciones duraderas con EE. UU.
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La línea es clara: EE. UU. ya no tolerará ambigüedades diplomáticas en la pugna contra China y castigará a quienes busquen una equidistancia geopolítica.
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Pero la indignación de mandatarios no alineados con Trump ha fortalecido alianzas como la de los BRICS, al punto de que, en noviembre del año pasado, se hizo pública la intención de crear una moneda de reserva propia, como alternativa al dólar.
Entre líneas. La medida llega en un contexto tenso: Trump ya ha recortado los fondos a la OTAN, ha exigido mayor gasto militar europeo, y ha sido tibio en el apoyo a Ucrania. Europa siente el vacío de liderazgo estadounidense y empieza a mirar con más atención a Latinoamérica.
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Por su parte, la cumbre anual de los BRICS dejó fuertes declaraciones condenando los ataques estadounidenses en Irán —uno de sus miembros—, evidenciando que, como bloque, estarán más lejos de EE. UU. que nunca.
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El riesgo es real: si países como Brasil consolidan su rol dentro del bloque, no solo perderán acceso a mercados estratégicos, sino que podrían verse atrapados en un conflicto sistémico entre potencias.
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En este nuevo orden multipolar, no hay espacio para el cálculo político blando. Los costos de alinearse mal serán económicos, reputacionales y diplomáticos.
Lo que sigue. Trump no está reconstruyendo el orden internacional: lo está dinamitando a su imagen y conveniencia. Cada amenaza unilateral —como los aranceles a países vinculados con BRICS— rompe con décadas de diplomacia multilateral que EE. UU. ayudó a forjar.
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El mensaje para Latinoamérica es claro: ya no existe un árbitro confiable del sistema internacional, solo actores con intereses. Y Trump juega con la lógica del castigo y la lealtad.
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Con los aranceles como la nueva disuasión nuclear, potenciales aliados de EE. UU. buscarán, cada vez más, ser más independientes y restarle legitimidad y fuerza a la hegemonía estadounidense.