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La integridad académica en la era de la Inteligencia Artificial

Es necesario recordar que la tecnología es una herramienta, no un fin en sí mismo.

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Camilo Bello Wilches |
18 de septiembre, 2024

La integridad académica ha sido, por siglos, el pilar fundamental de la educación. Se ha concebido como una práctica basada en la honestidad, el esfuerzo personal y la responsabilidad intelectual. Sin embargo, en los últimos años, nos enfrentamos a una nueva realidad: la irrupción de tecnologías basadas en inteligencia artificial, como ChatGPT, Gemini y otras. Estas herramientas han provocado tanto asombro como incertidumbre en el ámbito educativo. Como académico, reflexiono sobre el impacto de estas tecnologías en nuestra labor como docentes y en la relación que forjamos con los estudiantes, un vínculo que, sin duda, no puede ser reemplazado por la automatización.

Es importante reconocer que estas herramientas no son, ni deben ser vistas, como sustitutos de la enseñanza, sino como recursos que pueden hacer más eficiente el trabajo académico, permitiendo que los docentes y estudiantes se concentren en aquello que realmente importa: la construcción de pensamiento crítico, la creación de ideas originales, y el desarrollo de habilidades que van más allá de la simple acumulación de datos.

Para abordar este tema, es crucial recurrir a algunas ideas de pedagogos y filósofos. Jean Piaget, por ejemplo, subrayaba que "el principal objetivo de la educación es crear personas capaces de hacer cosas nuevas, no simplemente repetir lo que otras generaciones han hecho." En este sentido, el uso de herramientas de inteligencia artificial no debería verse como un obstáculo, sino como una oportunidad para desarrollar nuevas metodologías que fomenten esa capacidad de innovación que Piaget promovía. Estas tecnologías pueden automatizar tareas técnicas y administrativas, liberando tiempo y espacio mental para que tanto docentes como estudiantes puedan dedicarse a actividades más profundas y significativas.

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Es cierto que algunos han expresado preocupación respecto a que la inteligencia artificial pueda "facilitar" demasiado el aprendizaje, impidiendo que los estudiantes enfrenten el desafío de pensar por sí mismos. Sin embargo, este es un enfoque limitado. La educación del futuro exige una reestructuración de las metodologías pedagógicas, y la IA puede ser un aliado en este proceso. En lugar de permitir que los estudiantes eviten el esfuerzo, podemos usar estas tecnologías para crear experiencias de aprendizaje más desafiantes, dinámicas e interactivas. Como sostenía Paulo Freire, "la educación no cambia el mundo, cambia a las personas que van a cambiar el mundo." En ese sentido, es nuestra responsabilidad como docentes replantear cómo usamos las herramientas que tenemos a nuestra disposición para empoderar a los estudiantes, fomentando su autonomía y capacidad crítica.

El aprendizaje siempre se da en un contexto social, mediado por la interacción humana. Así, las tecnologías de inteligencia artificial pueden servirnos para enriquecer ese entorno, no para reemplazarlo.

El riesgo no está en el uso de la inteligencia artificial, sino en cómo la integramos en nuestras prácticas docentes. Un ejemplo útil es la utilización de estas tecnologías para automatizar la retroalimentación inicial en tareas repetitivas o técnicas, lo que permite al docente dedicar más tiempo a los aspectos más complejos y personalizados de la enseñanza. Las tecnologías pueden facilitar la recopilación de datos, la revisión preliminar de textos o la generación de cuestionarios, pero es la interacción directa entre docente y estudiante la que sigue siendo insustituible.

El propio Immanuel Kant defendía la idea de la autonomía como el corazón del desarrollo moral y del aprendizaje. La inteligencia artificial puede ayudarnos a fomentar esa autonomía si la empleamos de manera ética y consciente. Nos permite, como docentes, enfocarnos en el papel de guías, de acompañantes en el proceso intelectual de nuestros estudiantes, no en meros transmisores de conocimiento. Es en esta interacción humana, en el diálogo directo entre docente y estudiante, donde radica el verdadero valor de la educación. La inteligencia artificial, lejos de suplantar esa conexión, puede complementarla, liberando a los profesores de tareas mecánicas para que puedan centrarse en lo que realmente importa: guiar el proceso de pensamiento, fomentar la reflexión crítica y promover la creatividad.

Es necesario recordar que la tecnología es una herramienta, no un fin en sí mismo. Como sostenía Lev Vygotsky, el aprendizaje siempre se da en un contexto social, mediado por la interacción humana. Así, las tecnologías de inteligencia artificial pueden servirnos para enriquecer ese entorno, no para reemplazarlo. De hecho, bien utilizadas, pueden ayudarnos a plantear preguntas más profundas, abrir nuevas rutas de exploración y permitir que los estudiantes aborden el desde una perspectiva mas innovadora.

La integridad académica en la era de la Inteligencia Artificial

Es necesario recordar que la tecnología es una herramienta, no un fin en sí mismo.

Camilo Bello Wilches |
18 de septiembre, 2024
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La integridad académica ha sido, por siglos, el pilar fundamental de la educación. Se ha concebido como una práctica basada en la honestidad, el esfuerzo personal y la responsabilidad intelectual. Sin embargo, en los últimos años, nos enfrentamos a una nueva realidad: la irrupción de tecnologías basadas en inteligencia artificial, como ChatGPT, Gemini y otras. Estas herramientas han provocado tanto asombro como incertidumbre en el ámbito educativo. Como académico, reflexiono sobre el impacto de estas tecnologías en nuestra labor como docentes y en la relación que forjamos con los estudiantes, un vínculo que, sin duda, no puede ser reemplazado por la automatización.

Es importante reconocer que estas herramientas no son, ni deben ser vistas, como sustitutos de la enseñanza, sino como recursos que pueden hacer más eficiente el trabajo académico, permitiendo que los docentes y estudiantes se concentren en aquello que realmente importa: la construcción de pensamiento crítico, la creación de ideas originales, y el desarrollo de habilidades que van más allá de la simple acumulación de datos.

Para abordar este tema, es crucial recurrir a algunas ideas de pedagogos y filósofos. Jean Piaget, por ejemplo, subrayaba que "el principal objetivo de la educación es crear personas capaces de hacer cosas nuevas, no simplemente repetir lo que otras generaciones han hecho." En este sentido, el uso de herramientas de inteligencia artificial no debería verse como un obstáculo, sino como una oportunidad para desarrollar nuevas metodologías que fomenten esa capacidad de innovación que Piaget promovía. Estas tecnologías pueden automatizar tareas técnicas y administrativas, liberando tiempo y espacio mental para que tanto docentes como estudiantes puedan dedicarse a actividades más profundas y significativas.

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Es cierto que algunos han expresado preocupación respecto a que la inteligencia artificial pueda "facilitar" demasiado el aprendizaje, impidiendo que los estudiantes enfrenten el desafío de pensar por sí mismos. Sin embargo, este es un enfoque limitado. La educación del futuro exige una reestructuración de las metodologías pedagógicas, y la IA puede ser un aliado en este proceso. En lugar de permitir que los estudiantes eviten el esfuerzo, podemos usar estas tecnologías para crear experiencias de aprendizaje más desafiantes, dinámicas e interactivas. Como sostenía Paulo Freire, "la educación no cambia el mundo, cambia a las personas que van a cambiar el mundo." En ese sentido, es nuestra responsabilidad como docentes replantear cómo usamos las herramientas que tenemos a nuestra disposición para empoderar a los estudiantes, fomentando su autonomía y capacidad crítica.

El aprendizaje siempre se da en un contexto social, mediado por la interacción humana. Así, las tecnologías de inteligencia artificial pueden servirnos para enriquecer ese entorno, no para reemplazarlo.

El riesgo no está en el uso de la inteligencia artificial, sino en cómo la integramos en nuestras prácticas docentes. Un ejemplo útil es la utilización de estas tecnologías para automatizar la retroalimentación inicial en tareas repetitivas o técnicas, lo que permite al docente dedicar más tiempo a los aspectos más complejos y personalizados de la enseñanza. Las tecnologías pueden facilitar la recopilación de datos, la revisión preliminar de textos o la generación de cuestionarios, pero es la interacción directa entre docente y estudiante la que sigue siendo insustituible.

El propio Immanuel Kant defendía la idea de la autonomía como el corazón del desarrollo moral y del aprendizaje. La inteligencia artificial puede ayudarnos a fomentar esa autonomía si la empleamos de manera ética y consciente. Nos permite, como docentes, enfocarnos en el papel de guías, de acompañantes en el proceso intelectual de nuestros estudiantes, no en meros transmisores de conocimiento. Es en esta interacción humana, en el diálogo directo entre docente y estudiante, donde radica el verdadero valor de la educación. La inteligencia artificial, lejos de suplantar esa conexión, puede complementarla, liberando a los profesores de tareas mecánicas para que puedan centrarse en lo que realmente importa: guiar el proceso de pensamiento, fomentar la reflexión crítica y promover la creatividad.

Es necesario recordar que la tecnología es una herramienta, no un fin en sí mismo. Como sostenía Lev Vygotsky, el aprendizaje siempre se da en un contexto social, mediado por la interacción humana. Así, las tecnologías de inteligencia artificial pueden servirnos para enriquecer ese entorno, no para reemplazarlo. De hecho, bien utilizadas, pueden ayudarnos a plantear preguntas más profundas, abrir nuevas rutas de exploración y permitir que los estudiantes aborden el desde una perspectiva mas innovadora.

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