Hace unos días, el 7 de agosto, falleció el astronauta mundialmente famoso James Lovell, autor de la célebre frase: “Houston, we have a problem”. Fue comandante de la misión Apolo 13 y formó parte de la tripulación del Apolo 8, la primera misión tripulada enviada a orbitar la Luna.
Con ocasión de su fallecimiento, y a raíz de algunos artículos publicados sobre su trayectoria, recordé la histórica transmisión realizada en la víspera de Navidad de 1968.
La misión Apolo 8, integrada por Frank Borman, James Lovell y William Anders, tenía como objetivo orbitar la luna varias veces para preparar las futuras misiones. Aquella noche de Navidad, por primera vez en la historia de la humanidad, la cara oculta de la luna pudo ser contemplada directamente, y las imágenes fueron transmitidas por televisión y vistas con admiración desde la Tierra. Para subrayar la relevancia del evento y su coincidencia con la Navidad, la tripulación decidió, después de muchas deliberaciones, leer las palabras iniciales del libro del Génesis. Cada astronauta recitó varios versículos hasta completar los primeros diez:
«En el principio, Dios creó los cielos y la tierra. La tierra era caos y confusión, y oscuridad por encima del abismo, y un viento de Dios aleteaba sobre las aguas…».
La lectura bíblica, seguida de un reverente silencio, fue transmitida en directo a millones de telespectadores, constituyendo la mayor audiencia en la historia de la televisión hasta ese momento.
Aunque desconozco el motivo preciso por el que escogieron esa fecha y esas palabras, me parece significativo que, en una nueva mirada al cielo —en el mayor acontecimiento científico de la época— se recurriera a Dios. El reconocimiento de la inmensidad del cosmos, de la perfección de los organismos y de la armonía y belleza de la creación se convierte, así, en una auténtica ventana a lo divino.
Pero la historia no termina ahí. Madelyn Murray O'Hair, célebre opositora a la religión, demandó a la NASA (National Aeronautics and Space Administration) por la lectura pública del primer libro de la Sagrada Escritura.
Plantear algún conflicto entre ambos saberes no deja de ser algo ideológico. Históricamente, la ciencia nació y se ha desarrollado en el vientre de una cultura cristiana (...) La ciencia busca los patrones o esquemas propios de la creación que manifiestan a una inteligencia superior que los ha puesto.
La Corte Suprema de Justicia rechazó el caso por una cuestión jurisdiccional, pero la agencia gubernamental tomó nota y no quiso entrar nuevamente en polémicas.
Al año siguiente, en 1969, Edwin “Buzz” Aldrin —quien junto con Neil Armstrong fue de los primeros hombres en caminar sobre la Luna durante la misión Apolo 11— recibió la instrucción de evitar cualquier manifestación pública de fe. Sin embargo, eso no detuvo al creyente Aldrin, que realizó en privado una ceremonia de comunión a bordo del Apolo 11, poco después de alunizar y antes de poner un pie en la superficie lunar. Utilizó pan y vino para conmemorar la Última Cena, con un kit proporcionado por su iglesia presbiteriana. Aunque no fue transmitida públicamente, la lección había sido aprendida. Este hecho constituye un episodio significativo en la historia de la exploración espacial y la religión.
Él mismo contó:
«Durante varias semanas antes del despegue programado del Apolo 11 en julio de 1969, el pastor de nuestra iglesia, Dean Woodruff, y yo estuvimos buscando el símbolo adecuado para el primer aterrizaje lunar. Queríamos expresar nuestro sentimiento de que lo que el hombre estaba haciendo en esta misión trascendía la electrónica, las computadoras y los cohetes».
Comparto la idea de estos científicos de que cualquier descubrimiento científico o avance tecnológico tendría que acercarnos al Creador. Es innegable que a lo largo de la historia se han planteado algunos conflictos entre el conocimiento científico y el conocimiento teológico, y es lógico que los haya habido en temas que podríamos denominar fronterizos. Pero, con una mirada libre de prejuicios, se pueden armonizar los diversos métodos de acceso a la verdad.
Plantear algún conflicto entre ambos saberes no deja de ser algo ideológico. Históricamente, la ciencia nació y se ha desarrollado en el vientre de una cultura cristiana. Al esclarecer la naturaleza de Dios y reconocer la autonomía de la creación frente a su Creador, la teología sentó las bases para el florecimiento de la ciencia. El conocimiento teológico permitió dejar de considerarse la naturaleza como divina, y así poder indagar en sus causas primeras e intrínsecas. La ciencia busca los patrones o esquemas propios de la creación que manifiestan a una inteligencia superior que los ha puesto.
Que descanse en paz Jim Lovell y que la ciencia nos muestre a su Creador y que la teología nos lleve a asombrarnos de la creación.
La Biblia en órbita: fe y ciencia en las misiones Apolo
Hace unos días, el 7 de agosto, falleció el astronauta mundialmente famoso James Lovell, autor de la célebre frase: “Houston, we have a problem”. Fue comandante de la misión Apolo 13 y formó parte de la tripulación del Apolo 8, la primera misión tripulada enviada a orbitar la Luna.
Con ocasión de su fallecimiento, y a raíz de algunos artículos publicados sobre su trayectoria, recordé la histórica transmisión realizada en la víspera de Navidad de 1968.
La misión Apolo 8, integrada por Frank Borman, James Lovell y William Anders, tenía como objetivo orbitar la luna varias veces para preparar las futuras misiones. Aquella noche de Navidad, por primera vez en la historia de la humanidad, la cara oculta de la luna pudo ser contemplada directamente, y las imágenes fueron transmitidas por televisión y vistas con admiración desde la Tierra. Para subrayar la relevancia del evento y su coincidencia con la Navidad, la tripulación decidió, después de muchas deliberaciones, leer las palabras iniciales del libro del Génesis. Cada astronauta recitó varios versículos hasta completar los primeros diez:
«En el principio, Dios creó los cielos y la tierra. La tierra era caos y confusión, y oscuridad por encima del abismo, y un viento de Dios aleteaba sobre las aguas…».
La lectura bíblica, seguida de un reverente silencio, fue transmitida en directo a millones de telespectadores, constituyendo la mayor audiencia en la historia de la televisión hasta ese momento.
Aunque desconozco el motivo preciso por el que escogieron esa fecha y esas palabras, me parece significativo que, en una nueva mirada al cielo —en el mayor acontecimiento científico de la época— se recurriera a Dios. El reconocimiento de la inmensidad del cosmos, de la perfección de los organismos y de la armonía y belleza de la creación se convierte, así, en una auténtica ventana a lo divino.
Pero la historia no termina ahí. Madelyn Murray O'Hair, célebre opositora a la religión, demandó a la NASA (National Aeronautics and Space Administration) por la lectura pública del primer libro de la Sagrada Escritura.
Plantear algún conflicto entre ambos saberes no deja de ser algo ideológico. Históricamente, la ciencia nació y se ha desarrollado en el vientre de una cultura cristiana (...) La ciencia busca los patrones o esquemas propios de la creación que manifiestan a una inteligencia superior que los ha puesto.
La Corte Suprema de Justicia rechazó el caso por una cuestión jurisdiccional, pero la agencia gubernamental tomó nota y no quiso entrar nuevamente en polémicas.
Al año siguiente, en 1969, Edwin “Buzz” Aldrin —quien junto con Neil Armstrong fue de los primeros hombres en caminar sobre la Luna durante la misión Apolo 11— recibió la instrucción de evitar cualquier manifestación pública de fe. Sin embargo, eso no detuvo al creyente Aldrin, que realizó en privado una ceremonia de comunión a bordo del Apolo 11, poco después de alunizar y antes de poner un pie en la superficie lunar. Utilizó pan y vino para conmemorar la Última Cena, con un kit proporcionado por su iglesia presbiteriana. Aunque no fue transmitida públicamente, la lección había sido aprendida. Este hecho constituye un episodio significativo en la historia de la exploración espacial y la religión.
Él mismo contó:
«Durante varias semanas antes del despegue programado del Apolo 11 en julio de 1969, el pastor de nuestra iglesia, Dean Woodruff, y yo estuvimos buscando el símbolo adecuado para el primer aterrizaje lunar. Queríamos expresar nuestro sentimiento de que lo que el hombre estaba haciendo en esta misión trascendía la electrónica, las computadoras y los cohetes».
Comparto la idea de estos científicos de que cualquier descubrimiento científico o avance tecnológico tendría que acercarnos al Creador. Es innegable que a lo largo de la historia se han planteado algunos conflictos entre el conocimiento científico y el conocimiento teológico, y es lógico que los haya habido en temas que podríamos denominar fronterizos. Pero, con una mirada libre de prejuicios, se pueden armonizar los diversos métodos de acceso a la verdad.
Plantear algún conflicto entre ambos saberes no deja de ser algo ideológico. Históricamente, la ciencia nació y se ha desarrollado en el vientre de una cultura cristiana. Al esclarecer la naturaleza de Dios y reconocer la autonomía de la creación frente a su Creador, la teología sentó las bases para el florecimiento de la ciencia. El conocimiento teológico permitió dejar de considerarse la naturaleza como divina, y así poder indagar en sus causas primeras e intrínsecas. La ciencia busca los patrones o esquemas propios de la creación que manifiestan a una inteligencia superior que los ha puesto.
Que descanse en paz Jim Lovell y que la ciencia nos muestre a su Creador y que la teología nos lleve a asombrarnos de la creación.