Hay una frase concisa y sumamente severa que acuñó Martin Luther King hace más de 60 años: “Nuestra generación no se habrá lamentado tanto de los crímenes de los perversos, como del estremecedor silencio de los bondadosos”. Y aunque hace alocución al rol que juega la población en la denuncia de las injusticias, quiero tomarme la licencia de darle una interpretación menos popular.
Después de 15 meses de Gobierno, me preocupa que el respaldo que tuvieron las autoridades electas y el equipo encargado de la gestión de lo público se ha ido diluyendo, resultado de argüir continuamente sobre lo “malo” de la sociedad, pero sin capacidad de elucubrar sobre lo “bueno” que se necesita impulsar.
Ingenuo yo sería si creyera que en poco tiempo se puede corregir el rumbo que ha llevado al país a los indicadores que hoy son motivo de vergüenza, en muchos de los casos. Pero no puedo dejar de apelar a la responsabilidad que adquiere cualquier administrador de lo público al asumir el cargo. Elaborar un plan de Gobierno con fundamentos técnicos, trasladarlo a un intrincado entramado de procesos burocráticos, y conseguir un presupuesto acorde por medio de negociaciones en el ámbito político son prerrequisitos, pero poco sirven si no hay capacidad y tino para convertir el discurso en obras.
Semana tras semana me consultan sobre cuáles considero que deberían ser los cuatro o cinco proyectos que debiera impulsar el Gobierno, cuáles son las dos o tres prioridades que debieran ser sujetas de seguimiento, y cuál podría ser el logro más significativo que podría verse en los próximos seis meses. Siempre mi respuesta es la misma, y quisiera compartirla.
No importa por dónde inicie el Gobierno a trabajar, lo más importante es garantizar que haya mantenimiento a los activos que ya tiene el país. Antes de construir un centímetro más de red vial, por lo menos garantizar que hay contratos de mantenimiento en las rutas principales. Antes de impulsar ampliaciones de puertos y aeropuertos, primero hay que asegurar que se operan a su capacidad óptima, con estándares de excelencia en la atención a usuarios, seguridad de las instalaciones, y agilidad en los procesos.
Debe haber cero tolerancia a la corrupción y a la impunidad, pero con similar rigurosidad debiera hacérsele frente a la incompetencia y a la incapacidad. Me parece interesante la narrativa de frugalidad y pulcritud, pero el tiempo apremia y el país no puede seguirse sosteniendo sobre una infraestructura insuficiente y que se cae a pedazos.
Una vez logrado esto, el mejor proyecto de infraestructura a impulsar será aquel que tenga un impacto significativo en la vida de la población, sea grande o pequeño, sea en el área metropolitana o en lo profundo de la ruralidad. Dondequiera que haya avances en la preinversión, debiera hacerse la inversión. Si ya existe la licitación, el siguiente paso lógico será la contratación. Y si existe un proyecto contratado, lo mínimo que debiera lograrse es asegurar los pagos acordes a los avances de obra.
No importa lo que hagan, pero hagan algo. En 2024 se mostró la disponibilidad de la clase política para impulsar leyes que modernizan la forma de invertir en infraestructura, a la vez que se logró la aprobación de un presupuesto con recursos a raudales. Y si el eslabón débil de la cadena ha sido la designación de autoridades competentes, no debiera ser excusa la impericia o la inexperiencia, ya que existe la disponibilidad de instituciones nacionales e internacionales para apuntalar las áreas en donde existen debilidades.
¿Por dónde empezar? Puertos que no se saturen, y aeropuertos que brinden una bienvenida digna a los visitantes. Carreteras que no colapsen y caminos que conecten los puntos de producción con los centros de comercialización. Todo es bienvenido, pero en algún lugar hay que comenzar.
¿Escasos de ideas? ¿Qué tal completar la ampliación a cuatro carriles de la CA-02 Occidente, o terminar algunos puentes en la CA-02 Oriente? ¿Qué les parece agilizar las intervenciones en la CA-09 Sur, o apresurar la terminación de los tramos en la CA-09 Norte? Y si se les dificulta trabajar en esas direcciones, no estaría mal terminar los ocho tramos del Anillo Regional C-50, o completar las infraestructuras de puentes (i.e. Puente Belice II y Puente El Frutal) que permitirán el funcionamiento del metro una vez inicie su operación en la Ciudad Capital.
Debe haber cero tolerancia a la corrupción y a la impunidad, pero con similar rigurosidad debiera hacérsele frente a la incompetencia y a la incapacidad. Me parece interesante la narrativa de frugalidad y pulcritud, pero el tiempo apremia y el país no puede seguirse sosteniendo sobre una infraestructura insuficiente y que se cae a pedazos. Al día de hoy, sigue siendo estremecedor el “silencio” de los “buenos”.
Hay una frase concisa y sumamente severa que acuñó Martin Luther King hace más de 60 años: “Nuestra generación no se habrá lamentado tanto de los crímenes de los perversos, como del estremecedor silencio de los bondadosos”. Y aunque hace alocución al rol que juega la población en la denuncia de las injusticias, quiero tomarme la licencia de darle una interpretación menos popular.
Después de 15 meses de Gobierno, me preocupa que el respaldo que tuvieron las autoridades electas y el equipo encargado de la gestión de lo público se ha ido diluyendo, resultado de argüir continuamente sobre lo “malo” de la sociedad, pero sin capacidad de elucubrar sobre lo “bueno” que se necesita impulsar.
Ingenuo yo sería si creyera que en poco tiempo se puede corregir el rumbo que ha llevado al país a los indicadores que hoy son motivo de vergüenza, en muchos de los casos. Pero no puedo dejar de apelar a la responsabilidad que adquiere cualquier administrador de lo público al asumir el cargo. Elaborar un plan de Gobierno con fundamentos técnicos, trasladarlo a un intrincado entramado de procesos burocráticos, y conseguir un presupuesto acorde por medio de negociaciones en el ámbito político son prerrequisitos, pero poco sirven si no hay capacidad y tino para convertir el discurso en obras.
Semana tras semana me consultan sobre cuáles considero que deberían ser los cuatro o cinco proyectos que debiera impulsar el Gobierno, cuáles son las dos o tres prioridades que debieran ser sujetas de seguimiento, y cuál podría ser el logro más significativo que podría verse en los próximos seis meses. Siempre mi respuesta es la misma, y quisiera compartirla.
No importa por dónde inicie el Gobierno a trabajar, lo más importante es garantizar que haya mantenimiento a los activos que ya tiene el país. Antes de construir un centímetro más de red vial, por lo menos garantizar que hay contratos de mantenimiento en las rutas principales. Antes de impulsar ampliaciones de puertos y aeropuertos, primero hay que asegurar que se operan a su capacidad óptima, con estándares de excelencia en la atención a usuarios, seguridad de las instalaciones, y agilidad en los procesos.
Debe haber cero tolerancia a la corrupción y a la impunidad, pero con similar rigurosidad debiera hacérsele frente a la incompetencia y a la incapacidad. Me parece interesante la narrativa de frugalidad y pulcritud, pero el tiempo apremia y el país no puede seguirse sosteniendo sobre una infraestructura insuficiente y que se cae a pedazos.
Una vez logrado esto, el mejor proyecto de infraestructura a impulsar será aquel que tenga un impacto significativo en la vida de la población, sea grande o pequeño, sea en el área metropolitana o en lo profundo de la ruralidad. Dondequiera que haya avances en la preinversión, debiera hacerse la inversión. Si ya existe la licitación, el siguiente paso lógico será la contratación. Y si existe un proyecto contratado, lo mínimo que debiera lograrse es asegurar los pagos acordes a los avances de obra.
No importa lo que hagan, pero hagan algo. En 2024 se mostró la disponibilidad de la clase política para impulsar leyes que modernizan la forma de invertir en infraestructura, a la vez que se logró la aprobación de un presupuesto con recursos a raudales. Y si el eslabón débil de la cadena ha sido la designación de autoridades competentes, no debiera ser excusa la impericia o la inexperiencia, ya que existe la disponibilidad de instituciones nacionales e internacionales para apuntalar las áreas en donde existen debilidades.
¿Por dónde empezar? Puertos que no se saturen, y aeropuertos que brinden una bienvenida digna a los visitantes. Carreteras que no colapsen y caminos que conecten los puntos de producción con los centros de comercialización. Todo es bienvenido, pero en algún lugar hay que comenzar.
¿Escasos de ideas? ¿Qué tal completar la ampliación a cuatro carriles de la CA-02 Occidente, o terminar algunos puentes en la CA-02 Oriente? ¿Qué les parece agilizar las intervenciones en la CA-09 Sur, o apresurar la terminación de los tramos en la CA-09 Norte? Y si se les dificulta trabajar en esas direcciones, no estaría mal terminar los ocho tramos del Anillo Regional C-50, o completar las infraestructuras de puentes (i.e. Puente Belice II y Puente El Frutal) que permitirán el funcionamiento del metro una vez inicie su operación en la Ciudad Capital.
Debe haber cero tolerancia a la corrupción y a la impunidad, pero con similar rigurosidad debiera hacérsele frente a la incompetencia y a la incapacidad. Me parece interesante la narrativa de frugalidad y pulcritud, pero el tiempo apremia y el país no puede seguirse sosteniendo sobre una infraestructura insuficiente y que se cae a pedazos. Al día de hoy, sigue siendo estremecedor el “silencio” de los “buenos”.