Para poner discutir sobre la censura o sanciones que las redes sociales pueden tomar contra sus usuarios, es necesario quitarse aquella máscara partidista, desvestirse de preferencias ideológicas y hacer a un lado los sesgos y reacciones que puedan despertar ciertos personajes al momento de analizar el tema. Es difícil, porque el frío se sufre más sobre la piel desnuda, pero por unos momentos debemos hacerlo, al menos para poder comprender qué y por qué está pasando lo que estamos viviendo hoy, a través de las pantallas.
Vamos a ello.
Ni Twitter, Facebook, Amazon, Apple y Google —conocidas como las GAFA— pueden hacer lo que quieran, ni son meramente empresas privadas. El debate sobre las regulaciones para estos gigantes tecnológicos está más latente que nunca, siendo Estados Unidos, la Unión Europea y Australia quienes han tomado la batuta a la espera de que el resto de países se unan a una cruzada global por espacios digitales más sanos, seguros y justos. Las GAFA no son todopoderosas, pero lo que sí son es redes sociales y deben ser juzgadas, analizadas, castigadas y premiadas como tales.
Quienes definen la libertad como “poder hacer lo que quieran” se enfrentarán a una vida en la que el adjetivo “injusto” —mal utilizado, claro— será una constante. Hacer lo que yo quiero no es libertad y, siguiendo esa premisa, las redes sociales no pueden hacer lo que se les dé la gana. Están, como nosotros los individuos, adheridas a un marco legal y normativo que deben acatar, como una Constitución, un conjunto de derechos e incluso unas normas éticas. Sus Términos y Condiciones deberían estar en línea con el marco legal donde operan. No son superiores, porque nadie lo es, a la Ley. Siguiendo esta línea de pensamiento, podemos concluir con que, en realidad, la única “censura” que pueden imponer las redes sociales sobre sus usuarios es cuando estos falten a la normativa de la plataforma que a su vez implica que la falta también se haya cometido en contra de la norma suprema. Y eso, no es censura, es ley y orden. Publicar, por ejemplo, pornografía infantil podría ser un caso. Ahora va una pregunta para reflexionar: ¿fueron los tuits de Donald Trump, presidente de Estados Unidos, violatorios contra los Términos y Condiciones de todas las plataformas de las que fue expulsado y, por ende, ilegales como para merecer la suspensión? Usted analice y responda, pero cabe resaltar que con las redes, Donald Trump no acató las normas desde el inicio, ni siquiera la más básica de ellas que era utilizar la cuenta oficial de la presidencia @POTUS (por President Of The United States) como canal de comunicación y no su cuenta personal. Violada la norma, bienvenidas las consecuencias. Ahora su cuenta ha sido tratada como la de cualquier usuario —que es lo que es— con la diferencia de que se trata de uno con 88 millones de seguidores.
Ahora bien, dentro de este debate entorno a la libertad de expresión y la utilización de espacios de convergencia, hay otra cuestión que impera en el ámbito digital: la confusión perversa entre redes sociales y los medios de comunicación. Los periodistas sabemos que los medios tienen el poder —quizás la palabra correcta sea “responsabilidad”— de elegir qué publicar y qué no. Y si bien podemos entrar a discutir este tema, no es el propio de esta columna, porque el argumento de que las redes como los medios pueden elegir qué se publica y qué no, parte de una contradicción y cae en una contradicción: ni las redes son medios, ni los medios son redes sociales. Por ende, el trato para ambas es distinto. Y esa confusión latente de que las redes deben funcionar como medios es uno de los mayores problemas de las sociedades modernas, que le han perdido el respeto al periodismo y lo han sustituido por tuits. Es como sustituir a un médico por un chimpancé en la consulta. Nos contará usted qué tal le va.
Si las redes no son medios, entonces no tienen una línea editorial ni la obligación de que lo que se publique en sus plataformas deba ser información verificada. Pueden luchar contra ello, claro. Pero no son periódicos. Nadie les debería hacer responsables por las publicaciones torpes o incorrectas de un usuario, como si pasaría en un periódico con las informaciones inexactas o falsas que publique uno de sus periodistas. Las redes son espacios de interacción digital entre personas con un usuario (los bots, trols, cuentas anónimas y falsas caen dentro de la ilegalidad) y se nutren del contenido que comparten sus “clientes” en sus “espacios”. Por ende, si el
contenido compartido no es ilegal, ¿por qué sería eliminado? Las redes pueden y deben eliminar el contenido ilegal. Y el contenido que no sea ilegal pero que pueda contrariar el bienestar de la red social puede ser etiquetado o sancionado, como últimamente han hecho las principales redes sociales, sobre todo a partir de la pandemia por el coronavirus, la contienda electoral estadounidense del 2020 y la proliferación de mensajes de odio en los espacios digitales. Nada más.
Necesitamos más y mejores regulaciones a las redes sociales y empresas tecnológicas, sobre todo a aquellas mega compañías que incurren a prácticas injustas como el monopolios u oligopolios, como Alphabet Inc, Facebook Inc, Amazon y Apple. Pero al mismo tiempo, necesitamos hacernos un autoexamen como usuarios, y dejar de prostituir la bandera de la libertad de expresión ante falsos reclamos de censura.
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Para poner discutir sobre la censura o sanciones que las redes sociales pueden tomar contra sus usuarios, es necesario quitarse aquella máscara partidista, desvestirse de preferencias ideológicas y hacer a un lado los sesgos y reacciones que puedan despertar ciertos personajes al momento de analizar el tema. Es difícil, porque el frío se sufre más sobre la piel desnuda, pero por unos momentos debemos hacerlo, al menos para poder comprender qué y por qué está pasando lo que estamos viviendo hoy, a través de las pantallas.
Vamos a ello.
Ni Twitter, Facebook, Amazon, Apple y Google —conocidas como las GAFA— pueden hacer lo que quieran, ni son meramente empresas privadas. El debate sobre las regulaciones para estos gigantes tecnológicos está más latente que nunca, siendo Estados Unidos, la Unión Europea y Australia quienes han tomado la batuta a la espera de que el resto de países se unan a una cruzada global por espacios digitales más sanos, seguros y justos. Las GAFA no son todopoderosas, pero lo que sí son es redes sociales y deben ser juzgadas, analizadas, castigadas y premiadas como tales.
Quienes definen la libertad como “poder hacer lo que quieran” se enfrentarán a una vida en la que el adjetivo “injusto” —mal utilizado, claro— será una constante. Hacer lo que yo quiero no es libertad y, siguiendo esa premisa, las redes sociales no pueden hacer lo que se les dé la gana. Están, como nosotros los individuos, adheridas a un marco legal y normativo que deben acatar, como una Constitución, un conjunto de derechos e incluso unas normas éticas. Sus Términos y Condiciones deberían estar en línea con el marco legal donde operan. No son superiores, porque nadie lo es, a la Ley. Siguiendo esta línea de pensamiento, podemos concluir con que, en realidad, la única “censura” que pueden imponer las redes sociales sobre sus usuarios es cuando estos falten a la normativa de la plataforma que a su vez implica que la falta también se haya cometido en contra de la norma suprema. Y eso, no es censura, es ley y orden. Publicar, por ejemplo, pornografía infantil podría ser un caso. Ahora va una pregunta para reflexionar: ¿fueron los tuits de Donald Trump, presidente de Estados Unidos, violatorios contra los Términos y Condiciones de todas las plataformas de las que fue expulsado y, por ende, ilegales como para merecer la suspensión? Usted analice y responda, pero cabe resaltar que con las redes, Donald Trump no acató las normas desde el inicio, ni siquiera la más básica de ellas que era utilizar la cuenta oficial de la presidencia @POTUS (por President Of The United States) como canal de comunicación y no su cuenta personal. Violada la norma, bienvenidas las consecuencias. Ahora su cuenta ha sido tratada como la de cualquier usuario —que es lo que es— con la diferencia de que se trata de uno con 88 millones de seguidores.
Ahora bien, dentro de este debate entorno a la libertad de expresión y la utilización de espacios de convergencia, hay otra cuestión que impera en el ámbito digital: la confusión perversa entre redes sociales y los medios de comunicación. Los periodistas sabemos que los medios tienen el poder —quizás la palabra correcta sea “responsabilidad”— de elegir qué publicar y qué no. Y si bien podemos entrar a discutir este tema, no es el propio de esta columna, porque el argumento de que las redes como los medios pueden elegir qué se publica y qué no, parte de una contradicción y cae en una contradicción: ni las redes son medios, ni los medios son redes sociales. Por ende, el trato para ambas es distinto. Y esa confusión latente de que las redes deben funcionar como medios es uno de los mayores problemas de las sociedades modernas, que le han perdido el respeto al periodismo y lo han sustituido por tuits. Es como sustituir a un médico por un chimpancé en la consulta. Nos contará usted qué tal le va.
Si las redes no son medios, entonces no tienen una línea editorial ni la obligación de que lo que se publique en sus plataformas deba ser información verificada. Pueden luchar contra ello, claro. Pero no son periódicos. Nadie les debería hacer responsables por las publicaciones torpes o incorrectas de un usuario, como si pasaría en un periódico con las informaciones inexactas o falsas que publique uno de sus periodistas. Las redes son espacios de interacción digital entre personas con un usuario (los bots, trols, cuentas anónimas y falsas caen dentro de la ilegalidad) y se nutren del contenido que comparten sus “clientes” en sus “espacios”. Por ende, si el
contenido compartido no es ilegal, ¿por qué sería eliminado? Las redes pueden y deben eliminar el contenido ilegal. Y el contenido que no sea ilegal pero que pueda contrariar el bienestar de la red social puede ser etiquetado o sancionado, como últimamente han hecho las principales redes sociales, sobre todo a partir de la pandemia por el coronavirus, la contienda electoral estadounidense del 2020 y la proliferación de mensajes de odio en los espacios digitales. Nada más.
Necesitamos más y mejores regulaciones a las redes sociales y empresas tecnológicas, sobre todo a aquellas mega compañías que incurren a prácticas injustas como el monopolios u oligopolios, como Alphabet Inc, Facebook Inc, Amazon y Apple. Pero al mismo tiempo, necesitamos hacernos un autoexamen como usuarios, y dejar de prostituir la bandera de la libertad de expresión ante falsos reclamos de censura.
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