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COVI-mentiras

Carolina Castellanos
25 de septiembre, 2020

Los llamados “fake news” o noticias falsas han existido siempre. Antes eran vía teléfono, de esos de línea fija que usábamos en los viejos tiempos. Eran los clásicos chismes que iban y venían de un amigo al otro o entre familiares. Era una necesidad urgente colgar el teléfono para llamar a alguien y “pasarle el chisme”.

Las redes sociales han cambiado la forma de hacerlo. Es más, lo han facilitado. Un simple “reenvío” hace que el chisme viaje “kilómetros” por el ciberespacio al extremo que nos llegan noticias y chismes de cualquier parte del mundo. Tal es el caso que whatsapp ha limitado la capacidad de reenvío cuando se ha hecho miles de veces. Desconozco el número establecido por esta red social, pero seguramente usted, así como yo, hemos recibido mensajes que, cuando los quiere reenviar, le dice que ya no se puede. 

No siendo suficiente, el COVID-19 vino a “alborotar el hormiguero”, como decían las viejitas. Es increíble la cantidad tan abundante de mensajes relativos al virus. Hay de todo, desde expertos reales hasta los “covi-expertos”. Han surgido tantos “conocedores” del virus que ni los propios chinos, que lo inventaron, tienen tanta información.

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Nada pasaría si no fuera por la gran influencia que tienen estos mensajes. Acabo de leer, en alguno de los tantos chats, un intercambio entre dos personas que siguen asegurando que el virus no existe, que es una farsa y que no usan mascarilla porque no van a ceder a semejante conspiración. Cada uno es libre de hacer lo que quiera siempre que no se meta con la libertad de los demás a preservar su salud.

Francisco Pérez de Antón, en su columna de opinión publicada en El Periódico el 22 de agosto titulada “Vamos a contar mentiras” se refiere a “la era de la posverdad”.  Agrega: “Me digo entonces si los gobiernos no tendrán una dependencia secreta que se llame el Ministerio de la Posverdad o algo así. O si las Cortes, el Congreso o los grupos de presión, no  manejarán entidades parecidas”. 

Las viejitas también decían “no nos gusta el chisme pero nos entretiene”, justificando así la propagación de cualquier cosa que les llegara. En “aquellos tiempos” habrá sido un pasatiempo que, indudablemente, dañaba la reputación de alguien más. Hoy, políticos, prensa, grupos de presión y los llamados “influenciadores” han encontrado en esta torcida herramienta, la forma de conducir sus ideas o de penetrar en el imaginario nacional para ganar adeptos, infundir miedo y lograr sus objetivos, cualesquiera que éstos sean.

El virus ha contagiado a cientos de miles de personas a nivel mundial y ha causado la muerte de demasiadas personas. El dolor y la pena que hay en los familiares y amigos es enorme. Sus seres queridos fueron víctimas de algo que no hemos podido controlar todavía. Esperemos que, en un tiempo no tan largo, contemos con la vacuna que nos haga inmunes.

Sin embargo, el COVID-19 causó otro virus muy contagioso: el de la propagación masiva de mentiras, manipulaciones, chismes, medias verdades o como usted quiera llamarlo. La deshonestidad que hay en esto es enorme así como lo es la urgencia de trasladar cualquier mensaje porque así “fui el primero” en dar la noticia y eso llena de un falso orgullo a quien lo envió. Si resultó falso, no pasa nada, o así parecieran creer quienes se toman estas atribuciones.

La realidad es que las COVI-mentiras se expandieron más allá del virus. Hoy, abundan las acusaciones de corrupción sin pruebas. No niego que exista, pero es fundamental comprobarlo para evitar que sea un chisme más generado para causar la gran inestabilidad política y social que estamos viviendo. También abundan las descalificaciones hacia quienes piensan diferente del que inició el mensaje, generando ataques sin límite de moral ni ética, arruinando el prestigio que alguna vez pudo tener el atacado.

La cuarentena fue la oportunidad perfecta pues, no teniendo nada más que hacer, nos entretuvo. Como toda medida de corto  plazo, el daño lo estamos viendo varios meses después. Bienvenidos a la nueva normalidad.

COVI-mentiras

Carolina Castellanos
25 de septiembre, 2020

Los llamados “fake news” o noticias falsas han existido siempre. Antes eran vía teléfono, de esos de línea fija que usábamos en los viejos tiempos. Eran los clásicos chismes que iban y venían de un amigo al otro o entre familiares. Era una necesidad urgente colgar el teléfono para llamar a alguien y “pasarle el chisme”.

Las redes sociales han cambiado la forma de hacerlo. Es más, lo han facilitado. Un simple “reenvío” hace que el chisme viaje “kilómetros” por el ciberespacio al extremo que nos llegan noticias y chismes de cualquier parte del mundo. Tal es el caso que whatsapp ha limitado la capacidad de reenvío cuando se ha hecho miles de veces. Desconozco el número establecido por esta red social, pero seguramente usted, así como yo, hemos recibido mensajes que, cuando los quiere reenviar, le dice que ya no se puede. 

No siendo suficiente, el COVID-19 vino a “alborotar el hormiguero”, como decían las viejitas. Es increíble la cantidad tan abundante de mensajes relativos al virus. Hay de todo, desde expertos reales hasta los “covi-expertos”. Han surgido tantos “conocedores” del virus que ni los propios chinos, que lo inventaron, tienen tanta información.

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Nada pasaría si no fuera por la gran influencia que tienen estos mensajes. Acabo de leer, en alguno de los tantos chats, un intercambio entre dos personas que siguen asegurando que el virus no existe, que es una farsa y que no usan mascarilla porque no van a ceder a semejante conspiración. Cada uno es libre de hacer lo que quiera siempre que no se meta con la libertad de los demás a preservar su salud.

Francisco Pérez de Antón, en su columna de opinión publicada en El Periódico el 22 de agosto titulada “Vamos a contar mentiras” se refiere a “la era de la posverdad”.  Agrega: “Me digo entonces si los gobiernos no tendrán una dependencia secreta que se llame el Ministerio de la Posverdad o algo así. O si las Cortes, el Congreso o los grupos de presión, no  manejarán entidades parecidas”. 

Las viejitas también decían “no nos gusta el chisme pero nos entretiene”, justificando así la propagación de cualquier cosa que les llegara. En “aquellos tiempos” habrá sido un pasatiempo que, indudablemente, dañaba la reputación de alguien más. Hoy, políticos, prensa, grupos de presión y los llamados “influenciadores” han encontrado en esta torcida herramienta, la forma de conducir sus ideas o de penetrar en el imaginario nacional para ganar adeptos, infundir miedo y lograr sus objetivos, cualesquiera que éstos sean.

El virus ha contagiado a cientos de miles de personas a nivel mundial y ha causado la muerte de demasiadas personas. El dolor y la pena que hay en los familiares y amigos es enorme. Sus seres queridos fueron víctimas de algo que no hemos podido controlar todavía. Esperemos que, en un tiempo no tan largo, contemos con la vacuna que nos haga inmunes.

Sin embargo, el COVID-19 causó otro virus muy contagioso: el de la propagación masiva de mentiras, manipulaciones, chismes, medias verdades o como usted quiera llamarlo. La deshonestidad que hay en esto es enorme así como lo es la urgencia de trasladar cualquier mensaje porque así “fui el primero” en dar la noticia y eso llena de un falso orgullo a quien lo envió. Si resultó falso, no pasa nada, o así parecieran creer quienes se toman estas atribuciones.

La realidad es que las COVI-mentiras se expandieron más allá del virus. Hoy, abundan las acusaciones de corrupción sin pruebas. No niego que exista, pero es fundamental comprobarlo para evitar que sea un chisme más generado para causar la gran inestabilidad política y social que estamos viviendo. También abundan las descalificaciones hacia quienes piensan diferente del que inició el mensaje, generando ataques sin límite de moral ni ética, arruinando el prestigio que alguna vez pudo tener el atacado.

La cuarentena fue la oportunidad perfecta pues, no teniendo nada más que hacer, nos entretuvo. Como toda medida de corto  plazo, el daño lo estamos viendo varios meses después. Bienvenidos a la nueva normalidad.

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