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Hacia el final de la pandemia

Carolina Castellanos
28 de agosto, 2020

Hemos vivido ya casi seis meses de una situación sin precedentes a nivel mundial. Veo hacia atrás y me pregunto qué se hizo el 2,020. Las promesas, propósitos, planes e intenciones se quedaron en el olvido. Obligados a permanecer en cuarentena para contener los contagios lo más posible y evitar un colapso del deficiente e inoperante sistema de salud, tuvimos que adaptarnos y aceptar una realidad para la que era imposible estar preparados.

Como todo en la vida, salen cosas buenas y malas. Lamentablemente, las malas son las que hacen más ruido. Las redes sociales tienden a masificar lo malo. Esto no sucede automáticamente. Es una consecuencia de las acciones individuales de cientos de miles de personas que prefieren quejarse, criticar y, peor aún, inventar lo que sea para generar caos, ganar seguidores y tener “su momento de fama”. Ahora son “influenciadores” y sus opiniones son la verdad absoluta.

La pandemia sacó lo peor de mucho y de muchos. Evidenció el pésimo estado en el que se encuentra el sistema de salud. Corrupto, sin duda, deficiente, inoperante e insuficiente, dificultó el tratamiento digno a las personas enfermas y también a los médicos, enfermeras y todo el personal de salud. Mis respetos y agradecimiento hacia ellos. 

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Los ataques y las críticas han estado a la orden del día. Muchos lo hacen por razones políticas. Se nota cuando alguien se pronuncia en las redes atacando al Presidente, a los Ministros o a quien sea, sin un solo argumento que valide sus críticas. Mucho peor ha sido la falta de propuestas. Estaríamos mucho mejor como país si se hubieran inundado las redes con ideas y estrategias para sobrellevar cada paso de esta terrible pandemia.

También ha salido lo mejor de muchos, lamentablemente no de los políticos pero sí de los empresarios. Siempre somos nosotros los que llevamos la carga más pesada pues tenemos la responsabilidad hacia nosotros mismos y nuestro trabajo, pero más hacia quienes dependen de nosotros para llevar sustento a sus hogares.

Eso de la reinvención ha sido una maravilla. Hemos visto cómo las empresas, desde la tienda de la esquina hasta las grandes corporaciones, han inventado formas de hacer llegar sus productos y servicios de forma segura. Seguiremos aprendiendo de las ideas de que surgen para poder vivir en esta “nueva normalidad”.

Estaremos limitados de alguna forma hasta que tengamos disponible una vacuna que nos haga inmunes a este virus tan destructivo, no tanto en vidas sino en la convivencia.  El índice de mortalidad es bajo. Lo que sí se destruyó fue la convivencia, el abrazo, el estrechón de manos, que tanta falta nos hace. 

Hacia el final del confinamiento y de la pandemia misma, veo la necesidad de hacer un recuento de daños y de éxitos, personalmente y como país. Toca aprender, en vez de seguir “echando más leña al fuego”. La reconstrucción de la convivencia, de los negocios y de la forma de vida, es la médula espinal de esa nueva normalidad.

Hacia el final de la pandemia

Carolina Castellanos
28 de agosto, 2020

Hemos vivido ya casi seis meses de una situación sin precedentes a nivel mundial. Veo hacia atrás y me pregunto qué se hizo el 2,020. Las promesas, propósitos, planes e intenciones se quedaron en el olvido. Obligados a permanecer en cuarentena para contener los contagios lo más posible y evitar un colapso del deficiente e inoperante sistema de salud, tuvimos que adaptarnos y aceptar una realidad para la que era imposible estar preparados.

Como todo en la vida, salen cosas buenas y malas. Lamentablemente, las malas son las que hacen más ruido. Las redes sociales tienden a masificar lo malo. Esto no sucede automáticamente. Es una consecuencia de las acciones individuales de cientos de miles de personas que prefieren quejarse, criticar y, peor aún, inventar lo que sea para generar caos, ganar seguidores y tener “su momento de fama”. Ahora son “influenciadores” y sus opiniones son la verdad absoluta.

La pandemia sacó lo peor de mucho y de muchos. Evidenció el pésimo estado en el que se encuentra el sistema de salud. Corrupto, sin duda, deficiente, inoperante e insuficiente, dificultó el tratamiento digno a las personas enfermas y también a los médicos, enfermeras y todo el personal de salud. Mis respetos y agradecimiento hacia ellos. 

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También ha salido lo mejor de muchos, lamentablemente no de los políticos pero sí de los empresarios. Siempre somos nosotros los que llevamos la carga más pesada pues tenemos la responsabilidad hacia nosotros mismos y nuestro trabajo, pero más hacia quienes dependen de nosotros para llevar sustento a sus hogares.

Eso de la reinvención ha sido una maravilla. Hemos visto cómo las empresas, desde la tienda de la esquina hasta las grandes corporaciones, han inventado formas de hacer llegar sus productos y servicios de forma segura. Seguiremos aprendiendo de las ideas de que surgen para poder vivir en esta “nueva normalidad”.

Estaremos limitados de alguna forma hasta que tengamos disponible una vacuna que nos haga inmunes a este virus tan destructivo, no tanto en vidas sino en la convivencia.  El índice de mortalidad es bajo. Lo que sí se destruyó fue la convivencia, el abrazo, el estrechón de manos, que tanta falta nos hace. 

Hacia el final del confinamiento y de la pandemia misma, veo la necesidad de hacer un recuento de daños y de éxitos, personalmente y como país. Toca aprender, en vez de seguir “echando más leña al fuego”. La reconstrucción de la convivencia, de los negocios y de la forma de vida, es la médula espinal de esa nueva normalidad.

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