Ubicado en el centro del continente Americano, con acceso al océano Atlántico y al Pacífico, vivimos en “un lugar de muchos árboles”, como se define el nombre “Guatemala”, o Qauhtlemallan en el idioma Náhuatlt. Ya quedan muchos menos árboles de cuando Pedro de Alvarado nos fundó, gracias a la modernización, aumento de la población, grandes cultivos y, por supuesto, la tala ilegal y desmedida que aún persiste por parte de contrabandistas y del uso como leña por parte la población rural, que no vuelve a sembrar para que siempre haya disponibilidad.
Así las cosas, vivimos en un país privilegiado, que aún crece, aunque sea un diminuto 3% anual en promedio, en medio de una enorme e ineficiente burocracia que se hereda de gobierno a gobierno. Lejos de reducirla o modernizarla, los funcionarios corruptos a todo nivel y a los empleados agarrados a sus puestos que cada día “patean la lata para adelante” sin ninguna intención de cambiar el rumbo. Y, por sobre todo, a una estructura sindical estatal que tiene emplazadas las diferentes dependencias imposibilitando que haya renovaciones más que necesarias.
Los planes de cada gobierno se implementan a medias, cuando mucho, principalmente por lo descrito anteriormente. Las dificultades económicas que siempre hay son imposibles de superar pues la legislación nacional está hecha para que haya candados de arriba abajo. Un ahorro por aquí no se puede aprovechar en inversión por allá porque hay una estructura burocrática que lo dificulta tanto que mejor ni se hace el intento.
El resto del país, fuera de la estructura gubernamental, espera a que los funcionarios resuelvan todo. Somos tan presidencialistas que, cada cuatro años, le damos toda la carga y la responsabilidad al Presidente. Somos tan “pilas” que, si no hace lo que queremos, se le tilda de corrupto, ladrón e ineficiente. Lamentablemente, a lo largo de los casi 200 años de vida independiente, han sido pocos los que han logrado salir “airosos” de la crítica y del ataque, sean o no justificados.
En medio de todo estamos los empresarios, sea una señora con un puesto en el mercado, un carpintero, una fábrica de alimentos o una gran empresa industrial. Somos el motor de todo pero los más olvidados, especialmente por los diputados de turno, quienes creen que hacer más leyes para incrementar el control sobre nosotros es como contribuirán al crecimiento de este lugar lleno de árboles.
Tratando de salir del anonimato, a lo largo de los años hemos transitado por la arena internacional integrándonos a organizaciones internacionales, sirvan de algo o no, que nos cuestan “pisto” pero que, sin remedio, “hay que estar allí”. También hemos firmado tratados de libre comercio para, ahora sí, facilitar el comercio internacional, dándole oportunidades de expansión y crecimiento ¡a los empresarios!
Si algo ha evidenciado esta pandemia es la deficiente e inoperante estructura gubernamental que se nutre de nuestros impuestos pero que no los utiliza para crecimiento y desarrollo sino para pagar una burocracia cada vez más grande e inoperante. Era ahora cuando había que “sacar la casta” pero los mil amarres legales y burocráticos lo impidieron.
¿Tendremos nuevamente que esperar otra tragedia como la actual, un terremoto, un huracán o quién sabe qué, para volver a evidenciar la urgente necesidad de hacer una reforma profunda e integral de todo? Ojalá que no. El gobierno actual tiene la oportunidad, como la han tenido todos los anteriores. Las voces disidentes y de crítica pueden transformarse en propuestas concretas y planes. Y a los demás nos corresponde seguir trabajando, emprendiendo, pagando impuestos y, sin duda alguna, proponiendo e incidiendo para motivar el cambio, cada uno desde nuestro metro cuadrado.
Ubicado en el centro del continente Americano, con acceso al océano Atlántico y al Pacífico, vivimos en “un lugar de muchos árboles”, como se define el nombre “Guatemala”, o Qauhtlemallan en el idioma Náhuatlt. Ya quedan muchos menos árboles de cuando Pedro de Alvarado nos fundó, gracias a la modernización, aumento de la población, grandes cultivos y, por supuesto, la tala ilegal y desmedida que aún persiste por parte de contrabandistas y del uso como leña por parte la población rural, que no vuelve a sembrar para que siempre haya disponibilidad.
Así las cosas, vivimos en un país privilegiado, que aún crece, aunque sea un diminuto 3% anual en promedio, en medio de una enorme e ineficiente burocracia que se hereda de gobierno a gobierno. Lejos de reducirla o modernizarla, los funcionarios corruptos a todo nivel y a los empleados agarrados a sus puestos que cada día “patean la lata para adelante” sin ninguna intención de cambiar el rumbo. Y, por sobre todo, a una estructura sindical estatal que tiene emplazadas las diferentes dependencias imposibilitando que haya renovaciones más que necesarias.
Los planes de cada gobierno se implementan a medias, cuando mucho, principalmente por lo descrito anteriormente. Las dificultades económicas que siempre hay son imposibles de superar pues la legislación nacional está hecha para que haya candados de arriba abajo. Un ahorro por aquí no se puede aprovechar en inversión por allá porque hay una estructura burocrática que lo dificulta tanto que mejor ni se hace el intento.
El resto del país, fuera de la estructura gubernamental, espera a que los funcionarios resuelvan todo. Somos tan presidencialistas que, cada cuatro años, le damos toda la carga y la responsabilidad al Presidente. Somos tan “pilas” que, si no hace lo que queremos, se le tilda de corrupto, ladrón e ineficiente. Lamentablemente, a lo largo de los casi 200 años de vida independiente, han sido pocos los que han logrado salir “airosos” de la crítica y del ataque, sean o no justificados.
En medio de todo estamos los empresarios, sea una señora con un puesto en el mercado, un carpintero, una fábrica de alimentos o una gran empresa industrial. Somos el motor de todo pero los más olvidados, especialmente por los diputados de turno, quienes creen que hacer más leyes para incrementar el control sobre nosotros es como contribuirán al crecimiento de este lugar lleno de árboles.
Tratando de salir del anonimato, a lo largo de los años hemos transitado por la arena internacional integrándonos a organizaciones internacionales, sirvan de algo o no, que nos cuestan “pisto” pero que, sin remedio, “hay que estar allí”. También hemos firmado tratados de libre comercio para, ahora sí, facilitar el comercio internacional, dándole oportunidades de expansión y crecimiento ¡a los empresarios!
Si algo ha evidenciado esta pandemia es la deficiente e inoperante estructura gubernamental que se nutre de nuestros impuestos pero que no los utiliza para crecimiento y desarrollo sino para pagar una burocracia cada vez más grande e inoperante. Era ahora cuando había que “sacar la casta” pero los mil amarres legales y burocráticos lo impidieron.
¿Tendremos nuevamente que esperar otra tragedia como la actual, un terremoto, un huracán o quién sabe qué, para volver a evidenciar la urgente necesidad de hacer una reforma profunda e integral de todo? Ojalá que no. El gobierno actual tiene la oportunidad, como la han tenido todos los anteriores. Las voces disidentes y de crítica pueden transformarse en propuestas concretas y planes. Y a los demás nos corresponde seguir trabajando, emprendiendo, pagando impuestos y, sin duda alguna, proponiendo e incidiendo para motivar el cambio, cada uno desde nuestro metro cuadrado.