El coronavirus es una enfermedad causada por el virus llamado COVID-19. Nada nuevo aquí. Hemos ido aprendiendo sobre la enfermedad y muchos científicos alrededor del mundo han trabajado incansablemente para buscar la forma de eliminarlo. Parece que estamos cerca de tener vacunas disponibles. Ojalá así sea, pues será la única forma de retomar la paz y la tranquilidad en nuestra vida diaria.
Lamentablemente, han surgido otras pandemias que no serán eliminadas a través de la investigación científica. Nunca habrá un medicamento que, al tomarlo, se eliminen los efectos destructivos que causan. Veamos…
La pandemia de los “sabelotodo”. Sus efectos surgen cuando el ego y la soberbia hacen creer, a quien se infectó, que tiene LA solución para todo. Cualquier comentario, sugerencia, opinión y, no digamos, propuesta diferente, causa reacciones de furia, odio, ataque, desprecio, crítica, todo conducente a la destrucción de su entorno. El problema mayor es que, al igual que el coronavirus, se contagia fácilmente. Esto ha generado que muchísimos crean en esas “verdades absolutas” y empiecen a padecer los síntomas antes descritos.
El coronavirus causa estragos en el sistema respiratorio, principalmente. La pandemia “sabelotodo” causa ataques desenfrenados pues desata una reacción en cadena que es aún más contagiosa que su predecesor, el “sabelotoditis”. Es tan grave que destruye cuanto toca. No se limita a su entorno físico y virtual, sino que se extiende a toda la sociedad. De allí surgen acusaciones sin pruebas, insultos a las autoridades por considerarlos inútiles, incompetentes, ladrones y cuanta cosa haya, así como el deseo insaciable de desprestigiar a quien tenga la osadía de opinar diferente.
Otra pandemia es el odio, principalmente, hacia todo lo que impida que podamos hacer lo que se nos da la gana. Naturalmente, ésta es súper contagiosa y, por demás, destructiva. Es tan grave que causa estragos mayores que los económicos pues es tan incisiva que nubla la mente. Muchos abrieron ya sus negocios pero resienten el hecho que no llegue la misma cantidad de gente, el que no hayan podido mantenerse funcionando, el que tengan pocos recursos económicos y un largo etcétera. “ Ya abrí pero…” es la manifestación más clara del “odioitis”. Les limita la visión al extremo de cegarlos totalmente hacia la realidad que aún tienen un negocio, que están sanos y pueden ir a trabajar, que hay responsabilidades que cumplir y que tienen los medios, aunque limitados, para hacerlo. El “odioitis” extermina el agradecimiento.
La “desconfiancitis” es otra pandemia. Impide creer en todo y en todos. Hay tanta desinformación que es difícil darse cuenta que hay muchos caminos correctos, unos mejores que otros, pero que tarde o temprano todos tenemos que escoger, decidir y seguir adelante. Los que sufren más de esta “desconfiancitis” son los que todo lo critican y le encuentran “peros” a cualquier idea, sugerencia, plan, lo que sea y de quien sea. Los efectos colaterales se manifiestan con incertidumbre aumentada (siempre la hay, en todo), temor al extremo y una parálisis propia que se contagia. La dificultad de seguir adelante es enorme. Salen a trabajar y a retomar su vida pero como si fueran cargando un costal de 100 libras a sus espaldas.
Hay otra pandemia muy dañina: la “informatitis”. Se manifiesta con la necesidad urgente e insaciable de crear información falsa o de ser el primero en divulgar cualquier dato o mensaje sin haberlo verificado. Se vuelve imposible resistirse a la necesidad de regar la información, o de participar en alguna discusión en las redes sociales para “dar su opinión” pues considera que es tan válida que la vida se detiene si no lo hace.
Estoy segura que usted, estimado lector, habrá identificado otras pandemias. Lo que más preocupa es la imposibilidad de curarlas. Se requiere de un esfuerzo casi sobrehumano pero las consecuencias serían extraordinarias pues tendríamos un país más en paz, más solidario y todos nos ayudaríamos mutuamente para salir adelante después de esta devastadora pandemia llamada coronavirus.
El coronavirus es una enfermedad causada por el virus llamado COVID-19. Nada nuevo aquí. Hemos ido aprendiendo sobre la enfermedad y muchos científicos alrededor del mundo han trabajado incansablemente para buscar la forma de eliminarlo. Parece que estamos cerca de tener vacunas disponibles. Ojalá así sea, pues será la única forma de retomar la paz y la tranquilidad en nuestra vida diaria.
Lamentablemente, han surgido otras pandemias que no serán eliminadas a través de la investigación científica. Nunca habrá un medicamento que, al tomarlo, se eliminen los efectos destructivos que causan. Veamos…
La pandemia de los “sabelotodo”. Sus efectos surgen cuando el ego y la soberbia hacen creer, a quien se infectó, que tiene LA solución para todo. Cualquier comentario, sugerencia, opinión y, no digamos, propuesta diferente, causa reacciones de furia, odio, ataque, desprecio, crítica, todo conducente a la destrucción de su entorno. El problema mayor es que, al igual que el coronavirus, se contagia fácilmente. Esto ha generado que muchísimos crean en esas “verdades absolutas” y empiecen a padecer los síntomas antes descritos.
El coronavirus causa estragos en el sistema respiratorio, principalmente. La pandemia “sabelotodo” causa ataques desenfrenados pues desata una reacción en cadena que es aún más contagiosa que su predecesor, el “sabelotoditis”. Es tan grave que destruye cuanto toca. No se limita a su entorno físico y virtual, sino que se extiende a toda la sociedad. De allí surgen acusaciones sin pruebas, insultos a las autoridades por considerarlos inútiles, incompetentes, ladrones y cuanta cosa haya, así como el deseo insaciable de desprestigiar a quien tenga la osadía de opinar diferente.
Otra pandemia es el odio, principalmente, hacia todo lo que impida que podamos hacer lo que se nos da la gana. Naturalmente, ésta es súper contagiosa y, por demás, destructiva. Es tan grave que causa estragos mayores que los económicos pues es tan incisiva que nubla la mente. Muchos abrieron ya sus negocios pero resienten el hecho que no llegue la misma cantidad de gente, el que no hayan podido mantenerse funcionando, el que tengan pocos recursos económicos y un largo etcétera. “ Ya abrí pero…” es la manifestación más clara del “odioitis”. Les limita la visión al extremo de cegarlos totalmente hacia la realidad que aún tienen un negocio, que están sanos y pueden ir a trabajar, que hay responsabilidades que cumplir y que tienen los medios, aunque limitados, para hacerlo. El “odioitis” extermina el agradecimiento.
La “desconfiancitis” es otra pandemia. Impide creer en todo y en todos. Hay tanta desinformación que es difícil darse cuenta que hay muchos caminos correctos, unos mejores que otros, pero que tarde o temprano todos tenemos que escoger, decidir y seguir adelante. Los que sufren más de esta “desconfiancitis” son los que todo lo critican y le encuentran “peros” a cualquier idea, sugerencia, plan, lo que sea y de quien sea. Los efectos colaterales se manifiestan con incertidumbre aumentada (siempre la hay, en todo), temor al extremo y una parálisis propia que se contagia. La dificultad de seguir adelante es enorme. Salen a trabajar y a retomar su vida pero como si fueran cargando un costal de 100 libras a sus espaldas.
Hay otra pandemia muy dañina: la “informatitis”. Se manifiesta con la necesidad urgente e insaciable de crear información falsa o de ser el primero en divulgar cualquier dato o mensaje sin haberlo verificado. Se vuelve imposible resistirse a la necesidad de regar la información, o de participar en alguna discusión en las redes sociales para “dar su opinión” pues considera que es tan válida que la vida se detiene si no lo hace.
Estoy segura que usted, estimado lector, habrá identificado otras pandemias. Lo que más preocupa es la imposibilidad de curarlas. Se requiere de un esfuerzo casi sobrehumano pero las consecuencias serían extraordinarias pues tendríamos un país más en paz, más solidario y todos nos ayudaríamos mutuamente para salir adelante después de esta devastadora pandemia llamada coronavirus.