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Confianza o desconfianza

Carolina Castellanos
03 de julio, 2020

Hace unos días leí en uno de los tantos chats que el gobierno es quien nos está metiendo miedo. Sin el afán de defender a nadie, me preció algo totalmente ridículo. Supongo que, entre tanta incertidumbre y limitación de nuestra libertad de movimiento, a muchos se les genera la necesidad de encontrar culpables. La realidad es que, a mi parecer, el único culpable es el tal chino que creó este virus en un laboratorio y “se le escapó”, sumado al autoritario dictador que no dijo nada y permitió que esta cosa se regara por el mundo.

El miedo con el que vivimos surgió al ver en otros países cadáveres apilados en las calles, o las historias de personas que han padecido coronavirus y han sobrevivido.  Cuentan horrores de cómo es esto.  También de ver el número de infectados diarios y, peor aún, de fallecidos. Esto es real, con el porcentaje de incerteza de los números, pero es real.  

El  medio “The Guardian” (www.theguardian.com) de Inglaterra publicó ayer un artículo llamado “¿Qué hay de malo con WhatsApp?”.  Es algo largo el artículo pero muy certero, en mi opinión. Dice algunas cosas interesantes. Por ejemplo,  “WhatsApp se ha convertido en un santuario de un mundo confuso y desconfiado… A medida que crece la confianza en los grupos, ésta es alejada de las instituciones públicas y de sus funcionarios. Se ha desarrollado un nuevo sentido común, fundado en el instinto de suspicacia hacia el mundo más allá del grupo”. (Traducción libre mía).

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Si alguien dice que el gobierno es el que infunde miedo, se convierte en una realidad. “¿Cómo, entonces, las instituciones públicas y las discusiones pueden retener la legitimidad y la confianza una vez la gente se ha organizado en comunidades cerradas e invisibles?”, plantea The Guardian.  

Sabemos que nuestros gobiernos han sido confiables muy pocas veces, a lo largo de la historia, por lo que la mesa estaba servida para desconfiar de todo. ¿Es el actual la excepción? Han habido errores de conteo, lentitud extrema en la ejecución de los miles de millones que aprobó el Congreso, sumado a la ineficiencia y burocracia enraizadas desde el principio de los tiempos. La irresponsabilidad de muchos ciudadanos al violar las medidas y hacer lo que quieran ha contribuido a la propagación, lo que dificulta la atención menos ineficiente de los servicios de salud. ¿Justifica todo esto desconfiar en las medidas que se han tomado con el objetivo de contener la propagación del virus?

Este es un problema mundial, no solo de Guatemala. He leído comentarios que parecieran obviar esto. Siendo un país tercermundista, subdesarrollado, con problemas endémicos y enraizados, hemos tenido que copiar lo que otros han hecho y adaptarlo a nuestra realidad.

Es más que razonable y justificable que la gran mayoría de nosotros, sino todos, estamos frustrados por no poder movernos libremente, por tener nuestros negocios en riesgo o ya cerrados y por cualquier cantidad de otras razones. La impotencia es enorme.  El virus está tocándonos la puerta permanentemente y es muy poco lo que podemos hacer. Grandes cadenas de tiendas al detalle a nivel mundial han quebrado, como JC Penney. Vemos con horror que Cirq du Soleil y Pizza Hut hayan quebrado, así como tantísimas otras.  ¿A quién culpamos? ¿A todos los gobiernos del mundo? ¿A una partícula invisible llamada COVID-19? ¿A los chinos?

¿Y nuestra Guate? Estamos igual. Almacenes, y restaurantes de trayectoria, grupos artísticos, hoteles, y muchísimos más, han cerrado sus puertas. Ojalá puedan reinventarse (otra palabra de moda) y vuelvan a surgir de los escombros, como una flor en el desierto.

Al final del día, en vez de construir, sumar, ayudar y fortalecer a nuestra sociedad guatemalteca, la desconfianza, justificada o no, está haciendo mucho daño y me temo que será permanente.  Me gustaría que pudiéramos regresar al inicio de la pandemia, cuando había más solidaridad y los grupos hablaban de cómo ayudar a los que menos tienen. Había quejas, pero sustentadas en una preocupación auténtica seguida de acciones pequeñas pero constantes que cambiaron la vida de muchos.  Aún es tiempo pues el virus permanecerá hasta que haya una cura y los miles de trabajadores sin empleo, empresas sin clientes y tantos, otros, no pueden esperar.

Confianza o desconfianza

Carolina Castellanos
03 de julio, 2020

Hace unos días leí en uno de los tantos chats que el gobierno es quien nos está metiendo miedo. Sin el afán de defender a nadie, me preció algo totalmente ridículo. Supongo que, entre tanta incertidumbre y limitación de nuestra libertad de movimiento, a muchos se les genera la necesidad de encontrar culpables. La realidad es que, a mi parecer, el único culpable es el tal chino que creó este virus en un laboratorio y “se le escapó”, sumado al autoritario dictador que no dijo nada y permitió que esta cosa se regara por el mundo.

El miedo con el que vivimos surgió al ver en otros países cadáveres apilados en las calles, o las historias de personas que han padecido coronavirus y han sobrevivido.  Cuentan horrores de cómo es esto.  También de ver el número de infectados diarios y, peor aún, de fallecidos. Esto es real, con el porcentaje de incerteza de los números, pero es real.  

El  medio “The Guardian” (www.theguardian.com) de Inglaterra publicó ayer un artículo llamado “¿Qué hay de malo con WhatsApp?”.  Es algo largo el artículo pero muy certero, en mi opinión. Dice algunas cosas interesantes. Por ejemplo,  “WhatsApp se ha convertido en un santuario de un mundo confuso y desconfiado… A medida que crece la confianza en los grupos, ésta es alejada de las instituciones públicas y de sus funcionarios. Se ha desarrollado un nuevo sentido común, fundado en el instinto de suspicacia hacia el mundo más allá del grupo”. (Traducción libre mía).

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Si alguien dice que el gobierno es el que infunde miedo, se convierte en una realidad. “¿Cómo, entonces, las instituciones públicas y las discusiones pueden retener la legitimidad y la confianza una vez la gente se ha organizado en comunidades cerradas e invisibles?”, plantea The Guardian.  

Sabemos que nuestros gobiernos han sido confiables muy pocas veces, a lo largo de la historia, por lo que la mesa estaba servida para desconfiar de todo. ¿Es el actual la excepción? Han habido errores de conteo, lentitud extrema en la ejecución de los miles de millones que aprobó el Congreso, sumado a la ineficiencia y burocracia enraizadas desde el principio de los tiempos. La irresponsabilidad de muchos ciudadanos al violar las medidas y hacer lo que quieran ha contribuido a la propagación, lo que dificulta la atención menos ineficiente de los servicios de salud. ¿Justifica todo esto desconfiar en las medidas que se han tomado con el objetivo de contener la propagación del virus?

Este es un problema mundial, no solo de Guatemala. He leído comentarios que parecieran obviar esto. Siendo un país tercermundista, subdesarrollado, con problemas endémicos y enraizados, hemos tenido que copiar lo que otros han hecho y adaptarlo a nuestra realidad.

Es más que razonable y justificable que la gran mayoría de nosotros, sino todos, estamos frustrados por no poder movernos libremente, por tener nuestros negocios en riesgo o ya cerrados y por cualquier cantidad de otras razones. La impotencia es enorme.  El virus está tocándonos la puerta permanentemente y es muy poco lo que podemos hacer. Grandes cadenas de tiendas al detalle a nivel mundial han quebrado, como JC Penney. Vemos con horror que Cirq du Soleil y Pizza Hut hayan quebrado, así como tantísimas otras.  ¿A quién culpamos? ¿A todos los gobiernos del mundo? ¿A una partícula invisible llamada COVID-19? ¿A los chinos?

¿Y nuestra Guate? Estamos igual. Almacenes, y restaurantes de trayectoria, grupos artísticos, hoteles, y muchísimos más, han cerrado sus puertas. Ojalá puedan reinventarse (otra palabra de moda) y vuelvan a surgir de los escombros, como una flor en el desierto.

Al final del día, en vez de construir, sumar, ayudar y fortalecer a nuestra sociedad guatemalteca, la desconfianza, justificada o no, está haciendo mucho daño y me temo que será permanente.  Me gustaría que pudiéramos regresar al inicio de la pandemia, cuando había más solidaridad y los grupos hablaban de cómo ayudar a los que menos tienen. Había quejas, pero sustentadas en una preocupación auténtica seguida de acciones pequeñas pero constantes que cambiaron la vida de muchos.  Aún es tiempo pues el virus permanecerá hasta que haya una cura y los miles de trabajadores sin empleo, empresas sin clientes y tantos, otros, no pueden esperar.

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