En mis entregas anteriores vimos que muchos individuos son imprudentes porque no razonan bien, saltan a conclusiones antes de tener todos los datos relevantes, carecen de conocimiento demostrado y experiencia, no usan la lógica, como método para razonar bien y no pueden controlar sus pasiones.
Fuimos testigos de la famosa fiesta donde jóvenes intemperantes precipitándose sin medir las consecuencias de sus actos, abandonándose a su apetito por inmediatos placeres sensuales y vulgares. Y en las noticias internacionales vimos a jóvenes histéricos manifestando su descontrolada ira, destruyendo negocios, edificios, esculturas de hombres célebres cuyas ideas desconocen. Abandonados a sus pasiones, incapaces de razonar bien, sin cuestionar su ignorancia de la historia de los Estados Unidos de América, destruyendo las imágenes de aquellos que combatieron el racismo que ellos mismos dicen combatir. Su incapacidad de autocontrolarse los lleva al comportamiento más primitivo y bestial imaginable.
¿Por qué? ¿Por qué son incapaces de autocontrolarse? ¿Por qué no pueden guiar su conducta por la recta razón?
La respuesta está en la educación. Pero no es el caso que no sean educados. El problema es que han sido mal educados. Se han formado un mal carácter, dominado por vicios y bajas pasiones. Esperan gratificación inmediata. Exigen que el mundo entero se doblegue a sus caprichos. Aman el lujo. Tienen malos modales y desprecian a la autoridad. No respetan a sus mayores. Prefieren parlotear y chismear a ejercitarse. Anhelan que la realidad se amolde a sus deseos. Creen que lo bueno y lo malo es relativo. Piensan que la “verdad” no existe. Consideran que el conocimiento es superfluo. Y, sobre todo, sienten que ya tienen todas las respuestas. Pero como dijo Sócrates, la gente inteligente aprende de todo y de todos; la gente corriente, de sus experiencias; la gente estúpida ya tiene todas las respuestas. ¿Cómo es que muchos individuos han llegado a este grado de estupidez?
La educación de los colegios, y principalmente las universidades, adoptaron el método de pedagogía o educación progresista a partir de 1920 y 1930 en las escuelas norteamericanas y que aún permanecen como una fuerte influencia en todos los niveles, desde párvulos hasta la universidad. Europa e Hispanoamérica adoptaron elementos del mismo décadas después. Critican los defensores de este método, la educación tradicional acusándola de formalista, autoritaria, de fomentar la competitividad, y de constituir una mera transmisión de conocimientos. Defienden su modelo alegando que constituye una educación práctica, vital, participativa, democrática, colaborativa y activa. El principal creador de este método fue John Dewey. Su filosofía a grandes rasgos considera que la realidad es indeterminada; que el hombre es primeramente un actor y no un pensador; que una idea es un plan de acción diseñado para remover los obstáculos del camino del actor; que la idea de verdad o falsedad reside en si el plan funciona o no, resultado que no puede preverse, sino sólo conocerse después de que la acción ha tenido lugar.
El educador progresista dice que como la acción tiene primacía sobre el pensamiento, entonces, el niño debe aprender así, “haciendo”. “Hacer” subsume una gran cantidad de actividades, como cultivar plantas, coleccionar fotos, pasear por el vecindario, compartir experiencias, expresar sentimientos, y adaptarse a los compañeros. Se fomenta el trabajo en grupo, al que se le asigna un proyecto, y donde cada miembro del grupo recibe la misma nota, sin importar la cantidad o cualidad de su aportación. La nota se decide por el resto de la clase por votación mayoritaria. El propósito del ejercicio es que el estudiante experimente que, aunque use su mente, no puede funcionar exitosamente sin fusionarse en un cuerpo colectivo con otras personas. No hay necesidad de textos – ni clásicos ni de otro tipo–, no hay clases ni lecciones por el profesor. No hay presentaciones estructuradas que exijan del estudiante el pensamiento lógico. El profesor ya no pretende ser cognitivamente superior a sus estudiantes, ni recitar pomposamente una cantidad de alegadas certezas intelectuales y morales. El profesor, al igual que sus alumnos, es un actor que carece de certeza y que no sabe lo que viene a continuación. Sirve, a lo sumo, como un guía que hace sugerencias a sus jóvenes colegas, modera sus discusiones de opiniones no informadas y a veces, hasta responde preguntas concretas, como la manera de escribir una palabra.
Lo que el estudiante necesita, dicen, es libertad. Libertad para expresarse, para manifestar sus deseos e impulsos. Aún la libertad de ignorar el trabajo escolar. La educación, afirman, requiere la completa libertad de jugar, de experimentar el rango completo de emociones y sentimientos, libres del juicio e intervención del adulto.
Como, según los progresistas, el pensamiento sólo es valioso si sirve para remover obstáculos concretos que interfieren con los intereses concretos del pupilo, el estudiante no ve nada de abstracciones. Los profesores dicen que los problemas reales de la vida son demasiado complejos para lidiarlos con un grupo nítido de palabras. De hecho, afirman los progresistas, es perjudicial para el alumno dividir los datos en categorías arbitrarias dictadas por abstracciones amplias, es decir, conceptos. Esas clasificaciones no tienen relación, dicen, con los requerimientos concretos de las acciones de hoy.
Como ya no hay contacto con una realidad independiente, la verdad y las acciones por tomar se deciden por consenso. En las reuniones de asamblea se determinan las penas y castigos por comportamientos inaceptables para el grupo. Así, el estudiante aprende otro aspecto de la adaptación social: que sus compañeros, colectivamente, tienen un poder casi absoluto sobre él. El propósito en esta visión de la educación ya no es un proceso de transmisión de conocimiento adquirido por siglos para preparar al estudiante para lidiar con la vida, sino que, por el contrario, el propósito de la educación es la “participación en la vida.”
Y para coronar esta deformación mental que este tipo de educación ha creado en el alumno, sus profesores marxistas en la universidad, le inculcan la ideología marxista, con nociones tan absurdas como el polilogismo – la idea de que la razón humana es por naturaleza incapaz de hallar la verdad y, por consiguiente, no existe una lógica universalmente válida, sólo ideologías que obedecen a una estructura lógica de la mente que es diferente según las distintas clases sociales; y que las relaciones entre hombres son y han sido la lucha de clases – sustituyendo la noción de que la sociedad es cooperación libre y voluntaria entre hombres intercambiando bienes y servicios; y que hay que odiar a la clase que se rige por el libre mercado, por ser los causantes de la pobreza en el mundo.
Dada esta educación, ¿es acaso sorprendente que particularicen un término universal como “todos”? ¿Es acaso sorprendente que no comprendan que “todo hombre” incluye a mujeres, niños, adultos, ancianos, etc.? ¿Es acaso sorprendente, dada su limitadísima comprensión de la gramática, cuando se quieren referir a un grupo de personas usen “todos”, “todas”, “todes”, “todis”, “todus”, “todxs”, porque creen que si no lo hacen excluyen a alguno? ¿Es acaso sorprendente que, si desean que algo no exista, en realidad crean que así será? ¿Es acaso sorprendente que no puedan diferenciar a un hombre de una mujer? ¿Es acaso sorprendente que no puedan diferenciar entre lo metafísico y lo hecho por el hombre? ¿Es acaso sorprendente que crean, que, así como uno puede decidir ser ingeniero o abogado, también pueda decidir ser hombre o mujer? ¿Y basta sólo con desearlo? ¿Y que puedan ya usar los sanitarios y vestidores para mujeres? ¿Y de aquel que se percibe a sí mismo como bombilla, debemos los demás fingir que en realidad lo es, para no ofenderlo? ¿Es acaso sorprendente que no respeten la libertad de expresión y que quieran como grupo imponer por medio de la fuerza su opinión? ¿Es acaso sorprendente el hecho de que bajo el pretexto que lo que alguien diga pueda ofenderlos, traten de eliminar la libertad de expresión? ¿Es acaso sorprendente que, dado que los obreros no desean participar en la lucha de clases, busquen otros grupos para su lucha, inventando un racismo donde no lo hay y comportándose racistamente? ¿Es acaso sorprendente que, habiendo abandonado la razón, su conducta sea violenta, pasional, descontrolada e histérica?
Antes no era así. Hubo una vez en la que los hombres eran razonables, tolerantes, respetuosos. Fueron hombres que sostuvieron los valores de la Ilustración. La Ilustración se distinguió por superar la autoimpuesta inmadurez. La inmadurez es la inhabilidad de usar el propio entendimiento sin la guía de otro. Los ilustrados tuvieron el valor de usar su propia mente. Se educaron para pensar correctamente, aplicando la lógica para identificar la realidad. Fueron capaces de considerar aquellas ideas opuestas a las suyas y discutir racionalmente sobre ellas. Se caracterizaron por la tolerancia y respeto a los demás, aún cuando se opusieran a sus ideas o creencias. El propósito de su educación clásica era mejorarse a sí mismos.
La educación clásica del trívium y quadrivium, llamada educación de las artes liberales se abandonó a finales de 1900. El trívium, con lo que empezaba la educación, preparaba al alumno para poder pensar. Constaba de tres materias, cada una como prerrequisito de la subsiguiente: gramática, lógica y retórica. La sabiduría, como decía Sócrates, empieza con la definición de los términos. La gramática les daba a los niños el vocabulario, las palabras que simbolizan ideas, abstracciones éstas que tienen sus referentes en la realidad, y la forma de relacionarlas unas con otras para expresar y ordenar sus pensamientos o juicios, es decir, la mecánica del lenguaje. Se basa en la Ley de Identidad que rige la formación de términos, definiendo los objetos y la información percibida por los sentidos: esto es una pelota, la pelota es lo que es, con sus atributos específicos, le pelota es pelota y no es un gato.
La lógica les proporcionaba la mecánica del buen razonamiento y del análisis, las reglas para relacionar los pensamientos o juicios sin contradicción alguna y así llegar a inferencias verdaderas, es decir, que identifiquen la realidad. Les inculcaba el proceso de formar argumentos sanos y de identificar falacias para remover sistemáticamente las contradicciones de los argumentos, para producir conocimiento fáctico confiable: Todo hombre es mortal; Juan es hombre; por consiguiente, Juan es mortal.
Y la retórica les daba el método para poder razonar sobre todo problema que se les proponga a partir de opiniones admitidas, y gracias al cual, si sostienen un enunciado, no digan nada que le sea contrario, y así aplicar el lenguaje a instruir y persuadir a quien le escucha o le lee. Se leía a los clásicos para aprender de ellos. Es el conocimiento (gramática) ahora entendido (lógica) y siendo comunicado a otros como sabiduría (retórica).
Una vez hubiera completado estos estudios, el estudiante estaba listo para lidiar racionalmente con las materias del quadrivium: aritmética (el número), geometría (el número en el espacio), música (el número en el tiempo), y astronomía (el número en el espacio y el tiempo). Estas siete artes liberales preparaban al estudiante para estudiar el arte liberal por excelencia: la filosofía; y las artes prácticas, como la medicina y la arquitectura.
El profesor era un experto, un maestro en su materia y en el método de presentarla. Su actividad principal no era moderar discusiones desinformadas sino enseñar dando una clase. Y el alumno iba a aprender de la sabiduría del profesor. Además, aprendía normas de conducta, de respeto, tolerancia y honor.
La educación correcta debe apuntar a enseñarle al estudiante a usar su facultad conceptual – que es básica para todo aspecto de la vida humana, que depende de la cognición para su supervivencia – y a la formación de un buen carácter.
El buen carácter no se forma en una semana, o en un mes, o en un año. Se crea poco a poco, día a día, durante años. Se necesita un esfuerzo prolongado, constante y paciente. Se requiere crear el hábito que apunta a mejorarse uno mismo.
La excelencia moral, como dijo Aristóteles, es el resultado del hábito de actuar bien. Nos convertimos en personas justas al hacer actos justos, templados al hacer actos templados, valientes al hacer actos valientes.
Necesitamos volver a cultivar una buena educación.
En mis entregas anteriores vimos que muchos individuos son imprudentes porque no razonan bien, saltan a conclusiones antes de tener todos los datos relevantes, carecen de conocimiento demostrado y experiencia, no usan la lógica, como método para razonar bien y no pueden controlar sus pasiones.
Fuimos testigos de la famosa fiesta donde jóvenes intemperantes precipitándose sin medir las consecuencias de sus actos, abandonándose a su apetito por inmediatos placeres sensuales y vulgares. Y en las noticias internacionales vimos a jóvenes histéricos manifestando su descontrolada ira, destruyendo negocios, edificios, esculturas de hombres célebres cuyas ideas desconocen. Abandonados a sus pasiones, incapaces de razonar bien, sin cuestionar su ignorancia de la historia de los Estados Unidos de América, destruyendo las imágenes de aquellos que combatieron el racismo que ellos mismos dicen combatir. Su incapacidad de autocontrolarse los lleva al comportamiento más primitivo y bestial imaginable.
¿Por qué? ¿Por qué son incapaces de autocontrolarse? ¿Por qué no pueden guiar su conducta por la recta razón?
La respuesta está en la educación. Pero no es el caso que no sean educados. El problema es que han sido mal educados. Se han formado un mal carácter, dominado por vicios y bajas pasiones. Esperan gratificación inmediata. Exigen que el mundo entero se doblegue a sus caprichos. Aman el lujo. Tienen malos modales y desprecian a la autoridad. No respetan a sus mayores. Prefieren parlotear y chismear a ejercitarse. Anhelan que la realidad se amolde a sus deseos. Creen que lo bueno y lo malo es relativo. Piensan que la “verdad” no existe. Consideran que el conocimiento es superfluo. Y, sobre todo, sienten que ya tienen todas las respuestas. Pero como dijo Sócrates, la gente inteligente aprende de todo y de todos; la gente corriente, de sus experiencias; la gente estúpida ya tiene todas las respuestas. ¿Cómo es que muchos individuos han llegado a este grado de estupidez?
La educación de los colegios, y principalmente las universidades, adoptaron el método de pedagogía o educación progresista a partir de 1920 y 1930 en las escuelas norteamericanas y que aún permanecen como una fuerte influencia en todos los niveles, desde párvulos hasta la universidad. Europa e Hispanoamérica adoptaron elementos del mismo décadas después. Critican los defensores de este método, la educación tradicional acusándola de formalista, autoritaria, de fomentar la competitividad, y de constituir una mera transmisión de conocimientos. Defienden su modelo alegando que constituye una educación práctica, vital, participativa, democrática, colaborativa y activa. El principal creador de este método fue John Dewey. Su filosofía a grandes rasgos considera que la realidad es indeterminada; que el hombre es primeramente un actor y no un pensador; que una idea es un plan de acción diseñado para remover los obstáculos del camino del actor; que la idea de verdad o falsedad reside en si el plan funciona o no, resultado que no puede preverse, sino sólo conocerse después de que la acción ha tenido lugar.
El educador progresista dice que como la acción tiene primacía sobre el pensamiento, entonces, el niño debe aprender así, “haciendo”. “Hacer” subsume una gran cantidad de actividades, como cultivar plantas, coleccionar fotos, pasear por el vecindario, compartir experiencias, expresar sentimientos, y adaptarse a los compañeros. Se fomenta el trabajo en grupo, al que se le asigna un proyecto, y donde cada miembro del grupo recibe la misma nota, sin importar la cantidad o cualidad de su aportación. La nota se decide por el resto de la clase por votación mayoritaria. El propósito del ejercicio es que el estudiante experimente que, aunque use su mente, no puede funcionar exitosamente sin fusionarse en un cuerpo colectivo con otras personas. No hay necesidad de textos – ni clásicos ni de otro tipo–, no hay clases ni lecciones por el profesor. No hay presentaciones estructuradas que exijan del estudiante el pensamiento lógico. El profesor ya no pretende ser cognitivamente superior a sus estudiantes, ni recitar pomposamente una cantidad de alegadas certezas intelectuales y morales. El profesor, al igual que sus alumnos, es un actor que carece de certeza y que no sabe lo que viene a continuación. Sirve, a lo sumo, como un guía que hace sugerencias a sus jóvenes colegas, modera sus discusiones de opiniones no informadas y a veces, hasta responde preguntas concretas, como la manera de escribir una palabra.
Lo que el estudiante necesita, dicen, es libertad. Libertad para expresarse, para manifestar sus deseos e impulsos. Aún la libertad de ignorar el trabajo escolar. La educación, afirman, requiere la completa libertad de jugar, de experimentar el rango completo de emociones y sentimientos, libres del juicio e intervención del adulto.
Como, según los progresistas, el pensamiento sólo es valioso si sirve para remover obstáculos concretos que interfieren con los intereses concretos del pupilo, el estudiante no ve nada de abstracciones. Los profesores dicen que los problemas reales de la vida son demasiado complejos para lidiarlos con un grupo nítido de palabras. De hecho, afirman los progresistas, es perjudicial para el alumno dividir los datos en categorías arbitrarias dictadas por abstracciones amplias, es decir, conceptos. Esas clasificaciones no tienen relación, dicen, con los requerimientos concretos de las acciones de hoy.
Como ya no hay contacto con una realidad independiente, la verdad y las acciones por tomar se deciden por consenso. En las reuniones de asamblea se determinan las penas y castigos por comportamientos inaceptables para el grupo. Así, el estudiante aprende otro aspecto de la adaptación social: que sus compañeros, colectivamente, tienen un poder casi absoluto sobre él. El propósito en esta visión de la educación ya no es un proceso de transmisión de conocimiento adquirido por siglos para preparar al estudiante para lidiar con la vida, sino que, por el contrario, el propósito de la educación es la “participación en la vida.”
Y para coronar esta deformación mental que este tipo de educación ha creado en el alumno, sus profesores marxistas en la universidad, le inculcan la ideología marxista, con nociones tan absurdas como el polilogismo – la idea de que la razón humana es por naturaleza incapaz de hallar la verdad y, por consiguiente, no existe una lógica universalmente válida, sólo ideologías que obedecen a una estructura lógica de la mente que es diferente según las distintas clases sociales; y que las relaciones entre hombres son y han sido la lucha de clases – sustituyendo la noción de que la sociedad es cooperación libre y voluntaria entre hombres intercambiando bienes y servicios; y que hay que odiar a la clase que se rige por el libre mercado, por ser los causantes de la pobreza en el mundo.
Dada esta educación, ¿es acaso sorprendente que particularicen un término universal como “todos”? ¿Es acaso sorprendente que no comprendan que “todo hombre” incluye a mujeres, niños, adultos, ancianos, etc.? ¿Es acaso sorprendente, dada su limitadísima comprensión de la gramática, cuando se quieren referir a un grupo de personas usen “todos”, “todas”, “todes”, “todis”, “todus”, “todxs”, porque creen que si no lo hacen excluyen a alguno? ¿Es acaso sorprendente que, si desean que algo no exista, en realidad crean que así será? ¿Es acaso sorprendente que no puedan diferenciar a un hombre de una mujer? ¿Es acaso sorprendente que no puedan diferenciar entre lo metafísico y lo hecho por el hombre? ¿Es acaso sorprendente que crean, que, así como uno puede decidir ser ingeniero o abogado, también pueda decidir ser hombre o mujer? ¿Y basta sólo con desearlo? ¿Y que puedan ya usar los sanitarios y vestidores para mujeres? ¿Y de aquel que se percibe a sí mismo como bombilla, debemos los demás fingir que en realidad lo es, para no ofenderlo? ¿Es acaso sorprendente que no respeten la libertad de expresión y que quieran como grupo imponer por medio de la fuerza su opinión? ¿Es acaso sorprendente el hecho de que bajo el pretexto que lo que alguien diga pueda ofenderlos, traten de eliminar la libertad de expresión? ¿Es acaso sorprendente que, dado que los obreros no desean participar en la lucha de clases, busquen otros grupos para su lucha, inventando un racismo donde no lo hay y comportándose racistamente? ¿Es acaso sorprendente que, habiendo abandonado la razón, su conducta sea violenta, pasional, descontrolada e histérica?
Antes no era así. Hubo una vez en la que los hombres eran razonables, tolerantes, respetuosos. Fueron hombres que sostuvieron los valores de la Ilustración. La Ilustración se distinguió por superar la autoimpuesta inmadurez. La inmadurez es la inhabilidad de usar el propio entendimiento sin la guía de otro. Los ilustrados tuvieron el valor de usar su propia mente. Se educaron para pensar correctamente, aplicando la lógica para identificar la realidad. Fueron capaces de considerar aquellas ideas opuestas a las suyas y discutir racionalmente sobre ellas. Se caracterizaron por la tolerancia y respeto a los demás, aún cuando se opusieran a sus ideas o creencias. El propósito de su educación clásica era mejorarse a sí mismos.
La educación clásica del trívium y quadrivium, llamada educación de las artes liberales se abandonó a finales de 1900. El trívium, con lo que empezaba la educación, preparaba al alumno para poder pensar. Constaba de tres materias, cada una como prerrequisito de la subsiguiente: gramática, lógica y retórica. La sabiduría, como decía Sócrates, empieza con la definición de los términos. La gramática les daba a los niños el vocabulario, las palabras que simbolizan ideas, abstracciones éstas que tienen sus referentes en la realidad, y la forma de relacionarlas unas con otras para expresar y ordenar sus pensamientos o juicios, es decir, la mecánica del lenguaje. Se basa en la Ley de Identidad que rige la formación de términos, definiendo los objetos y la información percibida por los sentidos: esto es una pelota, la pelota es lo que es, con sus atributos específicos, le pelota es pelota y no es un gato.
La lógica les proporcionaba la mecánica del buen razonamiento y del análisis, las reglas para relacionar los pensamientos o juicios sin contradicción alguna y así llegar a inferencias verdaderas, es decir, que identifiquen la realidad. Les inculcaba el proceso de formar argumentos sanos y de identificar falacias para remover sistemáticamente las contradicciones de los argumentos, para producir conocimiento fáctico confiable: Todo hombre es mortal; Juan es hombre; por consiguiente, Juan es mortal.
Y la retórica les daba el método para poder razonar sobre todo problema que se les proponga a partir de opiniones admitidas, y gracias al cual, si sostienen un enunciado, no digan nada que le sea contrario, y así aplicar el lenguaje a instruir y persuadir a quien le escucha o le lee. Se leía a los clásicos para aprender de ellos. Es el conocimiento (gramática) ahora entendido (lógica) y siendo comunicado a otros como sabiduría (retórica).
Una vez hubiera completado estos estudios, el estudiante estaba listo para lidiar racionalmente con las materias del quadrivium: aritmética (el número), geometría (el número en el espacio), música (el número en el tiempo), y astronomía (el número en el espacio y el tiempo). Estas siete artes liberales preparaban al estudiante para estudiar el arte liberal por excelencia: la filosofía; y las artes prácticas, como la medicina y la arquitectura.
El profesor era un experto, un maestro en su materia y en el método de presentarla. Su actividad principal no era moderar discusiones desinformadas sino enseñar dando una clase. Y el alumno iba a aprender de la sabiduría del profesor. Además, aprendía normas de conducta, de respeto, tolerancia y honor.
La educación correcta debe apuntar a enseñarle al estudiante a usar su facultad conceptual – que es básica para todo aspecto de la vida humana, que depende de la cognición para su supervivencia – y a la formación de un buen carácter.
El buen carácter no se forma en una semana, o en un mes, o en un año. Se crea poco a poco, día a día, durante años. Se necesita un esfuerzo prolongado, constante y paciente. Se requiere crear el hábito que apunta a mejorarse uno mismo.
La excelencia moral, como dijo Aristóteles, es el resultado del hábito de actuar bien. Nos convertimos en personas justas al hacer actos justos, templados al hacer actos templados, valientes al hacer actos valientes.
Necesitamos volver a cultivar una buena educación.