Este fin de semana fuimos testigos los guatemaltecos, de las primeras capturas de los implicados en la fiesta clandestina del sábado 13 de junio en el local de la mueblería Tienda O3. Ahora empiezan a pagar las consecuencias de su mayúscula imprudencia.
Ya comenté en un artículo previo que Aristóteles afirmaba que los jóvenes no pueden ser prudentes. La prudencia o sensatez o phronesis como la llamaba el filósofo griego, consiste en deliberar correctamente para identificar lo que es bueno y ventajoso para uno mismo, e identificar lo que es malo y perjudicial para sí mismo, para poder orientar nuestra conducta a conseguir lo primero y evitar lo segundo. No se puede practicar la prudencia sin la virtud de la templanza o autocontrol o sōphrosunē, como la denominaba el estagirita, que preserva la sabiduría de este tipo de juicio para que no se vea pervertido por pasiones, placeres o dolores. Y si algo pudimos observar en los videos y fotografías del evento fue la total falta de templanza de los parranderos.
La templanza o auto control es la aplicación de la sensatez o buen juicio para determinar el justo medio en todo lo que se refiere a los placeres o dolores y las conductas que pueden conducir a éstos. Procura la claridad y serenidad de la mente, tan necesarias cuando hay que mantener una constante vigilancia y guardarse contra los malos hábitos.
La templanza se aplica, principalmente, a la conducta que tiene que ver con los placeres del cuerpo cuyo exceso o deficiencia disminuye o daña la calidad de vida o bienestar propio. Esto incluye moderación en la comida y bebida, en el ejercicio, y en el decoro.
La voluntad del hombre sano está orientada hacia su propio bien, por lo tanto, sólo cabe deliberar y decidir sobre los medios para alcanzarlo. La decisión es un deseo deliberado de cosas a nuestro alcance. Estas decisiones pueden ser acertadas o equivocadas, buenas o malas, según estén o no de acuerdo con el criterio correcto, que consiste en identificar los hechos de la realidad y sus posibles consecuencias para la propia vida. Si el hombre toma las buenas decisiones una y otra vez, crea en sí mismo el hábito de tomar decisiones buenas, de decidir según el criterio correcto. Y en ese hábito consiste la virtud moral, que una vez adquirido, le permite al humano decidir bien sin esfuerzo y con naturalidad. La templanza forja el carácter. Acostumbra al individuo a tener el control de sí, a guiarse por la justa razón.
Ahora, decidir bien es difícil, pues uno puede pasarse o quedarse corto, y no dar con el justo medio exacto en que consiste la decisión óptima. El justo medio no es la medida aritmética entre dos cantidades, sino que depende de cada uno y de sus circunstancias, como la dosis de un medicamento, que depende del peso del paciente. Se trata de buscar el medio que conviene a cada uno. La cantidad de comida adecuada para alguien, que pesa cien libras, no es la misma que para mí, que peso doscientas libras. Lo que para esta persona sería adecuado, para mí sería escaso. Igual es en el caso del ejercicio físico: levantar quinientas libras puede ser excesivo para alguien que empieza en la halterofilia, pero resulta adecuado para mí.
El justo medio, cuando se da, se da entre dos extremos, los vicios, uno por defecto y otro por exceso. No en todas las virtudes existen excesos, como en la Sensatez –no se puede ser excesivamente sensato. El insensato peca solamente por deficiencia, por mal razonamiento. La templanza, entonces, es un modo de ser consistente en la elección de un medio, es decir, un medio relativo a cada uno de nosotros, siendo éste, determinado por un principio razonable, y por ese principio que determina el hombre sensato.
El intemperante es quien peca por exceso al buscar placeres sin ponerse límites, dejándose arrastrar por sus pasiones hasta hacerse daño. Ama cosas que no deben amar, ya por amarlas sin límite, ya por gozar de ellas groseramente como el vulgo, ya por gozar como no debe o en un momento inoportuno. El intemperante comete excesos desde todos estos puntos de vista. Tan pronto se complace en ciertas cosas en que no debería complacerse porque son detestables –como drogas alucinógenas que destruyen su buen juicio; tan pronto, si recae en cosas cuyo goce es lícito, lo lleva más allá de los justos límites y goza como pudieran hacerlo las gentes más groseras.
Así, el intemperante, que denominamos glotón, come o bebe los alimentos, aún los más vulgares, hasta satisfacerse con exceso, tomando una cantidad que va más allá de lo que la naturaleza reclama, puesto que ésta exige solamente la satisfacción de la necesidad.
El asceta es quien peca por deficiencia, goza menos de lo que le conviene, por desdeñar los placeres de la vida. Semejante insensibilidad e insensatez no pertenece apenas a la naturaleza del hombre. El asceta desprecia el cuerpo y odia la vida. Es un corrompido que prefiere lo que le perjudica.
El hombre templado sabe mantenerse en el medio conveniente. No gusta de esos placeres que apasionan tan violentamente al intemperante, y siente repugnancia ante tales desordenes. Su placer cesa cuando se traspasa lo sano. Busca con mesura y de manera conveniente todos los placeres que contribuyen a la saludad y al bienestar. Sólo hace lo que dicta la recta razón.
La templanza es la aplicación de la sensatez o buen juicio para definir el justo medio en todo lo que se refiere a los placeres para disfrutar sanamente la vida. Pero el autocontrol que forja la práctica de la templanza se aplica a toda conducta. Si esfera de acción es la administración de los recursos pecuniarios, quien razona mal y se deja llevar por sus pasiones gastando en exceso, llegando al despilfarro de su patrimonio es un pródigo. Y sí, por el contrario, también aconsejado por sus pasiones, es deficiente en el gasto para procurarse una buena vida, condenándose a una vida miserable, es mísero. Quien se guía por la justa razón es un liberal, generosa para consigo y sus amigos, lo que conduce a una buena vida.
Si la esfera de acción tiene que ver con el enojo, quién tiene autocontrol se guía por la justa razón, se enoja por el motivo correcto, contra quien en verdad merece su ira, en la cantidad adecuada, y en el momento oportuno. Tiene paciencia para no perder el control de sí mismo. Pero quien no tiene autocontrol y se deja arrastrar por sus pasiones, quien es irascible, se ofusca, no puede razonar bien, se enoja por el motivo errado, contra quien no merece su ira, en una cantidad descontrolada, y en el momento inoportuno.
En la famosa fiesta vimos jóvenes intemperantes precipitándose sin medir las consecuencias de sus actos, abandonándose a su apetito por inmediatos placeres sensuales y vulgares. Y en las noticias internacionales hemos visto a jóvenes histéricos manifestando su descontrolada ira, destruyendo negocios, edificios, esculturas de hombres célebres cuyas ideas desconocen. Abandonados a sus pasiones, incapaces de razonar bien, sin cuestionar su ignorancia de la historia de los Estados Unidos de América, destruyen las imágenes de aquellos que combatieron el racismo que ellos mismos dicen combatir. Su incapacidad de autocontrolarse los lleva al comportamiento más primitivo y bestial imaginable.
¿Por qué? ¿Por qué son incapaces de autocontrolarse? ¿Por qué no pueden guiar su conducta por la recta razón?
Continuará.
Este fin de semana fuimos testigos los guatemaltecos, de las primeras capturas de los implicados en la fiesta clandestina del sábado 13 de junio en el local de la mueblería Tienda O3. Ahora empiezan a pagar las consecuencias de su mayúscula imprudencia.
Ya comenté en un artículo previo que Aristóteles afirmaba que los jóvenes no pueden ser prudentes. La prudencia o sensatez o phronesis como la llamaba el filósofo griego, consiste en deliberar correctamente para identificar lo que es bueno y ventajoso para uno mismo, e identificar lo que es malo y perjudicial para sí mismo, para poder orientar nuestra conducta a conseguir lo primero y evitar lo segundo. No se puede practicar la prudencia sin la virtud de la templanza o autocontrol o sōphrosunē, como la denominaba el estagirita, que preserva la sabiduría de este tipo de juicio para que no se vea pervertido por pasiones, placeres o dolores. Y si algo pudimos observar en los videos y fotografías del evento fue la total falta de templanza de los parranderos.
La templanza o auto control es la aplicación de la sensatez o buen juicio para determinar el justo medio en todo lo que se refiere a los placeres o dolores y las conductas que pueden conducir a éstos. Procura la claridad y serenidad de la mente, tan necesarias cuando hay que mantener una constante vigilancia y guardarse contra los malos hábitos.
La templanza se aplica, principalmente, a la conducta que tiene que ver con los placeres del cuerpo cuyo exceso o deficiencia disminuye o daña la calidad de vida o bienestar propio. Esto incluye moderación en la comida y bebida, en el ejercicio, y en el decoro.
La voluntad del hombre sano está orientada hacia su propio bien, por lo tanto, sólo cabe deliberar y decidir sobre los medios para alcanzarlo. La decisión es un deseo deliberado de cosas a nuestro alcance. Estas decisiones pueden ser acertadas o equivocadas, buenas o malas, según estén o no de acuerdo con el criterio correcto, que consiste en identificar los hechos de la realidad y sus posibles consecuencias para la propia vida. Si el hombre toma las buenas decisiones una y otra vez, crea en sí mismo el hábito de tomar decisiones buenas, de decidir según el criterio correcto. Y en ese hábito consiste la virtud moral, que una vez adquirido, le permite al humano decidir bien sin esfuerzo y con naturalidad. La templanza forja el carácter. Acostumbra al individuo a tener el control de sí, a guiarse por la justa razón.
Ahora, decidir bien es difícil, pues uno puede pasarse o quedarse corto, y no dar con el justo medio exacto en que consiste la decisión óptima. El justo medio no es la medida aritmética entre dos cantidades, sino que depende de cada uno y de sus circunstancias, como la dosis de un medicamento, que depende del peso del paciente. Se trata de buscar el medio que conviene a cada uno. La cantidad de comida adecuada para alguien, que pesa cien libras, no es la misma que para mí, que peso doscientas libras. Lo que para esta persona sería adecuado, para mí sería escaso. Igual es en el caso del ejercicio físico: levantar quinientas libras puede ser excesivo para alguien que empieza en la halterofilia, pero resulta adecuado para mí.
El justo medio, cuando se da, se da entre dos extremos, los vicios, uno por defecto y otro por exceso. No en todas las virtudes existen excesos, como en la Sensatez –no se puede ser excesivamente sensato. El insensato peca solamente por deficiencia, por mal razonamiento. La templanza, entonces, es un modo de ser consistente en la elección de un medio, es decir, un medio relativo a cada uno de nosotros, siendo éste, determinado por un principio razonable, y por ese principio que determina el hombre sensato.
El intemperante es quien peca por exceso al buscar placeres sin ponerse límites, dejándose arrastrar por sus pasiones hasta hacerse daño. Ama cosas que no deben amar, ya por amarlas sin límite, ya por gozar de ellas groseramente como el vulgo, ya por gozar como no debe o en un momento inoportuno. El intemperante comete excesos desde todos estos puntos de vista. Tan pronto se complace en ciertas cosas en que no debería complacerse porque son detestables –como drogas alucinógenas que destruyen su buen juicio; tan pronto, si recae en cosas cuyo goce es lícito, lo lleva más allá de los justos límites y goza como pudieran hacerlo las gentes más groseras.
Así, el intemperante, que denominamos glotón, come o bebe los alimentos, aún los más vulgares, hasta satisfacerse con exceso, tomando una cantidad que va más allá de lo que la naturaleza reclama, puesto que ésta exige solamente la satisfacción de la necesidad.
El asceta es quien peca por deficiencia, goza menos de lo que le conviene, por desdeñar los placeres de la vida. Semejante insensibilidad e insensatez no pertenece apenas a la naturaleza del hombre. El asceta desprecia el cuerpo y odia la vida. Es un corrompido que prefiere lo que le perjudica.
El hombre templado sabe mantenerse en el medio conveniente. No gusta de esos placeres que apasionan tan violentamente al intemperante, y siente repugnancia ante tales desordenes. Su placer cesa cuando se traspasa lo sano. Busca con mesura y de manera conveniente todos los placeres que contribuyen a la saludad y al bienestar. Sólo hace lo que dicta la recta razón.
La templanza es la aplicación de la sensatez o buen juicio para definir el justo medio en todo lo que se refiere a los placeres para disfrutar sanamente la vida. Pero el autocontrol que forja la práctica de la templanza se aplica a toda conducta. Si esfera de acción es la administración de los recursos pecuniarios, quien razona mal y se deja llevar por sus pasiones gastando en exceso, llegando al despilfarro de su patrimonio es un pródigo. Y sí, por el contrario, también aconsejado por sus pasiones, es deficiente en el gasto para procurarse una buena vida, condenándose a una vida miserable, es mísero. Quien se guía por la justa razón es un liberal, generosa para consigo y sus amigos, lo que conduce a una buena vida.
Si la esfera de acción tiene que ver con el enojo, quién tiene autocontrol se guía por la justa razón, se enoja por el motivo correcto, contra quien en verdad merece su ira, en la cantidad adecuada, y en el momento oportuno. Tiene paciencia para no perder el control de sí mismo. Pero quien no tiene autocontrol y se deja arrastrar por sus pasiones, quien es irascible, se ofusca, no puede razonar bien, se enoja por el motivo errado, contra quien no merece su ira, en una cantidad descontrolada, y en el momento inoportuno.
En la famosa fiesta vimos jóvenes intemperantes precipitándose sin medir las consecuencias de sus actos, abandonándose a su apetito por inmediatos placeres sensuales y vulgares. Y en las noticias internacionales hemos visto a jóvenes histéricos manifestando su descontrolada ira, destruyendo negocios, edificios, esculturas de hombres célebres cuyas ideas desconocen. Abandonados a sus pasiones, incapaces de razonar bien, sin cuestionar su ignorancia de la historia de los Estados Unidos de América, destruyen las imágenes de aquellos que combatieron el racismo que ellos mismos dicen combatir. Su incapacidad de autocontrolarse los lleva al comportamiento más primitivo y bestial imaginable.
¿Por qué? ¿Por qué son incapaces de autocontrolarse? ¿Por qué no pueden guiar su conducta por la recta razón?
Continuará.