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Imprudencia

Warren Orbaugh
15 de junio, 2020

Los guatemaltecos fuimos sorprendidos el sábado 13 de junio con la noticia de la mayúscula imprudencia de un grupo de jóvenes que se reunieron en el local de la mueblería Tienda O3, en carretera al Salvador, para celebrar una fiesta después del toque de queda. La farra se celebró violando consciente e intencionalmente las restricciones gubernamentales que pretenden evitar el contagio masivo del coronavirus.

Ya decía Aristóteles que los jóvenes no pueden ser prudentes. La prudencia o sensatez o phronesis como la llamaba el filósofo griego, consiste en deliberar correctamente para identificar lo que es bueno y ventajoso para uno mismo, e identificar lo que es malo y perjudicial para sí mismo, para poder orientar nuestra conducta a conseguir lo primero y evitar lo segundo. No se puede practicar la prudencia sin la virtud de la templanza o autocontrol o sōphrosunē, como la denominaba el estagirita, que preserva la sabiduría de este tipo de juicio para que no se vea pervertido por pasiones, placeres o dolores. La perversión del juicio por las emociones y las pasiones, irremediablemente lo sesgan y distorsionan, al punto de retorcer los hechos para que concuerden con éste. Esta perversión lleva invariablemente a saltar a conclusiones sin tener todos los elementos de juicio. El deliberar correctamente exige poder evitar la influencia de nuestras emociones y consiste en ver no sólo los efectos inmediatos sino los efectos a largo plazo de nuestros posibles actos; consiste en seguirle la pista a las consecuencias de nuestra futura elección sobre que hacer, no solamente para nosotros sino para los demás. Es poder ver las posibles externalidades de nuestras decisiones.

Además de autocontrol, la prudencia exige de dos tipos de conocimiento: el conocimiento de universales y el conocimiento de particulares. El conocimiento de universales es lo que Aristóteles llama sophia y que nosotros traducimos como sabiduría. La sabiduría es la forma más acabada de conocimiento, pues se trata de entender principios y todo lo que de estos se deriva. La sabiduría comprende el conocimiento intuitivo o empírico y el conocimiento científico. El conocimiento intuitivo (percepción inmediata) o empírico consiste es la percepción que tenemos del mundo y de donde parte nuestra formación de conceptos. El conocimiento científico o demostrado consiste en el conjunto de conceptos sobre hechos verificables y sustentados en evidencia recogida por el método científico. El conocimiento de universales es el conocimiento teórico.

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El conocimiento de particulares o conocimiento práctico consiste en el discernimiento de circunstancias particulares que se adquieren con la práctica o experiencia. Es como el conocimiento que se requiere para manejar una bicicleta: no se aprende a manejar en libros de teoría, si no que montándose en una y probando hasta dominar la técnica.

La prudencia es práctica, y por tanto debe tener ambos tipos de conocimiento, y en especial, del último. Los jóvenes pueden obtener el conocimiento teórico y desarrollar una maestría en éste, convirtiéndose en sabios en tales temas, como en la matemática, por ejemplo, pero esto no les enseña a ser prudentes. La razón de esto es que la prudencia incluye conocimiento de hechos particulares, que se conocen por experiencia y un joven no es experimentado, porque la experiencia toma algún tiempo adquirirla.

Los actos de estos jóvenes parranderos fueron sin duda imprudentes. En el contexto de la pandemia que nos azota, no midieron el peligro al que se expusieron. Se precipitaron sin medir las consecuencias de sus actos, abandonándose a su apetito por inmediatos placeres sensuales y vulgares. Pero hay que enfatizar que no actuaron egoístamente, pensando sólo en ellos y no en el daño que pueden hacer a otros. Actuar egoístamente es actuar prudentemente. Es razonar bien para poder actuar conforme a lo que se identificó que es ventajoso para uno mismo. La prudencia es la virtud del egoísmo racional. El egoísmo es el concepto ético que expresa el principio fundamental de la vida que dicta que un organismo para mantenerse con vida debe actuar para conseguir y/o conservar aquellos valores que fomenten su sustento y, por tanto, su existencia. El principio fundamental es que el organismo se valore a sí mismo, valore su vida y, por tanto, adecúe su conducta al propósito de mantenerse en existencia y conservar su vida, consiguiendo y/o conservando aquellos valores que lo beneficien. Es el principio de autopreservación. El egoísmo racional consiste en adecuar uno su conducta, con el fin del provecho propio, a la dirección de la recta razón. Consiste en identificar lo que realmente es de interés propio, a corto y largo plazo. Exige como virtud cardinal la prudencia o sensatez.

¿Midieron estos chicos las consecuencias de sus acciones a corto y largo plazo? ¿Tan siquiera consideraron la probabilidad de contagiarse del Covid-19, dado que pudo haber más de algún asintomático en la fiesta? ¿Pensaron en la probabilidad, una vez contagiados, de contagiar a sus seres queridos, padres, hermanos, abuelos, es decir, a aquellos que son un valor para ellos? ¿Consideraron las consecuencias legales?   Tal parece que no. No, sus actos no fueron egoístas, sino ejemplo de una impresionante estupidez.

Indudablemente estos imberbes carecen de autocontrol, sabiduría y experiencia. Sus actos obedecieron a sus pasiones y no a su razón. Sus conceptos, por los que justificaron su conducta, son inválidos por estar mal definidos. No distinguen la diferencia entre autodeterminación y libertad. La libertad es un concepto que no tiene sentido sin el de sociedad. Los jóvenes creen que uno es realmente libre en una isla desierta porque no existe impedimento alguno que evite que actúen como se les da la gana. Nada más lejos de la verdad. Si bien es cierto que en una isla desierta uno puede ejercer su autodeterminación sin más límites que las leyes naturales, que severamente premian o castigan las acciones según la ley de causalidad, uno no es libre. Y si bien en dicha isla uno no tiene amo (pues no hay nadie más), uno no es libre sino, como lo definiera Solón, esclavo tembloroso. Quiere decir esto, que uno teme ser esclavizado si arriban a la isla un grupo de piratas que se proponen captúralo y venderlo en el mercado de esclavos en Libia. De nada sirve que alegue ser libre. Por su superioridad numérica los piratas pueden fácilmente someterlo a la fuerza. No es libre porque carece de un sistema de leyes que lo protejan de aquellos que pretendan someterlo a la fuerza, carece de un gobierno que las implemente y carece de un sistema de justicia – jueces y policías – que las puedan hacer cumplir. 

La libertad es un corolario del principio moral que rige la conducta de los individuos en un contexto social para vivir en concordia. Este principio moral es el del respeto mutuo, que exige de cada uno respetar la vida de cada asociado. Es la expresión de reconocer que los otros son un valor para uno como potenciales colaboradores en la sociedad. Como para vivir la vida que uno elija vivir necesita actuar conforme a su mejor juicio, la libertad individual es un corolario necesario del derecho fundamental a la vida. Y como para vivir la vida que uno elija vivir requiere de disponer del fruto de sus acciones libres, el corolario necesario del derecho fundamental a la vida es el derecho de propiedad. Sólo en este contexto es que cabe entender los derechos individuales.

Los derechos individuales están limitados por el principio de consistencia, o sea, de no contradicción. Esto quiere decir que no hay tal cosa como el derecho de violar el derecho de otro. Eso supone una inconsistencia. El derecho a la libertad de expresión no quiere decir que se tiene derecho a difamar a otro. El derecho a la libertad de protestar y manifestar no quiere decir que se tiene el derecho a impedir la libre locomoción a otro, ni a manchar su propiedad, ni mucho menos a destruirla. El derecho de locomoción no quiere decir que se tiene derecho a conducir a altas velocidades poniendo en peligro la vida de otros. No hay derecho a poner en peligro la vida de los demás. El derecho a la libertad no quiere decir el derecho a contagiar de Covid-19 a otros. 

Y las leyes en una sociedad civilizada, tienen el propósito de proteger los derechos individuales de los ciudadanos. En especial el derecho a la vida. Las leyes son la expresión objetiva de un código de reglas derivadas de la consecuencia del derecho a la vida: el derecho de defensa personal. La objetividad de la ley debe establecer claramente lo que la ley prohíbe hacer y por qué, lo que constituye un crimen y la pena a imponer para quien la infrinja. Y en Guatemala el Código Penal, en el Artículo 301 estipula que “Quien, de propósito, propagare una enfermedad peligrosa o contagiosa para las personas, será sancionado con prisión de uno a seis años.”

Es evidente que los jóvenes fueron imprudentes por ser licenciosos, descontrolados, ignorantes e inexpertos. ¿Pero, y los organizadores de esta fiesta? ¿Y los padres de los asistentes? ¿Qué excusa tienen?

Imprudencia

Warren Orbaugh
15 de junio, 2020

Los guatemaltecos fuimos sorprendidos el sábado 13 de junio con la noticia de la mayúscula imprudencia de un grupo de jóvenes que se reunieron en el local de la mueblería Tienda O3, en carretera al Salvador, para celebrar una fiesta después del toque de queda. La farra se celebró violando consciente e intencionalmente las restricciones gubernamentales que pretenden evitar el contagio masivo del coronavirus.

Ya decía Aristóteles que los jóvenes no pueden ser prudentes. La prudencia o sensatez o phronesis como la llamaba el filósofo griego, consiste en deliberar correctamente para identificar lo que es bueno y ventajoso para uno mismo, e identificar lo que es malo y perjudicial para sí mismo, para poder orientar nuestra conducta a conseguir lo primero y evitar lo segundo. No se puede practicar la prudencia sin la virtud de la templanza o autocontrol o sōphrosunē, como la denominaba el estagirita, que preserva la sabiduría de este tipo de juicio para que no se vea pervertido por pasiones, placeres o dolores. La perversión del juicio por las emociones y las pasiones, irremediablemente lo sesgan y distorsionan, al punto de retorcer los hechos para que concuerden con éste. Esta perversión lleva invariablemente a saltar a conclusiones sin tener todos los elementos de juicio. El deliberar correctamente exige poder evitar la influencia de nuestras emociones y consiste en ver no sólo los efectos inmediatos sino los efectos a largo plazo de nuestros posibles actos; consiste en seguirle la pista a las consecuencias de nuestra futura elección sobre que hacer, no solamente para nosotros sino para los demás. Es poder ver las posibles externalidades de nuestras decisiones.

Además de autocontrol, la prudencia exige de dos tipos de conocimiento: el conocimiento de universales y el conocimiento de particulares. El conocimiento de universales es lo que Aristóteles llama sophia y que nosotros traducimos como sabiduría. La sabiduría es la forma más acabada de conocimiento, pues se trata de entender principios y todo lo que de estos se deriva. La sabiduría comprende el conocimiento intuitivo o empírico y el conocimiento científico. El conocimiento intuitivo (percepción inmediata) o empírico consiste es la percepción que tenemos del mundo y de donde parte nuestra formación de conceptos. El conocimiento científico o demostrado consiste en el conjunto de conceptos sobre hechos verificables y sustentados en evidencia recogida por el método científico. El conocimiento de universales es el conocimiento teórico.

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El conocimiento de particulares o conocimiento práctico consiste en el discernimiento de circunstancias particulares que se adquieren con la práctica o experiencia. Es como el conocimiento que se requiere para manejar una bicicleta: no se aprende a manejar en libros de teoría, si no que montándose en una y probando hasta dominar la técnica.

La prudencia es práctica, y por tanto debe tener ambos tipos de conocimiento, y en especial, del último. Los jóvenes pueden obtener el conocimiento teórico y desarrollar una maestría en éste, convirtiéndose en sabios en tales temas, como en la matemática, por ejemplo, pero esto no les enseña a ser prudentes. La razón de esto es que la prudencia incluye conocimiento de hechos particulares, que se conocen por experiencia y un joven no es experimentado, porque la experiencia toma algún tiempo adquirirla.

Los actos de estos jóvenes parranderos fueron sin duda imprudentes. En el contexto de la pandemia que nos azota, no midieron el peligro al que se expusieron. Se precipitaron sin medir las consecuencias de sus actos, abandonándose a su apetito por inmediatos placeres sensuales y vulgares. Pero hay que enfatizar que no actuaron egoístamente, pensando sólo en ellos y no en el daño que pueden hacer a otros. Actuar egoístamente es actuar prudentemente. Es razonar bien para poder actuar conforme a lo que se identificó que es ventajoso para uno mismo. La prudencia es la virtud del egoísmo racional. El egoísmo es el concepto ético que expresa el principio fundamental de la vida que dicta que un organismo para mantenerse con vida debe actuar para conseguir y/o conservar aquellos valores que fomenten su sustento y, por tanto, su existencia. El principio fundamental es que el organismo se valore a sí mismo, valore su vida y, por tanto, adecúe su conducta al propósito de mantenerse en existencia y conservar su vida, consiguiendo y/o conservando aquellos valores que lo beneficien. Es el principio de autopreservación. El egoísmo racional consiste en adecuar uno su conducta, con el fin del provecho propio, a la dirección de la recta razón. Consiste en identificar lo que realmente es de interés propio, a corto y largo plazo. Exige como virtud cardinal la prudencia o sensatez.

¿Midieron estos chicos las consecuencias de sus acciones a corto y largo plazo? ¿Tan siquiera consideraron la probabilidad de contagiarse del Covid-19, dado que pudo haber más de algún asintomático en la fiesta? ¿Pensaron en la probabilidad, una vez contagiados, de contagiar a sus seres queridos, padres, hermanos, abuelos, es decir, a aquellos que son un valor para ellos? ¿Consideraron las consecuencias legales?   Tal parece que no. No, sus actos no fueron egoístas, sino ejemplo de una impresionante estupidez.

Indudablemente estos imberbes carecen de autocontrol, sabiduría y experiencia. Sus actos obedecieron a sus pasiones y no a su razón. Sus conceptos, por los que justificaron su conducta, son inválidos por estar mal definidos. No distinguen la diferencia entre autodeterminación y libertad. La libertad es un concepto que no tiene sentido sin el de sociedad. Los jóvenes creen que uno es realmente libre en una isla desierta porque no existe impedimento alguno que evite que actúen como se les da la gana. Nada más lejos de la verdad. Si bien es cierto que en una isla desierta uno puede ejercer su autodeterminación sin más límites que las leyes naturales, que severamente premian o castigan las acciones según la ley de causalidad, uno no es libre. Y si bien en dicha isla uno no tiene amo (pues no hay nadie más), uno no es libre sino, como lo definiera Solón, esclavo tembloroso. Quiere decir esto, que uno teme ser esclavizado si arriban a la isla un grupo de piratas que se proponen captúralo y venderlo en el mercado de esclavos en Libia. De nada sirve que alegue ser libre. Por su superioridad numérica los piratas pueden fácilmente someterlo a la fuerza. No es libre porque carece de un sistema de leyes que lo protejan de aquellos que pretendan someterlo a la fuerza, carece de un gobierno que las implemente y carece de un sistema de justicia – jueces y policías – que las puedan hacer cumplir. 

La libertad es un corolario del principio moral que rige la conducta de los individuos en un contexto social para vivir en concordia. Este principio moral es el del respeto mutuo, que exige de cada uno respetar la vida de cada asociado. Es la expresión de reconocer que los otros son un valor para uno como potenciales colaboradores en la sociedad. Como para vivir la vida que uno elija vivir necesita actuar conforme a su mejor juicio, la libertad individual es un corolario necesario del derecho fundamental a la vida. Y como para vivir la vida que uno elija vivir requiere de disponer del fruto de sus acciones libres, el corolario necesario del derecho fundamental a la vida es el derecho de propiedad. Sólo en este contexto es que cabe entender los derechos individuales.

Los derechos individuales están limitados por el principio de consistencia, o sea, de no contradicción. Esto quiere decir que no hay tal cosa como el derecho de violar el derecho de otro. Eso supone una inconsistencia. El derecho a la libertad de expresión no quiere decir que se tiene derecho a difamar a otro. El derecho a la libertad de protestar y manifestar no quiere decir que se tiene el derecho a impedir la libre locomoción a otro, ni a manchar su propiedad, ni mucho menos a destruirla. El derecho de locomoción no quiere decir que se tiene derecho a conducir a altas velocidades poniendo en peligro la vida de otros. No hay derecho a poner en peligro la vida de los demás. El derecho a la libertad no quiere decir el derecho a contagiar de Covid-19 a otros. 

Y las leyes en una sociedad civilizada, tienen el propósito de proteger los derechos individuales de los ciudadanos. En especial el derecho a la vida. Las leyes son la expresión objetiva de un código de reglas derivadas de la consecuencia del derecho a la vida: el derecho de defensa personal. La objetividad de la ley debe establecer claramente lo que la ley prohíbe hacer y por qué, lo que constituye un crimen y la pena a imponer para quien la infrinja. Y en Guatemala el Código Penal, en el Artículo 301 estipula que “Quien, de propósito, propagare una enfermedad peligrosa o contagiosa para las personas, será sancionado con prisión de uno a seis años.”

Es evidente que los jóvenes fueron imprudentes por ser licenciosos, descontrolados, ignorantes e inexpertos. ¿Pero, y los organizadores de esta fiesta? ¿Y los padres de los asistentes? ¿Qué excusa tienen?

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