Nassim Taleb, autor del libro “El cisne negro”: escribió “Nuestro conocimiento es frágil. La incapacidad de predecir las rarezas implica la incapacidad de predecir el curso de la historia. Sobreestimamos lo que sabemos e infravaloramos la incertidumbre. Los sucesos históricos y socioeconómicos o las innovaciones tecnológicas son fundamentalmente impredecibles.”.
Era más que imposible prever una situación como la que tenemos ahora. Damos por sentado que tenemos familia, trabajo, vida social, deportiva, de estudios, etc. y, de un momento para el siguiente, todo cambió. Las relaciones familiares, sociales y de trabajo se volvieron totalmente digitales.
Leí en un artículo que esto es una “revolución psicológica” (Economipedia). Definitivamente lo es. El cambio de hábitos nos ha movido lo suficiente, teniendo que adaptarnos de inmediato. Pero más allá de esto, vemos amenazada nuestra propia supervivencia y la de nuestros seres queridos, la de nuestro trabajo y, consecuentemente, de nuestra forma de vida. Las emociones están a flor de piel; lo vemos en los chats y en redes sociales. Unos son calmados, otros critican, pocos proponen y ¡todos opinamos de todo!
El gobierno ha implementado una serie de acciones para apoyar a la población más vulnerable, con la mejor de las intenciones. Sin embargo, el éxito no será lo esperado pues la emergencia ha puesto en evidencia muchas precariedades. Por ejemplo, el sistema de salud es ineficiente y carece de casi todo. La capacidad organizativa de las municipalidades es deficiente pues ni siquiera tienen listados de quienes ocupan puestos en sus propios mercados. El comercio informal es del 70% de la economía y allí será difícil que llegue la ayuda pues no está registrado en ninguna parte. Y, por supuesto, la corrupción sigue vigente por lo que habrá “fugas”,“compadrazgos” y los aprovechados de siempre en el reparto de la ayuda.
Aún peor que lo anterior es la gran cantidad de personas que viven del día a día. La historia de “Don Francisco”, el vendedor de granizadas, evidenció lo duro y difícil que es sobrevivir para cientos de miles de personas. ¿Cómo se les apoya si no sabemos quiénes son?
Al final de todo esto, ¿habremos cambiado para ser mejores personas? ¿Qué lecciones habremos aprendido? ¿Cambiarán nuestras prioridades personales y de país? ¿Reformaremos de una vez por todas el sistema de gobierno que existe desde tiempo inmemorial para subsanar tanta precariedad? ¿Lograremos cambiar el sistema de elecciones para evitar tener un congreso (con minúsculas) que nos endeude hasta los huesos para complacer a los sindicatos de salud y educación?
¿Qué nos toca? Aprender, actuar y reinventarnos como individuos y como país para que la próxima emergencia nos encuentre fortalecidos.
Nassim Taleb, autor del libro “El cisne negro”: escribió “Nuestro conocimiento es frágil. La incapacidad de predecir las rarezas implica la incapacidad de predecir el curso de la historia. Sobreestimamos lo que sabemos e infravaloramos la incertidumbre. Los sucesos históricos y socioeconómicos o las innovaciones tecnológicas son fundamentalmente impredecibles.”.
Era más que imposible prever una situación como la que tenemos ahora. Damos por sentado que tenemos familia, trabajo, vida social, deportiva, de estudios, etc. y, de un momento para el siguiente, todo cambió. Las relaciones familiares, sociales y de trabajo se volvieron totalmente digitales.
Leí en un artículo que esto es una “revolución psicológica” (Economipedia). Definitivamente lo es. El cambio de hábitos nos ha movido lo suficiente, teniendo que adaptarnos de inmediato. Pero más allá de esto, vemos amenazada nuestra propia supervivencia y la de nuestros seres queridos, la de nuestro trabajo y, consecuentemente, de nuestra forma de vida. Las emociones están a flor de piel; lo vemos en los chats y en redes sociales. Unos son calmados, otros critican, pocos proponen y ¡todos opinamos de todo!
El gobierno ha implementado una serie de acciones para apoyar a la población más vulnerable, con la mejor de las intenciones. Sin embargo, el éxito no será lo esperado pues la emergencia ha puesto en evidencia muchas precariedades. Por ejemplo, el sistema de salud es ineficiente y carece de casi todo. La capacidad organizativa de las municipalidades es deficiente pues ni siquiera tienen listados de quienes ocupan puestos en sus propios mercados. El comercio informal es del 70% de la economía y allí será difícil que llegue la ayuda pues no está registrado en ninguna parte. Y, por supuesto, la corrupción sigue vigente por lo que habrá “fugas”,“compadrazgos” y los aprovechados de siempre en el reparto de la ayuda.
Aún peor que lo anterior es la gran cantidad de personas que viven del día a día. La historia de “Don Francisco”, el vendedor de granizadas, evidenció lo duro y difícil que es sobrevivir para cientos de miles de personas. ¿Cómo se les apoya si no sabemos quiénes son?
Al final de todo esto, ¿habremos cambiado para ser mejores personas? ¿Qué lecciones habremos aprendido? ¿Cambiarán nuestras prioridades personales y de país? ¿Reformaremos de una vez por todas el sistema de gobierno que existe desde tiempo inmemorial para subsanar tanta precariedad? ¿Lograremos cambiar el sistema de elecciones para evitar tener un congreso (con minúsculas) que nos endeude hasta los huesos para complacer a los sindicatos de salud y educación?
¿Qué nos toca? Aprender, actuar y reinventarnos como individuos y como país para que la próxima emergencia nos encuentre fortalecidos.