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¿No será mucho ese poquito?

Carolina Castellanos
20 de noviembre, 2020

La mayoría de nosotros ha llevado a hijos y sobrinos a una feria o carnaval, al zoológico, a un parque de diversiones. Todo está diseñado para atraer la atención de los niños. Como consecuencia, sus pequeños ojos se vuelven enormes cuando ven un juguete, sea de plástico, de peluche o de papel. Ese juguetito no vale casi nada, materialmente hablando, pero lo es todo para ese pequeño que lo pide sin cesar. Al final de la jornada, usted habrá gastado todo lo que tenía en lo que parecieran tonteras pero que son el tesoro más grande para esos chiquitos. 

Los progenitores limitan más las compras pues saben que parte de la educación que le dan a sus hijos es no  sucumbir ante tantas peticiones. Se les debe establecer límites y enseñarles, con ejemplos prácticos, que no pueden tener todo lo que quieren. 

Hemos visto, como suele suceder, al Ejecutivo de turno (el niño de la historia) pidiendo todo lo que quiso al Congreso (los tíos o abuelos) ¡y lo obtuvo! No es primera vez que sucede, lamentablemente. Sin embargo, por alguna razón, el escándalo mediático y en redes sociales ha sido gigantesco. De pronto es porque nos acercamos a esa monstruosa cifra de Q100,000 millones, o porque ha quedado en el olvido cuántas veces ha sucedido antes, o porque hay un genuino interés de defenestrar al Presidente, como sucedió con el anterior.

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Independientemente de la razón de este escándalo, que es justificado pues se proyecta un déficit fiscal de casi Q40,000 millones, el niño en el parque obtuvo todo lo que pidió. Esto ocasionará que los progenitores tengan que poner orden. ¿Quiénes son éstos? ¡Nosotros, los mandantes! 

Poner orden no se resuelve manifestando, aunque es totalmente válido pues vivimos, aún, en un país libre. A los progenitores nos toca resolver educando a los niños sobre los límites, la escasez, la priorización de los deseos y hasta de los caprichos.

En política no es tan fácil. Nuestro trabajo como progenitores es escoger mejor a quiénes les otorgaremos la responsabilidad de dirigir el país durante cuatro años (la visita al parque de nuestra historia). La llamada “clase política” tiene muchos niños berrinchudos, aquellos que amenazan con cuanta cosa para que se cumpla con sus deseos. Piden grandes cantidades de dinero a cambio de no hacerle la guerra al gobernante de turno (favores políticos). 

También tiene a los bien intencionados que realmente desean resolver muchos problemas en su área de acción. Al ver las infinitas necesidades que hay, quiere contar con suficientes recursos para resolver lo más que pueda en tan corto tiempo. El problema es que los recursos son demasiado escasos comparados con la cantidad de problemas y carencias en nuestra querida Guate.

De allí surge la necesidad de priorizar. Esto le corresponde al congreso (en minúsculas, a propósito). Así como los progenitores no satisfacen todos los deseos de los niños en el parque, los diputados no deben intentar hacer lo mismo con el país. El Ejecutivo puede pedir lo que quiera, y debería priorizar pero no lo hace, así que esa tarea le toca al congreso. De eso se trata el balance de poderes en el gobierno, de los pesos y contrapesos.

En este gran lío, endeudamiento, guerra de intereses y recursos escasos, es fundamental ir a la base de todo. La reducción del tamaño del Estado es prioritaria y fundamental. Mientras  más grande sea, más recursos va a requerir. Este ha sido el camino recorrido en toda la era democrática. Cada gobierno hace crecer el aparato estatal y, por ende, va a requerir más recursos para sostenerlo.

Otra urgencia pendiente es modificar la forma de elección de diputados. Esos listados llenos de desconocidos son la causante de las debacles en el congreso. Debemos elegir, con nombre y apellido y por distritos más pequeños, para poder señalar y exigir a cada uno que elegimos. 

Estas agendas importantes y pendientes que, si bien no resolverían todo, le darían algunas lecciones al niño exigente y a los familiares consentidores, sobre los límites del poder y de la condescendencia sin responsabilidad.

¿No será mucho ese poquito?

Carolina Castellanos
20 de noviembre, 2020

La mayoría de nosotros ha llevado a hijos y sobrinos a una feria o carnaval, al zoológico, a un parque de diversiones. Todo está diseñado para atraer la atención de los niños. Como consecuencia, sus pequeños ojos se vuelven enormes cuando ven un juguete, sea de plástico, de peluche o de papel. Ese juguetito no vale casi nada, materialmente hablando, pero lo es todo para ese pequeño que lo pide sin cesar. Al final de la jornada, usted habrá gastado todo lo que tenía en lo que parecieran tonteras pero que son el tesoro más grande para esos chiquitos. 

Los progenitores limitan más las compras pues saben que parte de la educación que le dan a sus hijos es no  sucumbir ante tantas peticiones. Se les debe establecer límites y enseñarles, con ejemplos prácticos, que no pueden tener todo lo que quieren. 

Hemos visto, como suele suceder, al Ejecutivo de turno (el niño de la historia) pidiendo todo lo que quiso al Congreso (los tíos o abuelos) ¡y lo obtuvo! No es primera vez que sucede, lamentablemente. Sin embargo, por alguna razón, el escándalo mediático y en redes sociales ha sido gigantesco. De pronto es porque nos acercamos a esa monstruosa cifra de Q100,000 millones, o porque ha quedado en el olvido cuántas veces ha sucedido antes, o porque hay un genuino interés de defenestrar al Presidente, como sucedió con el anterior.

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Independientemente de la razón de este escándalo, que es justificado pues se proyecta un déficit fiscal de casi Q40,000 millones, el niño en el parque obtuvo todo lo que pidió. Esto ocasionará que los progenitores tengan que poner orden. ¿Quiénes son éstos? ¡Nosotros, los mandantes! 

Poner orden no se resuelve manifestando, aunque es totalmente válido pues vivimos, aún, en un país libre. A los progenitores nos toca resolver educando a los niños sobre los límites, la escasez, la priorización de los deseos y hasta de los caprichos.

En política no es tan fácil. Nuestro trabajo como progenitores es escoger mejor a quiénes les otorgaremos la responsabilidad de dirigir el país durante cuatro años (la visita al parque de nuestra historia). La llamada “clase política” tiene muchos niños berrinchudos, aquellos que amenazan con cuanta cosa para que se cumpla con sus deseos. Piden grandes cantidades de dinero a cambio de no hacerle la guerra al gobernante de turno (favores políticos). 

También tiene a los bien intencionados que realmente desean resolver muchos problemas en su área de acción. Al ver las infinitas necesidades que hay, quiere contar con suficientes recursos para resolver lo más que pueda en tan corto tiempo. El problema es que los recursos son demasiado escasos comparados con la cantidad de problemas y carencias en nuestra querida Guate.

De allí surge la necesidad de priorizar. Esto le corresponde al congreso (en minúsculas, a propósito). Así como los progenitores no satisfacen todos los deseos de los niños en el parque, los diputados no deben intentar hacer lo mismo con el país. El Ejecutivo puede pedir lo que quiera, y debería priorizar pero no lo hace, así que esa tarea le toca al congreso. De eso se trata el balance de poderes en el gobierno, de los pesos y contrapesos.

En este gran lío, endeudamiento, guerra de intereses y recursos escasos, es fundamental ir a la base de todo. La reducción del tamaño del Estado es prioritaria y fundamental. Mientras  más grande sea, más recursos va a requerir. Este ha sido el camino recorrido en toda la era democrática. Cada gobierno hace crecer el aparato estatal y, por ende, va a requerir más recursos para sostenerlo.

Otra urgencia pendiente es modificar la forma de elección de diputados. Esos listados llenos de desconocidos son la causante de las debacles en el congreso. Debemos elegir, con nombre y apellido y por distritos más pequeños, para poder señalar y exigir a cada uno que elegimos. 

Estas agendas importantes y pendientes que, si bien no resolverían todo, le darían algunas lecciones al niño exigente y a los familiares consentidores, sobre los límites del poder y de la condescendencia sin responsabilidad.

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