¿Entre estos tengo que elegir?
Sí. Estos candidatos son la oferta existente. El sistema de partidos es el que tenemos. Este es el juego que acordamos jugar.
Pero si ninguno me parece ser el candidato ideal, ¿Por qué tengo que votar por el ‘menos peor’?
Nunca va a haber un candidato ideal que satisfaga las expectativas de todos. Primero, porque ninguno es un ángel. Sería una ingenuidad suponer que los políticos que llegan y los que no llegan al poder son ángeles. Es por eso que lo que necesitamos es un sistema donde no importe quien llegue ni lo que haga, un sistema que limite el poder para blindarlo contra ineptos, un sistema que sólo pueda ser administrado sin admitir “brillantes” iniciativas. Como aún no tenemos ese sistema, lo más cercano es el voto cruzado para que entre los políticos se bloqueen unos a otros evitando así, iniciativas perjudiciales –posibles si creamos una aplanadora.
Segundo, siempre habrá quienes intenten difamar aún al mejor candidato mediante campañas negras. Inventarán las cosas más absurdas y tratarán de desinformar a la población. Sinceramente, no creo que la competencia política se dé entre damas y caballeros. Aunque los candidatos lo fueran, sus partidarios incluirían en sus filas a las criaturas más deshonrosas, capaces de cualquier cosa, quienes viven bajo la consigna de que los fines justifican los medios. De eso hemos sido testigos en la campaña de estas “alegres elecciones”, donde hemos visto toda clase de descalificaciones –relevantes o no. Así que la información o desinformación con que nos bombardean sobre cada candidato no nos ayuda a tener una imagen –real o ficticia– de un ‘candidato ideal’. Por eso la imagen que nos formamos de todos los candidatos nos hace creer que elegimos al ‘menos peor’, sea esto cierto o no.
Pero no tengo que darle mi voto a candidato alguno. Si ninguno cumple con mis expectativas, ni con mis principios, ¿por qué no he de votar nulo?
Esta postura, de supuestamente no comprometer mis principios, y por tanto no votar por ningún candidato, porque ninguno comparte totalmente mi ideología, es una actitud Kanteana. Kant es el filósofo que postuló la teoría moral deontológica racionalista. Considera Kant, que la única función de la razón pura (aquella que discierne sin tomar en cuenta la evidencia de los sentidos) es la de establecer máximas de conducta que nos sirvan de guía en nuestras acciones cotidianas. Estas máximas las denominó: imperativos categóricos. Para ser imperativos categóricos deben regirse bajo el principio lógico de no contradicción y el principio de universalidad. Para esto la máxima debe ser universalmente aplicable, debe tratar a todo hombre como un fin en sí mismo, y debe poderse convertir en ley. Por ejemplo, supongamos que uno se propone como máxima mentir, atendiendo a intereses universales y no a intereses particulares. Veamos si cumple con los principios. Primero, si todo el mundo tiene como norma mentir, no podríamos relacionarnos unos con otros pues no sabríamos, por ejemplo, si asistir a la cita que acordamos con otro, pues este muy bien podría no asistir. Tampoco sabríamos si la persona que dice amarnos en realidad lo hace, puede muy bien estar engañándonos para satisfacer algún interés particular de ella Luego no puede ser una máxima que se aplique universalmente. Segundo, si le mentimos a otro es para beneficiarnos de su ignorancia de algún hecho, atendiendo a un interés particular nuestro. Lo estaríamos usando y por tanto no lo trataríamos como un fin en sí mismo. No lo dejaríamos tomar una decisión según su mejor juicio al falsear la información sesgándola para nuestro beneficio. Pero, yo no puedo exigir ser tratado dignamente, como un fin en mí mismo si no hago lo mismo con todo otro hombre –sería sostener una contradicción. Luego tampoco cumple la segunda condición sin caer en contradicción. Y por último, habiendo fallado las dos primeras condiciones, tampoco se puede convertir en ley general.
Kant propone pues, una moral con imperativos categóricos que cumplan las condiciones de universalidad, de tratar al otro como un fin en sí mismo, y que sea ley general, que no se base en intereses particulares y cumplan con el principio de no contradicción. Es nuestro deber, como seres racionales, dice Kant, obedecer el imperativo categórico. Nuestra condición de seres racionales lo exige, sin importar las consecuencias. El considerar las consecuencias sería atender a intereses particulares y comportarnos bajo un imperativo hipotético en lugar de un imperativo categórico. Esta condición de no considerar las consecuencias de Kant, queda ilustrado en su famosa frase ‘fiat iustitia, et pereat mundus’ (hágase justicia aunque perezca el mundo).
Sin embargo, la actitud racional (no confundir con racionalista) nos exige identificar la realidad interpretando la evidencia que nos proporcionan los sentidos. Por medio de la razón instrumental nos damos cuenta de que las acciones tienen consecuencias a corto y a largo plazo. Nuestra supervivencia depende de que podamos identificar y distinguir lo que nos beneficia de lo que nos perjudica. El buen juicio y la prudencia nos impele a elegir lo primero y a evitar lo segundo.
El voto nulo tiene como consecuencia ayudar al candidato puntero, ya que disminuye el caudal de votos con los que compite, aumentando así su ventaja porcentual, debido a que cuenta con una cantidad de votos duros que no cambian. De esa manera, al justificar nuestro voto nulo bajo el pretexto de seguir ‘mis principios y no comprometerlos’, como no podemos escapar a la realidad, ni sirve fingir que es distinta de como es, estaremos, como consecuencia de nuestra decisión, ayudando a aquel candidato que muy posiblemente consideramos ser el más perjudicial.
La política es, al fin de cuentas, como un juego de ajedrez. En las elecciones podemos, con nuestro voto bien pensado, influir en como queremos que se muevan las piezas. De nada sirve desear que las condiciones fueran distintas de como son ni que los candidatos fueran exactamente lo que quisiéramos. Lo que tenemos es con lo que contamos. De ti depende que juegues bien tus piezas. Así que, a votar, a votar, vamos todos a votar.
¿Entre estos tengo que elegir?
Sí. Estos candidatos son la oferta existente. El sistema de partidos es el que tenemos. Este es el juego que acordamos jugar.
Pero si ninguno me parece ser el candidato ideal, ¿Por qué tengo que votar por el ‘menos peor’?
Nunca va a haber un candidato ideal que satisfaga las expectativas de todos. Primero, porque ninguno es un ángel. Sería una ingenuidad suponer que los políticos que llegan y los que no llegan al poder son ángeles. Es por eso que lo que necesitamos es un sistema donde no importe quien llegue ni lo que haga, un sistema que limite el poder para blindarlo contra ineptos, un sistema que sólo pueda ser administrado sin admitir “brillantes” iniciativas. Como aún no tenemos ese sistema, lo más cercano es el voto cruzado para que entre los políticos se bloqueen unos a otros evitando así, iniciativas perjudiciales –posibles si creamos una aplanadora.
Segundo, siempre habrá quienes intenten difamar aún al mejor candidato mediante campañas negras. Inventarán las cosas más absurdas y tratarán de desinformar a la población. Sinceramente, no creo que la competencia política se dé entre damas y caballeros. Aunque los candidatos lo fueran, sus partidarios incluirían en sus filas a las criaturas más deshonrosas, capaces de cualquier cosa, quienes viven bajo la consigna de que los fines justifican los medios. De eso hemos sido testigos en la campaña de estas “alegres elecciones”, donde hemos visto toda clase de descalificaciones –relevantes o no. Así que la información o desinformación con que nos bombardean sobre cada candidato no nos ayuda a tener una imagen –real o ficticia– de un ‘candidato ideal’. Por eso la imagen que nos formamos de todos los candidatos nos hace creer que elegimos al ‘menos peor’, sea esto cierto o no.
Pero no tengo que darle mi voto a candidato alguno. Si ninguno cumple con mis expectativas, ni con mis principios, ¿por qué no he de votar nulo?
Esta postura, de supuestamente no comprometer mis principios, y por tanto no votar por ningún candidato, porque ninguno comparte totalmente mi ideología, es una actitud Kanteana. Kant es el filósofo que postuló la teoría moral deontológica racionalista. Considera Kant, que la única función de la razón pura (aquella que discierne sin tomar en cuenta la evidencia de los sentidos) es la de establecer máximas de conducta que nos sirvan de guía en nuestras acciones cotidianas. Estas máximas las denominó: imperativos categóricos. Para ser imperativos categóricos deben regirse bajo el principio lógico de no contradicción y el principio de universalidad. Para esto la máxima debe ser universalmente aplicable, debe tratar a todo hombre como un fin en sí mismo, y debe poderse convertir en ley. Por ejemplo, supongamos que uno se propone como máxima mentir, atendiendo a intereses universales y no a intereses particulares. Veamos si cumple con los principios. Primero, si todo el mundo tiene como norma mentir, no podríamos relacionarnos unos con otros pues no sabríamos, por ejemplo, si asistir a la cita que acordamos con otro, pues este muy bien podría no asistir. Tampoco sabríamos si la persona que dice amarnos en realidad lo hace, puede muy bien estar engañándonos para satisfacer algún interés particular de ella Luego no puede ser una máxima que se aplique universalmente. Segundo, si le mentimos a otro es para beneficiarnos de su ignorancia de algún hecho, atendiendo a un interés particular nuestro. Lo estaríamos usando y por tanto no lo trataríamos como un fin en sí mismo. No lo dejaríamos tomar una decisión según su mejor juicio al falsear la información sesgándola para nuestro beneficio. Pero, yo no puedo exigir ser tratado dignamente, como un fin en mí mismo si no hago lo mismo con todo otro hombre –sería sostener una contradicción. Luego tampoco cumple la segunda condición sin caer en contradicción. Y por último, habiendo fallado las dos primeras condiciones, tampoco se puede convertir en ley general.
Kant propone pues, una moral con imperativos categóricos que cumplan las condiciones de universalidad, de tratar al otro como un fin en sí mismo, y que sea ley general, que no se base en intereses particulares y cumplan con el principio de no contradicción. Es nuestro deber, como seres racionales, dice Kant, obedecer el imperativo categórico. Nuestra condición de seres racionales lo exige, sin importar las consecuencias. El considerar las consecuencias sería atender a intereses particulares y comportarnos bajo un imperativo hipotético en lugar de un imperativo categórico. Esta condición de no considerar las consecuencias de Kant, queda ilustrado en su famosa frase ‘fiat iustitia, et pereat mundus’ (hágase justicia aunque perezca el mundo).
Sin embargo, la actitud racional (no confundir con racionalista) nos exige identificar la realidad interpretando la evidencia que nos proporcionan los sentidos. Por medio de la razón instrumental nos damos cuenta de que las acciones tienen consecuencias a corto y a largo plazo. Nuestra supervivencia depende de que podamos identificar y distinguir lo que nos beneficia de lo que nos perjudica. El buen juicio y la prudencia nos impele a elegir lo primero y a evitar lo segundo.
El voto nulo tiene como consecuencia ayudar al candidato puntero, ya que disminuye el caudal de votos con los que compite, aumentando así su ventaja porcentual, debido a que cuenta con una cantidad de votos duros que no cambian. De esa manera, al justificar nuestro voto nulo bajo el pretexto de seguir ‘mis principios y no comprometerlos’, como no podemos escapar a la realidad, ni sirve fingir que es distinta de como es, estaremos, como consecuencia de nuestra decisión, ayudando a aquel candidato que muy posiblemente consideramos ser el más perjudicial.
La política es, al fin de cuentas, como un juego de ajedrez. En las elecciones podemos, con nuestro voto bien pensado, influir en como queremos que se muevan las piezas. De nada sirve desear que las condiciones fueran distintas de como son ni que los candidatos fueran exactamente lo que quisiéramos. Lo que tenemos es con lo que contamos. De ti depende que juegues bien tus piezas. Así que, a votar, a votar, vamos todos a votar.