A pesar de la gran oferta en carreras universitarias, nunca me he encontrado con alguien que estudie una “Licenciatura en paternidad”. Salvo algunas instituciones educativas, religiosas o algunos psicólogos que ofrecen “escuelas para padres” a través de talleres o conferencias esporádicas, no he encontrado alguna ruta formal por la cual pasan los futuros o actuales padres para recibir teoría, guía, formación y acompañamiento en el proceso de educar a sus hijos.
Muchos años antes de que siquiera pensara en tener hijos leí dos poemas que me impactaron mucho; uno fue “La Ley” de Rudyard Kipling (1865-1936), escritor, poeta inglés y entre otros, autor de “El libro de la selva”. Este poema lo mantenía mi padre debajo del vidrio protector de su mesita de noche y en su verso final lee: “Ahora, pequeño quisiera orientarte: mi agente viajero llegará a cobrarte; será un hijo tuyo gota de tu sangre, presentará un cheque de cien mil afanes… llegará a cobrarte, y entonces, mi niño, como un hombre honrado, a tu propio hijo deberás pagarle!” El otro poema que tuvo un efecto profundo en mi forma de pensar y actuar fue el que se conoce como “Instantes”, del cual no hay seguridad de su verdadero autor; la primera versión que se conoce tiene la autoría del humorista, escritor e ilustrador estadounidense Don Herold (1889-1966) y publicada en 1935 por la revista “College Humor”, siendo su título original en Inglés fue “I’d pick more Daisies” (“Recogería más margaritas”). Otros le atribuyeron este poema a Nadine Stair; una revista mexicana la atribuyó erróneamente en 1988 la autoría de la versión en Castellano (la cual fue la que yo leí) al escritor argentino Jorge Luis Borges.
Ambos poemas me hicieron reflexionar en la forma en que yo educaría a mis hijos. Ahora, décadas más tarde – siendo ya orgulloso padre de dos preciosos hijos – siguen influyendo en mi filosofía educativa hacia ellos. A través del poema de “Instantes” decidí conscientemente que mi objetivo al educar a mis hijos sería que fueran personas felices, de bien, pensantes y que pudieran disfrutar de la vida; dejaría por un lado las reglas de la sociedad y las sustituiría por una filosofía de libertad de pensamiento y acción y a la vez de consideración hacia los demás y responsabilidad por sus propias acciones. Varias veces he leído que nuestros hijos son prestados durante su niñez y adolescencia para luego en su adultez, levantar alas hacia sus propios destinos. El poema de Kipling me hizo reflexionar respecto a la responsabilidad que como padre tendría sobre las vidas futuras de mis hijos y respecto a como la vida los trataría a ellos una vez los “devolviera” al mundo como adultos.
Como padres, es importante establecer objetivos respecto a la educación de nuestros hijos y ser fieles a estos. Difícilmente alguien nos enseñará como ser buenos padres y cada uno hacemos nuestro mejor esfuerzo. Tener objetivos claros facilita el proceso. Recuerdo cuando mi hijo mayor tenía 7 años y una tarde no quería hacer su tarea (la cual a esa corta edad le tomaría menos de 20 minutos realizarla). En vez de batallar con él luego de haber pasado más de hora y media divagando y distrayéndose, le indiqué que entregar su tarea era su responsabilidad y que tenía la opción de no hacerla, agregando que que las consecuencias de no entregarla serían únicamente de él; yo no lo castigaría ni le quitaría privilegios, pero su maestra seguramente lo evaluaría en función de su responsabilidad. Le indiqué también que si elegía no hacerla, le escribiría una nota a su maestra indicándole que él había decidido no realizarla. Mi hijo decidió guardar sus cuadernos y ponerse a jugar; la consecuencia: una calificación baja (la maestra le dio la oportunidad de entregarla al día siguiente, pero penalizándolo). Yo buscaba que él aprendiera el sentido de responsabilidad y en esa ocasión, aprendió la lección.
Tal como dijo el famoso filósofo y matemático de la antigua Grecia, Pitágoras de Samos (569 A. C. – 475 A. C.): “Educar no es dar carrera para vivir, sino templar el alma para las dificultades de la vida”. Como padres cometeremos muchos errores y aprenderemos de muchos de ellos. Es corresponsabilidad de las instituciones educativas apoyar a los padres en la educación de valores, límites y otras áreas importantes en la formación de un niño y de un adolescente, pues la educación debe enfocarse a preparar a los niños de hoy en los adultos del futuro, quienes deberán aprender a enfrentar y resolver diversos problemas.
Siempre he pensado que educar a un niño y guiarlo para que sea feliz y se convierta en una persona que contribuye a la sociedad es la labor más importante que cada padre tiene, más importante que los trabajos remunerados. Desafortunadamente los padres a menudo se encuentran con múltiples opiniones respecto a como educar o no educar a sus hijos y peor aún, se encuentran desamparados de recursos en los momentos significativos de la educación de sus hijos. Las opiniones abundan y es fácil opinar sobre lo que le conviene a cada niño, más aún cuando no son los propios. He basado la educación de mis hijos en siete principios básicos que facilitan la educación y de los cuales estoy seguro que ayudan a mantener una relación sana entre padre e hijo:
- Establecer objetivos de la educación y ser fieles a ellos.
- Cumplir con lo dicho; lo que un padre dice a sus hijos debe ser cumplido, por muy difícil que sea hacerlo. Es por esto que las palabras deben ser usadas con cuidado. Los premios y amenazas deben cumplirse a cabalidad. Cuando un hijo sabe que su padre no cumplirá su palabra, dejará de creer en él.
- Ser consistente: “no” es no y “si”, es si, sin importar la insistencia. Lo que se hace una vez, sucede siempre, de tal forma que desarrollan claras expectativas
- Los límites son parte de la vida y cada niño debe aprender a establecer sus propios limites y a respetar los límites que establecen otros. La célebre frase del político mexicano Benito Juárez (1806-1872) ilustra muy bien la importancia de los límites: “Entre los individuos como entre las naciones, el respeto al derecho ajeno es la paz”.
- Todas las acciones tienen consecuencias y cada uno es responsable por sus propias acciones. No debemos sobreproteger a nuestros hijos para que no sufran aspectos de la vida; no debemos interceder por ellos para resolverles sus problemas; podemos guiarlos a través de preguntas para que lleguen a sus propias conclusiones, pero la consecuencia de la forma en que enfrentan cualquier situación debe ser exclusivamente de cada niño.
- El amor, empatía y buena comunicación deben acompañar siempre a los niños en su educación y en su vida.
- Los hijos deben ser tratados con respeto y éste es recíproco; el mismo respeto que un padre espera de su hijo debe dar y demostrar…de primero.
Seguramente cada persona desarrollará sus propios principios y comprendo que algunos diferirán de los que he desarrollado. Más importante que seguir estos principios que detallé en el párrafo anterior es establecer los que le hagan sentido a cada quien. El Talmud – obra que recopila las principales discusiones rabínicas sobre las leyes Judías, tradiciones, costumbres, historias y parábolas dice: “Cuando educas a tu hijo educas también a tu nieto”.
A pesar de la gran oferta en carreras universitarias, nunca me he encontrado con alguien que estudie una “Licenciatura en paternidad”. Salvo algunas instituciones educativas, religiosas o algunos psicólogos que ofrecen “escuelas para padres” a través de talleres o conferencias esporádicas, no he encontrado alguna ruta formal por la cual pasan los futuros o actuales padres para recibir teoría, guía, formación y acompañamiento en el proceso de educar a sus hijos.
Muchos años antes de que siquiera pensara en tener hijos leí dos poemas que me impactaron mucho; uno fue “La Ley” de Rudyard Kipling (1865-1936), escritor, poeta inglés y entre otros, autor de “El libro de la selva”. Este poema lo mantenía mi padre debajo del vidrio protector de su mesita de noche y en su verso final lee: “Ahora, pequeño quisiera orientarte: mi agente viajero llegará a cobrarte; será un hijo tuyo gota de tu sangre, presentará un cheque de cien mil afanes… llegará a cobrarte, y entonces, mi niño, como un hombre honrado, a tu propio hijo deberás pagarle!” El otro poema que tuvo un efecto profundo en mi forma de pensar y actuar fue el que se conoce como “Instantes”, del cual no hay seguridad de su verdadero autor; la primera versión que se conoce tiene la autoría del humorista, escritor e ilustrador estadounidense Don Herold (1889-1966) y publicada en 1935 por la revista “College Humor”, siendo su título original en Inglés fue “I’d pick more Daisies” (“Recogería más margaritas”). Otros le atribuyeron este poema a Nadine Stair; una revista mexicana la atribuyó erróneamente en 1988 la autoría de la versión en Castellano (la cual fue la que yo leí) al escritor argentino Jorge Luis Borges.
Ambos poemas me hicieron reflexionar en la forma en que yo educaría a mis hijos. Ahora, décadas más tarde – siendo ya orgulloso padre de dos preciosos hijos – siguen influyendo en mi filosofía educativa hacia ellos. A través del poema de “Instantes” decidí conscientemente que mi objetivo al educar a mis hijos sería que fueran personas felices, de bien, pensantes y que pudieran disfrutar de la vida; dejaría por un lado las reglas de la sociedad y las sustituiría por una filosofía de libertad de pensamiento y acción y a la vez de consideración hacia los demás y responsabilidad por sus propias acciones. Varias veces he leído que nuestros hijos son prestados durante su niñez y adolescencia para luego en su adultez, levantar alas hacia sus propios destinos. El poema de Kipling me hizo reflexionar respecto a la responsabilidad que como padre tendría sobre las vidas futuras de mis hijos y respecto a como la vida los trataría a ellos una vez los “devolviera” al mundo como adultos.
Como padres, es importante establecer objetivos respecto a la educación de nuestros hijos y ser fieles a estos. Difícilmente alguien nos enseñará como ser buenos padres y cada uno hacemos nuestro mejor esfuerzo. Tener objetivos claros facilita el proceso. Recuerdo cuando mi hijo mayor tenía 7 años y una tarde no quería hacer su tarea (la cual a esa corta edad le tomaría menos de 20 minutos realizarla). En vez de batallar con él luego de haber pasado más de hora y media divagando y distrayéndose, le indiqué que entregar su tarea era su responsabilidad y que tenía la opción de no hacerla, agregando que que las consecuencias de no entregarla serían únicamente de él; yo no lo castigaría ni le quitaría privilegios, pero su maestra seguramente lo evaluaría en función de su responsabilidad. Le indiqué también que si elegía no hacerla, le escribiría una nota a su maestra indicándole que él había decidido no realizarla. Mi hijo decidió guardar sus cuadernos y ponerse a jugar; la consecuencia: una calificación baja (la maestra le dio la oportunidad de entregarla al día siguiente, pero penalizándolo). Yo buscaba que él aprendiera el sentido de responsabilidad y en esa ocasión, aprendió la lección.
Tal como dijo el famoso filósofo y matemático de la antigua Grecia, Pitágoras de Samos (569 A. C. – 475 A. C.): “Educar no es dar carrera para vivir, sino templar el alma para las dificultades de la vida”. Como padres cometeremos muchos errores y aprenderemos de muchos de ellos. Es corresponsabilidad de las instituciones educativas apoyar a los padres en la educación de valores, límites y otras áreas importantes en la formación de un niño y de un adolescente, pues la educación debe enfocarse a preparar a los niños de hoy en los adultos del futuro, quienes deberán aprender a enfrentar y resolver diversos problemas.
Siempre he pensado que educar a un niño y guiarlo para que sea feliz y se convierta en una persona que contribuye a la sociedad es la labor más importante que cada padre tiene, más importante que los trabajos remunerados. Desafortunadamente los padres a menudo se encuentran con múltiples opiniones respecto a como educar o no educar a sus hijos y peor aún, se encuentran desamparados de recursos en los momentos significativos de la educación de sus hijos. Las opiniones abundan y es fácil opinar sobre lo que le conviene a cada niño, más aún cuando no son los propios. He basado la educación de mis hijos en siete principios básicos que facilitan la educación y de los cuales estoy seguro que ayudan a mantener una relación sana entre padre e hijo:
- Establecer objetivos de la educación y ser fieles a ellos.
- Cumplir con lo dicho; lo que un padre dice a sus hijos debe ser cumplido, por muy difícil que sea hacerlo. Es por esto que las palabras deben ser usadas con cuidado. Los premios y amenazas deben cumplirse a cabalidad. Cuando un hijo sabe que su padre no cumplirá su palabra, dejará de creer en él.
- Ser consistente: “no” es no y “si”, es si, sin importar la insistencia. Lo que se hace una vez, sucede siempre, de tal forma que desarrollan claras expectativas
- Los límites son parte de la vida y cada niño debe aprender a establecer sus propios limites y a respetar los límites que establecen otros. La célebre frase del político mexicano Benito Juárez (1806-1872) ilustra muy bien la importancia de los límites: “Entre los individuos como entre las naciones, el respeto al derecho ajeno es la paz”.
- Todas las acciones tienen consecuencias y cada uno es responsable por sus propias acciones. No debemos sobreproteger a nuestros hijos para que no sufran aspectos de la vida; no debemos interceder por ellos para resolverles sus problemas; podemos guiarlos a través de preguntas para que lleguen a sus propias conclusiones, pero la consecuencia de la forma en que enfrentan cualquier situación debe ser exclusivamente de cada niño.
- El amor, empatía y buena comunicación deben acompañar siempre a los niños en su educación y en su vida.
- Los hijos deben ser tratados con respeto y éste es recíproco; el mismo respeto que un padre espera de su hijo debe dar y demostrar…de primero.
Seguramente cada persona desarrollará sus propios principios y comprendo que algunos diferirán de los que he desarrollado. Más importante que seguir estos principios que detallé en el párrafo anterior es establecer los que le hagan sentido a cada quien. El Talmud – obra que recopila las principales discusiones rabínicas sobre las leyes Judías, tradiciones, costumbres, historias y parábolas dice: “Cuando educas a tu hijo educas también a tu nieto”.