Actualidad
Actualidad
Política
Política
Empresa
Empresa
Opinión
Opinión
Inmobiliaria
Inmobiliaria
Agenda Empresarial
Agenda Empresarial

Pablo Crocker: El capitán que cambió el rumbo del fútbol playa

Fotografía: Diego Cabrera
Alicia Utrera
05 de diciembre, 2025

El gimnasio de la Fedefut estaba completamente vacío. Las barras descansaban en sus soportes y el ambiente tenía esa quietud particular que daba la sensación de un lugar detenido en el tiempo. En medio de ese silencio se encontraba sentado Pablo Crocker, capitán de la selección guatemalteca de fútbol playa, con la calma de quien ya ha aprendido a convivir con la presión. Sonreía mientras hablaba, pausado, pero en su voz había un tono de pasión imposible de disimular. Parecía acostumbrado a mirar hacia adelante, incluso cuando la arena —física o metafórica— le ha sido adversa. 

Pablo se describe primero como persona antes que atleta. Afuera de la cancha, dice, existe un hombre que ama profundamente lo que hace, competitivo por naturaleza, creyente de fe firme y padre de una niña de 10 años que se ha vuelto el eje de todas sus decisiones. “Ella es mi inspiración”, afirma, como quien habla de un motor silencioso que lo empuja incluso en los días difíciles. 

Fotografía: Diego Cabrera

SUSCRÍBASE A NUESTRO NEWSLETTER

La arena como destino 

Su historia con el fútbol playa comenzó mucho antes de pisar una cancha. El flechazo ocurrió frente a un televisor donde veía los mundiales. Le fascinaba ese juego que parecía diseñado para el espectáculo: canchas pequeñas, arcos grandes, chilenas constantes, muchos goles. Este deporte nació como un show y eso le atrajo. En Guatemala, sin embargo, lo descubrió hasta 2010, cuando se formó la Liga. Cinco años después ya estaba dentro, iniciando una carrera que no imaginó hasta dónde lo llevaría. 

Su primer partido oficial lo jugó en Costa Rica, un amistoso en el que Guatemala arrastraba años sin saborear la victoria. Ese día marcó varios goles y entendió que esto no solo le gustaba: le apasionaba. Un parteaguas. 

Fotografía: Diego Cabrera

Una selección construida con esfuerzo y sacrificio 

Detrás de cada jugada espectacular se esconde una realidad que poco se ve. Reconoce sus privilegios: pudo estudiar, tuvo apoyo familiar, encontró estabilidad. Muchos de sus compañeros, no. “Algunos trabajan de albañiles, mecánicos, salvavidas…”, señala. Falta de infraestructura, ingresos escasos, viajes sacrificados: nada es fácil en el fútbol playa guatemalteco. Pero ahí, en la dificultad, la selección encontró su identidad: un equipo construido a  base de sacrificio colectivo. 

Ese esfuerzo, sin embargo, ha transformado la historia reciente del deporte. Cinco años atrás, Guatemala no figuraba en el mapa: rondaba el puesto 70, entrenaba en una cancha improvisada cerca del Campo Marte y operaba bajo una estructura amateur. Hoy es la número 20 del mundo, subcampeona de Concacaf, mundialista por primera vez y con instalaciones que se encaminan a convertirse en un estadio. “Antes éramos principiantes; ahora somos semiprofesionales”, resume sorprendido ante la velocidad del cambio. 

Esa evolución no ocurrió sola. Lo explica como una combinación de inversión federativa y hambre de crecimiento de los jugadores. Una alianza de voluntades. Para él, Guatemala y El Salvador son ahora referentes regionales: el ejemplo de que con recursos, disciplina y un proyecto claro, la arena también cuenta historias grandes. 

Fotografía: Diego Cabrera

La puerta europea 

Su propia historia dio un giro inesperado cuando aterrizó la oportunidad de competir con el FC Barcelona en La Liga. Durante años, un entrenador brasileño siguió su carrera, pero era difícil que un club europeo apostara por un jugador de una selección desconocida. Todo cambió cuando Guatemala quedó subcampeona de Concacaf. Entonces la puerta se abrió. 

Cuando recibió la carta de invitación, sintió que algo se acomodaba en el lugar correcto. Pensó que llegaría como un desconocido. Se encontró con jugadores que lo habían visto en el Mundial, que sabían quién era, que lo consideraban un futbolista top. Ese reconocimiento inesperado fue uno de los momentos más gratificantes de su carrera. 

Fotografía: Diego Cabrera

En Europa descubrió también una diferencia crucial: la cultura del entrenamiento. Los jugadores españoles practican todos los días, tengan o no recursos. Quieren mejorar y punto. “Las excusas se las pone uno”, resalta. La técnica europea es superior, la competitividad feroz; pero lo que más lo marcó fue la disciplina diaria, ese hábito que depende de la voluntad. 

Adaptarse no fue sencillo. Convivió con culturas distintas, estilos distintos, y exigencias diferentes. La misma pasión por la arena lo ayudó a incorporarse. 

El gol, el Mundial y el legado 

Representar a Guatemala en una institución como el Barça tuvo un valor simbólico gigantesco. Más que cumplir su sueño, fue poner el país en el mapa. A su vuelta, Brasil vino a jugar contra Guatemala, Colombia también. Pronto —explica— vendrán Argentina y otros equipos de peso. “Mi meta era esa: abrir la puerta”.  

Pero incluso quienes abren caminos tropiezan. En 2018, cuando jugaba futsal, se quedó a un mes de ir al Mundial. La frustración casi lo retira del deporte. Sin embargo, algo —una mezcla de deseo infantil, tenacidad adulta y fe profunda— lo mantuvo de pie. Años después, alcanzar el Mundial con el fútbol playa cerró ese ciclo con una frase que él mismo usa para describir el momento del gol que selló la clasificación: “El trabajo está hecho”. 

Hoy, ya convertido en referente, sabe que muchos jóvenes lo ven como puente  al extranjero. Una satisfacción, aunque recuerda el costo: viajes, entrenamientos, ausencias, su hija llorando porque él debía irse. El sacrificio, sostiene, encontró su recompensa en cada oportunidad que ahora se abre para los que vienen. 

Fotografía: Diego Cabrera

Pablo quiere jugar dos años más, intentar un segundo Mundial y luego pasar al lado directivo. Ayudar a posicionar jugadores, organizar torneos internacionales en Guatemala, traer equipos de élite.  

Su legado se resume de manera sencilla: ser recordado como el jugador que marcó el gol que llevó a Guatemala a su primer Mundial. Y quien logró que otros pudieran cumplir sueños parecidos. 

Fotografía: Diego Cabrera

Si pudiera hablarle al Pablo de hace veinte años, le aseguraría que no estaba loco. Que soñar con un Mundial no era una fantasía, sino una intuición. Un mensaje a todos: los sueños no son una locura. Necesitan un poco de arena, disciplina y fe para hacerse realidad. 

Pablo Crocker: El capitán que cambió el rumbo del fútbol playa

Fotografía: Diego Cabrera
Alicia Utrera
05 de diciembre, 2025

El gimnasio de la Fedefut estaba completamente vacío. Las barras descansaban en sus soportes y el ambiente tenía esa quietud particular que daba la sensación de un lugar detenido en el tiempo. En medio de ese silencio se encontraba sentado Pablo Crocker, capitán de la selección guatemalteca de fútbol playa, con la calma de quien ya ha aprendido a convivir con la presión. Sonreía mientras hablaba, pausado, pero en su voz había un tono de pasión imposible de disimular. Parecía acostumbrado a mirar hacia adelante, incluso cuando la arena —física o metafórica— le ha sido adversa. 

Pablo se describe primero como persona antes que atleta. Afuera de la cancha, dice, existe un hombre que ama profundamente lo que hace, competitivo por naturaleza, creyente de fe firme y padre de una niña de 10 años que se ha vuelto el eje de todas sus decisiones. “Ella es mi inspiración”, afirma, como quien habla de un motor silencioso que lo empuja incluso en los días difíciles. 

Fotografía: Diego Cabrera

SUSCRÍBASE A NUESTRO NEWSLETTER

La arena como destino 

Su historia con el fútbol playa comenzó mucho antes de pisar una cancha. El flechazo ocurrió frente a un televisor donde veía los mundiales. Le fascinaba ese juego que parecía diseñado para el espectáculo: canchas pequeñas, arcos grandes, chilenas constantes, muchos goles. Este deporte nació como un show y eso le atrajo. En Guatemala, sin embargo, lo descubrió hasta 2010, cuando se formó la Liga. Cinco años después ya estaba dentro, iniciando una carrera que no imaginó hasta dónde lo llevaría. 

Su primer partido oficial lo jugó en Costa Rica, un amistoso en el que Guatemala arrastraba años sin saborear la victoria. Ese día marcó varios goles y entendió que esto no solo le gustaba: le apasionaba. Un parteaguas. 

Fotografía: Diego Cabrera

Una selección construida con esfuerzo y sacrificio 

Detrás de cada jugada espectacular se esconde una realidad que poco se ve. Reconoce sus privilegios: pudo estudiar, tuvo apoyo familiar, encontró estabilidad. Muchos de sus compañeros, no. “Algunos trabajan de albañiles, mecánicos, salvavidas…”, señala. Falta de infraestructura, ingresos escasos, viajes sacrificados: nada es fácil en el fútbol playa guatemalteco. Pero ahí, en la dificultad, la selección encontró su identidad: un equipo construido a  base de sacrificio colectivo. 

Ese esfuerzo, sin embargo, ha transformado la historia reciente del deporte. Cinco años atrás, Guatemala no figuraba en el mapa: rondaba el puesto 70, entrenaba en una cancha improvisada cerca del Campo Marte y operaba bajo una estructura amateur. Hoy es la número 20 del mundo, subcampeona de Concacaf, mundialista por primera vez y con instalaciones que se encaminan a convertirse en un estadio. “Antes éramos principiantes; ahora somos semiprofesionales”, resume sorprendido ante la velocidad del cambio. 

Esa evolución no ocurrió sola. Lo explica como una combinación de inversión federativa y hambre de crecimiento de los jugadores. Una alianza de voluntades. Para él, Guatemala y El Salvador son ahora referentes regionales: el ejemplo de que con recursos, disciplina y un proyecto claro, la arena también cuenta historias grandes. 

Fotografía: Diego Cabrera

La puerta europea 

Su propia historia dio un giro inesperado cuando aterrizó la oportunidad de competir con el FC Barcelona en La Liga. Durante años, un entrenador brasileño siguió su carrera, pero era difícil que un club europeo apostara por un jugador de una selección desconocida. Todo cambió cuando Guatemala quedó subcampeona de Concacaf. Entonces la puerta se abrió. 

Cuando recibió la carta de invitación, sintió que algo se acomodaba en el lugar correcto. Pensó que llegaría como un desconocido. Se encontró con jugadores que lo habían visto en el Mundial, que sabían quién era, que lo consideraban un futbolista top. Ese reconocimiento inesperado fue uno de los momentos más gratificantes de su carrera. 

Fotografía: Diego Cabrera

En Europa descubrió también una diferencia crucial: la cultura del entrenamiento. Los jugadores españoles practican todos los días, tengan o no recursos. Quieren mejorar y punto. “Las excusas se las pone uno”, resalta. La técnica europea es superior, la competitividad feroz; pero lo que más lo marcó fue la disciplina diaria, ese hábito que depende de la voluntad. 

Adaptarse no fue sencillo. Convivió con culturas distintas, estilos distintos, y exigencias diferentes. La misma pasión por la arena lo ayudó a incorporarse. 

El gol, el Mundial y el legado 

Representar a Guatemala en una institución como el Barça tuvo un valor simbólico gigantesco. Más que cumplir su sueño, fue poner el país en el mapa. A su vuelta, Brasil vino a jugar contra Guatemala, Colombia también. Pronto —explica— vendrán Argentina y otros equipos de peso. “Mi meta era esa: abrir la puerta”.  

Pero incluso quienes abren caminos tropiezan. En 2018, cuando jugaba futsal, se quedó a un mes de ir al Mundial. La frustración casi lo retira del deporte. Sin embargo, algo —una mezcla de deseo infantil, tenacidad adulta y fe profunda— lo mantuvo de pie. Años después, alcanzar el Mundial con el fútbol playa cerró ese ciclo con una frase que él mismo usa para describir el momento del gol que selló la clasificación: “El trabajo está hecho”. 

Hoy, ya convertido en referente, sabe que muchos jóvenes lo ven como puente  al extranjero. Una satisfacción, aunque recuerda el costo: viajes, entrenamientos, ausencias, su hija llorando porque él debía irse. El sacrificio, sostiene, encontró su recompensa en cada oportunidad que ahora se abre para los que vienen. 

Fotografía: Diego Cabrera

Pablo quiere jugar dos años más, intentar un segundo Mundial y luego pasar al lado directivo. Ayudar a posicionar jugadores, organizar torneos internacionales en Guatemala, traer equipos de élite.  

Su legado se resume de manera sencilla: ser recordado como el jugador que marcó el gol que llevó a Guatemala a su primer Mundial. Y quien logró que otros pudieran cumplir sueños parecidos. 

Fotografía: Diego Cabrera

Si pudiera hablarle al Pablo de hace veinte años, le aseguraría que no estaba loco. Que soñar con un Mundial no era una fantasía, sino una intuición. Un mensaje a todos: los sueños no son una locura. Necesitan un poco de arena, disciplina y fe para hacerse realidad. 

¿Quiere recibir notificaciones de alertas?