Francisco Pérez de Antón: “Las cicatrices de la identidad guatemalteca las llevo conmigo”
Autor de una obra literaria que se resiste a las etiquetas y se mueve entre la historia, la ironía y la reflexión moral. Su escritura —siempre lúcida, exigente y elegante— transita desde la novela histórica hasta el ensayo filosófico con naturalidad. En cada página, se percibe la tensión entre la pasión por las ideas y la obsesión por la precisión del lenguaje, la memoria de una España dejada atrás y la complejidad de una Guatemala que analiza y narra con mirada crítica.
Pérez de Antón no busca adoctrinar: provoca. Invita al lector a pensar, a desconfiar de las certezas y a comprender la literatura como espejo incómodo de la realidad. En un tiempo de opiniones rápidas y lecturas fugaces, su obra se levanta como una defensa del pensamiento y el estilo, de la palabra que aspira a revelar.
¿En su obra, cuánto hay de España y cuánto hay de Guatemala?
—Sigo interesado en España y pendiente de la actualidad. Pero vine a Guatemala con 23 años; llevo más de dos terceras partes de mi vida aquí. Cuando alguien como yo va a algún lugar y se queda para toda la vida, empieza a pensar y sentir como las personas locales, como los guatemaltecos.
Esto ocurre porque yo quiero saber dónde estoy, cómo se ha formado este país, etcétera. He empezado a leer muchísima historia en libros de librerías de viejo. No leo la interpretación muy posterior de la historia; me voy efectivamente a los hechos.
Esa es fundamentalmente la razón. Escribo sobre Guatemala porque me atrae mucho su historia.
Cuando inicia un libro, ¿qué le mueve más a escribir, la memoria personal o la imaginación creativa?
—Las dos cosas. La imaginación, desde luego, es fundamental. He escrito 8 novelas sobre Guatemala de distintos periodos y 2 trilogías específicas. Una del periodo antiguo hasta la revolución del 71, hasta el crack de la bolsa de Nueva York. Las otras tres ya son mucho más contemporáneas.
Yo me imagino una historia, y al imaginar tienes que recorrer también la memoria. Tienes que fijar los caracteres, personalidad, vida, etcétera. No es una novela histórica lo que escribo, sino historia inserta en un periodo histórico para observar cómo la vida de esos personajes es arrastrada por los procesos de su tiempo.
Eso tiene un doble propósito: entretener al lector y, si el lector aprende historia a través de la novela, mejor que mejor. Aunque la novela no tiene el objetivo de enseñanza histórica, sí puede estimular el aprendizaje y fortalecer la memoria histórica de los guatemaltecos.
¿Qué es lo que más le interesa de la historia, lo que realmente sucedió o lo que pudo haber sucedido?
—En ese aspecto soy bastante realista. Soy muy fiel a la historia. La novela puede ser una ficción, pero la investigación histórica que hago en cada novela es muy larga, profunda y detallada. Nadie podría decir que hay algún desliz en los hechos históricos que relato.
Cada dato histórico es preciso y real. Mi preocupación es que el lector tenga la certeza de que lo que lee, aunque sea ficción, se sostiene sobre hechos concretos, documentados y verificables. Esto le da autenticidad a la narración y credibilidad a los personajes.
Para mí, la fidelidad histórica no contradice la imaginación. Todo lo contrario: hace que la ficción se perciba como verosímil y permite que la historia inspire y enriquezca la trama, sin traicionar la memoria de Guatemala.
¿Se puede escribir sobre la historia de Guatemala sin una dosis de nostalgia?
—Lo veo muy difícil. Además, creo que sería muy aburrido. Es fundamental que el guatemalteco tenga conciencia histórica. Eso también es algo que me he propuesto: despertar en el lector la identidad a través de la historia.
Hace unos días vi una conferencia sobre la independencia de Guatemala. Escribí un libro en 2021 con motivo del bicentenario de la independencia y de la emancipación política de España, con una versión distinta a la interpretación difundida, basada en lucha de clases y materialismo histórico.
Me encanta ir un poco en contra de la opinión general, rectificar la visión excesivamente parcial y mostrar que la verdadera historia también tiene otra cara. Eso llama mucho la atención del público y cumple un propósito educativo y literario a la vez.
¿Qué libro le ha formado más como escritor o como ciudadano a lo largo de su vida y por qué?
—De autores guatemaltecos, españoles o de otros países, no podría identificar uno en particular. Leí mucho a Gaetano Mosca, Robert Michels y otros autores sobre ciencia política de finales del siglo XIX, enfocándome en el carácter elitista de los políticos.
Como ciudadano, lo que más me ha influido ha sido la escuela de public choice, especialmente durante mi tiempo en la UFM, donde fui presidente del consejo. Pertenecí también a una sociedad llamada Mont Pelerin, con la que nos reuníamos para debatir sobre política y economía, lo que me abrió los ojos sobre la democracia real.
Esa escuela de pensamiento político-económico me enseñó mucho sobre el juego real de la democracia, más allá de la ilusión de la política o la esperanza de cambios inmediatos. Ha moldeado tanto mi perspectiva ciudadana como la literaria.
¿Cuáles son los pasajes históricos de Guatemala que más le sorprendieron y despertaron su interés para escribir?
—Surgieron de la lectura de libros muy antiguos, de librerías de viejo. Me di cuenta de que la interpretación histórica tradicional no da cuenta de los hechos concretos. El análisis marxista, por ejemplo, ignora la especificidad de los eventos.
Hechos como el periodo previo a la llegada de Ubico son poco conocidos, y nadie sabe cómo llegó al poder. Otros momentos, como la crisis de 1700 tras la muerte de Carlos II, las falsificaciones de moneda o sucesos locales me impactaron y los integré en novelas para dar contexto real a la narrativa.
Mi enfoque es escribir sobre hechos que he vivido o estudiado con detalle. La historia de Guatemala no es solo memoria. Son también emociones y experiencias personales que aportan autenticidad a los relatos.
Describe Guatemala como un país con alma, pero también con golpes y cicatrices. ¿Son estas las que aborda en sus novelas recientes?
—Sí, en la trilogía contemporánea que abarca 60 años, las cicatrices son clarísimas. Muchos personajes que he conocido se reflejan en la ficción, y hay muchos hechos que he vivido directamente.
Esas cicatrices forman parte de la identidad guatemalteca y las llevo conmigo, lo que permite que las historias sean profundas, verosímiles y conmovedoras. Reflejan la guerra, la corrupción política y los desmanes en el sistema de justicia, entre otros momentos históricos significativos.
La literatura permite narrar estas heridas con empatía y detalle, mostrando cómo la historia arrastra a los personajes y al país. Y cómo las cicatrices personales y colectivas se entrelazan en la memoria cultural.
Usted escribe sobre historia y también sobre poder, ¿cómo se puede abordar el poder sin caer en un panfleto ideológico?
—Es difícil, porque siempre he sido crítico del poder. Reconozco su necesidad, pero estoy inclinado hacia las limitaciones que deberían existir y no están contempladas en la Constitución.
La ficción permite criticar el poder de manera entretenida y verosímil, evitando la rigidez del análisis académico o la polarización ideológica. Utilizo la literatura para mostrar los desmanes del poder y cómo afectan a la sociedad.
El objetivo es que los lectores comprendan las complejidades del poder, aprendan de la historia y se involucren emocionalmente con los personajes, sin que la narrativa se convierta en un panfleto explícito.
¿Cree que la literatura todavía puede cambiar la conciencia colectiva del lector en el presente?
—Sí, la literatura es subversiva. En mis visitas a clubes de lectura, veo que los lectores descubren verdades a través de la ficción, incluso si no leen textos académicos.
El escritor no miente: inventa para decir la verdad de otra manera. La ficción puede despertar conciencia, generar reflexión y cuestionar la realidad de forma profunda, accesible y emocionalmente impactante.
Considero que la literatura es una herramienta educativa y transformadora. Los lectores, jóvenes o adultos, perciben matices históricos, políticos y sociales que, de otro modo, permanecerían ocultos.
¿Qué es lo que más le irrita de la literatura contemporánea en la actualidad?
—La superficialidad. Hay buenos narradores, pero muchos libros no dejan nada, solo entretenimiento vacío. Por ejemplo, Dan Brown: dejé su libro a la página 30 o 40, imposible de seguir.
Lo superficial transmite una verdad dogmática sin profundidad, mal escrita y destinada a las masas, sin provocar reflexión ni análisis. Ese tipo de literatura no desafía al lector ni ofrece conocimiento duradero.
Busco que mis obras dejen una huella, que transmitan historia, ética y reflexión, evitando el simple entretenimiento sin sentido.
¿Cómo percibe la lectura en Guatemala y en el mundo actual con la influencia de redes sociales y algoritmos?
—La lectura está disminuyendo. La venta de libros se reduce, y aunque los dispositivos electrónicos permiten acceso, la gente confunde información con conocimiento.
El conocimiento profundo que ofrece la literatura no se reemplaza con noticias, artículos o redes sociales. Se requiere tiempo y reflexión, no consumo rápido de datos superficiales.
Aun así, ciertos círculos académicos y lectores apasionados mantienen la profundidad literaria. La mayor parte de la población se expone a lecturas superficiales, lo que representa un desafío cultural y educativo significativo.
¿Confía en la primera versión de sus textos o prefiere reescribir para perfeccionarlos?
—Nunca confío en la primera versión, siempre es un desastre. El escritor tiene varias personalidades: el creativo y el artista. El creativo inventa, mientras el artista busca claridad y precisión.
La ficción requiere verosimilitud y lógica interna. Antes de escribir físicamente, desarrollo la estructura narrativa, resuelvo cruces, incongruencias y arcos de personajes. Escribir es la última fase del proceso creativo.
Dedico más tiempo al tercer personaje, porque cada arco requiere reflexión sobre el personaje y, al final, sobre uno mismo. La literatura enseña, además, sobre el autor y su autoconocimiento.
¿Qué consejo le daría a un joven guatemalteco que no cree en el valor de la historia para aprender del presente y del futuro?
—Le diría que los países que no conocen su historia están condenados a repetirla. La independencia fue una transición de despotismo a un gobierno representativo, del absolutismo al liberalismo, que ilustra cómo los procesos políticos se repiten.
Observar la historia enseña a reconocer errores y oportunidades. Los jóvenes deben comprender que la memoria histórica permite anticipar problemas y fortalecer la identidad nacional, evitando repetir errores.
La historia no es abstracta: conecta directamente con el presente y guía hacia un futuro más informado, crítico y consciente de los desafíos sociales, políticos y económicos.
Francisco Pérez de Antón: “Las cicatrices de la identidad guatemalteca las llevo conmigo”
Autor de una obra literaria que se resiste a las etiquetas y se mueve entre la historia, la ironía y la reflexión moral. Su escritura —siempre lúcida, exigente y elegante— transita desde la novela histórica hasta el ensayo filosófico con naturalidad. En cada página, se percibe la tensión entre la pasión por las ideas y la obsesión por la precisión del lenguaje, la memoria de una España dejada atrás y la complejidad de una Guatemala que analiza y narra con mirada crítica.
Pérez de Antón no busca adoctrinar: provoca. Invita al lector a pensar, a desconfiar de las certezas y a comprender la literatura como espejo incómodo de la realidad. En un tiempo de opiniones rápidas y lecturas fugaces, su obra se levanta como una defensa del pensamiento y el estilo, de la palabra que aspira a revelar.
¿En su obra, cuánto hay de España y cuánto hay de Guatemala?
—Sigo interesado en España y pendiente de la actualidad. Pero vine a Guatemala con 23 años; llevo más de dos terceras partes de mi vida aquí. Cuando alguien como yo va a algún lugar y se queda para toda la vida, empieza a pensar y sentir como las personas locales, como los guatemaltecos.
Esto ocurre porque yo quiero saber dónde estoy, cómo se ha formado este país, etcétera. He empezado a leer muchísima historia en libros de librerías de viejo. No leo la interpretación muy posterior de la historia; me voy efectivamente a los hechos.
Esa es fundamentalmente la razón. Escribo sobre Guatemala porque me atrae mucho su historia.
Cuando inicia un libro, ¿qué le mueve más a escribir, la memoria personal o la imaginación creativa?
—Las dos cosas. La imaginación, desde luego, es fundamental. He escrito 8 novelas sobre Guatemala de distintos periodos y 2 trilogías específicas. Una del periodo antiguo hasta la revolución del 71, hasta el crack de la bolsa de Nueva York. Las otras tres ya son mucho más contemporáneas.
Yo me imagino una historia, y al imaginar tienes que recorrer también la memoria. Tienes que fijar los caracteres, personalidad, vida, etcétera. No es una novela histórica lo que escribo, sino historia inserta en un periodo histórico para observar cómo la vida de esos personajes es arrastrada por los procesos de su tiempo.
Eso tiene un doble propósito: entretener al lector y, si el lector aprende historia a través de la novela, mejor que mejor. Aunque la novela no tiene el objetivo de enseñanza histórica, sí puede estimular el aprendizaje y fortalecer la memoria histórica de los guatemaltecos.
¿Qué es lo que más le interesa de la historia, lo que realmente sucedió o lo que pudo haber sucedido?
—En ese aspecto soy bastante realista. Soy muy fiel a la historia. La novela puede ser una ficción, pero la investigación histórica que hago en cada novela es muy larga, profunda y detallada. Nadie podría decir que hay algún desliz en los hechos históricos que relato.
Cada dato histórico es preciso y real. Mi preocupación es que el lector tenga la certeza de que lo que lee, aunque sea ficción, se sostiene sobre hechos concretos, documentados y verificables. Esto le da autenticidad a la narración y credibilidad a los personajes.
Para mí, la fidelidad histórica no contradice la imaginación. Todo lo contrario: hace que la ficción se perciba como verosímil y permite que la historia inspire y enriquezca la trama, sin traicionar la memoria de Guatemala.
¿Se puede escribir sobre la historia de Guatemala sin una dosis de nostalgia?
—Lo veo muy difícil. Además, creo que sería muy aburrido. Es fundamental que el guatemalteco tenga conciencia histórica. Eso también es algo que me he propuesto: despertar en el lector la identidad a través de la historia.
Hace unos días vi una conferencia sobre la independencia de Guatemala. Escribí un libro en 2021 con motivo del bicentenario de la independencia y de la emancipación política de España, con una versión distinta a la interpretación difundida, basada en lucha de clases y materialismo histórico.
Me encanta ir un poco en contra de la opinión general, rectificar la visión excesivamente parcial y mostrar que la verdadera historia también tiene otra cara. Eso llama mucho la atención del público y cumple un propósito educativo y literario a la vez.
¿Qué libro le ha formado más como escritor o como ciudadano a lo largo de su vida y por qué?
—De autores guatemaltecos, españoles o de otros países, no podría identificar uno en particular. Leí mucho a Gaetano Mosca, Robert Michels y otros autores sobre ciencia política de finales del siglo XIX, enfocándome en el carácter elitista de los políticos.
Como ciudadano, lo que más me ha influido ha sido la escuela de public choice, especialmente durante mi tiempo en la UFM, donde fui presidente del consejo. Pertenecí también a una sociedad llamada Mont Pelerin, con la que nos reuníamos para debatir sobre política y economía, lo que me abrió los ojos sobre la democracia real.
Esa escuela de pensamiento político-económico me enseñó mucho sobre el juego real de la democracia, más allá de la ilusión de la política o la esperanza de cambios inmediatos. Ha moldeado tanto mi perspectiva ciudadana como la literaria.
¿Cuáles son los pasajes históricos de Guatemala que más le sorprendieron y despertaron su interés para escribir?
—Surgieron de la lectura de libros muy antiguos, de librerías de viejo. Me di cuenta de que la interpretación histórica tradicional no da cuenta de los hechos concretos. El análisis marxista, por ejemplo, ignora la especificidad de los eventos.
Hechos como el periodo previo a la llegada de Ubico son poco conocidos, y nadie sabe cómo llegó al poder. Otros momentos, como la crisis de 1700 tras la muerte de Carlos II, las falsificaciones de moneda o sucesos locales me impactaron y los integré en novelas para dar contexto real a la narrativa.
Mi enfoque es escribir sobre hechos que he vivido o estudiado con detalle. La historia de Guatemala no es solo memoria. Son también emociones y experiencias personales que aportan autenticidad a los relatos.
Describe Guatemala como un país con alma, pero también con golpes y cicatrices. ¿Son estas las que aborda en sus novelas recientes?
—Sí, en la trilogía contemporánea que abarca 60 años, las cicatrices son clarísimas. Muchos personajes que he conocido se reflejan en la ficción, y hay muchos hechos que he vivido directamente.
Esas cicatrices forman parte de la identidad guatemalteca y las llevo conmigo, lo que permite que las historias sean profundas, verosímiles y conmovedoras. Reflejan la guerra, la corrupción política y los desmanes en el sistema de justicia, entre otros momentos históricos significativos.
La literatura permite narrar estas heridas con empatía y detalle, mostrando cómo la historia arrastra a los personajes y al país. Y cómo las cicatrices personales y colectivas se entrelazan en la memoria cultural.
Usted escribe sobre historia y también sobre poder, ¿cómo se puede abordar el poder sin caer en un panfleto ideológico?
—Es difícil, porque siempre he sido crítico del poder. Reconozco su necesidad, pero estoy inclinado hacia las limitaciones que deberían existir y no están contempladas en la Constitución.
La ficción permite criticar el poder de manera entretenida y verosímil, evitando la rigidez del análisis académico o la polarización ideológica. Utilizo la literatura para mostrar los desmanes del poder y cómo afectan a la sociedad.
El objetivo es que los lectores comprendan las complejidades del poder, aprendan de la historia y se involucren emocionalmente con los personajes, sin que la narrativa se convierta en un panfleto explícito.
¿Cree que la literatura todavía puede cambiar la conciencia colectiva del lector en el presente?
—Sí, la literatura es subversiva. En mis visitas a clubes de lectura, veo que los lectores descubren verdades a través de la ficción, incluso si no leen textos académicos.
El escritor no miente: inventa para decir la verdad de otra manera. La ficción puede despertar conciencia, generar reflexión y cuestionar la realidad de forma profunda, accesible y emocionalmente impactante.
Considero que la literatura es una herramienta educativa y transformadora. Los lectores, jóvenes o adultos, perciben matices históricos, políticos y sociales que, de otro modo, permanecerían ocultos.
¿Qué es lo que más le irrita de la literatura contemporánea en la actualidad?
—La superficialidad. Hay buenos narradores, pero muchos libros no dejan nada, solo entretenimiento vacío. Por ejemplo, Dan Brown: dejé su libro a la página 30 o 40, imposible de seguir.
Lo superficial transmite una verdad dogmática sin profundidad, mal escrita y destinada a las masas, sin provocar reflexión ni análisis. Ese tipo de literatura no desafía al lector ni ofrece conocimiento duradero.
Busco que mis obras dejen una huella, que transmitan historia, ética y reflexión, evitando el simple entretenimiento sin sentido.
¿Cómo percibe la lectura en Guatemala y en el mundo actual con la influencia de redes sociales y algoritmos?
—La lectura está disminuyendo. La venta de libros se reduce, y aunque los dispositivos electrónicos permiten acceso, la gente confunde información con conocimiento.
El conocimiento profundo que ofrece la literatura no se reemplaza con noticias, artículos o redes sociales. Se requiere tiempo y reflexión, no consumo rápido de datos superficiales.
Aun así, ciertos círculos académicos y lectores apasionados mantienen la profundidad literaria. La mayor parte de la población se expone a lecturas superficiales, lo que representa un desafío cultural y educativo significativo.
¿Confía en la primera versión de sus textos o prefiere reescribir para perfeccionarlos?
—Nunca confío en la primera versión, siempre es un desastre. El escritor tiene varias personalidades: el creativo y el artista. El creativo inventa, mientras el artista busca claridad y precisión.
La ficción requiere verosimilitud y lógica interna. Antes de escribir físicamente, desarrollo la estructura narrativa, resuelvo cruces, incongruencias y arcos de personajes. Escribir es la última fase del proceso creativo.
Dedico más tiempo al tercer personaje, porque cada arco requiere reflexión sobre el personaje y, al final, sobre uno mismo. La literatura enseña, además, sobre el autor y su autoconocimiento.
¿Qué consejo le daría a un joven guatemalteco que no cree en el valor de la historia para aprender del presente y del futuro?
—Le diría que los países que no conocen su historia están condenados a repetirla. La independencia fue una transición de despotismo a un gobierno representativo, del absolutismo al liberalismo, que ilustra cómo los procesos políticos se repiten.
Observar la historia enseña a reconocer errores y oportunidades. Los jóvenes deben comprender que la memoria histórica permite anticipar problemas y fortalecer la identidad nacional, evitando repetir errores.
La historia no es abstracta: conecta directamente con el presente y guía hacia un futuro más informado, crítico y consciente de los desafíos sociales, políticos y económicos.
EL TIPO DE CAMBIO DE HOY ES DE: