Europa envejece y con ella su capacidad de innovar, producir y soñar. Alejandro Macarrón, fundador de la Fundación Renacimiento Demográfico, advirtió durante el República Summit Mujer 2025: Libertad que transforma, que el declive europeo es una advertencia para Guatemala: “La demografía es el destino. Y todavía están a tiempo de elegir el suyo”.
Por qué importa. El desplome de la natalidad europea es más que una estadística: es un colapso civilizatorio. España, con apenas 1.09 hijos por mujer, simboliza un continente que se encierra en la vejez. Guatemala, en cambio, aún tiene margen para equilibrar juventud y desarrollo.
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Cada generación española es hoy la mitad de numerosa que la anterior, un ritmo que vacía aulas, empresas y comunidades.
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La productividad también envejece: una fuerza laboral con más de 50 años pierde dinamismo y emprendimiento. Agregó que un país de gente con mayor edad no tiene pasado, ni futuro.
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“El problema no es vivir más, sino dejar de tener hijos”, resumió. Esto al afirmar que el bienestar sin renovación generacional es una forma elegante de decadencia.
Entre líneas. El envejecimiento no solo tensiona los presupuestos, sino el alma cultural de las naciones. El ponente explicó que el fenómeno europeo es producto de un cambio de valores: el individualismo reemplazó el deseo de trascender.
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Las familias pequeñas y frágiles producen más soledad, menos consumo y menor innovación, creando una espiral de decrecimiento social.
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Las democracias se transforman en gerontocracias fiscales, donde los mayores deciden el rumbo de países que ya no producen lo que gastan.
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Incluso el tejido emocional se erosiona: “La soledad es la nueva pandemia de Europa”, dijo. Recordo que en España ya hay más hogares unipersonales que con hijos.
Ecos regionales. Guatemala no es inmune, pero parte desde una posición de fuerza: juventud abundante, esperanza de vida creciente y aún una estructura familiar extendida. Lo que falta, insistió, es conciencia de que el bono demográfico no es eterno.
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Aunque la esperanza de vida supera los 73 años, el crecimiento poblacional empieza a desacelerarse y los hogares se reducen: de 5,5 personas en 2002 a 4,5 en 2018.
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Un 7 % de guatemaltecos vive en el extranjero, lo que erosiona el tejido familiar y traslada al país el riesgo de perder mano de obra joven.
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Pese a que el divorcio se cuadruplicó entre 2006 y 2022, aún mantiene una estructura familiar más sólida que la europea, un activo que debe cuidarse como patrimonio moral y económico.
Lo que sigue. Macarrón condensó su mensaje en cinco ruegos insistentes: “No imiten a España”. Tres veces lo repitió, y lo complementó con una receta que trasciende los números: revalorizar los valores.
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La natalidad, afirmó, no se rescata con subsidios, sino con convicciones culturales que dignifiquen el matrimonio y la maternidad, como decisiones libres y deseadas.
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Pidió involucrar a la sociedad civil y a las empresas en la promoción de familias estables, sin delegar todo en el Estado, porque “la política no puede reemplazar el sentido de propósito”.
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Y cerró con una frase que resonó en el auditorio: “El futuro pertenece a quienes todavía creen que vale la pena tenerlo”.
Europa envejece y con ella su capacidad de innovar, producir y soñar. Alejandro Macarrón, fundador de la Fundación Renacimiento Demográfico, advirtió durante el República Summit Mujer 2025: Libertad que transforma, que el declive europeo es una advertencia para Guatemala: “La demografía es el destino. Y todavía están a tiempo de elegir el suyo”.
Por qué importa. El desplome de la natalidad europea es más que una estadística: es un colapso civilizatorio. España, con apenas 1.09 hijos por mujer, simboliza un continente que se encierra en la vejez. Guatemala, en cambio, aún tiene margen para equilibrar juventud y desarrollo.
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Cada generación española es hoy la mitad de numerosa que la anterior, un ritmo que vacía aulas, empresas y comunidades.
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La productividad también envejece: una fuerza laboral con más de 50 años pierde dinamismo y emprendimiento. Agregó que un país de gente con mayor edad no tiene pasado, ni futuro.
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“El problema no es vivir más, sino dejar de tener hijos”, resumió. Esto al afirmar que el bienestar sin renovación generacional es una forma elegante de decadencia.
Entre líneas. El envejecimiento no solo tensiona los presupuestos, sino el alma cultural de las naciones. El ponente explicó que el fenómeno europeo es producto de un cambio de valores: el individualismo reemplazó el deseo de trascender.
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Las familias pequeñas y frágiles producen más soledad, menos consumo y menor innovación, creando una espiral de decrecimiento social.
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Las democracias se transforman en gerontocracias fiscales, donde los mayores deciden el rumbo de países que ya no producen lo que gastan.
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Incluso el tejido emocional se erosiona: “La soledad es la nueva pandemia de Europa”, dijo. Recordo que en España ya hay más hogares unipersonales que con hijos.
Ecos regionales. Guatemala no es inmune, pero parte desde una posición de fuerza: juventud abundante, esperanza de vida creciente y aún una estructura familiar extendida. Lo que falta, insistió, es conciencia de que el bono demográfico no es eterno.
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Aunque la esperanza de vida supera los 73 años, el crecimiento poblacional empieza a desacelerarse y los hogares se reducen: de 5,5 personas en 2002 a 4,5 en 2018.
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Un 7 % de guatemaltecos vive en el extranjero, lo que erosiona el tejido familiar y traslada al país el riesgo de perder mano de obra joven.
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Pese a que el divorcio se cuadruplicó entre 2006 y 2022, aún mantiene una estructura familiar más sólida que la europea, un activo que debe cuidarse como patrimonio moral y económico.
Lo que sigue. Macarrón condensó su mensaje en cinco ruegos insistentes: “No imiten a España”. Tres veces lo repitió, y lo complementó con una receta que trasciende los números: revalorizar los valores.
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La natalidad, afirmó, no se rescata con subsidios, sino con convicciones culturales que dignifiquen el matrimonio y la maternidad, como decisiones libres y deseadas.
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Pidió involucrar a la sociedad civil y a las empresas en la promoción de familias estables, sin delegar todo en el Estado, porque “la política no puede reemplazar el sentido de propósito”.
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Y cerró con una frase que resonó en el auditorio: “El futuro pertenece a quienes todavía creen que vale la pena tenerlo”.
EL TIPO DE CAMBIO DE HOY ES DE: