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De la oscuridad a la luz: la historia de la vitamina A en el azúcar

.
Luis Gonzalez
12 de agosto, 2025

En la Guatemala de los setenta, en algún caserío, una madre veía cómo los ojos de su hijo se apagaban lentamente. El niño apenas tenía tres años. Primero dejó de distinguir colores, luego formas. No había médico que pudiera revertirlo.

Historias como esta se repetían en miles de hogares rurales. No eran accidentes, eran diagnósticos crueles: ceguera total por falta de vitamina A.

“Se observaba un 26 % de prevalencia de ceguera infantil. Imagine: 26 de cada 100 niños”, recuerda Marielos de Rueda, presidenta del Benemérito Comité Prociegos y Sordos de Guatemala.

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Era un problema irreversible. Cuando la córnea se seca y se rompe, no hay vuelta atrás. Y todo por una vitamina que el cuerpo necesita para ver… y para vivir.

Una crisis que exigía creatividad

A finales de los años sesenta, un estudio del INCAP reveló la magnitud del desastre: uno de cada cuatro guatemaltecos tenía deficiencia de vitamina A.

La solución parecía simple: dar más alimentos ricos en esta vitamina. Pero la realidad era otra. “Está en el hígado, huevo, leche entera, papaya o zanahoria, pero para absorberla se necesita zinc, otro nutriente escaso en el país”, explica Omar Dary, asesor internacional en nutrición.

Dar cápsulas era la otra opción, pero inviable. “Una cápsula cuesta centavos, sin embargo, distribuirla en todo el país puede costar cinco dólares por niño”, agrega.

Entonces surgió la pregunta que cambiaría la historia: ¿qué alimento llega a todos los hogares? La respuesta fue tan simple como brillante: el azúcar.

“El azúcar se consume en todo el país, todo el año, en cada hogar. Era el vehículo ideal”, dice Carolina Martínez, química bióloga del INCAP.

La idea era audaz, pero no sencilla. “La vitamina A es un polvo muy fino y el azúcar son cristales grandes. Era un reto tecnológico”, recuerda Martínez.

El equipo del INCAP encontró la solución: encapsular la vitamina en una capa protectora para que se adhiriera al cristal y resistiera humedad y calor. “Fue un trabajo de años, pero valió la pena. Hoy el proceso es más eficiente que nunca”, resume.

Resultados que cambiaron la historia

En los setenta, la deficiencia de vitamina A era del 26%. En 1995 bajó al 16%. En 2010, la cifra era apenas del 0.3%.

“Hace 25 años ya no veíamos pérdida ocular por falta de vitamina A. Eso pasó a la historia”, dice Dary.

Martínez agrega un dato que la emociona: “En los años noventa comparamos la leche materna de guatemaltecas con muestras suizas. ¡Eran iguales! La fortificación llegó hasta los bebés”.

Guatemala no solo resolvió un problema de salud pública, sino que también marcó un precedente. “Fue pionera junto a Costa Rica. Después lo adoptaron Honduras, El Salvador y Nicaragua. Incluso lo replicamos en África”, dice Dary.

El INCAP desarrolló la tecnología, coordinó con la industria y creó un sistema de monitoreo que sigue vigente. “Verificamos la calidad del azúcar en mercados y medimos indicadores en mujeres y niños. Así sabemos que el programa funciona”, explica Martínez.

El programa se mantiene sin interrupciones desde 1987. Hoy, los ingenios invierten entre USD 3 y USD 4M anuales para comprar la vitamina y cumplir con la normativa, según cálculos del experto. El impacto en el consumidor es mínimo: 20 a 30 centavos más por persona al año.

Para De Rueda, el mérito está en la cooperación: “Este es un ejemplo de cómo la responsabilidad social del sector productivo puede cambiar vidas. La ceguera infantil por deficiencia de vitamina A está prácticamente erradicada”.

¿Y ahora qué?

Algunos se preguntan si, después de 50 años, el programa sigue siendo necesario. La respuesta, para los expertos, es clara: sí.

“Antes de quitarlo, hay que evaluar si la dieta actual cubre los requerimientos. Mi hipótesis es que aún se necesita, sobre todo en zonas pobres”, afirma Dary.

Martínez coincide: “Mientras exista desnutrición y pobreza, no podemos dar marcha atrás. El azúcar fortificada es una red de seguridad”.

Pero surge otra pregunta: ¿qué pasa con los señalamientos al azúcar como responsable de obesidad y diabetes? Dary responde: “El problema no es el azúcar en sí, sino los productos ultraprocesados”.

Para él, satanizar el azúcar no es la solución. “El mensaje debería enfocarse en reducir productos finales, no ingredientes básicos como azúcar o sal”, concluye.

Un legado que inspira

Cincuenta años después, Guatemala no solo evitó que miles de niños quedaran en la oscuridad. También dejó una lección: cuando la ciencia y la solidaridad se encuentran, la historia cambia.

Martínez lo resume con orgullo: “Cada vez que escucho que ya no hay ceguera por falta de vitamina A, siento que valió la pena”.

De la oscuridad a la luz: la historia de la vitamina A en el azúcar

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Luis Gonzalez
12 de agosto, 2025

En la Guatemala de los setenta, en algún caserío, una madre veía cómo los ojos de su hijo se apagaban lentamente. El niño apenas tenía tres años. Primero dejó de distinguir colores, luego formas. No había médico que pudiera revertirlo.

Historias como esta se repetían en miles de hogares rurales. No eran accidentes, eran diagnósticos crueles: ceguera total por falta de vitamina A.

“Se observaba un 26 % de prevalencia de ceguera infantil. Imagine: 26 de cada 100 niños”, recuerda Marielos de Rueda, presidenta del Benemérito Comité Prociegos y Sordos de Guatemala.

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Era un problema irreversible. Cuando la córnea se seca y se rompe, no hay vuelta atrás. Y todo por una vitamina que el cuerpo necesita para ver… y para vivir.

Una crisis que exigía creatividad

A finales de los años sesenta, un estudio del INCAP reveló la magnitud del desastre: uno de cada cuatro guatemaltecos tenía deficiencia de vitamina A.

La solución parecía simple: dar más alimentos ricos en esta vitamina. Pero la realidad era otra. “Está en el hígado, huevo, leche entera, papaya o zanahoria, pero para absorberla se necesita zinc, otro nutriente escaso en el país”, explica Omar Dary, asesor internacional en nutrición.

Dar cápsulas era la otra opción, pero inviable. “Una cápsula cuesta centavos, sin embargo, distribuirla en todo el país puede costar cinco dólares por niño”, agrega.

Entonces surgió la pregunta que cambiaría la historia: ¿qué alimento llega a todos los hogares? La respuesta fue tan simple como brillante: el azúcar.

“El azúcar se consume en todo el país, todo el año, en cada hogar. Era el vehículo ideal”, dice Carolina Martínez, química bióloga del INCAP.

La idea era audaz, pero no sencilla. “La vitamina A es un polvo muy fino y el azúcar son cristales grandes. Era un reto tecnológico”, recuerda Martínez.

El equipo del INCAP encontró la solución: encapsular la vitamina en una capa protectora para que se adhiriera al cristal y resistiera humedad y calor. “Fue un trabajo de años, pero valió la pena. Hoy el proceso es más eficiente que nunca”, resume.

Resultados que cambiaron la historia

En los setenta, la deficiencia de vitamina A era del 26%. En 1995 bajó al 16%. En 2010, la cifra era apenas del 0.3%.

“Hace 25 años ya no veíamos pérdida ocular por falta de vitamina A. Eso pasó a la historia”, dice Dary.

Martínez agrega un dato que la emociona: “En los años noventa comparamos la leche materna de guatemaltecas con muestras suizas. ¡Eran iguales! La fortificación llegó hasta los bebés”.

Guatemala no solo resolvió un problema de salud pública, sino que también marcó un precedente. “Fue pionera junto a Costa Rica. Después lo adoptaron Honduras, El Salvador y Nicaragua. Incluso lo replicamos en África”, dice Dary.

El INCAP desarrolló la tecnología, coordinó con la industria y creó un sistema de monitoreo que sigue vigente. “Verificamos la calidad del azúcar en mercados y medimos indicadores en mujeres y niños. Así sabemos que el programa funciona”, explica Martínez.

El programa se mantiene sin interrupciones desde 1987. Hoy, los ingenios invierten entre USD 3 y USD 4M anuales para comprar la vitamina y cumplir con la normativa, según cálculos del experto. El impacto en el consumidor es mínimo: 20 a 30 centavos más por persona al año.

Para De Rueda, el mérito está en la cooperación: “Este es un ejemplo de cómo la responsabilidad social del sector productivo puede cambiar vidas. La ceguera infantil por deficiencia de vitamina A está prácticamente erradicada”.

¿Y ahora qué?

Algunos se preguntan si, después de 50 años, el programa sigue siendo necesario. La respuesta, para los expertos, es clara: sí.

“Antes de quitarlo, hay que evaluar si la dieta actual cubre los requerimientos. Mi hipótesis es que aún se necesita, sobre todo en zonas pobres”, afirma Dary.

Martínez coincide: “Mientras exista desnutrición y pobreza, no podemos dar marcha atrás. El azúcar fortificada es una red de seguridad”.

Pero surge otra pregunta: ¿qué pasa con los señalamientos al azúcar como responsable de obesidad y diabetes? Dary responde: “El problema no es el azúcar en sí, sino los productos ultraprocesados”.

Para él, satanizar el azúcar no es la solución. “El mensaje debería enfocarse en reducir productos finales, no ingredientes básicos como azúcar o sal”, concluye.

Un legado que inspira

Cincuenta años después, Guatemala no solo evitó que miles de niños quedaran en la oscuridad. También dejó una lección: cuando la ciencia y la solidaridad se encuentran, la historia cambia.

Martínez lo resume con orgullo: “Cada vez que escucho que ya no hay ceguera por falta de vitamina A, siento que valió la pena”.

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