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Trump 2.0 no necesariamente será corregido y aumentado

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Luis Gonzalez
07 de noviembre, 2024

La victoria de Donald Trump en las elecciones presidenciales de Estados Unidos ha generado un terremoto político sin precedentes. Trump, quien fue presidente entre 2017 y 2021, ha logrado un regreso al poder que muchos consideraban imposible, después de su derrota en 2020. Esta victoria no solo marca un giro dramático en la política estadounidense, sino que también refleja un profundo malestar entre la población con respecto a temas cruciales como la economía y la inmigración.  

Trump ha sido electo —sorprendentemente— incluso ganando el voto popular, algo que no lograba un republicano desde hacía 20 años. Su promesa de “recuperar el control del país” para los ciudadanos comunes y corrientes ha resonado fuertemente, especialmente en estados estratégicos donde su mensaje antiestablishment, su enfoque en la seguridad fronteriza, y la revitalización económica, han captado la atención de una base electoral diversa. 

Esta elección también ha puesto de manifiesto la polarización existente en la sociedad estadounidense. Por un lado, hay quienes ven en Trump un defensor de las tradiciones y valores que están siendo erosionadas por las políticas woke. Por otro lado, están aquellos que temen que su retórica y políticas puedan profundizar las divisiones y promover una agenda aislacionista que podría perjudicar las relaciones internacionales —aranceles de ingreso— y los avances en derechos civiles —irrespeto a derechos de los migrantes—, por mencionar un par de ejemplos. 

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El resultado de estas elecciones es una clara señal de que la política estadounidense se encuentra en un punto de inflexión. La victoria de Trump subraya la necesidad de una seria introspección dentro del Partido Demócrata, así como una reevaluación de cómo el discurso político y la elaboración de políticas abordan las preocupaciones reales de la población estadounidense. Ciertamente, el apoyo de las —desconectadas— élites de la industria del entretenimiento y las más poderosas empresas de tecnología, desdibujaron al otrora “partido de la gente”.  

Una vez asimilado el resultado electoral, es oportuno tomar lo que viene con un grano de sal. Trump ha sido electo —por algunos— con la tranquilidad de que no cumplirá todas sus promesas electorales. Aunque suene contradictorio, eso es algo bueno. 

Los demócratas —y la progresía mundial— pintan un escenario apocalíptico, pero la realidad del ejercicio del poder es distinta. Es por ello por lo que ni lo peor que se espera sucederá, pero tampoco cambiarán cosas de la noche a la mañana. 

En lo tocante a Guatemala, al asumir Trump no serán revertidas —de inmediato, cuando menos— las sanciones aplicadas a guatemaltecos; tampoco procederá a revocar asilos políticos y, mucho menos, se tomará el tiempo de inmiscuirse en la política o justicia guatemaltecas. Salvo en asuntos muy puntuales —inmigración, por ejemplo— no habrá “instrucciones en inglés” en un sentido u otro.  

Eso sí, el mundo tendrá que adaptarse al particular talante de Donald Trump, pero no cambiará radicalmente el mundo, ni la relación de EE. UU. con Guatemala; como dice la famosa canción: Meet the new boss, same as old boss.

 

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Trump 2.0 no necesariamente será corregido y aumentado

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07 de noviembre, 2024

La victoria de Donald Trump en las elecciones presidenciales de Estados Unidos ha generado un terremoto político sin precedentes. Trump, quien fue presidente entre 2017 y 2021, ha logrado un regreso al poder que muchos consideraban imposible, después de su derrota en 2020. Esta victoria no solo marca un giro dramático en la política estadounidense, sino que también refleja un profundo malestar entre la población con respecto a temas cruciales como la economía y la inmigración.  

Trump ha sido electo —sorprendentemente— incluso ganando el voto popular, algo que no lograba un republicano desde hacía 20 años. Su promesa de “recuperar el control del país” para los ciudadanos comunes y corrientes ha resonado fuertemente, especialmente en estados estratégicos donde su mensaje antiestablishment, su enfoque en la seguridad fronteriza, y la revitalización económica, han captado la atención de una base electoral diversa. 

Esta elección también ha puesto de manifiesto la polarización existente en la sociedad estadounidense. Por un lado, hay quienes ven en Trump un defensor de las tradiciones y valores que están siendo erosionadas por las políticas woke. Por otro lado, están aquellos que temen que su retórica y políticas puedan profundizar las divisiones y promover una agenda aislacionista que podría perjudicar las relaciones internacionales —aranceles de ingreso— y los avances en derechos civiles —irrespeto a derechos de los migrantes—, por mencionar un par de ejemplos. 

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El resultado de estas elecciones es una clara señal de que la política estadounidense se encuentra en un punto de inflexión. La victoria de Trump subraya la necesidad de una seria introspección dentro del Partido Demócrata, así como una reevaluación de cómo el discurso político y la elaboración de políticas abordan las preocupaciones reales de la población estadounidense. Ciertamente, el apoyo de las —desconectadas— élites de la industria del entretenimiento y las más poderosas empresas de tecnología, desdibujaron al otrora “partido de la gente”.  

Una vez asimilado el resultado electoral, es oportuno tomar lo que viene con un grano de sal. Trump ha sido electo —por algunos— con la tranquilidad de que no cumplirá todas sus promesas electorales. Aunque suene contradictorio, eso es algo bueno. 

Los demócratas —y la progresía mundial— pintan un escenario apocalíptico, pero la realidad del ejercicio del poder es distinta. Es por ello por lo que ni lo peor que se espera sucederá, pero tampoco cambiarán cosas de la noche a la mañana. 

En lo tocante a Guatemala, al asumir Trump no serán revertidas —de inmediato, cuando menos— las sanciones aplicadas a guatemaltecos; tampoco procederá a revocar asilos políticos y, mucho menos, se tomará el tiempo de inmiscuirse en la política o justicia guatemaltecas. Salvo en asuntos muy puntuales —inmigración, por ejemplo— no habrá “instrucciones en inglés” en un sentido u otro.  

Eso sí, el mundo tendrá que adaptarse al particular talante de Donald Trump, pero no cambiará radicalmente el mundo, ni la relación de EE. UU. con Guatemala; como dice la famosa canción: Meet the new boss, same as old boss.

 

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