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Propaganda disfrazada de academia 

.
Redacción República
13 de noviembre, 2025

La oenegé Oxfam publicó un informe que pretende pasar por un riguroso esfuerzo académico, pero que en realidad es una suerte de manual o guía para continuar polarizando a la sociedad guatemalteca, en donde todos son malos, menos ellos. Ellos, los “buenos”, siendo la izquierda —nacional o foránea, moderados o radicales, da igual—, y los “malos”, la derecha guatemalteca, cualquiera que sea su expresión; les llama cleptócratas y antidemocráticos, sin importar que nunca hayan participado en política o ejercido función pública.

Como en el montaje de una obra de teatro, el timing lo es todo; precisamente, porque el informe es un montaje, su presentación fue en el momento preciso para sus intereses: continuar polarizando a la población, dividiéndola en un maniqueo “buenos y malos”, justo a tiempo de cara a las elecciones y designaciones de autoridades electorales y judiciales en el 2026.

Al dividir a la población en bandos irreconciliables, buscan erosionar el debate racional y pluralista, reemplazándolo por un dogmatismo que silencia oposiciones legítimas y fomenta un clima de confrontación perpetua. Esa táctica no solo polariza, sino que debilita la cohesión social, haciendo que el diálogo constructivo sea casi imposible en un país que ya lidia con desafíos profundos como la pobreza, la corrupción endémica y la inestabilidad institucional.

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No es la primera vez que vemos este patrón. En el pasado, organizaciones como la Fundación Mirna Mack y otras oenegés similares han producido informes análogos, con idéntica intención: esparcir narrativas sesgadas que demonizan a sectores específicos de la sociedad guatemalteca. Esos documentos, a menudo financiados por donantes extranjeros con agendas propias, se presentan como estudios imparciales, pero en realidad sirven como manuales o guías para la deslegitimación sistemática.

Pretenden invalidar posturas conservadoras o centroderechistas de entrada, sin importar sus aportes.

Y es que podría haber pasado más o menos desapercibida esa intención, de no ser porque el oficialismo se ha montado en esa narrativa de lleno. Primero lo manifestaron en el proceso de elección de Junta Directiva del Congreso —donde tildaron a la oposición de “antidemocrática” por pretender dirigir el legislativo—, pero ahora el presidente, Bernardo Arévalo, lo hace también ante cualquier expresión crítica. Si se le señala o se le opone, es porque “le hacen el juego a los corruptos”.

Esa respuesta pavloviana no solo evade el escrutinio legítimo, sino que criminaliza la libertad de expresión y el derecho a disentir, erosionando los pilares de la democracia que tanto dicen defender.

El presidente guarda las formas —algo que, paradójicamente, es criticado por sus corifeos—, pero en el fondo, recurre a las mismas tretas de la izquierda radical: el victimismo y la descalificación. 

Decir que el próximo año es crucial, está más. Por ello, la sociedad en general debe no solo estar atenta, sino participar de la manera que le competa; desde fiscalizar el proceso “desde la barrera” hasta activamente en los procesos de elección gremial de los colegios profesionales, por ejemplo.

Lo que no debe permitirse, bajo ningún punto de vista, es que la izquierda, personificada en el oficialismo, descalifique a quienes no opinan como ellos o, incluso, los confrontan. Como este medio.

  • TAGS RELACIONADOS:
  • oxfam
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La oenegé Oxfam publicó un informe que pretende pasar por un riguroso esfuerzo académico, pero que en realidad es una suerte de manual o guía para continuar polarizando a la sociedad guatemalteca, en donde todos son malos, menos ellos. Ellos, los “buenos”, siendo la izquierda —nacional o foránea, moderados o radicales, da igual—, y los “malos”, la derecha guatemalteca, cualquiera que sea su expresión; les llama cleptócratas y antidemocráticos, sin importar que nunca hayan participado en política o ejercido función pública.

Como en el montaje de una obra de teatro, el timing lo es todo; precisamente, porque el informe es un montaje, su presentación fue en el momento preciso para sus intereses: continuar polarizando a la población, dividiéndola en un maniqueo “buenos y malos”, justo a tiempo de cara a las elecciones y designaciones de autoridades electorales y judiciales en el 2026.

Al dividir a la población en bandos irreconciliables, buscan erosionar el debate racional y pluralista, reemplazándolo por un dogmatismo que silencia oposiciones legítimas y fomenta un clima de confrontación perpetua. Esa táctica no solo polariza, sino que debilita la cohesión social, haciendo que el diálogo constructivo sea casi imposible en un país que ya lidia con desafíos profundos como la pobreza, la corrupción endémica y la inestabilidad institucional.

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No es la primera vez que vemos este patrón. En el pasado, organizaciones como la Fundación Mirna Mack y otras oenegés similares han producido informes análogos, con idéntica intención: esparcir narrativas sesgadas que demonizan a sectores específicos de la sociedad guatemalteca. Esos documentos, a menudo financiados por donantes extranjeros con agendas propias, se presentan como estudios imparciales, pero en realidad sirven como manuales o guías para la deslegitimación sistemática.

Pretenden invalidar posturas conservadoras o centroderechistas de entrada, sin importar sus aportes.

Y es que podría haber pasado más o menos desapercibida esa intención, de no ser porque el oficialismo se ha montado en esa narrativa de lleno. Primero lo manifestaron en el proceso de elección de Junta Directiva del Congreso —donde tildaron a la oposición de “antidemocrática” por pretender dirigir el legislativo—, pero ahora el presidente, Bernardo Arévalo, lo hace también ante cualquier expresión crítica. Si se le señala o se le opone, es porque “le hacen el juego a los corruptos”.

Esa respuesta pavloviana no solo evade el escrutinio legítimo, sino que criminaliza la libertad de expresión y el derecho a disentir, erosionando los pilares de la democracia que tanto dicen defender.

El presidente guarda las formas —algo que, paradójicamente, es criticado por sus corifeos—, pero en el fondo, recurre a las mismas tretas de la izquierda radical: el victimismo y la descalificación. 

Decir que el próximo año es crucial, está más. Por ello, la sociedad en general debe no solo estar atenta, sino participar de la manera que le competa; desde fiscalizar el proceso “desde la barrera” hasta activamente en los procesos de elección gremial de los colegios profesionales, por ejemplo.

Lo que no debe permitirse, bajo ningún punto de vista, es que la izquierda, personificada en el oficialismo, descalifique a quienes no opinan como ellos o, incluso, los confrontan. Como este medio.

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