Desde Pekín, el periodista español Jaime Santirso comparte su experiencia de informar desde uno de los entornos más restrictivos del planeta. En esta entrevista revela cómo se ejerce el periodismo entre censura, propaganda y vigilancia digital. Relata la desconfianza hacia los corresponsales extranjeros, los obstáculos invisibles al cubrir temas sensibles y las zonas prohibidas para la prensa. Aporta una mirada desde dentro del régimen chino y reflexiona sobre los desafíos venideros si el modelo económico pierde fuerza. Una conversación que retrata, sin filtros, el pulso de China más allá del discurso oficial.
Considerando la percepción internacional de China como un régimen con estricto control de la prensa, ¿cómo describiría la realidad del trabajo periodístico para corresponsales extranjeros en el país?
— La verdad es que en muchos lugares se ve a China como un régimen muy estricto. Y sí, el Partido Comunista y su modelo de partido único lo impregnan todo. Pero en el día a día, en la superficie, la vida aquí puede parecer tan normal como en cualquier otro sitio democrático. La cosa cambia cuando intentas ir más allá, cuando buscas los límites. Ahí es donde se ve realmente la naturaleza de su sistema político, especialmente con los medios.
En China no hay medios de comunicación libres. Lo que ves son medios oficiales que dependen totalmente del gobierno, que básicamente son pura propaganda. Hay contadas excepciones de medios privados, como Caixin (C-A-I-X-I-N), que logran hacer algo de periodismo, pero eso es porque tienen un cierto respaldo político que les permite moverse un poco más allá de lo establecido.
¿Qué tipo de controles y restricciones enfrentan?
— Los periodistas extranjeros como yo trabajamos en un entorno donde nuestra presencia es apenas tolerada, lo que no garantiza condiciones normales de trabajo. Las autoridades imponen constantes trabas, y el diálogo real con ellas es casi inexistente. Aquí existe una asociación llamada Foreign Correspondents’ Club (FCCC), con presencia global, que en China publica un informe anual sobre nuestra situación. Según ese informe, el 99% de los encuestados considera que las condiciones laborales en China rara vez, o nunca, cumplen los estándares internacionales.
El 81% ha experimentado interferencias, acoso o incluso violencia en el ejercicio de su labor. Además, el 54% ha sido obstaculizado al menos una vez por la policía o por otros funcionarios. Lo más alarmante es que el 49% ha presenciado situaciones de presión, acoso o intimidación hacia colegas chinos. En resumen, aunque nuestro trabajo se permite, está constantemente vigilado y restringido por las autoridades Chinas.
¿Qué tipo de información ofrecen estos medios oficiales y cómo se manifiesta el sesgo o la propaganda en su contenido?
— Lo que proporcionan estos medios es, directamente, propaganda. Es una comunicación con fines puramente ideológicos. No sé si llamarlo 'información', porque en realidad es una extensión del poder político, sin la más mínima pretensión de ofrecer una cualidad informativa real. Si le interesa ver ejemplos, puedo nombrar la agencia de noticias Xinhua (X-I-N-H-U-A) y el principal tabloide, el Global Times. Basta con echar un vistazo para entender que su contenido es una comunicación de carácter ideológico, no periodismo.
Siendo un corresponsal extranjero en China, ¿qué estrategia utiliza para informar con rigor en un entorno donde la censura y la vigilancia son una constante?
— Aquí, la censura y la vigilancia son una constante. A pesar de estos obstáculos, mi prioridad es mantener la comunicación, aunque es muy difícil. Intento hablar con la gente de forma muy responsable, siendo consciente de los riesgos que esto implica tanto para ellos como para mí. Nunca me expongo ni expongo a otros imprudentemente, sobre todo en temas delicados.
La propaganda aquí no está hecha para nosotros, sino para la población china, para que tengan una visión única del mundo. El verdadero problema no es la propaganda, sino las barreras para dialogar con la gente y las autoridades. Lo que hago es aprovechar al máximo los espacios que hay y, dentro de lo posible, también mostrar esos límites. Esto ayuda a retratar la complejidad del país, sin caer en visiones simplistas o caricaturas. Mi trabajo es justamente ese: mostrar China más allá de los relatos fáciles.
¿Existen temas o zonas en China que estén completamente prohibidas o vetadas para los periodistas extranjeros?
— Sí, absolutamente. Hay muchísimos temas y lugares a los que simplemente no tenemos acceso, lo que nos impide obtener información crucial. Un ejemplo muy claro es que a los periodistas extranjeros se nos prohíbe la entrada a ciertas provincias, como Xinjiang. Esta provincia es conocida por su compleja historia con el país y por tener una identidad muy marcada. Se supone que necesitaríamos una invitación especial, pero en la práctica, desde hace años, solo podemos entrar en viajes o tours colectivos organizados por el gobierno para autoridades.
Y no es lo único. En los últimos años, por ejemplo, ya no podemos entrar a la Plaza de Tiananmen o a la Ciudad Prohibida sin restricciones. Literalmente, se van creando y acotando zonas a las que no podemos ingresar. Esto es muy representativo de cómo funcionan las cosas aquí.
¿Existe poca libertad para los periodistas en cuanto a la movilidad para cubrir diferentes regiones o historias?
— Sí, es cierto, no hay mucha libertad para moverse y cubrir distintas regiones o temas delicados. Puedes intentar moverte, pero la realidad es que hay lugares donde, al llegar, te encuentras con la policía esperándote. O, en otros casos, si tienes una entrevista programada, esta puede ser cancelada minutos antes debido a alguna intervención externa. La intensidad de estos obstáculos varía mucho según la sensibilidad del tema que intentes cubrir.
En otros países se discute mucho sobre el control de internet en China, incluyendo el bloqueo de redes sociales internacionales. ¿Cuál es el acceso real a estas plataformas y a medios extranjeros para la población y para los periodistas en el país?
— Aquí tenemos el 'Gran Cortafuegos' (Great Firewall), que bloquea medios, redes sociales internacionales y hasta Wikipedia. Para saltárselo, usamos VPNs (redes privadas virtuales), que son toleradas porque la mayoría de la gente no las necesita, permitiendo a las empresas operar. Pero sí, internet está totalmente controlado.
Además, el control no se limita solo a internet; también abarca la comunicación personal. Por ejemplo, si envías mensajes con el nombre de un sector o un funcionario del gobierno, estos son detectados. China ha logrado un sistema sofisticado: un control casi absoluto de la comunicación íntima, pero sin que se sienta una fuerza opresora. Esto solo es posible gracias a las herramientas digitales actuales, lo que explica parte del éxito y la estabilidad del modelo chino.
¿Estas restricciones aplican solo a periodistas extranjeros o también afectan a los periodistas nacionales?
— Las restricciones que menciono, en realidad, no afectan de la misma manera a los periodistas nacionales. Un periodista chino no se va a arriesgar a cubrir un tema complicado o a ir a ciertas zonas prohibidas. Ellos ya saben cuáles son los límites y los riesgos. No van a intentar lo que un periodista extranjero podría intentar, porque para ellos las consecuencias son mucho más graves.
¿Cómo funciona la política en China en cuanto a partidos y participación electoral?
— La política en China se rige por un sistema de partido único. Hay un solo partido que gobierna el país, y eso es todo. Aunque teóricamente existen otros partidos, son increíblemente minoritarios, irrelevantes y, en la práctica, operan bajo el control del Partido Comunista. La República Popular China no tiene el más mínimo rastro de pluralismo; el país y el Partido Comunista Chino son una misma entidad. Incluso el Ejército Popular de Liberación no es el ejército del país, sino el ejército del partido.
Xi Jinping, el líder actual de China, ostenta tres cargos clave: es presidente de la República Popular China, presidente de la Comisión Militar Central (lo que lo convierte en jefe del ejército) y, el más importante de todos, secretario general del Partido Comunista Chino. Tradicionalmente, los líderes chinos han ocupado estos tres puestos, aunque no siempre los han asumido simultáneamente. Estos tres cargos definen el poder en China, siendo el de secretario del Partido el más influyente.
Si no hay participación ciudadana, ¿cómo se eligen los líderes en China?
— El Partido Comunista Chino es un organismo increíblemente hermético. La verdad es que no se sabe nada sobre cómo se eligen los líderes o por qué se toman ciertas decisiones. Hay interpretaciones, algunas que coinciden, pero no hay transparencia alguna; es todo lo contrario. Todas estas decisiones se toman internamente, dentro del partido, en los diferentes niveles de la administración. Así es como funciona el proceso.
¿Cómo perciben los chinos a los extranjeros que viven y trabajan en el país, y específicamente a los periodistas? ¿Existe una distancia cultural o algún tipo de cercanía?
— El número de extranjeros en China ha bajado un poco en los últimos años, sobre todo después de la pandemia de COVID, y también por más restricciones y tensiones geopolíticas. Somos una minoría, la verdad. Dentro de ese grupo general de extranjeros, los periodistas tenemos una relación muy particular con la población. Creo que las autoridades han trabajado para crear un clima de desconfianza hacia nosotros. Por eso, la opinión general de los chinos sobre los periodistas extranjeros no es muy buena.
Además de esa desconfianza, hay otro factor importante: para un periodista chino, interactuar con un medio extranjero no trae nada bueno. Solo les puede generar problemas, incluso serios, con las autoridades. Así que sí, hay una distancia evidente, y esto es uno de los grandes obstáculos que enfrentamos al hacer periodismo aquí.
¿Cómo describiría la vida cotidiana de los ciudadanos chinos comunes, más allá de los estereotipos? ¿Hay aspectos de su día a día que suelen ser malinterpretados o desconocidos en América Latina?
— La verdad es que el régimen chino ha logrado un control muy sofisticado, pero a la vez, mantiene una apariencia de normalidad y fuerza. Algo fundamental a entender es que el régimen tiene un nivel de aprobación bastante alto por parte de la población. Esto se debe a que la gente ha visto cómo la economía ha crecido muy rápido y cómo ese 'contrato social' —que cambiaba libertades individuales por prosperidad— ha funcionado para ellos.
Una de las grandes incógnitas para los próximos años es ver cómo reaccionará la población si la economía deja de crecer a ese ritmo. Por primera vez, se siente a pie de calle que las cosas ya no están mejorando tan rápido como antes. La vida ya no progresa al mismo ritmo, e incluso hay aspectos donde se percibe un estancamiento. Esto, sin duda, podría modificar ese contrato social y tendremos que ver qué repercusiones tiene. Creo que este es uno de los mayores retos estructurales que enfrentará China en la próxima década.
¿Cómo percibe la población china al presidente Xi Jinping?
— El modelo político en China tiene un apoyo bastante generalizado, pero el caso de Xi Jinping es particular. Él sigue contando con un apoyo mayoritario, sin embargo, se percibe más apoyo al presidente como figura que a su liderazgo personal. Esto se debe a que mucha gente siente que bajo su mandato, y por sus decisiones personales, la represión generalizada ha aumentado. Además, se han desmantelado modelos y convenciones que significaron ciertas liberalizaciones en el sistema político, como la eliminación del límite de mandatos o la ruptura con el liderazgo colectivo.
Lleva ocho años residiendo en China, seis de ellos como periodista. Cuéntanos, ¿cuáles han sido las mayores dificultades y recompensas de vivir y trabajar como periodista extranjero en el país?
— La mayor dificultad fue la política de COVID, que implicó tres años de aislamiento, pruebas constantes y un control exhaustivo del movimiento. La vida cotidiana se transformó radicalmente, envuelta además en una intensa propaganda.
Ahora, las recompensas... esta profesión tiene la suerte de que todo lo que vives, todas tus experiencias, tienen un sentido final: el de compartirlas, narrarlas y contarlas. En ese sentido, vivir la pandemia en primera fila y seguir de cerca la evolución de un proyecto político tan singular como el chino ha sido intelectualmente fascinante. Las dificultades y los aprendizajes están profundamente entrelazados.
Después de tanto tiempo viviendo y trabajando en China, ¿contempla quedarse o planeas regresar a casa en algún momento?
— Como decía Robert Fisk, corresponsal británico en el Medio Oriente, esto es como leer una buena novela: siempre quieres “una página más”. Mi vínculo con este país es mucho más profunda, va más allá del periodismo. estudié, trabajé y he construido gran parte de mi vida adulta aquí. Por ahora, no tengo planes de irme.
Qué fascinante esa analogía con la novela. ¿Sigue en ese punto de querer 'una página más' en tu historia en China?"
— Sí, absolutamente, absolutamente.
Desde Pekín, el periodista español Jaime Santirso comparte su experiencia de informar desde uno de los entornos más restrictivos del planeta. En esta entrevista revela cómo se ejerce el periodismo entre censura, propaganda y vigilancia digital. Relata la desconfianza hacia los corresponsales extranjeros, los obstáculos invisibles al cubrir temas sensibles y las zonas prohibidas para la prensa. Aporta una mirada desde dentro del régimen chino y reflexiona sobre los desafíos venideros si el modelo económico pierde fuerza. Una conversación que retrata, sin filtros, el pulso de China más allá del discurso oficial.
Considerando la percepción internacional de China como un régimen con estricto control de la prensa, ¿cómo describiría la realidad del trabajo periodístico para corresponsales extranjeros en el país?
— La verdad es que en muchos lugares se ve a China como un régimen muy estricto. Y sí, el Partido Comunista y su modelo de partido único lo impregnan todo. Pero en el día a día, en la superficie, la vida aquí puede parecer tan normal como en cualquier otro sitio democrático. La cosa cambia cuando intentas ir más allá, cuando buscas los límites. Ahí es donde se ve realmente la naturaleza de su sistema político, especialmente con los medios.
En China no hay medios de comunicación libres. Lo que ves son medios oficiales que dependen totalmente del gobierno, que básicamente son pura propaganda. Hay contadas excepciones de medios privados, como Caixin (C-A-I-X-I-N), que logran hacer algo de periodismo, pero eso es porque tienen un cierto respaldo político que les permite moverse un poco más allá de lo establecido.
¿Qué tipo de controles y restricciones enfrentan?
— Los periodistas extranjeros como yo trabajamos en un entorno donde nuestra presencia es apenas tolerada, lo que no garantiza condiciones normales de trabajo. Las autoridades imponen constantes trabas, y el diálogo real con ellas es casi inexistente. Aquí existe una asociación llamada Foreign Correspondents’ Club (FCCC), con presencia global, que en China publica un informe anual sobre nuestra situación. Según ese informe, el 99% de los encuestados considera que las condiciones laborales en China rara vez, o nunca, cumplen los estándares internacionales.
El 81% ha experimentado interferencias, acoso o incluso violencia en el ejercicio de su labor. Además, el 54% ha sido obstaculizado al menos una vez por la policía o por otros funcionarios. Lo más alarmante es que el 49% ha presenciado situaciones de presión, acoso o intimidación hacia colegas chinos. En resumen, aunque nuestro trabajo se permite, está constantemente vigilado y restringido por las autoridades Chinas.
¿Qué tipo de información ofrecen estos medios oficiales y cómo se manifiesta el sesgo o la propaganda en su contenido?
— Lo que proporcionan estos medios es, directamente, propaganda. Es una comunicación con fines puramente ideológicos. No sé si llamarlo 'información', porque en realidad es una extensión del poder político, sin la más mínima pretensión de ofrecer una cualidad informativa real. Si le interesa ver ejemplos, puedo nombrar la agencia de noticias Xinhua (X-I-N-H-U-A) y el principal tabloide, el Global Times. Basta con echar un vistazo para entender que su contenido es una comunicación de carácter ideológico, no periodismo.
Siendo un corresponsal extranjero en China, ¿qué estrategia utiliza para informar con rigor en un entorno donde la censura y la vigilancia son una constante?
— Aquí, la censura y la vigilancia son una constante. A pesar de estos obstáculos, mi prioridad es mantener la comunicación, aunque es muy difícil. Intento hablar con la gente de forma muy responsable, siendo consciente de los riesgos que esto implica tanto para ellos como para mí. Nunca me expongo ni expongo a otros imprudentemente, sobre todo en temas delicados.
La propaganda aquí no está hecha para nosotros, sino para la población china, para que tengan una visión única del mundo. El verdadero problema no es la propaganda, sino las barreras para dialogar con la gente y las autoridades. Lo que hago es aprovechar al máximo los espacios que hay y, dentro de lo posible, también mostrar esos límites. Esto ayuda a retratar la complejidad del país, sin caer en visiones simplistas o caricaturas. Mi trabajo es justamente ese: mostrar China más allá de los relatos fáciles.
¿Existen temas o zonas en China que estén completamente prohibidas o vetadas para los periodistas extranjeros?
— Sí, absolutamente. Hay muchísimos temas y lugares a los que simplemente no tenemos acceso, lo que nos impide obtener información crucial. Un ejemplo muy claro es que a los periodistas extranjeros se nos prohíbe la entrada a ciertas provincias, como Xinjiang. Esta provincia es conocida por su compleja historia con el país y por tener una identidad muy marcada. Se supone que necesitaríamos una invitación especial, pero en la práctica, desde hace años, solo podemos entrar en viajes o tours colectivos organizados por el gobierno para autoridades.
Y no es lo único. En los últimos años, por ejemplo, ya no podemos entrar a la Plaza de Tiananmen o a la Ciudad Prohibida sin restricciones. Literalmente, se van creando y acotando zonas a las que no podemos ingresar. Esto es muy representativo de cómo funcionan las cosas aquí.
¿Existe poca libertad para los periodistas en cuanto a la movilidad para cubrir diferentes regiones o historias?
— Sí, es cierto, no hay mucha libertad para moverse y cubrir distintas regiones o temas delicados. Puedes intentar moverte, pero la realidad es que hay lugares donde, al llegar, te encuentras con la policía esperándote. O, en otros casos, si tienes una entrevista programada, esta puede ser cancelada minutos antes debido a alguna intervención externa. La intensidad de estos obstáculos varía mucho según la sensibilidad del tema que intentes cubrir.
En otros países se discute mucho sobre el control de internet en China, incluyendo el bloqueo de redes sociales internacionales. ¿Cuál es el acceso real a estas plataformas y a medios extranjeros para la población y para los periodistas en el país?
— Aquí tenemos el 'Gran Cortafuegos' (Great Firewall), que bloquea medios, redes sociales internacionales y hasta Wikipedia. Para saltárselo, usamos VPNs (redes privadas virtuales), que son toleradas porque la mayoría de la gente no las necesita, permitiendo a las empresas operar. Pero sí, internet está totalmente controlado.
Además, el control no se limita solo a internet; también abarca la comunicación personal. Por ejemplo, si envías mensajes con el nombre de un sector o un funcionario del gobierno, estos son detectados. China ha logrado un sistema sofisticado: un control casi absoluto de la comunicación íntima, pero sin que se sienta una fuerza opresora. Esto solo es posible gracias a las herramientas digitales actuales, lo que explica parte del éxito y la estabilidad del modelo chino.
¿Estas restricciones aplican solo a periodistas extranjeros o también afectan a los periodistas nacionales?
— Las restricciones que menciono, en realidad, no afectan de la misma manera a los periodistas nacionales. Un periodista chino no se va a arriesgar a cubrir un tema complicado o a ir a ciertas zonas prohibidas. Ellos ya saben cuáles son los límites y los riesgos. No van a intentar lo que un periodista extranjero podría intentar, porque para ellos las consecuencias son mucho más graves.
¿Cómo funciona la política en China en cuanto a partidos y participación electoral?
— La política en China se rige por un sistema de partido único. Hay un solo partido que gobierna el país, y eso es todo. Aunque teóricamente existen otros partidos, son increíblemente minoritarios, irrelevantes y, en la práctica, operan bajo el control del Partido Comunista. La República Popular China no tiene el más mínimo rastro de pluralismo; el país y el Partido Comunista Chino son una misma entidad. Incluso el Ejército Popular de Liberación no es el ejército del país, sino el ejército del partido.
Xi Jinping, el líder actual de China, ostenta tres cargos clave: es presidente de la República Popular China, presidente de la Comisión Militar Central (lo que lo convierte en jefe del ejército) y, el más importante de todos, secretario general del Partido Comunista Chino. Tradicionalmente, los líderes chinos han ocupado estos tres puestos, aunque no siempre los han asumido simultáneamente. Estos tres cargos definen el poder en China, siendo el de secretario del Partido el más influyente.
Si no hay participación ciudadana, ¿cómo se eligen los líderes en China?
— El Partido Comunista Chino es un organismo increíblemente hermético. La verdad es que no se sabe nada sobre cómo se eligen los líderes o por qué se toman ciertas decisiones. Hay interpretaciones, algunas que coinciden, pero no hay transparencia alguna; es todo lo contrario. Todas estas decisiones se toman internamente, dentro del partido, en los diferentes niveles de la administración. Así es como funciona el proceso.
¿Cómo perciben los chinos a los extranjeros que viven y trabajan en el país, y específicamente a los periodistas? ¿Existe una distancia cultural o algún tipo de cercanía?
— El número de extranjeros en China ha bajado un poco en los últimos años, sobre todo después de la pandemia de COVID, y también por más restricciones y tensiones geopolíticas. Somos una minoría, la verdad. Dentro de ese grupo general de extranjeros, los periodistas tenemos una relación muy particular con la población. Creo que las autoridades han trabajado para crear un clima de desconfianza hacia nosotros. Por eso, la opinión general de los chinos sobre los periodistas extranjeros no es muy buena.
Además de esa desconfianza, hay otro factor importante: para un periodista chino, interactuar con un medio extranjero no trae nada bueno. Solo les puede generar problemas, incluso serios, con las autoridades. Así que sí, hay una distancia evidente, y esto es uno de los grandes obstáculos que enfrentamos al hacer periodismo aquí.
¿Cómo describiría la vida cotidiana de los ciudadanos chinos comunes, más allá de los estereotipos? ¿Hay aspectos de su día a día que suelen ser malinterpretados o desconocidos en América Latina?
— La verdad es que el régimen chino ha logrado un control muy sofisticado, pero a la vez, mantiene una apariencia de normalidad y fuerza. Algo fundamental a entender es que el régimen tiene un nivel de aprobación bastante alto por parte de la población. Esto se debe a que la gente ha visto cómo la economía ha crecido muy rápido y cómo ese 'contrato social' —que cambiaba libertades individuales por prosperidad— ha funcionado para ellos.
Una de las grandes incógnitas para los próximos años es ver cómo reaccionará la población si la economía deja de crecer a ese ritmo. Por primera vez, se siente a pie de calle que las cosas ya no están mejorando tan rápido como antes. La vida ya no progresa al mismo ritmo, e incluso hay aspectos donde se percibe un estancamiento. Esto, sin duda, podría modificar ese contrato social y tendremos que ver qué repercusiones tiene. Creo que este es uno de los mayores retos estructurales que enfrentará China en la próxima década.
¿Cómo percibe la población china al presidente Xi Jinping?
— El modelo político en China tiene un apoyo bastante generalizado, pero el caso de Xi Jinping es particular. Él sigue contando con un apoyo mayoritario, sin embargo, se percibe más apoyo al presidente como figura que a su liderazgo personal. Esto se debe a que mucha gente siente que bajo su mandato, y por sus decisiones personales, la represión generalizada ha aumentado. Además, se han desmantelado modelos y convenciones que significaron ciertas liberalizaciones en el sistema político, como la eliminación del límite de mandatos o la ruptura con el liderazgo colectivo.
Lleva ocho años residiendo en China, seis de ellos como periodista. Cuéntanos, ¿cuáles han sido las mayores dificultades y recompensas de vivir y trabajar como periodista extranjero en el país?
— La mayor dificultad fue la política de COVID, que implicó tres años de aislamiento, pruebas constantes y un control exhaustivo del movimiento. La vida cotidiana se transformó radicalmente, envuelta además en una intensa propaganda.
Ahora, las recompensas... esta profesión tiene la suerte de que todo lo que vives, todas tus experiencias, tienen un sentido final: el de compartirlas, narrarlas y contarlas. En ese sentido, vivir la pandemia en primera fila y seguir de cerca la evolución de un proyecto político tan singular como el chino ha sido intelectualmente fascinante. Las dificultades y los aprendizajes están profundamente entrelazados.
Después de tanto tiempo viviendo y trabajando en China, ¿contempla quedarse o planeas regresar a casa en algún momento?
— Como decía Robert Fisk, corresponsal británico en el Medio Oriente, esto es como leer una buena novela: siempre quieres “una página más”. Mi vínculo con este país es mucho más profunda, va más allá del periodismo. estudié, trabajé y he construido gran parte de mi vida adulta aquí. Por ahora, no tengo planes de irme.
Qué fascinante esa analogía con la novela. ¿Sigue en ese punto de querer 'una página más' en tu historia en China?"
— Sí, absolutamente, absolutamente.